Posts Tagged 'Fernando Torres'

El fenómeno de la Feria del Libro

Cualquier parecido entre esta historia y la realidad es pura coincidencia

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Según dos o tres críticos expertos en causas perdidas, Sergio Onday era el mejor escritor de la última generación. Su novela corta El abrecartas  sin filo les había dejado sin aliento.

Con una prosa sencilla, directa y limpia, la historia narraba la desazón de Mónica Blaz, una tuberculosa internada en el mismo hospital donde se desarrolla La montaña mágica de Thomas Mann. Un día Mónica recibe como regalo para aliviar su aburrimiento una novela titulada Desazón, impresa en cuadernillos que, como en tantos libros entonces, estaban sin abrir. Para ese menester sólo dispone de un abrecartas  sin filo. Mónica quiere rasgar las hojas para leer el libro, pero sus débiles manos son incapaces de accionar ese instrumento frustrado, y su timidez natural le impide solicitar ayuda al personal del hospital. Les estoy pidiendo que curen mis pulmones –escribirá en su diario-¿Cómo voy a distraerles rogándoles que me rasguen las páginas de una novela?

Primero desesperada y luego resignada, Mónica, cambia de pasatiempo. En lugar de emplear sus energías en tratar de rasgar las hojas de Desazón, se distraerá escribiendo. Y poco a poco, a una página por día, va contando en un cuaderno su propia historia, mientras la novela regalada permanece intacta en su mesilla. Hasta que una tarde el médico que le gira visita se apercibe de ello, se  ofrece a rasgar las hojas con una pequeña navaja que saca del bolsillo de su chaleco y le devuelve el libro apto para ser leído. Cuando el médico se despide y Mónica  se encuentra a solas con la novela abierta por su primera página, descubrirá asombrada que está empezando a leer exactamente la misma historia que ella estaba escribiendo.

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-Mis asesores mantienen que la novela es original-le dijo el director de la editorial al leerla- Y que además tienes todas las cualidades de un buen escritor. Pero para vender hace falta intriga, tensión, sexo, violencia y adobarlo todo con temas de actualidad…Qué se yo, léete a los best-seller, fíjate en sus temas y trabaja un poco en lugar de escribir chorradas de tuberculosos, que eso ya está pasado de moda…

A Sergio Onday le molestó sobremanera el mercantilismo de su editor. Pero más aún le dolió que pusiera en duda sus capacidades. Así que en menos de un año puso en las librerías La sangre de Malco, una historia complejísima en la que un agente del Mosad y una espía de la CIA llamada Alba Gómez –hay que innovar también en los nombres de las espías-, aparte de fornicar dos o tres veces por capítulo y en lugares tan pintorescos como la antorcha de la Estatua de la Libertad o en la cámara que guarda la momia de Lenin, desmontan una conspiración en la que los chiitas y Walt Disney –previamente descongelado, abducido por habitantes malignos de otro planeta y convertido en enemigo del capitalismo- conspiran para acabar con la civilización occidental.

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La novela, interesantísima, mezcla con esa maestría que sólo alcanzan los magos del best seller intriga, espionaje, política y ciencia ficción, e interconecta problemas y personajes actuales como el narcotráfico, la esteticienne de Berlusconi,  la mafia rusa, una red de obispos ludópatas que se juegan las custodias a las cartas, las relaciones entre Paco el Pocero y el implante capilar de Bono, las profecías de Nostradamus, las bragas de Belén Esteban, el sabotaje a los pozos de petróleo de BP y el idilio secreto, para consternación de la ONU, entre Ahmadineyad y la Duquesa de Alba, que ha dejado a su novio actual por poco marchoso. En el último capítulo Bin Laden avisa de que sus agentes secretos tienen minados el Museo del Prado, el MOMA, el Ermitage y la Basílica de San Pedro, que serán destruidos si no se le entrega en mano la receta secreta de la Coca-Cola y se le deposita en un barco especialmente habilitado para ello en aguas del Índico diez mil jamones de Jabugo indultados por el Corán. La ratificación del acuerdo ha de hacerse entre su hermano gemelo y la reina Isabel de Inglaterra, como jefa de estado más veterana de Occidente, y tendrá lugar en el balcón donde asoma el Papamoscas de la Catedral de Burgos. Pero una maniobra maestra de Alba Gómez y su colega del Mosad –que no podemos adelantar por no destripar el best seller – disfrazados ambos de intrépidos canónigos, da un giro imprevisto al argumento. Las cosas cambian,  se salva el mundo y La sangre de Malco acaba batiendo todos los records de ventas de libros conocidos hasta el momento.

