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Transgresores tardíos

eINSTEIN1

Aquella mañana Homper se encontró por la calle a un compañero de colegio. Se llamaba este Abelardo García de la Fuente, pero todos en la clase le llamaban Probo, pues aparte de ser perfecto en  su Conducta era también el número uno en  Aplicación. O sea, un repugnante empollón y un niño modelo, como se decía entonces. Se saludaron, se intercambiaron sus coordenadas actuales, se preguntaron por su salud, Probo pasó revista a sus hijos y nietos, le dieron un repaso a la actualidad, mientras que Homper le ilustró sobre su entretenida soledad. Y en estas estaban cuando el amigo de la infancia le escopetó una propuesta sorprendente.

-Oye, Hom…Por lo que veo tú también has acabado siendo un hombre de orden. ¿No te apetecería perder por una vez los papeles y transgredir un poquito?

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Mientras andaban juntos Probo le enumeró los sacrificios que le había impuesto su educación, y que él había soportado entonces creyendo que no había otro camino para ser un hombre de bien y de provecho.

-La lucha por la última croqueta, ¿te acuerdas que te lo dije un día?…La mía era una familia numerosa, la lucha por la supervivencia. Todos deseábamos alguna de las croquetas sobrantes después de las cuatro de ración que nos servían por cabeza. En ese momento hubiera dado mi vida por alargar la mano llevarme al plato una de ellas, pero yo era el mayor, y  mis padres me habían inculcado  la idea de que había que pensar en los demás y dar ejemplo. Y nunca, nunca, ni una sola vez en mi vida me decidí a quedarme con la última croqueta…¿Crees que alguno de mis hermanos me lo ha agradecido alguna vez?

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Cuando Homper elaboraba su propia reflexión moral sobre la actitud que debe adoptar el hombre de bien ante la última croqueta, Probo le largó otro dardo para el pensamiento.

-A veces me dan ganas de subirme a un trono de un palacio real atestado por las primeras autoridades del reino y tirarme un pedo estruendoso, ja, ja. De esos que parecen la traca final de la mascletá, ya sabes…

Homper no daba crédito a lo que escuchaba.

-¿Mande?…

-Lo vas a entender. La primera vez que se me escapó uno en la camilla de casa, cuando todos reunidos escuchábamos a Gila por la radio, mi madre me encerró en el cuarto de baño toda la tarde. A mí me pareció una injusticia, porque el abuelo se peía a menudo por el pasillo y se quedaba tan fresco. Se lo dije a mis padres: el abuelo también se tira pedos, y no le decís nada. Ellos me explicaron que el abuelo era un anciano, que no controlaba su cuerpo y que había que perdonarlo. Yo traté de explicarles que un pedo impaciente es un pedo impaciente, pero ni caso. Has de ser educado, me repitieron una y mil veces.

-Probo, tenían razón, entiéndelo…

-Lo entiendo, pero ahora ya tengo casi la edad que tenía entonces mi abuelo, y entonces no me entraba en la cabeza lo de pasarlo mal aguantando… Toda mi vida he sido como Dios manda. Eso, probo, como me decíais en el colegio: en casa, en la universidad, en el ministerio, con mis familiares y amigos, con mis vecinos… Creo que ha llegado el momento de la justicia reivindicativa. Ahora que hacer lo que le peta a uno es un ejemplo de ciudadanía aplaudido por muchos…¿por qué no tirarme el gran pedo de mi vida con ostentación y, a ser posible, con las cámaras de Tele 5 en directo retransmitiéndolo para Eurovisión?

Y se echó a reír como un chavalín después de hacer una trastada.

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-A menudo sueño que voy andando bajo la lluvia y me meto en todos los charcos –continuó relatando Probo- Los pateo feliz, no me importa nada que se me mojen los pies, chapoteo como un pato, y no pienso en lo que pasará cuando salga de ahí y tenga que volver a casa con los zapatos chorreando. Me siguen decenas de niños haciendo lo mismo, como si yo fuera un flautista de  Hamelin de los jaimitos. Alrededor de los charcos, nos miran espantadas nuestras madres. Pero no pasa nada, porque están amordazadas y atadas a los troncos de los árboles que flanquean nuestro camino de la felicidad…

Homper se rascó la cabeza, buscando una moraleja como si fuera un ajo de sabiduría nacido en su sesera.

