Archive for the 'Gastronomía' Category

Crónica de una endemoniada ausencia

Modelo de bloguero después de tres semanas chupando banquillo

Modelo de bloguero después de tres semanas chupando banquillo

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Supones que esa ausencia tuya tantos días es fruto del desorden. Nunca has sentido tanto caos y disparate, interno y externo, en el mundo que ves por tu ventana y en ese trajín de célúlas más bien puñeteras ellas, que desde hace tres años bailan la conga por distintas zonas de tus entresijos. Nunca.

Fue desatar su ira desmesurada el verano 2015 y empezar a presagiar una serie de sucesos que te harían ver a la vida como algo cada vez más raro. Santo cielo, pero en qué se ha convertido este tiempo. Y todo sin que las trompetas del Apocalipsis anunciaran elecciones del Frente Popular, ni incendio del Expreso de Andalucía, ni la Mano Negra, ni la resurrección de Franco ni otra jaimitada más de Artur Mas para sorprender al pueblo estupefacto. A estos y otros iluminados se les dio la mano y se tomaron hasta el codo. Generosidad de esta democracia que nos hemos dado: el margen de credibilidad en la utopía que tan alegremente se concede a los visionarios.

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Durante días y días tu costumbre de vivir informado te trajo de acá para allá como un potro desbocado. Nombres como los de Grecia, Tsiripas, Varoufakis, Grexit, la Troika, enésimo Rescate griego, Angela Mékel, duodécimo segundo tocamiento cojonero del gobierno heleno, ahí te las den, Europa, se agolpaban en los titulares junto con los de otros héroes de nuestro tiempo: Casillas, Florentino Pérez, De Gea, Van Gall, Pedrito, otro Casilla, Keylor Navas – ¿pero hay algo más que el fútbol?- y, sobre todo, el de ese titán llamado Ramos, Sergio Ramos. ¿Se iba del Madrid? ¿Se quedaba en el Madrid?

Cada día de esta nefasta serie canicular era un desayuno de lisergia, confetis tontos o noticias macabras, guerras incansables, incendios devastadores, asesinatos siniestros como los que cuando eras niño voceaban en El Caso, tanta modernidad para esto. Lo que no era feo, intrascendente, estulto, repetitivo, frívolo, canalla, desalentador –la realidad virtual que nos cocinan a su gusto los medios- era casi peor, pues enseñaba la patita traidora de la realidad misma. Por la que se filtraba como una verdad a secas tu cáncer en su esplendor. Cada minuto tuyo era un acorde de la marcha patibularia con la que comienza el último tiempo de la Sinfonía Fantástica de Berlioz.

Qué acojone.

Pasabas casi todo el día medio drogado, te expresaba mal, te movías peor, recomponías tu visión del mundo después de un rato sobre las noticias y al final te sentías parte de una orgía siniestra que pintaba Francis Bacon. Además, calvo y desarbolado de rumbo alguno, sentías en el agosto más caluroso de los que hay noticia, auténtico frío. Del alma también quizás, pero desde luego del cuerpo.

Menos mal que la gilipollez de vez en cuando entretiene, despabila y te vuelve a enganchar a la realidad.

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Porque, entretanto, todas estas cosas pasaban mientras tú tratabas de reaccionar y literalmente no podías.

Un empleado de le Ayuntamiento de Barcelona malguardó un busto del Rey Juan Carlos y, luz y taquígrafos delante, en una especie de caja de Galletas Loste para retirarlo de la circulación con ostentación, ordinariez y alevosía. Como si a Barcelona, Cataluña, España, la Unión Europea y el orden mundial dependieran de ese rasgo de oportunidad política de la impar Ada Coláu. Siguieron numerosos testimonios iconoclastas, no siempre respetuosos con el carácter regenerador e impecablemente democrático que inspira a la memoria histórica.

-Que no se nos tache de demagogos, un respeto –advirtieron.

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Los nuevos regeneracionistas, probablemente a falta de mejores iniciativas, arramblaron con lo que les pareció.

– Ese de esa calle era un estraperlista de tabaco, enemigo del pueblo, que lo se yo-dijeron- Fuera calle y que se la dediquen a Dióscuro Tazones, que además de activista agrario era muy buen capador, y si capabas tres machos, uno de los testículos del tercer guarro te salía gratis.

Con tantos años de historia en cantidad de pueblos, comunidades, ciudades, aparecían efigies de supuestos viejos ilustres a los que había que ir poniendo en su sitio. Que era muchas veces fuera de su sitio.

En la Asociación de Activistas Podemitas o Así habían hecho un concienzudo registro de Reyes Godos, sacando como primera conclusión la de que había muchos, demasiados, quizás, y que aunque no tuvieran que ver con las monarquías que propiciaron la degeneración de Europa, que les sonaba más, reyes fueron. Un error en la ortografía fue el causante de que el rey Recadero fuera considerado bueno, pues al menos hacía recados gratis, sin que hasta el siglo XXI un Secretario General del Ayuntaminento reparase en que el verdadero rey supuestamente beneficioso para el pueblo no se llamaba Recadero, sino Recaredo. No obstante se salvó, porque el picapedrero que tenía que degradar al monarca godo desapareció envuelto en las brumas de la leyenda, y esa dualidad rey feudal / rey que hacía favores y recados le daba cierto perfume épico a la historia del nuevo régimen. Un poco lioso, pero conveniente al cabo para el momento germinal que se abría en el horizonte.