Por cierto, el título hace referencia al incauto que, según el Evangelio de san Juan, desorejó san Pedro cuando las turbas pretendieron asaltar al Maestro en el Huerto de los Olivos. Enhebrar ese pasaje en el relato le costó lo suyo, pero Sergio Onday ya sabía que, aunque estamos en un mundo descreído y más bien laico, cualquier toque bíblico vende mucho, y purifica los réditos del pelotazo editorial.

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Para ese logro, Sergio tuvo que pasar una última y dolorosísima prueba. Tuvo que aceptar la tortura de ir tres tardes a firmar ejemplares del novelón en la caseta que la editorial había instalado en la Feria del Libro de Madrid. Como en todos los verdaderos éxitos editoriales, el boca a boca tardaba en calar, y la primera tarde fue un bochorno para el autor. Instalado en esa especie de microondas que es una caseta al sol furioso del junio madrileño, Sergio se vio igual que, cuarenta años atrás, había visto él a los animales salvajes de la cercana y ya desaparecida Casa de Fieras. La multitud pasaba ante aquel infeliz cabizbajo y de mirada perdida y le contemplaba extrañada, como si se tratara de uno de aquellos dromedarios o elefantes aburridos que habitaban en el primitivo zoológico del Retiro. Ni un solo lector compró un ejemplar o le pidió una firma.

La segunda tarde no fue mucho más halagadora. A la hora de ostracismo penoso, que él aliviaba siguiendo las evoluciones de un moscardón muy aficionado, al parecer, a las letras, sufrió un golpe de calor del que tuvieron que asistirle los del SAMUR. Una vez repuesto, sólo cuatro personas se le acercaron. La primera le preguntó si sabía donde firmaba Antonio Gala, la segunda si sabía dónde firmaba Alfonso Ussía, la tercera si dónde quedaba la caseta de Arturo Pérez Reverte y la cuarta si no le servía de molestia indicarle dónde quedaba el urinario más próximo.

Pero antes de la tercera y última tarde, ocurrió una de esas extraordinarias conjunciones astrales que le funcionan a todo el mundo, menos a Leire PajínLuis María Ansón le había dedicado a Sergio Onday una de esas encendidas cartas abiertas con las que pontifica desde su periódico amigo, Juan Cruz había elogiado con inusitado entusiasmo la novela en Babelia, el ministro Pepín Blanco, a la sazón, la gran esperanza del mismo color para salvar a su partido, confesó que era su lectura de cabecera para aliviar el stress de poder, Almudena GrandesBoris Yzaguirre no tuvieron inconveniente en reconocer que la novela les ponía, monseñor Rouco amenazado con excomulgar a los lectores de semejante aberración, el director  de la Alianza de Civilizaciones había lamentado en nota de prensa una publicación que podía herir la sensibilidad de los pueblos árabes y, finalmente, un apasionante reportaje televisivo titulado Cuando la Roja no juega revelaba que en las mesillas de noche de XaviCasillas, Fernado Torres y Villa, concentrados ya para el Mundial de Sudáfrica, destacaba un ejemplar de La sangre de Malco.

Se agotó la edición de la novela. Se agotaron también treinta ediciones más. Y antes de que Sergio Onday fuera internado en una clínica por el  agotamiento propio del autor con síndrome de éxito, la editorial le arrancó un compromiso al que él sólo tuvo que añadir unos cuantos ceros.

-Lo que quieras, lo que pidas- le rogó el director-Pero escribe otro libro para volver a firmar con nosotros en la Feria del Libro del año que viene.

-De acuerdo –musitó con voz débil antes de que se lo llevaran los camilleros- Siempre que me dejéis escribir lo que quiera y editarlo a mi gusto.

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El fenómeno de la Feria del Libro del año siguiente, fue, naturalmente, Sergio Onday, convertido ahora en el Stieg Larsson español. Y para cumplir su compromiso, se presentó en la caseta de su editorial el día previsto, no sin penetrar varias veces una cola inacabable que se enroscaba en torno al perímetro de la feria como una gigantesca rueda de churros. Le esperaban ya miles, decenas de miles de lectores ávidos de su firma.

El libro especialmente editado para la ocasión era un misterio. Se había empezado a propalar la especie de que Onday iba a sorprender con algo excepcional, y eso había aumentado aún más la expectación. Intuitivo para darse cuenta de que su destreza de best seller debía adobarse con guiños dirigidos a la crítica más ilustrada, aprovechó el redescubrimiento de una escritora como Carmen Laforet y de su famosa novela Nada para inspirar el título de su nuevo libro. Este sería, efectivamente, Otra nada.