-Pretendían nuestro bien, aunque a nosotros nos costaba entenderlo. Y tal vez hubiera sido mejor no creer nunca que lo que más nos gustaba fuera malo para nadie…

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¿A ti no apetecía nunca rebañar con el dedo la cacerola donde tu madre hacía la crema pastelera y chupártelo luego?

-No me dejaban-respondió Homper- Decían que no se rebañaba con el dedo, que para eso estaban los cubiertos de madera.

-No valían, no eran tan perfectos como el dedo, que se llevaba toda la crema pegada a la pared de la cacerola. Ni siquiera había entonces en las cocinas esa espátula de goma  tan práctica que hay ahora. Y a mí me gustaba rebañar la crema pastelera o el chocolate de la tarta de chocolate con el dedo, pero no me dejaban…¿Habría sufrido la humanidad porque yo lo hiciera?…No. ¿Habría sido yo un niño más feliz?…¡Sí! Entonces ¿por qué me lo prohibían?

Homper asintió con la cabeza al tiempo que abría  los brazos hacia el cielo buscando una respuesta a lo imposible.

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-También me tenía que haber plantado ante don Agripino –prosiguió Probo- La Primera vez que me ordenó que me quedara durante el recreo en clase, y me dijo que le enseñara mi cuaderno de dibujo le tenía que haber dado una patada en la espinilla y después salir corriendo Aquí, aquí, súbase al estrado, me indicó el muy cabrón tras rodearme con el brazo y acercar su cara mal afeitada a la mía al tiempo que me metía la mano por la pernera del pantalón corto y me tocaba el culo, como me habían contado entonces que les gustaba hacer a los maricas. Me daba asco oler su aliento a vinazo y sentir su mejilla contra la mía como si fuera el rascador de una caja de cerillas, y más asco todavía soportar sus caricias mientras yo trataba inútilmente de que mirase los dibujos que le presentaba en mi cuaderno. Pero también me daba miedo rebelarme. Me habían enseñado que había que respetar a los maestros, y aunque sospechaba que lo de don Agripino no era lo previsto, no me atreví  a llamarle bujarrón y a mandarle a la mierda.

Homper detuvo el paso como para recuperar el resuello y suspiró.

-¿Por qué habremos sido tan inocentes?- preguntó Homper en

-O tan tontos –matizó Probo.

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-Pensaba eso  cuando ví que el niño de Amarcord le toca las tetas a la estanquera y no le pasaba nada –insistió Probo mientras cogió a Homper del brazo y reanudó la marcha- Se supone que el chaval es el propio Fellini recordando su infancia, pero podía haber sido después obispo o primer ministro en lugar de director de cine, y al mundo y al Cuerpo Místico les hubiera dado igual…

-Cierto –subrayó Homper- El mundo y el Cuerpo Místico tenían otras cosa más importante en qué ocuparse.

-Pues eso, no hay derecho en que nos educaran para ser hombres buenos. Yo me pasé toda la infancia yendo a comprar pan a la tahona y fijándome en el escote de la panadera, que estaba buenísima. Te cobraba la pistola, la fabiola y la barrita de Viena, pero sus vistas canalillo abajo eran gratis. Durante los primeros años me conformé con mirar aquel espectáculo sin disimulo, y ella me sonreía y me hacía ojitos. Luego pensé que había que pasar a la acción, y durante un par de años estuve haciendo cábalas sobre si lo procedente era abordarla directamente contra la pared, como en las películas, o preguntarle antes algo así como ¿no le importaría que le tocara las tetas?…Pero acabé la carrera, entré en la administración, salí de casa, me casé, fundé una familia, me convertí en un ciudadano de esos que llaman ejemplar y no volví por aquella panadería. ¿Crees que en el más acá o en el más allá alguien me va a premiar haber sido tan contenido?

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-Ahora ya no me siento animado para hacerme delincuente de cuello blanco, aunque me asegurasen que me iba a indultar el gobierno. Ni para ser político autonómico y pasarme por el forro de las pelotas las sentencias del Tribunal Constitucional. Ni para engañar a los pobres ahorradores ignorantes ofreciéndoles preferenciales y salir de rositas. Ni para chantajear a la democracia amenazándola con matar si no se hace lo que me viene en gana. Estoy desanimado incluso para destaparme como indignado tardío, y sumarme a uno de esos escraches, que dicen ahora…Es tarde hasta  para hacerle un sinpa de una bolsa de panchitos a un chino y mearme en los cubatas de los del botellón del viernes, otros que se aprovechan de que la trasgresión está bien vista. Pero no será por falta de ganas, porque toda la vida de probo no se puede aguantar, ya te digo…

-Te entiendo, te entiendo, Abelardo –por primera vez le llamó por su auténtico nombre- Oye, y hablando de otra cosa…¿Cómo andas de colesterol?