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Entretanto, en algunos lejanos pagos de las antiguas Españas, el CONSEJO ASESOR SUPREMO DE NECEDADES PODEMOS dio con otro rey godo llamado Wamba, contra el que no se encontró más cargo que haberse dejado narcotizar, tonsurar, vestir de monje y renunciar a la corona. A eso se añade en el expediente que el Auditor recordaba haber tomado de niño unos bollos rellenos de crema popularmente conocidos como wambas, mérito no identificable en muchas dinastías, y que justificaba la indulgencia de la memoria oficial, pues a qué pueblo verdaderamente sano no le iban a gustar las wambas de crema.

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En la España de dispàrate infernal de 2015 cabía casi todo. Un asesor más refinado quiso enchironar en las buhardillas municipales al rey Favila, pero cuando se enteró de que al monarca astur se lo comió un oso –despabila, Favila, que viene el oso- y de que Favila no era Fabiola de Bélgica, que salía mucho en el HOLA y esa sí era rea de lesa dignidad democrática, tuvo que rebobinar y replantear el asunto. Para compensar propuso impulsar la gastronomía del antiguo reino astur y reforzar el hecho identitario inventando él mismo la fabada Favila, en la que se sustituía al tradicional compango por carne de oso, menos grasienta y más sana que la del cerdo, pero los conservacionistas del plantígrado armaron la de Dios es Cristo, las glorias de nuestros fogones y los gastrónomos amenazaron con más programas de TV, radio y literatura sobre el buen yantar, los hermanos Ansón anunciaron causa general para una nueva cruzada ideológica y hasta la alcaldesa de Madrid no pudo reprimir su disgusto en público.

Es que me acuerdo de mi teddy- dijo reprimiendo con cierto rubor sus pucheritos de niña buena-El que mató a Favila no se cómo se llamaba, pero al mío le llamaba Trotskín.

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Crees recordar que este momento estelar para la historia de la humanidad ocurrió en lo peor de tu crisis. Pero no hizo falta tomar medidas más severas con el asesor audaz, porque en ese momento los biólogos del Ayuntamiento de Madrid declararon superpoblación y peligro de epidemia entre las tortugas de la Estufa de la Estación de Atocha. Y al infatigable reformista le nombraron Director del Programa Salvemos nuestras Tortugas con prohibición expresa de que volviera a mencionar a los reyes godos, incluso a los Magos, a Favila, a la fabada y, por si acaso, hasta al mismísimo Balloo.

Aún de vez en cuando enreda, y sale en las tertulias empeñado en borrar de los registros al Héroe de Cascorro. Las cosas.

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El exceso de información, los fenómenos revisionistas, o el cómo dar otra vuelta de tuerca más para crear un nuevo problema donde se atisbe solución alguna, fueron llenando los días más extraños de tu vida. Estás convencido –toquemos madera- de que aquella noche, hará unas dos semanas, el cáncer y las diferentes divisiones militares que te ayudan en la batalla te habían machacado. Al margen de la cantidad de majaderías innecesarias que escuchaste consciente o inconscientemente –en el pecado llevas la penitencia, por creer que vivir es estar informado- no puedes hacer la cuenta del número de píldoras, fármacos, parches de morfina, analgésicos, heméticos, laxantes, corticoides, antiinflamatorios, jarabes, inhibidores y otros elementos que componían tu dieta. Imaginabas que eras el balón de juguete de un bazar chino, que un niño rabioso agitaba, pateaba y acababa destripando. Y que te descomoponías en millones de partículas luminiscentes que se elevaban al cielo de la noche convertidos en una sopa de tapioca cósmica bastante asquerosita.

Desmayado sobre la cama a cualquier hora, con un ojo abierto pendiente de un crucifijo que un peregrino amigo pasó por el Camino de Santiago y el otro intentando pillar cacho en la vida que aún controlabas, caíste apresado en esa gelatina indescriptible que llamamos pesadilla, compuesta de ficción, claro, pero también de hechos reales. El telón de fondo ya está descrito, la sensación de caos. Lo novedoso es que desde hacía un par de días notabas cómo tu brazo derecho iba perdiendo fuerzas, al punto de hacerte ingrato hasta el movimiento de cepillado de dientes. Lo que al final terminaba de angustiarte era que tu amigo el marqués de Betanzos entraba en el sueño para interesarse por tu salud, cosa muy de agradecer, y para pedirte por favor que, dado que ibas a ir por Asturias, si no te importaba, le ayudaras a despachar un asunto familiar algo engorroso.

-Mira te dijo- es que los Betanzos, vistas las circunstancias hemos decidido desprendernos de dos iglesias que tenemos en Galicia. Así que si no te importa te doy las llaves, te acercas por allí, te haces cargo de ellas y ya hablaremos.

