Aquella mañana Homper se encontró por la calle a un compañero de colegio. Se llamaba este Abelardo García de la Fuente, pero todos en la clase le llamaban Probo, pues aparte de ser perfecto en su Conducta era también el número uno en Aplicación. O sea, un repugnante empollón y un niño modelo, como se decía entonces. Se saludaron, se intercambiaron sus coordenadas actuales, se preguntaron por su salud, Probo pasó revista a sus hijos y nietos, le dieron un repaso a la actualidad, mientras que Homper le ilustró sobre su entretenida soledad. Y en estas estaban cuando el amigo de la infancia le escopetó una propuesta sorprendente.
-Oye, Hom…Por lo que veo tú también has acabado siendo un hombre de orden. ¿No te apetecería perder por una vez los papeles y transgredir un poquito?
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Mientras andaban juntos Probo le enumeró los sacrificios que le había impuesto su educación, y que él había soportado entonces creyendo que no había otro camino para ser un hombre de bien y de provecho.
-La lucha por la última croqueta, ¿te acuerdas que te lo dije un día?…La mía era una familia numerosa, la lucha por la supervivencia. Todos deseábamos alguna de las croquetas sobrantes después de las cuatro de ración que nos servían por cabeza. En ese momento hubiera dado mi vida por alargar la mano llevarme al plato una de ellas, pero yo era el mayor, y mis padres me habían inculcado la idea de que había que pensar en los demás y dar ejemplo. Y nunca, nunca, ni una sola vez en mi vida me decidí a quedarme con la última croqueta…¿Crees que alguno de mis hermanos me lo ha agradecido alguna vez?
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Cuando Homper elaboraba su propia reflexión moral sobre la actitud que debe adoptar el hombre de bien ante la última croqueta, Probo le largó otro dardo para el pensamiento.
-A veces me dan ganas de subirme a un trono de un palacio real atestado por las primeras autoridades del reino y tirarme un pedo estruendoso, ja, ja. De esos que parecen la traca final de la mascletá, ya sabes…
Homper no daba crédito a lo que escuchaba.
-¿Mande?…
-Lo vas a entender. La primera vez que se me escapó uno en la camilla de casa, cuando todos reunidos escuchábamos a Gila por la radio, mi madre me encerró en el cuarto de baño toda la tarde. A mí me pareció una injusticia, porque el abuelo se peía a menudo por el pasillo y se quedaba tan fresco. Se lo dije a mis padres: el abuelo también se tira pedos, y no le decís nada. Ellos me explicaron que el abuelo era un anciano, que no controlaba su cuerpo y que había que perdonarlo. Yo traté de explicarles que un pedo impaciente es un pedo impaciente, pero ni caso. Has de ser educado, me repitieron una y mil veces.
-Probo, tenían razón, entiéndelo…
-Lo entiendo, pero ahora ya tengo casi la edad que tenía entonces mi abuelo, y entonces no me entraba en la cabeza lo de pasarlo mal aguantando… Toda mi vida he sido como Dios manda. Eso, probo, como me decíais en el colegio: en casa, en la universidad, en el ministerio, con mis familiares y amigos, con mis vecinos… Creo que ha llegado el momento de la justicia reivindicativa. Ahora que hacer lo que le peta a uno es un ejemplo de ciudadanía aplaudido por muchos…¿por qué no tirarme el gran pedo de mi vida con ostentación y, a ser posible, con las cámaras de Tele 5 en directo retransmitiéndolo para Eurovisión?
Y se echó a reír como un chavalín después de hacer una trastada.
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-A menudo sueño que voy andando bajo la lluvia y me meto en todos los charcos –continuó relatando Probo- Los pateo feliz, no me importa nada que se me mojen los pies, chapoteo como un pato, y no pienso en lo que pasará cuando salga de ahí y tenga que volver a casa con los zapatos chorreando. Me siguen decenas de niños haciendo lo mismo, como si yo fuera un flautista de Hamelin de los jaimitos. Alrededor de los charcos, nos miran espantadas nuestras madres. Pero no pasa nada, porque están amordazadas y atadas a los troncos de los árboles que flanquean nuestro camino de la felicidad…
Homper se rascó la cabeza, buscando una moraleja como si fuera un ajo de sabiduría nacido en su sesera.
-Pretendían nuestro bien, aunque a nosotros nos costaba entenderlo. Y tal vez hubiera sido mejor no creer nunca que lo que más nos gustaba fuera malo para nadie…
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–¿A ti no apetecía nunca rebañar con el dedo la cacerola donde tu madre hacía la crema pastelera y chupártelo luego?
-No me dejaban-respondió Homper- Decían que no se rebañaba con el dedo, que para eso estaban los cubiertos de madera.
-No valían, no eran tan perfectos como el dedo, que se llevaba toda la crema pegada a la pared de la cacerola. Ni siquiera había entonces en las cocinas esa espátula de goma tan práctica que hay ahora. Y a mí me gustaba rebañar la crema pastelera o el chocolate de la tarta de chocolate con el dedo, pero no me dejaban…¿Habría sufrido la humanidad porque yo lo hiciera?…No. ¿Habría sido yo un niño más feliz?…¡Sí! Entonces ¿por qué me lo prohibían?