-Fatal…Yo creo que el régimen que me han impuesto es lo que ha terminado de agriarme la leche que tengo. ¿Y tú?…¿También a verduritas?

-Como casi todo hombre de orden a una cierta edad. Y sigo la dieta a pie juntillas.

Al doblar una esquina les dio en la cara una ráfaga de olor a huevos fritos con chorizo que venía de una tasca cercana, y a los dos viejos amigos se les iluminó la cara.

-Oye Homper, es casi la una y al menos a mí me está entrando el hambre- dijo Probo mientras su mirada apuntaba al origen del embriagador aroma-¿Y si al fin transgredimos un poquito?

Tras unos minutos de meditación Homper dio su consentimiento. Así que ambos entraron en la tasca y se despacharon una ración de jamón ibérico, otra de queso y un plato cada uno de huevos fritos con chorizo con media hogaza de pan para rebañarlos bien. Y seguramente durmieron luego la siesta con la autoestima subida por  haber sabido acomodar su virtud a las debilidades y corruptelas que aconseja la vida moderna.

El joven Nacho de la Mata, un inmortal que supo estar ahí

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Pongamos que me llamo Habib. No les voy a aburrir contando por qué estoy aquí. Todo lo de mi país es mucha miseria, mucha hambre, mucha pena. Por eso vinimos a España en una patera. No todos: muchos de mi familia no llegaron vivos.

Este era otro mundo, donde a los niños decían que se nos iban a solucionar la vida.. Es lo que dicen, y la gente se lo cree, o al menos se lo creía. Aquí todos decían que iban a ser muy buenos con los menores como yo, al menos al principio A mí casi se me había olvidado lo que sufrimos en mi país, porque me daban comida y ropa, me enseñaban, y me dejaban jugar con otros niños, y estaba contento. Pero un día escuché que se acababa lo bueno, que estorbábamos, y que nos iban a repatriar. Repatriar decían, sí, que en realidad quiere decir vuelta a la miseria, al hambre. A la mierda. Y entonces, como en las películas, me escapé del centro.

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También como en las películas, me cazó la policía. Que si no tenía edad, ni padres, ni papeles, ni perrito que me ladre. Un señor serio con corbata y cartera me enseñó un papel y me dijo me iban a repatriar, aunque uno de los policías que le acompañaba aclaraba que me mandaban a tomar por saco. Yo les dije que no quería, claro, ni lo uno ni lo otro, pero ni caso. Me subieron a un avión y no lo pude evitar, pero las piernas me empezaron a temblar y me eché a llorar.

Ya iban a cerrar las puertas para el despegue cuando entró otro señor con un papel, habló con el comandante del vuelo, este me señaló, me quitaron el cinturón de seguridad y me dijeron que me bajara del avión. Fu, qué alegría. A nuestro Alá aquí le llaman Dios, y de él dicen que escribe recto, pero con renglones torcidos. Muchos y muy torcidos, jo, a veces demasiado para creer que es tan bueno como lo creemos. En realidad no se si Dios o Alá son lo que dicen que son. Pero de lo que estoy seguro es que hay personas encargadas de enderezar los renglones para que Dios, o Alá, escriban bonito.

Una de esas es la que consiguió que me bajaran del avión. Se llama Nacho.

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Pongamos que soy Nacho. Soy abogado. Como mi padre es abogado del estado y mi abuelo también lo fue, intenté seguir su camino. No lo conseguí, pero tampoco lo lamenté. Saqué un Bachelor en Business Administration en Inglaterra, trabajé en dos despachos de campanillas en Londres y en Madrid, pero acabé encontrando mi razón de ser en el derecho desde que empecé a colaborar como voluntario en la Fundación Raíces, dedicada a la lucha contra la drogadicción. Conocí a Lourdes, psicóloga, muy volcada también en la acción social. Nos casamos. Y ambos orientamos nuestras respectivas profesiones a ayudar a los que más lo necesitan. Poco a poco nos centramos en menores inmigrantes.