No fue más explícito, cuando como jurista lo es con largueza. No te explicó si debería dirigirme al ordinario del lugar -tampoco dijo de qué lugar se trataba-, a Patrimonio Eclesiástico o a la junta provincial de Podemos. No me dio tiempo ni a preguntar si tendría que hacerme cargo de las mudanzas y si necesitaba auditoría de la recaudación en cepillos ni inventario de todas las imágenes, muebles, obras de arte, cerería y demás equipamiento. Sólo sabes que en ese momento recuperaste el movimiento del brazo como antes de precipitarte en el siniestro abismo de este verano.

Seguramente era porque las noticias alumbraban el gran momento esperado: el heroico Sergio Ramos y el inmarcesible Florentino Pérez confirmaban que el futbolista no se irá del Madrid por la módica cantidad de nueve millones y medio de euros por temporada. Lo demás son tonterías.

Pero eso no era todo. El frío congelador que te dejó en la cabeza la última radioterapia se acababa, porque tu generosa hermana Paloma te había fabricado en un pispás un gorro de punto que, aparte del calorcito, te transmiten, como se puede observar, la elegante apostura del clásico refugiado albanokosovar.

Por lo demás, marchando una de bravas.

La excelencia o la vida

Eb muchos órdenes de la vida lo mejor es enemigo de lo bueno...

En muchos órdenes de la vida lo mejor es enemigo de lo bueno…

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Solo en el campo. Crees que es uno de los privilegios de la jubilación. Se va la familia, te das un paseíto bajo las estrellas, te encierras en casa y te llenas de descanso. Pones un poco de orden, apagas las luces que se dejaron encendidas, cierras las puertas que a  tus hijos y nietos no les importa mantener siempre abiertas y antes de acomodar tu maltrecha osamenta en la cama –labor delicada en estos momentos- te sientas en el sofá, junto a la chimenea, y respiras.

De repente tu vista se detiene en un detalle sin importancia, pero que siempre te ha desasosegado. Varios de los cuadros sobre los que cae tu mirada están torcidos. Pasa en las mejores familias, y no todas le dan la importancia que acusa tu malestar. ¿Por qué? De la misma manera que los que se lo pueden permitir contratan entrenadores personales o paseadores de perros, debería haber un servicio de vigilantes de cuadros torcidos. A menudo vas a casas de categoría, con muebles buenos y cuadros aún mejores, y observas que algunos de estos basculan hacia un lado. No te puedes reprimir, si puedes te levantas, pides permiso y los equilibras. Tus anfitriones a menudo se quedan pasmados. Allá ellos.

Sin embargo esta noche en tu propia casa no haces nada. Te molestará irte a la cama con este nuevo desarreglo en tu vida, te parece natural. Sufres tantos desperfectos de difícil solución, que por qué te vas a desvivir para maquillar de bonito la envoltura de tu existencia.

No duermes peor por eso.

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Tu amigo el marqués de Betanzos ha hecho una gran carrera como diplomático y abogado guiado por el afán de excelencia en todo lo que hace. Le ha ido muy bien. La norma no se limita a su modus operandi profesional, sino al resto de su vida. Espoleado por su exquisita esposa, que es una fanática controladora del orden, de la calidad y del buen gusto, es difícil sorprender en ninguna de sus casas no ya un cuadro torcido, sino tan sólo un pelo de su perro de confianza en alguno de los almohadones del sofá. Ambos pertenecen al selecto club de los perfeccionistas, del que te hubiera gustado ser socio, y del que te alejas cada día más. Echando la vista a atrás, incluso se puede decir que tu vida entera parece  modelada por la chapuza y el conformismo. No fuiste estudiante destacado. Nunca peleaste por lo mejor. Tu carrera ha sido tan importante que nadie te recordará por ella. Ni siquiera te has exigido un nivel  para hacer el gamberro en la radio o para lanzarte a escribir. Cada vez sabes menos de vinos y de restaurantes, no has probado las delicias criofilizadas de el Bulli, y además no te importan lo más mínimo. Y poner en marcha cualquier tentativa de eso que se llama negocio te ha parecido tan exigente a la hora de decidir y, sobre todo, de esforzarte y hacer esforzarse a los demás, que definitivamente has llegado a la conclusión de que no tienes carácter para ello. La excelencia no es para ti.

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Por eso te ha aliviado mucho ver Whiplash, una película de Damien Chazelle que se sitúa en una escuela de jazz en la que el profesor Terence Fletcher machaca literalmente a sus músicos en aras de una excelencia que se va transformando poco a poco en la antesala del infierno. El rigor y la crueldad del prestigioso maestro que encarna con singular vesania el oscarizado actor J.K. Simmons se centra especialmente en un joven baterista, al que sangra literalmente para obtener de él una velocidad de ejecución y un número imposible de percusiones en la interpretación de la pieza que da nombre a la película.  Sangre, sudor y lágrimas. El chico enloquece, claro. Satisfecho a pesar de todo, y aunque en el camino de su meritorio calvario haya perdido a una novia estupenda.

La película es magnífica, pero Jesús, qué sufrimiento. El protagonista alcanza el cielo de la gloria musical, aunque a tal coste que piensas si verdaderamente merece la pena ser número uno en nada. Sabes que nadie regala el éxito, y que cualquier logro es, ante todo, trabajo. Sabes también que ninguna escuela de negocios para JASP y pequeños nicolases te compraría una propuesta tan poco ambiciosa como la tuya. Pero a estas alturas de la vida, te atreves a sugerir que el afán de ser el mejor no obnubile la razón, ni obligue a nadie a elegir entre la excelencia o el  dulce encanto mediocre de lo que viene siendo vivir.

