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Felices avechuchos

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Como diría Carlos Herrera, qué hartible lo de la crisis. Este adjetivo andaluz, o sevillano, o de esa jerga especial que maneja el irónico comunicador, cambia el sentido de los modos adverbiales tradicionales. No es que la crisis sea susceptible de hartarse de sí misma -¡ojalá!- sino que nos ha hartado a todos. Santo cielo, qué aburrimiento, qué desesperación nos trae. El Duende siempre anduvo con las musarañas, de aquí para allá, de una nube a un juguete de hojalata, de un suspiro por Marilyn Monroe (acaba de escuchar que se cumplen ahora 50 años del rodaje de Con faldas y a lo loco) a un verso de cualquier poeta que se posa al borde de una copa de helado y se derrite con él. O sea, huyendo. Pero cuando su globo empieza a cobrar altura, va el sentido de la responsabilidad, que ha agotado ya el cable, y se tensa para recordarle que no, que sigue anclado a este mundo.

-La puta realidad –que diría un ciudadano nada simbolista.

Y en estas, aparece inopinadamente ante sus ojos un ave rapaz y se posa en el alféizar de su ventana.

2

Qué alegría. Está ahí, a metro y medio del escribidor, como mirándole de reojo, pues no deja de dar el pico al pinar que tiene a sus pies, y parece más interesado en ver Madrid a vista de Goya que el espectáculo de un señor que ha levantado sus ojos del ordenador y le mira estupefacto. El pajarraco es de tamaño mediano tirando a pequeño, de plumaje pardo-rojizo jaspeado en negro, pico y patas amarillas. El Duende piensa que tal vez es un azor, pero luego rastrea por internet y   empieza a creer más bien que se trata de un cernícalo. En se momento recuerda que su móvil incopora también una cámara de fotos, y, aunque no sabe si saldrá, y si, en el caso de que se haga la foto, será capaz de guardarla, y, más aún, de subirla a este post, está tan sorprendido y emocionado que dispara. Dos, tres, hasta cuatro veces. Sólo en una de ellas el cernícalo, o lo que sea, da el perfil, pues él sigue prefiriendo ignorarle y mirar el paisaje urbano.

No puede hacer más por captar el momento feliz, porque el avechucho que sin duda tiene menesteres más apetitosos, abre las alas y levanta el vuelo. Pero al Duende le ha cambiado el día. Aunque no es muy firme el andamiaje que aguanta su fe, se ha acordado de aquel pasaje de San Lucas: Mirad los pájaros del cielo: ellos no siembran, ni cosechan ni acumulan en graneros, y sin embargo el Padre los alimenta…¿No valéis acaso más que ellos?…(Lucas 12, 22-31)

3

Hace años hubo un halcón que se hizo famoso por anidar en la torre que el arquitecto Sainz de Oíza construyó en el Paseo de la Castellana para el BBV. Pese a los lamentos constantes de los ecologistas, la rapaz, como tantas consumidoras, se sentía feliz viviendo a cien metros de un lugar tan poco bucólico como El Corte Inglés. Hace poco, en el cauce de ese río de maqueta en que se ha convertido el Manzanares, y al pie mismo del estadio del Aleti  este bloguero vio una garza. Parecía tan contenta como si estuviera en Doñana. Más al sur, donde Madrid Río prolonga su camino hacia Rivas, este caminante ha visto volar al martín pescador. Las cotorras verdes que se han hecho dueñas de los parques de Madrid. Y ahora hasta el cernícalo se atreve a posarse ante las narices de este bloguero.

No es mala cosa ser ave en Madrid. Hasta las palomas y las siniestras urracas se sienten a gusto aquí, y sin saber nada del Evangelio de Lucas.   Pidamos pues al M.B.O.C. (Máximo Baranda del Orden Celestial) que, si no arregla esta crisis, al menos  nos convierta a todos en felices avechuchos.


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