En 2003 supimos que muchos de ellos escapaban de los centros de acogida por miedo a ser repatriados. Acogimos a algunos de ellos en nuestra propia casa para que no se quedaran en la calle y tomamos contacto con el problema. Un día, a las cinco de la mañana, recibí una llamada diciendo que se estaban llevando a Habib a Marruecos. Colgué el teléfono, salí corriendo a los juzgados, conseguí un habeas corpus en el de lo penal, y a continuación en el de lo contencioso interpuse una medida cauteladísima contra la orden de repatriación. Tuve suerte: el juez adoptó la medida y ordenó que bajaran a Habib del avión. También me salió bien la lucha por Alma, aquella niña de quince meses a la que separaron de su madre de la residencia donde estaban acogidas porque aún era lactante y el juez de guardia así lo consideró oportuno. Peleé con el juez, y al final logramos que el IMMF rectificara y Alma volviera con su madre. Tuve suerte de saberme bien los entresijos de la justicia: si alguien viera mi expediente de Derecho, descubriría que fui un estudiante normal, pero que precisamente obtuve mi única matrícula en Derecho Procesal.

Claro, suerte fue igualmente que entonces nuestra hija pequeña también fuera lactante, y que Lourdes me insistiera en la importancia de no separarla de su madre. Y tuve más suerte que nadie con Lourdes, caramba, la horma de mi zapato. Pertenece a una familia que le podía haber dado una vida más que acomodada y fue la primera en asomar la cabeza fuera, al mundo de los necesitados, y comprometerse ella, como psicóloga, y a mí, como abogado en hacer lo posible por ayudarles. Costará creerlo a quien llegue al final de este cuento, pero he sido un hombre de una inmensa suerte.

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Pongamos que no conocía a Nacho de la Mata Gutiérrez personalmente. Soy amigo de su tío Carlos, también abogado del estado, y, a través de él, quizás fuera uno de esos personajes que en su familia seguían en el orden de afectos a los parientes. O sea, detrás de estos estaban los amigos íntimos, los amigos, los vecinos y, finalmente, los conocidos. Pues bien: soy un conocido que guarda particulares simpatías por la familia de la Mata. Entre otras cosas, porque hace medio siglo siempre nos ponían como ejemplo a familias así: padre de buena carrera, madre atenta y gobernadora, gente con principios, prole numerosa bien educada y con un gran sentido de responsabilidad ante la vida. De esa casta salieron: arquitectos, registradores –uno de ellos ministro de Sanidad, que luego fue presidente de la Cruz Roja, Enrique de la Mata Gorostizaga-,abogados del estado y Lourdes, la pequeña, que no se qué carrera hizo, pero que en determinados momentos me llamó más la atención que Carlos, mi amigo. Por razones obvias a los veinte años.

Con Carlos, con Ramón, y hasta con Enrique y con Nacho, el padre del protagonista de este post, jugaba yo al fútbol los domingos en el prado de una finca de Villalba que llamaban Suertes Nuevas, hoy convertida en una urbanización de apartamentos. También jugaban otros amigos como Eduardo Serra, Víctor López Barrantes, Carlos Navarro y los gemelos Menéndez. Todos veraneaban ahí cuando en este pueblo pastaban las vacas y aún se abastecían de su aire los pulmones de Madrid. Yo era muy malo, pero entusiasta, al contrario que mi amigo Carlos de la Mata, que se creía Beckembauer, y sacaba el balón jugado desde atrás muy seriamente, Antes de ser abogado del estado ya tenía gesto de mariscal de campo.

Uno vuelve la vista atrás de vez en cuando para constatar que no veinte, sino más de cuarenta años, son más nada aún de lo que canta el famoso tango. De repente deja uno de verse con la mayoría de amigos y cuando se los reencuentra no somos capaces de dar una patada a un bote, pero para compensar a lo mejor hemos tenido un hijo excepcional. Tempus fugit. No siempre para mal. Ahora los abuelos somos muy críticos con la juventud actual, pero gran parte de ella nos mejora.

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Pongamos que soy Lourdes, y que me enamoré de aquel joven abogado, y que nos casamos. Y que en el viaje de novios recibimos el primer aviso serio de lo que luego iba a ser nuestro tormento, y a la postre, por paradójico que pueda parecer, nuestra gloria. A Nacho le detectan un tumor en el cerebro, y, como si eso potenciara su afán de no vivir inútilmente, además de tener tres hijas conmigo, Nacho se vuelca de tal forma en su defensa de los menores inmigrantes desprotegidos que, además de convertir nuestro hogar en un refugio para muchos de ellos consigue que el Consejo General de la Abogacía Española le conceda el Premio Especial Derechos de la Infancia 2009.