Dolores, dudas y merluza frita

Sólo tengo claro que no tengo nada claro...

Sólo tengo claro que no tengo nada claro…

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Te llama Homper para interesarse por tu salud cuando, antes de responderle, haces una cosa muy tuya, que es salir por la tangente con otra pregunta de tu cosecha.

-Oye, ¿tú cuando vas a hacer merluza frita qué orden sigues en el rebozo? ¿Primero pasas la pieza de merluza por el huevo batido y luego por la harina o al contrario?

Homper hace honor a su nombre y se convierte una vez más en el Hombre Perplejo. Pero es buen amigo, te conoce, y no te manda a hacer puñetas ni elude la respuesta. Dice que desde que vive solo no fríe pescado, porque el chisporroteo del aceite pone perdida la cocina y atufa hasta el hueco del ascensor, que no se sabe por qué los ascensores tienen ese poder para acumular los efluvios de las ollas vecinales. Y añade que cuando alguna vez su asistenta le fríe merluza se ausenta de casa y sale a pasear el perro de la vecina, que es enfermera y a cambio le pone las inyecciones cuando procede y le trae perrunillas de su pueblo.

-La casa donde vivo es una sociedad de auxilios recíprocos- matiza- Pero estando como estás…¿por qué te preocupa tanto  la fritura de la merluza?

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Le dices que desde que te sacaron la tarjeta amarilla no lo puedes evitar, pero te pasas el día haciendo arqueo de casi todo: de tus haberes, de tus deberes, de tus quereres y de tus saberes. Lo primero te lleva poco tiempo, lo segundo te acaba atormentando la conciencia, y lo tercero y lo cuarto te entretienen bastante, pero a veces te descolocan. Por tu curiosidad natural peinas todos los días los medios y te das cuenta de que, al margen de la fe de horrores nuestros de cada día, la mayor parte de su contenido son noticias del futuro. Por ejemplo, se buscan futuros moradores para Marte. Por ejemplo los coches sin conductor circularán en el Reino Unido a partir de 2015. Por ejemplo, Fujitsu incorpora a sus celulares un sensor de huellas dactilares para saber si los están utilizando sus propietarios o no. Por ejemplo, la ciencia calcula que en 2045 podrá garantizarse la inmortalidad del cuerpo humano. Por ejemplo, si el calentamiento global llegara a derretir el manto de hielo de Groenlandia el nivel el mar subiría siete metros. Nadie sabe qué suerte correrán entonces los pobres osos polares. El horizonte en general es esperanzador por una parte, pero tan apocalíptico por otra que puede que en tres o cuatro décadas la humanidad tenga que asistir espantada a la aparición de las primeas patas de gallo de la Preysler.

Santo cielo! –se le escapa a Homper al otear lo que se nos viene encima.

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-Claro- confirmas- Por lo menos inquietante. Y como yo al menos ya he vendido todo el pescado y no tengo que ir de joven, ni de moderno, ni de estar à la page, me puedo permitir el lujo de caminar sólo sobre lo que se. Me siento más cómodo pisando suelo firme.

No te pones luego demasiado socrático, aquello de solo se que nada se. Algo sabes. Pero a la vejez viruelas, las sorpresas que te da la vida son tantas que muchas de las cosas más sencillas las ignoras, y otras que creías saber a ciencia cierta resulta que no son lo que creías. Sigues sin entender cómo el mar es una marioneta en manos de la luna, que tira de sus cuerdas o las recoge según le peta. Y aunque te lo han explicado mil veces tampoco entiendes por qué nuestro Catalina, que tanto nos complace y nos inspira, se ve más grande en el orto que cuando vuela en busca del zenit. Hace unos meses, en un debate bloguero de gran altura intelectual sobre el modo de administrarse el supositorio, la preclara periodista Begoña Ortúzar, con ese aplomo que le da haber nacido en Bilbao, mantenía que el curioso pequeño obús medicinal no debía introducirse en la retaguardia por su parte afilada, sino por la plana, sembrando en ti dudas que antes no tenías. La lógica y tu querida mamá te enseñaron a empujar por la base para que la puntita penetrase mejor por el mismísimo culito. Qué sinvivir que no haya unidad de doctrina al respecto.

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Algo parecido te ha pasado con el rebozo de la merluza. Tú jurarías que cuando entrabas en la cocina para jugar con Morito, el gato negro de la vieja casa de Serrano, y veías a Catalina -que por cierto, se llamaba como la luna- friendo pescado, el orden del rebozo era primero el huevo batido y después la harina. Has vivido toda tu vida en esa convicción. Y ahora que cuidan de ti tantos amigos marmitones y amigas cocineras te vienen a decir que no, que es justo al contrario, y que en tu casa comíais el pescado mal frito.

-Imagínate el disgusto- te lamentas a Homper- Ya no puede uno estar seguro de nada…

-Te comprendo- dice Homper con un gesto de resignación- Pero en fin, consuélate, no hay mal que por bien no venga. Si tu problema de hoy es que el rebozo de la merluza te está quitando el sueño, quizás eso quiere decir que no es tan mal como dices.

