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El efecto kaleidoscopio

Lo de girar el kaleidoscopio y descubrir una imagen nueva es fantástico, pero a veces tiene sus riesgos...

Lo de girar el kaleidoscopio y descubrir una imagen nueva es fantástico, pero a veces tiene sus riesgos…

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Tiene su encanto. Es como un infatigable ogro feroz, pero  si no has sido víctima de sus grandes desmanes tiene su encanto despertar, mirar por la ventana y saber que el invierno te recibe un día más con lluvia fina empaquetada en una niebla espesa. Es un amanecer espectral, y tú, que tienes algo de gótico o de romántico enfermizo, no puedes negar que disfrutas del cuadro. La luz de la luna llena velada por el manto de nubes se funde con la de un sol acojonadito, que cumple con su deber sin saber que  no podrá filtrar ni un solo de sus rayos en esta enésima jornada de borrasca. Los árboles deshojados se recortan contra el fondo grisaluzado del alba. Por entre ellos sólo echas de menos a Frankestein que avanza hacia tu casa dando tumbos o a un  par de zombis despabilados que te traen porras para desayunar. Qué pena que no esté contigo Tim Burton para aprovechar el decorado.

Toda esta descripción es solamente para decir que el día no puede pintar más lúgubre. En días así, mejor la mirada introspectiva o hacer girar el kaleidoscopio.

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Sostiene Homper que todos estamos en el kaleidoscopio, o que todos somos kaleidoscopio. Que él sólo veía a su vecina del sexto, una rubia bastante atractiva hija de judío polaco y de psicóloga argentina, como profesora de danza del vientre, hasta que ocurrió algo para él sorprendente. Homper no es un simple, sabe que enseñar la danza del vientre no significa ser un pendón, pero aún así se quedó pasmado cuando antes de las vacaciones de verano la danzarina se presentó en su casa para regalarle una orquídea blanca.

-Toma, vecino –le dijo mientras ponía el tiesto en sus manos- No puedo soportar que muera por mi culpa, así que te ruego que te la quedes, porque yo me voy con mi chico a Gambia para operar de los ojos a los niños que lo necesitan. Cuídala,     que yo te quedaré eternamente agradecida.

Su novio era oftalmólogo, y ella, además de bailarina, su abnegada y meritoria auxiliar. Todos somos algo insólito para alguien.

3

A veces no hay más que dar un pequeño giro al kaleidoscopio para descubrir una faceta insospechada en las personas de las que tenemos elaborada nuestra ficha. Tu perplejidad  homperiana de esta sema fue descubrir que Darío Villalba, uno de nuestros artistas plásticos más laureados y con obra en los museos de arte contemporáneo de medio mundo fue nuestro único representante en los Juegos Olímpicos de Invierno del año 1956 que se celebraron en Cortina D´Ampezzo en la curiosa especialidad de patinaje artístico. Ahora esta disciplina ha cobrado mucho protagonismo gracias a uno de esos genios del deporte que de vez en cuando fabrica España. Un tal Javier Fernández ha estado a punto de conseguir medalla en Sochi en esta disciplina, y con tal motivo alguien escarbó en el historial de este deporte poco popular en nuestro país para traernos la imagen imprevisible de un Darío Villalba joven, recortadito, ceñido y encorbatado de pajarita en una pose más propia del famoso Toni Sailer que del artista bohemio y de torpe aliño indumentario con el que le conociste. Darío Villalba era hace cincuenta y siete años un guapo mozo, pero hoy luce como un intelectual voluminoso y ceñudo, como corresponde a los tiempos críticos que vivimos. Su obra se encuadra dentro de lo que un ignorante como tú llamaría arte angustioso. Los  cuadros, las esculturas, las fotografías y los famosos Encapsulados que avalan su carrera insinúan desasosiego y rabia, como si el artista tuviera muchas cuentas pendientes con la vida que le ha tocado vivir. No mala, por cierto. Pero pasa que cambiamos con el tiempo, que la procesión va por dentro, que todo hombre tiene varios hombres diferentes dentro de sí.

Y que si giras el kaleidoscopio, siempre descubres una nueva realidad insospechada.

4

Ese mismo día algún cocinero famoso de esos que nos enseñan a comer –a nuestros años- alabó las virtudes de la carne del conejo, y tú, que jamás comes conejo, no se sabe por qué asimilaste su conseja culinaria. De tal manera que habiendo entrado en un supermercado para comprar el pan, la mantequilla, mandarinas, suavizante y vinagre de Módena, pasaste ante los cárnicos, viste un envasado donde ponía conejo y allá que lo pusiste en tu carrito de la compra. Impulso instantáneo.

Y fatídico. Otras veces el conejo se vende ya troceado, en bandejitas de poliestileno y envasado al vacío. Es mejor: acabarás cocinando carne, sin pensar mucho en el  mamífero de la que procede. .No se sabe por qué ceguera sobrevenida súbitamente tú no reparaste en que te llevabas en cambio el animal entero, con su cabecita, sus patitas su rabo y hasta su bandullo. Tu Neli, la asistenta, había dicho que lo guisaba muy rico, pero un flash de sensibilidad iluminó de repente tu obnubilado cerebro.

-¿Cómo la voy a obligar a descuartizar este cadáver?…¡Qué espanto!…

Estabas a punto de acostarte. Pero no hubieras podido dormir con ese remordimiento, así que te enmandilaste, buscaste la mejor cuchillería de tu menaje y a la una y media de la madrugada, con nocturnidad y alevosía, comenzaste tu macabra tarea. Entretanto, gruesos lagrimones se asomaban a tus ojos. Los fantasmas del Conejo de la Suerte y de Tambor, el conejito de Bambi, te acusaban desde el recuerdo de tu infancia, donde nunca hubo conejo alguno que mereciera tan cruel destino.

Es lo malo del efecto kaleidoscopio. Te crees un duende bloguero inofensivo, cambias la óptica y acabas descubriendo que llevas dentro a Jack el Destripador o a Sweeny Todd.  Menos mal que hoy domingo amanece en Candeleda  limpio y esplendoroso, y que todo lo verás más bonito.


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