Todo un orgullo y un ejemplo para un abogado joven que pudiéndose dedicar a asuntos más lucrativos empleó sus años de trabajo y de de lucha contra la enfermedad en defender un nuevo estatuto jurídico para el menor desprotegido. Una labor constante y sacrificada que ha sido asumida por los tribunales ordinarios y por el mismo Tribunal Constitucional. Con lo esclerótica que a veces parece la justicia en España. ¿Verdad que lo suyo parece una hazaña?

Pongamos que estoy tan orgullosa y tan enamorada de él, que aunque sufro su muerte, tan temprana, tan injusta, ni siquiera he hecho caso de aquella leyenda de que los dioses los eligen jóvenes para llevárselos al Olimpo. Quizás me pasé de melodramática en su funeral, pero tuve los arrestos de leer ante todos un escrito a Nacho que en realidad era una carta de agradecimiento, de esperanza y de amor, porque soy creyente, y se que ni los dioses del Olimpo ni mi Dios se lo han llevado. No es que crea en la reencarnación, es que las almas tan nobles y tan batalladoras como la suya están ahí, nos sobreviven a todos, jamás desaparecen.

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Pongamos que soy un hombre corriente. Un simple bloguero, y un tipo que tiene gran simpatía por su padre, el primer Juan Ignacio (Nacho para todos), y por Roselia, su madre. A Nacho padre, tan vinculado a organizaciones como UNICEF, le veía de cuando en cuando, en esas contadas ocasiones en los que a uno le llaman para animar un acto de presentación, o un sorteo benéfico, como si le quedara gracia para enderezar algo uno de esos renglones descuidados de Dios. Yo no tenía ni idea de que tuviera un hijo tan singular, ni de su terrible enfermedad, ni de su temprana muerte. Sólo supe después que había sido compañero de colegio de mi hija Isabel, y que según mi amigo Eduardo, testigo de su incineración, allí había chicos y chicas inmigrantes y jóvenes de distintas edades y colores que lloraban desconsoladamente como si el muerto hubiera sido un auténtico ídolo de masas. Y pude ver y escuchar en su funeral, en la impresionante iglesia de los Dominicos de Fisac, más llantos y gimoteos de gente de toda edad y condición que los que he sentido nunca en ninguna exequia fúnebre. Creo que ningun otro acto de este tipo me ha servido tanto para descubrir y admirar a un personaje al que no conociera directamente. Yo estaba allí para acompañar a su familia, para abrazar a sus padres y a mi amigo Carlos, y para arrimar el rescoldo de mi débil fe a una oración que el alma del joven Nacho, tan sobrada de méritos, quizás ni necesite.

Había tal gentío, y en el fondo, me sentía tan irrelevante ahí, que al final preferí ausentarme sin cumplir con el ritual del pésame. Luego no pude dejar de llamar al padre, y decirle cuánto me había impresionado la muerte de su hijo y su emocionante funeral. Todos los padres sospechamos que no hay nada más cruel que sobrevivir a un hijo. Pero hay sufrimientos que incorporan su consuelo. A Nacho y a Roselia, y valga la paradoja, les dejaron huérfanos de este gran hijo, a cambio de convertirles en forjadores de un ejemplo, autores de de una leyenda o, como mínimo, padres de de un héroe social de nuestro tiempo. Puede resultar casi una provocación decirlo ahora, pero en cierto modo son unos privilegiados.

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-Me gustaría rendirle un homenaje en mi blog- le dije a Nacho padre cuando le llamé- Si me ilustras algo más sobre lo que fue su vida no escribiré a humo de pajas…

Nacho no tardó en mandarme un jugoso “dossier”. Sin embargo, por razones que no vienen al caso, he tardado más de un mes en cumplir mi propósito. Cómo escribir un obituario con cariño, sin deslizarse por el exceso y sin caer en el tópico. Ahora, entre la documentación, contemplo una foto de mirada firme y sonrisa despejada que el entonces jovencísimo Juan Ignacio de la Mata Gutiérrez incorporaba a su currículum vitae. La foto transmite optimismo,salud, ganas de vivir y de cambiar el mundo. No mentía la foto, no.

Por casualidad, subiré este post justo después de lo que la Iglesia llama el día de los fieles difuntos. Qué ironía. A uno le da que él, esté donde esté, seguirá siendo fiel a su ideal, y por ahí, todo correcto. Pero que nadie le considere difunto, porque el tránsito de Nacho sólo ha sido una emocionante explosión de vida y de esperanza para los que creemos que esta humanidad aún puede tener remedio. Sobre todo si cunde su admirable ejemplo.