A lo mejor. A lo mejor. Pero por favor, si alguno de tus lectores de verdad te aprecia, que te confirme al menos que las cortinas de la ducha tienen que caer por dentro del borde de la bañera, y no por fuera. No vaya a ser que también en eso estés equivocado.

El preocupante caso de Ça me la refanfinfle

Homper se queda perplejo al ver que un lápiz pueda desatar tragedias. Pero también de que pueda manejarse con la ingenuidad irresponsable de un n iño...

A Homper le deja perplejo y espantado  que un lápiz pueda desatar tragedias. Pero también  que algunos lo manejen con la ingenuidad e irresponsable de un niño travieso…

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Resulta que Homper era presidente del consejo de redacción de Ça me la refanfinfle, semanario satírico en francañol que cumplía con todos los mandamientos del humor satírico tradicional. A saber: 1. Demostrar que sus creadores están a la que salta. 2. Confirmar que para listos y llenos de razón, ellos, y para borreguitos el resto de los paisanos. 3. Tocar les cataplins á gauche et droite, mayormente a la segunda. 4. Animar el debate nacional, internacional, supranacional y universal sobre cualquier tema, caiga quien caiga. 5. Como corolario de todo ello, reafirmar y fortalecer viñeta a viñeta la (sagrada) libertad de expresión. Aunque la palabra sagrada apareciera entre paréntesis, pues para esos intrépidos paladines del humor cáustico e inteligente no hay nada sagrado.

La mejor prueba de ello es que, a pesar de la indignación que entre los musulmanes había suscitado la última viñeta en la que el propio Mahoma le quitaba hierro a sus caricaturas, la redacción había considerado oportuno que la portada de esta semana presentara nuevamente al profeta diciendo: ¿Cuándo se enterarán los míos de que todos los hombres somos iguales?

-Hombre, no –farfulló Homper mientras insinuaba una mueca de claro disgusto- ¿No podíais haber elegido otra actitud?

La viñeta mostraba a un tipo con barba y turbante de medio perfil haciendo un pis torrencial. El dibujante no había sido todo lo explícito que cabría esperar de su audacia, pero la cara de sátiro del profeta denotaba que lo que se  traía entre manos, oculto por los pliegues de la túnica, era algo verdaderamente asombroso.

Mais non! –dijo el dibujante ofendido- ¡A ver si tú también vas a resultar un fascista, como el papa Francisco!…¿O es que no entiendes que hacer humor hoy es también hacer política?

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Homper también fue esta vez el hombre perfectamente perplejo. Hasta los gatos quieren zapatos, pensó. No se puede decir, porque es políticamente incorrectísimo, pero lo malo es que hoy cualquiera al que le leen o escuchan en algún medio se cree intelligentsia. Y en razón de ello, gracias a la superioridad moral que recaba para su elite, se siente titulado para pontificar y despreciar la sensibilidad de los demás.

-¿Hacer política?-se preguntó- ¿No es la política el arte de lo posible? Pues que me digan estos pepitosgrillos del comic: a un fanático dispuesto a inmolarse por sus ideas… ¿es posible hacerle razonar provocándole aún más?

Durante un ratito Homper pretendió convencer a su intrépido grupo de talentos que aquello del sostenella y no enmendalla era más oportuno en otros lances, y que la presunta gracia que para unos podía tener la irreverencia no compensaba el riesgo que suponía alimentar más aún la ira irracional del fanatismo. No tuvo éxito. A Ça me la refanfinfle se la refanfinflaba todo con tal de obtener un nuevo aplauso de los ingenuos y de la progresía malgré tout.

Así que no lo pensó ni un minuto más: dejó su sillón y presentó su dimisión irrevocable por discrepancias con su redacción.

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Fiel a la costumbre de los tiempos, se despidió en Twitter con este mensaje: Dejo Ça  me la refanfinfle. Lo siento por Lulú, mi secretaria, tan guapa y bondadosa. Hace una crème deliciosa…Brûlée naturalmente!

Qué ingenuidad la suya. Semejante mensaje en la red, que quizás podría explicarse por una chochera propia de su edad, llamó la atención de los hipersensibilizados servicios de inteligencia occidentales, pendientes de todo cuanto puede amenazar ahora a las revistas satíricas.. ¿Era Lulú un nombre en clave? Los adjetivos guapa y bondadosa, tan ñoños y pasados de moda, ¿encriptaban consignas peligrosas? Esa mención de sus habilidades culinarias, especialmente centrada en los postres…¿aludía a una solución final? Y lo peor de todo: la crème tenía que ser brûlée, es decir, quemada. Definitivamente, la tal Lulú era una yihadista fanática dispuesta a inmolarse en una deflagración a saber dónde, y el que firma el tweet como Homper era el jefe de comando que, cual caballo de Troya, los terroristas habían infiltrado en la revista.

Lamentablemente, Homper fue detenido. Claro que en ese momento se despertó, y se dio cuenta de que todo eso, que ahora puede parecernos verosímil, había sido tan sólo una pesadilla.