En la caseta, las columnas de libros que esperaban su firma se amontonaban dejando sólo el hueco preciso para que se sentaran el escritor, su fisioterapeuta y su agente editorial. Sergio Onday fue recibido entre salvas de aplausos. Saludó, se sentó, se arremangó su camisa, tomó  una pluma estilográfica y sin dejar de sonreir abrió el primer ejemplar de Otra nada que le presentaron y comenzó su ardua tarea. Para Natalia –escribió en la dedicatoria- a la que espero sorprender con este nuevo libro que le dedico con tanto cariño…

-Muchas gracias-dijo con lacónica cortesía mientras entregaba el libro a la primera afortunada de la cola.

Nadie de entre sus miles de fans allí congregados se había percatado de que los ejemplares de Otra nada que firmaba Sergio tenían una peculiaridad  característica de las ediciones antiguas. Estaban  impresos en cuadernillos sin abrir plegados en cuarto, como había sido capricho de su autor. Cuadernillos intonsos, como, con más propiedad, dicen los encuadernadores y como contaba él en aquella  su primera novela que no le quisieron publicar.

A pesar de ello, la gran mayoría de los compradores se retiraron encantados de su compra. El libro apenas les interesaba, pero estaban convencidos de que la firma de Onday era en sí mismo un documento de inmenso valor. Los pocos audaces que se aventuraron a abrir los cuadernillos con un abrecartas –esta vez afilado- tampoco se vieron defraudados. Aunque las páginas aparecían en blanco, sin una sola letra impresa, y  aparte del título y de la dedicatoria manuscrita  no había en ellas nada que leer, el libro respondía a lo prometido por su autor. Incapaz de fallar a los que le habían encumbrado, Sergio Onday acababa de añadir otra nada más a la historia de la literatura.

El síndrome QPA

cherubini_

A menudo, uno se pregunta con cierto desasosiego: ¿qué pinto yo aquí?..

El sedicente filósofo Valdovino de Los Yébenes, harto de que los maestros  clásicos le hubieran pisado el terreno especulativo en los grandes incógnitas del pensamiento humano, preparaba una ponencia sobre Minucias que propician la Angustia Existencial. El propio nombre de minucias excluía el pesimismo, tan machacado por Schopenhauer, y la naúsea de Sartre. Quedaba muy poco académico, pero en realidad se trataba de insignificancias, percepciones de finísimos matices, naderías, vulgo chorrradas: pequeñas circunstancias que cuando se viven no le impulsan a uno a precipitarse por el Viaducto, meterse una infusión de lisérgicos o hacerse el harakiri con el cuchillo jamonero, sino a pasar un mal rato posiblemente evitable. Jó, qué marrón es filosofar.

Lo más trabajoso no era enumerar esos pellizcos de desasosiego íntimo, sino jerarquizarlos. Soportar el vuelo de una mosca a nuestro alrededor mientras estamos a punto de sucumbir a la siesta, y no sabemos, por tanto, si aterrizará en nuestra nariz o elegirá otro rumbo y nos dormiremos. Qué horror. Sentir que una persona  apreciada por nosotros  nos quiere hacer una confidencia muy, muy cerca, sin saber que le huele el aliento. ¿Es peor o mejor que aquello? Ver que se te escapa el autobús mientras un ciego reclama justo esos treinta segundos que necesitas para que le ayudes a cruzar la calle. ¿Cómo decidir correctamente? Engullir una croqueta exquisita  a mediodía, cuando suspiras por ese preciado manjar, y morderse la lengua de la manera más tonta. ¿Cabe más desatino? Descubrir un moco asomando por la nariz de esa cara que, hasta que te acercas, deseabas besar ardientemente. ¿Qué es más angustioso?-se preguntaba Valdovino. ¿Qué más estúpidamente molesto para el alma que quiere vivir serena?

-Pues no te pierdas el Síndrome QPA- le dijo el Duende a Valdovino mientras, después de mojar el dedo en el café, escribía una gran interrogación sobre el mármol del velador.

-Cuéntame, cuéntame los síntomas-inquirió el pensador mientras sacaba su libro de notas.