El Mundial del Estatut

La sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatuto, el triunfo de España sobre Portugal...Demasiadas emociones en un solo día

A las  veinte horas del martes 29 de junio de 2010 en la vivienda del piso 7º C de aquel bloque de viviendas Hospitalet de Llobregat se mascaba la tragedia. Mientras la señora Fernández preparaba una merienda cena para que toda la familia pudiera ver tranquilamente el partido de fútbol entre Portugal y España, el señor argumentó encontrarse mal para meterse en el cuarto de baño y echar el pestillo. A las veinte quince se presentaron los hijos, que quisieron encender el televisor. No encontraron el mando a distancia.

A medida que se aproximaba la hora de comienzo del partido cundió el nerviosismo. Nadie sabía dónde estaba el mando a distancia. Los dos hijos y las dos hijas de los Fernández abrieron todos los cajones de los muebles del salón, revisaron los sofás, dieron la vuelta a los almohadones, levantaron la tapa de la sopera de la mesa del comedor y hasta lo buscaron en la cocina. Nadie lo encontró. Por fin a la señora se le ocurrió que tal vez se lo había metido en el bolsillo su marido antes de encerrarse en el  cuarto de baño.

-¿Que no te habrás quedado con el mando de la tele?-preguntó a través de la puerta.

-Sí-se escuchó la voz ahogada –Lo tengo aquí.

-¿Que nos lo darías para poder encender la tele?-volvió a preguntar la señora de Fernández.

-No hace ninguna falta-refunfuñó- Además…¡tengo diarrea!

– ¡Ah, carambas!…¿Que no sabes que juega España y los niños quieren ver el partido?

-Diles que ya no tiene sentido ver a España, porque la nación española no existe. ¿O es que no se han enterado de que el Tribunal Constitucional ha salvado el Estatuto?

Al mismo tiempo, en el piso 11 C del mismo bloque de viviendas, el señor Barguñó, y muy a pesar de su familia, decidió que lo más importante que a esas horas se podía ver en la tele era un documental sobre la vida de los cocodrilos que ofrecían en un canal temático.

-¿Que no crees que sería más interesante ese partido que quieren ver los chicos?- preguntó la señora Barguñó ante la atenta mirada de la chiquillada.

-Non fotis, Remé-farfulló el señor Barguñó arrastrando las palabras- El Piqué, el Pujol, el Capdevilla, el Busquets, el Xavi y el Iniesta y el Villa, que aunque no son catalanes también son del Barça¡Siete jugadores nuestros en el Mundial y el Estatut no nos deja ser nación!…

Por fas o por nefas, ninguno de estos vecinos de Hospitalet de Llobregat vieron ni dejaron ver el Portugal-España en su televisor. Entretanto, sus hijos coincidieron en el pub de abajo, donde vieron el partido, tomaron unas cervezas  y, como tantos otros, celebraron juntos el triunfo de un equipo que todos consideraban suyo.

El «destroyer» del Meccano

Esos niños puñeteros que disfrutaban destruyendo lo que se tardaba tanto tiempo en montar...

Qué agradables, las tertulias. Los años no habían hecho mella en ellos. Una vez a la semana, se reunían en un bar de la Zona Húmeda: vino del Bierzo, cecina y una conversación amena y distendida. La familia, el fútbol, quizás los toros. La vida plácida, pero achacosa, del jubilado. La situación política, los recuerdos acumulados durante toda una vida. Aquel día polemizaban Alfredo, ingeniero retirado apasionado por todo lo que se llama infraestructuras, y Antonio, abogado que aún se resistía a colgar la toga.

-Poca cosa, ya sabes –precisaba- Algún asunto sencillo. Y, de vez en cuando, un artículo que me piden para la Revista Hipotecaria. Mi bisnieta me pregunta qué es eso, y yo no se cómo explicarlo…

El tono general de la tertulia, que era inesperadamente optimista para la edad media de los tertulianos, había evolucionado últimamente por culpa de Antonio.

-Aquí la gente no se da cuenta del roto que está haciendo el chico de Rodríguez.

-No jodas, Antonio –le decía Alfredo- Si este muchacho es un chollo. Tú, que eres un chinche con la historia esa de la arquitectura legal.

-¡Coño con la arquitectura legal!- interrumpió Antonio.

