El «destroyer» del Meccano

Esos niños puñeteros que disfrutaban destruyendo lo que se tardaba tanto tiempo en montar...

Qué agradables, las tertulias. Los años no habían hecho mella en ellos. Una vez a la semana, se reunían en un bar de la Zona Húmeda: vino del Bierzo, cecina y una conversación amena y distendida. La familia, el fútbol, quizás los toros. La vida plácida, pero achacosa, del jubilado. La situación política, los recuerdos acumulados durante toda una vida. Aquel día polemizaban Alfredo, ingeniero retirado apasionado por todo lo que se llama infraestructuras, y Antonio, abogado que aún se resistía a colgar la toga.

-Poca cosa, ya sabes –precisaba- Algún asunto sencillo. Y, de vez en cuando, un artículo que me piden para la Revista Hipotecaria. Mi bisnieta me pregunta qué es eso, y yo no se cómo explicarlo…

El tono general de la tertulia, que era inesperadamente optimista para la edad media de los tertulianos, había evolucionado últimamente por culpa de Antonio.

-Aquí la gente no se da cuenta del roto que está haciendo el chico de Rodríguez.

-No jodas, Antonio –le decía Alfredo- Si este muchacho es un chollo. Tú, que eres un chinche con la historia esa de la arquitectura legal.

-¡Coño con la arquitectura legal!- interrumpió Antonio.

-Sí, la arquitectura legal…El rollo ese que sueltas últimamente…¿Sabes qué piensa la gente?…Que a vivir, que son dos días…Y el que venga detrás, que arree…Políticos que faciliten las cosas, que para cabronadas ya hace bastantes la vida.

-Parece mentira que seas ingeniero. El cerco a los jueces por el asunto Garzón, la Constitución en entredicho, el Estatuto de Cataluña a capricho, el Tribunal Constitucional, la inacabable sentencia…Todo debería de encajar perfectamente.

Antonio hablaba como un teórico. Pero de vez en cuando citaba ejemplos con los pies en el suelo.

-Queremos que España sea como esos muebles de IKEA,  que por una arandela defectuosa o un agujero mal taladrado se resisten a ser montados. Y claro, no sale. No sale porque las piezas no encajan. Ya pueden tornear el eufemismo, y hacer plastilina de las leyes, pero lo que se pretende, sencillamente, no encaja en ellas.

-Qué cenizo eres, Antonio.

-¿Cenizo?… Otra cosa es que ahora,  por seguir vendiendo la utopía, todo hay que relativizarlo y tomárselo a chacota.  Pero los utopistas iluminados no tienen ni puta idea de manejar la llave inglesa. ¿No te acuerdas de lo que hizo con tu Meccano?

Y Alfredo, que le quitaba hierro al asunto, y que se hartaba de predicar las maravillas del plan E y los avances en infraestructuras del chico de Rodríguez, se quedó pensativo. Guardó unos segundos de silencio.

-¿Era él?…

Era él. Alfredo se acordó de una tarde, hacía más de cuarenta años, cuando aparecieron de visita en su casa precisamente los Rodríguez. Iban con el niño, que sonreía mucho y parecía muy educado. Mientras preparaban le merienda, el niño se escapó y entró en el despacho contiguo, donde Alfredo, para inyectar a sus hijos la misma pasión por la ingeniaría que el había sentido siempre, exhibía orgulloso un montaje del Puente Colgante de Bilbao construído pacientemente con las piezas del viejo Meccano que aún conservaba de su lejana infancia. Cuando la merienda estaba lista se escucharon unos golpes metálicos que venían del despacho.

-Joselín –gritó la señora de Rodríguez- ¿Dónde estás?…

El ingeniero Alfredo saltó como un resorte. Corrió  a su despacho y ahí encontró al chico de Rodríguez. Aún tenía el martillo en la mano cuando con esos ojos de Muñeco Diabólico, coronado uno de ellos por la ceja circunfleja, y una sonrisa beatífica de angelito barroco, mostraba orgulloso el amasijo de hierros en que había quedado convertido eel montaje del ingeniero.

-Nene gusta destrozar Meccanos –dijo candorosamente.

Y Sergio comprendió ahora que su amigo Antonio tenía razón. Ya  entonces la criatura apuntaba maneras…

6 Respuestas to “El «destroyer» del Meccano”


  1. 1 José Ramón abril 19, 2010 a las 12:26 pm

    A poco que pudo mandar, el nene prohibió los Meccanos, que eran muy difíciles de armar y muy discriminatorios con las personas (y los personos) torpes. Implantó el principio de igualdad, por el que todos y todas teníamos que ser igual de torpes y de torpas, y sólo permitió jugar con cubos de plástico (o de plástica) de 5 x 5 x 5 cm3.
    Y si alguien (o alguiena) aun así no era capaz de construir nada, pues mejor. Se le ayudaba, se le subvencionaba y se le promocionaba. Que construir es un poco fascista.

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  2. 2 Zoupon abril 19, 2010 a las 5:48 pm

    No estoy seguro de que al Barrio Húmedo se le llame Zona Húmeda, en todo caso si se va por allí hay que parar en «La Bicha» (si hay sitio), bar donde yo he visto a tiarrones hechos y derechos llorar como niños al probar la morcilla.

    La pena es que el chico de los Rodríguez (no confundir con Calamaro) no ha soltado el martillo desde aquella ocasión. A ver si hay suerte y se pega un martillazo en la cabeza que lo devuelva a la realidad.

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  3. 3 Julio abril 19, 2010 a las 10:01 pm

    ¡Caray,con el nene! ¿O sea que ya desde pequeño, se le veían maneras?

    «-Nene gusta destrozar Meccanos…»

    ¡Vaya si le gusta! Pobre ‘puente’. Menudo mosqueo se van a coger los de Bilbao que ya no podrán cantar aquello: «No hay en el mundo puente colgante más elegante que el de Bilbao»

    Un puente tan ‘elegante’, desvencijado (¡Una pena!)

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  4. 4 maribel abril 20, 2010 a las 6:43 am

    Zoupon estoy de acuerdo contigo en que haber si se equivoca y se parte la cabe za porque con lo bien que se le da ..lo va a destrozar todo…saludos….MAÑANA EMPIEZAN LAS FIESTAS DE MOROS Y CRISTIANOS EN ALCOY!!!!!!!

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  5. 5 Charivari abril 20, 2010 a las 10:07 am

    Igualados en la ignorancia y en la vulgaridad, ¿ese era el catón del angelito de los Rodriguez?

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  6. 6 Pedrito abril 20, 2010 a las 12:00 pm

    ¡ Que bien te ha salido el cuento ! La próxima vez, piensa en la Patria y en tus pequeñas nietas. ¿ Haciendo que Alfredo, en un justo achaque de ira, cuelgue el muñeco diabólico del puente … o que se le escape
    desdichadamente el martillo y le de certeramente en toda la ceja al niñato este ?
    En fin, cerrar el cuento con una nota de optimismo, una moraleja honesta que levante un poco los ánimos al lector
    ¿ No te parece ?

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