 

Cerezas en el Paraíso

Es tan agradable pasear a la sombra de los cerezos mientras coges sus frutos y te los llevas a la boca que casi parece pecado...

Es tan agradable pasear a la sombra de los cerezos mientras coges sus frutos y te los llevas a la boca que casi parece pecado…

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Fue una suerte cantar con tu coro del CEU en el encuentro coral de Candeleda el pasado sábado. Al maestro, un músico riguroso que considera fundamental el ensayo de los domingos a las 20 horas, se le movió el corazón, y relajó por un día su disciplina karajaniana para suprimirlo. Demasiado apresurado volver a Madrid para esa hora después de una noche de canto y copas. Demasiado tentador el sol de junio y el paisaje de la zona como para no abandonarse al ocio. Menos mal: llevas tiempo diciéndole que jubilarse para tener que regresar el domingo a Madrid como si fueras un currante en activo no es jubilarse. A la música estás dispuesto a entregarle mucho: uno, tres, diez domingos al año. Pero la primavera es efímera. ¿Cuántos lunes te van a esperar los cerezos con su fruto bonito, pleno de color y reluciente?

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Te levantas y paseas entre los cerezos desayunándote cerezas frescas. Buscas el modo de adjetivar esa manera de ir cogiendo cerezas de uno y otro árbol, con la misma indolencia con la que en las películas de romanos aparecían picoteando frutos en sus banquetes los emperadores. Recuérdenlo, iban Nerón o Calígula, pasaban ante un frutero desbordante de color y de sabor y pellizcaban una uva o una cereza para masticarla después enarcando la ceja con evidente perfidia gestual mientras con la mano libre le tocaban una teta a la favorita de turno y con el pensamiento contaban los cristianos que devorarían sus leones en el circo. Cómo eran de perversos aquellos romanos de película.

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Josep Pla decía que lo fundamental para el escritor es saber adjetivar. Tú lo primero que piensas es en coger cerezas y comértelas a capricho, pero en ese momento te salta a la memoria otro modo adverbial que se le ocurrió al letrista de aquel himno religioso a la Virgen que cantabais en el colegio durante el mes de mayo: Venid y vamos todos/ con flores a porfía/ con flores a María/ que madre nuestra es. Cantabais como loritos: ¿se preguntó alguien alguna vez qué significaba a porfía? Tiras de diccionario y anotas: con emulación o competencia. O sea, que llevabais flores a la Virgen para ser igual o más que el más rico o piadoso de la clase, a ver qué se iban a creer los demás…Las tonterías que se escriben a veces por completar una rima.

Así que tú te das un paseo matinal robando cerezas y no porfías con nadie, te las comes a capricho, que está mejor dicho. Y dando gracias a Dios de que este fruto sea, como los higos, de los pocos que produce tu terruño que salen tan sabrosos y bonitos como los que podrías comprar en el superdel Corte Inglés.

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Por cierto, que hablando de Dios, te imaginas por un momento que si hubieras sido El en el momento de escribir el guion del pecado de Eva, en lugar de encargarle a la serpiente que le invitara a morder la manzana, le hubieras ofrecido cerezas, que son mucho más sensuales.

-Muerde, bonita –le diría el maligno travestido de reptil- que te vas a enterar de lo sabroso que es el pecado.

No está bien enmendar la plana al Creador, pero el cambio es de sentido común. Comerse una manzana siempre da cierta pereza. Sin embargo es imposible sentir las cerezas en los labios y morderlas después, tan rojas, dulces, y mórbidas, sin pensar que estás besando. A porfía, a capricho o a esa chica que te gusta tanto.

 

El gratinado que enamoró a Bécquer

La exquisita sensibilidad de Bécquer no pudo resistirse a ciertos encantos terrenales...

La exquisita sensibilidad de Bécquer no pudo resistirse a ciertos encantos terrenales…

Cómo ibas a ser refinado si hasta ahora, confiésalo, no sabías lo que era el gratin dauphinois. Menos mal que para eso tienes amigos como los marqueses de Betanzos, que te invitan a cenar y te sorprenden con un delicioso strogonoff al que se añade como guarnición esta singularidad. La señora marquesa habla de la dauphinoise, porque sabe que la inventó una cocinera del Delfinado francés. Habla de ella con toda familiaridad, como si hubiera sido compañera de Demetria, el aya que la cuidaba de niña en el pazo de Sobredo, donde se crió entre un parque de tilos, castaños, tuyas y frondosos robles. Cuenta la leyenda que en el cenador de hierro fundido de aquel jardín encantador escribía un día en su diario cuando se le apareció el fantasma de Bécquer, tal vez enamorado de su fina estampa romántica.

-Permítame que le recite una de las rimas que he compuesto para usted-le dijo el célebre poeta sevillano.

-Se lo agradezco –respondió la joven sin descomponerse y sin apenas levantar la vista mientras tomaba notas- Pero yo soy más de Alfred de Musset, ¿sabe?…Y además no quiero que me distraigan, porque estoy apuntando una receta. Si, a pesar de lo que lo he dicho, se aparece usted otro día, le daré a probar…

La que con el andar de los años se convertiría en marquesa de Betanzos debió de caer en la cuenta entonces de que los fantasmas no comen.