-Sí, la arquitectura legal…El rollo ese que sueltas últimamente…¿Sabes qué piensa la gente?…Que a vivir, que son dos días…Y el que venga detrás, que arree…Políticos que faciliten las cosas, que para cabronadas ya hace bastantes la vida.

-Parece mentira que seas ingeniero. El cerco a los jueces por el asunto Garzón, la Constitución en entredicho, el Estatuto de Cataluña a capricho, el Tribunal Constitucional, la inacabable sentencia…Todo debería de encajar perfectamente.

Antonio hablaba como un teórico. Pero de vez en cuando citaba ejemplos con los pies en el suelo.

-Queremos que España sea como esos muebles de IKEA,  que por una arandela defectuosa o un agujero mal taladrado se resisten a ser montados. Y claro, no sale. No sale porque las piezas no encajan. Ya pueden tornear el eufemismo, y hacer plastilina de las leyes, pero lo que se pretende, sencillamente, no encaja en ellas.

-Qué cenizo eres, Antonio.

-¿Cenizo?… Otra cosa es que ahora,  por seguir vendiendo la utopía, todo hay que relativizarlo y tomárselo a chacota.  Pero los utopistas iluminados no tienen ni puta idea de manejar la llave inglesa. ¿No te acuerdas de lo que hizo con tu Meccano?

Y Alfredo, que le quitaba hierro al asunto, y que se hartaba de predicar las maravillas del plan E y los avances en infraestructuras del chico de Rodríguez, se quedó pensativo. Guardó unos segundos de silencio.

-¿Era él?…

Era él. Alfredo se acordó de una tarde, hacía más de cuarenta años, cuando aparecieron de visita en su casa precisamente los Rodríguez. Iban con el niño, que sonreía mucho y parecía muy educado. Mientras preparaban le merienda, el niño se escapó y entró en el despacho contiguo, donde Alfredo, para inyectar a sus hijos la misma pasión por la ingeniaría que el había sentido siempre, exhibía orgulloso un montaje del Puente Colgante de Bilbao construído pacientemente con las piezas del viejo Meccano que aún conservaba de su lejana infancia. Cuando la merienda estaba lista se escucharon unos golpes metálicos que venían del despacho.

-Joselín –gritó la señora de Rodríguez- ¿Dónde estás?…

El ingeniero Alfredo saltó como un resorte. Corrió  a su despacho y ahí encontró al chico de Rodríguez. Aún tenía el martillo en la mano cuando con esos ojos de Muñeco Diabólico, coronado uno de ellos por la ceja circunfleja, y una sonrisa beatífica de angelito barroco, mostraba orgulloso el amasijo de hierros en que había quedado convertido eel montaje del ingeniero.

-Nene gusta destrozar Meccanos –dijo candorosamente.

Y Sergio comprendió ahora que su amigo Antonio tenía razón. Ya  entonces la criatura apuntaba maneras…

La coronilla de Ibarreche

Una de las cosas que más perplejidad le causó en su día a Homper -el Hombre Perplejo, no lo olviden- fue un ascensor del Banco Santander donde por primera vez pudo verse al completo. No fue la suya una visión tan desalentadora como la del retrato de Dorian Gray, pero tampoco precisamente agradable. Los bancos siempre deben mostrar su opulencia en cualquier detalle. Y aquel ascensor no se conformaba con espejos en las cuatro paredes, que tanto alivian el gesto de bobo serio que indefectiblemente pone el viajante de Schindler, Otis Zardoya o Thyssen. Aquel ascensor lucía además un espejo en el techo que reflejaba en sus paredes la primera visión cenital del visitante.

-Horror-exclamó Homper-¡Me apunta una coronilla como la de Ibarreche!

El lendakari Ibarreche es el más alto representante del pueblo vasco. Eso no es incompatible con su aspecto de fraile figurante en El nombre de la rosa. En esa cabeza, lo que empezó siendo una digna tonsura monacal se va convirtiendo en un casquete polar que día a día gana paralelos hacia el sur. Sin embargo, la coronilla de Ibarreche es selectiva. Se supone que, a más superficie de la misma, mayor sensibilidad para el hartazgo. Y no es exactamente así.

El Lendakari está hasta la coronilla de España, el estado, la Constitución, el Tribunal Constitucional y la rigidez de esta democracia que no permite el ejercicio del derecho de autodeterminación. Pero sin embargo no parece que su coronilla extensiva llegue a percibir los excesos del nacionalismo que dan alas a ETA. Estos siempre le sorprenden como si él hiciera todo lo posible por evitar los desmanes terroristas. Si no, algún día declararía tajantemente que también está hasta la coronilla de ETA y sus marcas blancas, le den o le quiten votos y poder en el gobierno autonómico, los ayuntamientos y las diputaciones.