-Verás…Yo escribo en MARCA. Podría escribir en una revista de poesía, en el Calendario Zaragozano o en el Anuario de Actuarios de Seguros, pero sólo MARCA se ha interesado por mis letras. Me invitan a todos los actos que organizan. Esta semana, un coloquio con Fernando Torres y una Gala Fútbol Draft 2009 en el Estadio Santiago Bernabéu. Yo no entiendo casi nada de fútbol, y no sabía qué es un draft: en el diccionario, borrador/ Llamamiento a filas. O sea, selección de jugadores jóvenes, fomento de la cantera. Voy por cortesía, sin saber a qué voy. Me reciben azafatas encantadoras y guapísimas. Me cuelgan una identificación de congresista. Me acompañan por las gradas vacías hasta el campo, donde entregan unos premios y hay una cena. Sobre el verde, mucha gente. Juveniles, entrenadores de juveniles, padres de juveniles, federativos, directivos, redactores deportivos, árbitros: no conozco a nadie. Miro a mi alrededor: nunca había visto ese inmenso coliseo desde el centro del campo. Sigo sin ver  a nadie conocido. ¿Qué pinto yo aquí? Por disimular, saco el móvil del bolsillo y hago como que llamo. Empiezan a sacar bandejas de aperitivos. El jamón está buenísimo y yo estoy hambriento. Con la misma mano que sujeta el teléfono, cojo una loncha de jamón y un piquito de pan y me lo llevo a los labios disimuladamente antes de continuar la falsa conversación. Me muero de vergüenza. ¿Qué pinto yo aquí?, me repito. Y de repente veo que todos los asientos vacíos se han llenado de madridistas que, como los romanos implacables, me señalan desde la grada coreando su sentencia con el  pulgar hacia abajo: Duende, gorrón/ ¡No comas más jamón!/ Duende, gorrón/ No comas más jamón!…

Brillaba la media luna en lo alto. Añadió el Duende que nunca se sintió más absurdo y más observado. Y Valdovino de Los Yébenes también anotó en su libreta que, en vista  de que no bajaba una Superwoman que le rescatara de tan enojosa situación, el pobre Duende, víctima sonrojante del síndrome QPA, huyó despavorido del estadio como ese defensa que acaba de romperle la tibia al ídolo local y quiere librarse de la ira de las turbas.

Terapia con la Pantoja y otros famosos

Al lado de los dolores del alma de algunos famosos, Homper se convenció de que sus dolencias eran filfa...

Al lado de los dolores del alma de algunos famosos, Homper se convenció de que sus dolencias eran filfa...

La perplejidad de Homper fue esta vez  fue saber  que padecía una rotura microfibrilar de tercio medio de vasto externo. Le sorprendió en primer lugar  tener un vasto dentro de la pierna. Eso no salía en aquel morboso hombre por dentro, esa especie de cuerpo humano desollado que le enseñaron en la clase de ciencias naturales para introducirle en la anatomía. Aquel monstruo, bien intencionado en su truculenta mudez, anticipaba el arte de Francis Bacon y daba alguna repugnancia, pero -insistía Homper- ni mentaba al vasto. Enseñaba las vergüenzas viscerales y las cuadernas de nuestra arquitectura, bastante grimosa, por cierto.

-Qué espanto-se decía-Pensar que Brigitte Bardot y Ava Gardner también están rellenas de

esa casquería tan poco fina…

Y luego le sorprendió saber que a su edad. y después de haber corrido maratones cuando era algo menos maduro, se hubiera hecho una lesión típica de futbolista. En cierta medida le hacía cierta  ilusión, pues esa sentirse como el niño Torres o como Casillas, que, de haberse casado en su día, hasta podrían ser casi sus nietos. Al pobre Homper simplemente le dolía cara exterior del muslo derecho. Así lo creía, aunque ya les digo que era el vasto.

-Nunca te acostarás sin saber una cosa más-le decía al traumatólogo- ¿Y por qué ahora, si cuando hacía mucho más ejercicio nunca me dolía nada?

-Pues ya conoce el dicho: si a partir de los sesenta te despiertas por la mañana y no te duele nada, es que probablemente estás muerto.

Cuántos mortales queremos sentirnos vivos usando y abusando de la sanidad. Viendo la legión de tullidos que concurrían en el consultorio, Homper  se preguntaba estupefacto si tendríamos tantos alifafes de pagar su cura con nuestro bolsillo. La cosa es que, aún siendo astronómico el presupuesto público para este placebo, no hay manera de que las salas de espera incluyan publicaciones del día. Las hay de caza, de pesca y, sobre todo, prensa y papel couché del corazón, pero todas retrasadas. Debí serpararme de mi marido a los treinta días, confiesa Concha Velasco hablando de ese gentleman llamado Paco Marsó. La valentía y serenidad de Cayetana son admirables, dice Carmen Tello de su amiga la Duquesa de Alba, últimamente pachucha. Que sea valiente y diga lo que dije yo un día en un plató –le reprocha Mayte Zaldívar a Isabel Pantoja-: que Julián Muñoz me ha sido infiel.