Homper asintió con la cabeza al tiempo que abría los brazos hacia el cielo buscando una respuesta a lo imposible.
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-También me tenía que haber plantado ante don Agripino –prosiguió Probo- La Primera vez que me ordenó que me quedara durante el recreo en clase, y me dijo que le enseñara mi cuaderno de dibujo le tenía que haber dado una patada en la espinilla y después salir corriendo Aquí, aquí, súbase al estrado, me indicó el muy cabrón tras rodearme con el brazo y acercar su cara mal afeitada a la mía al tiempo que me metía la mano por la pernera del pantalón corto y me tocaba el culo, como me habían contado entonces que les gustaba hacer a los maricas. Me daba asco oler su aliento a vinazo y sentir su mejilla contra la mía como si fuera el rascador de una caja de cerillas, y más asco todavía soportar sus caricias mientras yo trataba inútilmente de que mirase los dibujos que le presentaba en mi cuaderno. Pero también me daba miedo rebelarme. Me habían enseñado que había que respetar a los maestros, y aunque sospechaba que lo de don Agripino no era lo previsto, no me atreví a llamarle bujarrón y a mandarle a la mierda.
Homper detuvo el paso como para recuperar el resuello y suspiró.
-¿Por qué habremos sido tan inocentes?- preguntó Homper en
-O tan tontos –matizó Probo.
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-Pensaba eso cuando ví que el niño de Amarcord le toca las tetas a la estanquera y no le pasaba nada –insistió Probo mientras cogió a Homper del brazo y reanudó la marcha- Se supone que el chaval es el propio Fellini recordando su infancia, pero podía haber sido después obispo o primer ministro en lugar de director de cine, y al mundo y al Cuerpo Místico les hubiera dado igual…
-Cierto –subrayó Homper- El mundo y el Cuerpo Místico tenían otras cosa más importante en qué ocuparse.
-Pues eso, no hay derecho en que nos educaran para ser hombres buenos. Yo me pasé toda la infancia yendo a comprar pan a la tahona y fijándome en el escote de la panadera, que estaba buenísima. Te cobraba la pistola, la fabiola y la barrita de Viena, pero sus vistas canalillo abajo eran gratis. Durante los primeros años me conformé con mirar aquel espectáculo sin disimulo, y ella me sonreía y me hacía ojitos. Luego pensé que había que pasar a la acción, y durante un par de años estuve haciendo cábalas sobre si lo procedente era abordarla directamente contra la pared, como en las películas, o preguntarle antes algo así como ¿no le importaría que le tocara las tetas?…Pero acabé la carrera, entré en la administración, salí de casa, me casé, fundé una familia, me convertí en un ciudadano de esos que llaman ejemplar y no volví por aquella panadería. ¿Crees que en el más acá o en el más allá alguien me va a premiar haber sido tan contenido?
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-Ahora ya no me siento animado para hacerme delincuente de cuello blanco, aunque me asegurasen que me iba a indultar el gobierno. Ni para ser político autonómico y pasarme por el forro de las pelotas las sentencias del Tribunal Constitucional. Ni para engañar a los pobres ahorradores ignorantes ofreciéndoles preferenciales y salir de rositas. Ni para chantajear a la democracia amenazándola con matar si no se hace lo que me viene en gana. Estoy desanimado incluso para destaparme como indignado tardío, y sumarme a uno de esos escraches, que dicen ahora…Es tarde hasta para hacerle un sinpa de una bolsa de panchitos a un chino y mearme en los cubatas de los del botellón del viernes, otros que se aprovechan de que la trasgresión está bien vista. Pero no será por falta de ganas, porque toda la vida de probo no se puede aguantar, ya te digo…
-Te entiendo, te entiendo, Abelardo –por primera vez le llamó por su auténtico nombre- Oye, y hablando de otra cosa…¿Cómo andas de colesterol?
-Fatal…Yo creo que el régimen que me han impuesto es lo que ha terminado de agriarme la leche que tengo. ¿Y tú?…¿También a verduritas?
-Como casi todo hombre de orden a una cierta edad. Y sigo la dieta a pie juntillas.
Al doblar una esquina les dio en la cara una ráfaga de olor a huevos fritos con chorizo que venía de una tasca cercana, y a los dos viejos amigos se les iluminó la cara.
-Oye Homper, es casi la una y al menos a mí me está entrando el hambre- dijo Probo mientras su mirada apuntaba al origen del embriagador aroma-¿Y si al fin transgredimos un poquito?
Tras unos minutos de meditación Homper dio su consentimiento. Así que ambos entraron en la tasca y se despacharon una ración de jamón ibérico, otra de queso y un plato cada uno de huevos fritos con chorizo con media hogaza de pan para rebañarlos bien. Y seguramente durmieron luego la siesta con la autoestima subida por haber sabido acomodar su virtud a las debilidades y corruptelas que aconseja la vida moderna.
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