Otro alopécico vergonzante como Anasagasti descubrió que los etarras eran terroristas el día que su anciana madre casi se chamusca en un autobús urbano que incendió la llamada kale borroka. Hasta entonces quizá confundía a los cachorros de ETA con los boy scouts. Y Homper tampoco lo entiende. Cuántas coronillas, tan despejadas o más que la suya, y sin embargo tan insensibles para lo que no les interesa.

Homper hace tiempo que no ha vuelto por aquel ascensor delator. Y aún sin ese testimonio visual se ha dado cuenta de que con su calvicie también avanzan los límites de su paciencia. Por eso hoy puede afirmar con absoluta seguridad que está hasta la coronilla de todos los tontos, cínicos, hipócritas y engañabobos que cuando les convienen disfrazan la suya bajo la chapela.

-Ya se que no sirve de nada decirlo-aclara Homper-Pero en días tan aciagos como hoy, al menos desahoga…

Caradura lex, sed lex

Los AlbertosCree recordar el Duende que fue otro veintitrés de febrero, fecha que ha dado mucho juego en la última historia de nuestra querida España. El gobierno de Felipe González anunció entonces que expropiaba Rumasa. En la lucha entre el huevo o el fuero, ganó el deseo de quedarse con aquél, aún a costa de burlar a éste. Parece que había razones económicas y sociales suficientes, pues el señor Ruiz Mateos no era un escrupuloso cumplidor de sus deberes, pero el método fue, según cualquier jurista, una chapuza que denigraba al derecho. De hecho, la expropiación se impuso por el voto de calidad del entonces presidente del Tribunal Constitucional, Manuel García Pelayo, un catedrático de enorme prestigio que cedió a la presión agobiante del ejecutivo para decantar la decisión del lado que, digámoslo así, convenía a los intereses generales. El buen hombre lo pagó con creces. Consciente de haber sido la pieza clave de una de esas frecuentes pedorretas que la política hace al derecho, dicen que vivió el resto de sus días en Venezuela amargado por el recuerdo de aquel veintitrés de febrero.

De entonces a esta parte, son frecuentes las collejas que la razón práctica asesta a la ley. Una de las pocas cosas que aprendió el Duende en su paso por la Facultad de Derecho es que éste se asienta en el principio de separación de poderes que enunció Montesquieu. Por una parte el legislativo, por otra el ejecutivo. Y a distancia de ambos, el judicial. Mientras no se pase, claro. Pas se la toucher avec papier de fumer, debería haber sido el complemento reglamentario para los jueces. O, dicho de otra forma, independientes sí, pero sin pasarse.

Porque de la misma manera que el ejecutivo se hace el don Tancredo cuando hay que ejecutar una sentencia incómoda -recordemos cómo silbó Aznar cuando el Tribunal Constitucional ordenó ejecutar la sentencia que declaraba ilegal el cierre por la cadena SER de once emisoras de Antena 3- el poder judicial a veces interpreta la letra o el espíritu de la ley según le peta.

Todo el mundo sabía lo que tapaba ANV, pero antes no había pruebas, y ahora curiosamente las hay. Y fue flagrante el delito de estafa que cometieron los dos Albertos de la gabardina blanca en el llamado caso Urbanor. Pero como son quienes son, aún ha sido posible encontrar un hueco en la interpretación de cuándo empieza y concluye el plazo de prescripción de su granujería para echarles una mano y librarles de la cárcel. Gran día ayer para esta pareja de ilustres empresarios. Menos bueno para el resto de los justiciables. El editorial del periódico EL MUNDO de hoy lo destaca con sarcasmo retorciendo un viejo principio del derecho romano: In dubio, pro rico, dice parafraseando aquella máxima que recomienda sentenciar a favor del reo cuando no está clara la prueba.

Y es que la justicia, como diría una vez más mi amiga doña María, también es mu correlativa. Temblaba el Duende cuando, tiernecito aprendiz de picapleitos, oía de sus maestros otra máxima de Justiniano que consagraba el riguroso, pero inexorable peso de la ley. Dura lex, sed lex, proclamaba solemne su profesor de Derecho Romano. Debió de escuchar mal. Perdida la edad de la inocencia, ahora está convencido de que lo que en realidad le querían decir es caradura lex, sed lex.


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