-Jeús, cuánto sufrimiento-pensó Homper.

Y se quedó perplejo imaginando que quizás esas revistas estan ahí para que, comparándolos con los del alma, minimicemos los dolores del cuerpo y ahorremos dinero a la exhausta hacienda pública.

Suicidio en la Champions

Ya hay que ser melón para no pponer a un futbolista como Forlán cuando se quiere ganar un partido...

Ya hay que ser melón para no poner a un futbolista como Forlán cuando se quiere ganar un partido...

Mientras el Barça y el Villarreal celebran felices sus éxitos en la Champions y su buen fútbol, el Tribunal Supremo de Cagadas Futbolísticas de Madrid (en adelante TSCFM) discute quién es más culpable: si el Madrid o el Aleti, si Juande o Abel,  si Mijatovic o García Pitarch, si Boluda o Cerezo.

También discuten sobre quiénes son más ingenuos, si los hinchas merengues o los adictos a la Frustradina al  Ácido Súfrico y al Resignadol, drogas atléticas. El fútbol es una fábrica constante de fuegos de artificio. Traerán a un nuevo crack, cambiarán al entrenador y el forofo triturado por la  crisis, la hipoteca, el paro, el colesterol, los suspensos de la nena  y el vecino de arriba -batería de Gangrena Total- volverá a creer en su equipo. Craso error. Los del Liverpool cantan orgullosos que nunca caminarán solos. Los de Madrid podemos cantar lo mismo. Nunca caminaremos solos, porque nos guían demasiados visionarios.

Antes de emitir su fallo, el  TSCFM  analizará las pruebas. En contra del Madrid hay torpeza manifiesta en los fichajes y prodigalidad galáctica con ostentación y alevosía. En contra del Atleti las últimas pruebas obran supuestamente en el contestador automático del club, que a partir de las 20´45 del pasado miércoles registró estas llamadas: 1ª. Agradeçimento do presidente do Oporto por la no alineaçao de Forlán. 2ª. Llamada de una tía de Raúl García: ¡Abel, por tu padre, sienta a Raulín si hace falta, pero saca a Forlán!. 3ª Llamada de la madre del portero del Oporto: Eu reconozco a caballerosidade de Abel por ñao quere amargar a vida a mi criança. Obrigado. 4ª Llamada de la peña Atléticos Pasmaos: Abel, macho, ¿te acuerdas de que hay que ganar para clasificarse, y de que Forlán es el máximo goleador del equipo?. 5ª Llamada de Gilipollas sin Fronteras  proponiendo la suplencia de Forlán como Gilipollez del Año. 6º Llamada de Juande Ramos: Gracias, colega, por dejar que no me coma solo el marrón. Y así sucesivamente.

El fallo de la corte suprema se presenta difícil, pero probablemente se decante por el Atlético de Madrid. Lo del  Madrid en Anfield fue un una catástrofe, pero enfrente había un equipo que hizo un partido glorioso. El episodio tuvo tanto de tragedia para los que iban a «chorrear» en Liverpool como de gesta para un los que apostaron por el poderío del fútbol inglés, tan poco sofisticado, pero tan elocuente cuando explota. Ver llorar a Casillas es duro, y más por la asombrosa inoperancia de sus compañeros. Pero cuando has tenido enfrente a Gerrard, a Torres, a MascheranoXabi Alonso en estado de gracia  hay al menos alguna excusa.

El partido de Oporto en cambio fue un horror donde ganó un equipo asequible. El Atleti sólo hubiera tenido que jugar la mitad que frente al Madrid para pasar a cuartos, porque evidentemente Helton no es san Iker. Pero este club «agilado» y «acerezado» cuando acaricia el éxito siempre saca un conejo envenenado de la chistera para pifiarlo. Abel, que parecía sensato, sufrió un ataque de megalomanía y quiso reinventar el fútbol. Sentando al portentoso Forlán, que fue el mejor el sábado, regaló medio partido al Oporto.

¿Qué virus le atacó? A Fernando Daucik,   «mister» del Atlético de Bilbao en 1956, le dio una ventolera parecida y puso al portero Carmelo de delantero centro. Fue destituido. Mi amigo Amado, camarero en el bar de  la Universidad Carlos III que, como es lógico, destila mucho saber y es colchonero, no replanteaba ayer el enigmático por qué somos del Atleti, cosa que no entiende ni Dios. Sino por qué nuestro equipo, como quizás también el Madrid, se ha suicidado en la Champions apuñalando al más elemental sentido común.  


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