-¡Qué tontería he dicho!-se corrigió- Bueno, ande, dígame la rima…

Por unos instantes, el fantasma de Bécquer se llevó una mano a bigote y se quedó pensativo mientras retorcía con los dedos sus finas puntas.

-No, por Dios, musa mía…-dijo el fantasma de cabello ensortijado, bigote y perilla- Mi rima prometía ser de las mejores, como usted se merece. Pero pasé tanta hambre en mi vida de digno poeta romántico, que nada me haría tanta ilusión como saciarme de su dauphinoise.

Una semana después el fantasma de Gustavo Adolfo despachó la dauphinoise de su anfitriona como si en lugar de una gloria de nuestra lírica hubiera hubiera sido en vida un cabo de carabineros. En su colección de Rimas y Leyendas no figura la dedicada A la señorita de Sobredo precisamente por esa circunstancia, pues a partir de entonces aquella visita espectral, que en principio a la joven le daba prestancia y hasta le hacía gracia, no se aparecía por compromiso con la poesía, sino únicamente para preguntar cuándo iba a hacer de nuevo aquel exquisito plato.

-Confieso que a veces la poesía/me importa un bledo/ Sólo aparezco/ por repetir la suerte de aquél día/ y probar la dauphinoise que me cocina/-no se si lo merezco-/la delicada rosa de Sobredo

Es posible que la rima perdida fuera más o menos así. Y es más que probable que la futura marquesa, siempre muy suya para todas las cosas, le dijera al fantasma que la rima le parecía lamentable, y que además la reafirmaba en su tesis de que donde esté Musset, que se quite Bécquer. El caso es que, aunque estos versos apócrifos no figuran en la obra capital del gran poeta sevillano, la dauphinoise que los motiva te dio a tí la oportunidad de valorar el alto grado de aprecio que te dispensan los marqueses de Betanzos y, de paso, la de romper el bloqueo mental que te había alejado de tu blog últimamente. En tu caso no se colaba tu espíritu, sino que aparecías tú mismo en carne mortal, como otros distinguidos invitados.

Por cierto, que antes de que las redes sociales y otros pepitos grillos o moscas cojoneras se precipiten a prejuzgar con sorna los presuntos méritos del marquesado de Betanzos para exhibir tal título, debes aclarar que el señor marqués, insigne diplomático y abogado, es el único de tus amigos que todos los domingos tiene aún la costumbre de abandonar el jardín de su residencia –tan hermoso que cualquier día propiciará nuevas apariciones a la marquesa- y encerrarse en su despacho para estudiar fundamentos de derecho, consultar jurisprudencia y elaborar sus certeros y bien retribuidos dictámenes. Como si fuera un pasante meritorio de veintitrés años. El título más que una coña, que lo es, puede considerarse un despiste del todavía rey de España, que aún no ha reparado en el profundo calado de sus méritos para concedérselo de pleno derecho, pues de Betanzos es, y bastante más lustre daría al cuerpo de la nobleza que alguno de sus parásitos. Todos tenemos lapsus, y no vas a ser tan borde para reprochárselo al abdicante en esta hora.

-Lo siento mucho –dijiste tú, hablando de hora, para excusar tu necesidad de abandonar la divertida sobremesa- Pero es que a mí mañana a las ocho me espera la radio.

-No me digas –te dijo el marqués entusiasmado -¿Vuelves a Radio Nacional?

Os reísteis cuando aclaraste el equívoco. No era esa tu radio, sino la otra, la radioterapia, que te debían aplicar en temprana hora. Los miembros de tu club sois como los escolares con las matemáticas, que abrevian. Las mate, la quimio, la radio. Tú llevabas el cáncer con la ligereza de una migraña tonta, pero después de dos años de no pasar por talleres esta nueva convocatoria de la ciencia médica te tenía inquieto, ausente, inane para cumplir con tu blog. Se ha pasado, ya está, esperas volver a tu ritmo habitual cuanto antes. No hay mejor medicina que el cariño de los amigos. Ni nobleza más digna de títulos que la de los que sin ser grandes de España lo son de corazón.

A propósito, el gratin dauphinois es un plato de patatas en capas, cocinadas en leche y nata, con ajo, queso y algún otro aditamento, típico de la región francesa del Delfinado, en los Alpes. Aunque seguro que la versión que la marquesa de Betanzos preparó para Bécquer y para este bloguero llevará algún toque especial no fácil de averiguar.

 

 

Un pis maravilloso

Hay mecanismos para activar la memoria olfativa que nunca fallan...

Hay mecanismos para activar la memoria olfativa que nunca fallan…

1
Ubaldo había conseguido en la Escuela de Policia Científica las mejores calificaciones. No sólo dejó allí pruebas de su responsabilidad y competencia, sino también de su fino olfato y de su inteligencia deductiva. Ubaldo Pérez Angoy acabó siendo para su promoción Deducator. Procesaba los datos e hilvanaba los indicios como ningún otro. Naturalmente, acabados sus estudios, su permanencia en el cuerpo no fue muy larga. No hacía falta ser ningún lince para percatarse de que ningún funcionario como él medianamente honrado dejaba de ser, como mucho, un puto policía. De modo que un día fue requerido por un importante hombre de negocios de esos con pasaporte panameño y varias sociedades cuyo objeto social no viene a cuento, domiciliadas todas ellas en las islas y paraísos más exóticos del mundo, y no tuvo más remedio que cambiar de vida.
-Creo que voy a tener que comprarme una trinchera –le dijo a Flora, su mujer un día al volver a casa- De esas más propias de otro tiempo- añadió mientras encendía su cigarrillo y sonreía a lo Bogart– Y un sombrero, para terminar de componer el tipo.
-¿Y eso?-inquirió ella después de besarle en los labios- A mí me gustaba más Robert Mitchum.
Ubaldo puso cara de interesante, ahuecó su boca y fletó dos o tres anillos de humo que se disiparon al estrellarse contra la cara de Flora.
-Se acabó la miseria- dijo insinuando una levísima sonrisa- A partir de ahora en lugar de un puto policía tu marido será un puto detective, pero bien pagado.
2
Habían transcurrido cuarenta y dos años desde que unos huevos escalfados con espárragos trigueros sellaron su amor en una casa rural de La Alcarria donde unos amigos le habían invitado a pasar el fin de semana. Deducator había barajado muchos otros factores que podrían haberle llevado a la conclusión de que Flora, también invitada, iba a ser la mujer de su vida. Quizás su perfil tan bien dibujado, su cabello castaño cortado como entonces se decía a lo garçon, su tipito menudo, pero con las curvas precisas y perfectamente macizadas, su conversación, espontánea y fresca, el generoso candor con el que se ofrecía para hacer esas pequeñas tareas del hogar que tanto aburren a los demás, su voz… Cómo cantó con la guitarra al calor de la chimenea aquel bolero de Lo dudo, lo dudo, lo dudo mientras le miraba a los ojos. Él pasaba por ser un poli de buena planta y había salido con muchas chicas frente a las que blindaba sus sentimientos. Sin embargo ella le acabó conquistando aquel fin de semana.
Se dio cuenta en el almuerzo del domingo. Flora había preparado unos huevos escalfados con un manojo de espárragos trigueros que habían cogido esa misma mañana mientras paseaban por el campo. Los sirvió directamente desde la sartén. Primero a los dueños de la casa y a otra pareja de amigos, luego en su propio plato, en el que depósito el huevo menos lustroso y apenas tres puntas verdes. Y finalmente los dos mejor presentados con abundante guarnición de trigueros, en el plato de Ubaldo, que era el nuevo de la pandilla.
-Toma, a ver si te gusta- le dijo mientras le servía mirándole con una intensidad que a él se le antojaba irresistible- Que esto tiene muchas vitaminas, y a ti te harán falta para tus investigaciones…
No fue un hallazgo intelectual de los que habían justificado su apodo de Deducator. Pero desde luego aquel día dedujo que él le gustaba a Flora, que Flora le gustaba a él y que, al margen de sus encantos de mujer, buena parte del porqué era algo tan poco romántico como unos huevos escalfados con trigueros. La vida ofrece a veces este tipo de sorpresas. Una pequeñez puede condicionar tu futuro. No una batalla, ni un gordo de la Primitiva, ni salir vivo de un accidente de aviación, ni encontrarte a los treinta años con que tu orientación sexual no es la que te pide el cuerpo y sales del armario. Esta vez fue un plato de huevos escalfados con espárragos lo que cambió el rumbo en la vida de Ubaldo Pérez Angoy.
3
Durante casi cuarenta años, las deducciones -no del todo inocuas- del antiguo policía convertido en detective le rindieron pingües beneficios. Unas veces su investigación le llevaba a deducir que a este o aquel concejal de un pueblo de la costa le urgía cambiar de coche, porque iba a ser padre de trillizos. Otras, que al diputado Zutanito, famoso por ser un padre ejemplar de numerosísima familia y coleccionista de vírgenes románicas, le encantaba reunirse en el jacuzzi de un apartamento de lujo con tres mulatitas para hablar de sus cosas. En ocasiones deducía que la esposa del que concurría con su jefe en la misma licitación de obra pública se la pegaba a su marido con el garajista. Flora no estaba enterada al detalle de los trabajos de su marido, ni tampoco ponía demasiado interés en ello. Al fin y al cabo todo revertía en beneficio de la familia, que desde que Deducator dejó el cuerpo de la Policía había conseguido mejorar de casa, dar buenas carreras a sus hijos y gozar de una posición económica y social relevante.
-Te quiero, Ubaldo- le decía aún a sus sesenta y tres años mientras cenaban a la luz de la luna en la terraza de su apartamento de Pollensa.
Deducator se dejaba besar en los labios, quizás para no olvidar que era un detective seductor como los que hacían Bogart o Robert Mitchum. Luego, embelesados los dos por la brisa y el sonido de las olas rompiendo contra el malecón del puerto, cenaban lo que amorosamente había preparado ella. Ahora ya no había en la mesa huevos escalfados con espárragos, sino caldereta de langosta y una cubeta de hielo en el que se enfriaba una botella de Domaine Chaillon de Briailles, un blanco que, al decir de un colega del boyante detective, tenía bouquet, retrogusto, aromas almendrados y esas gilipolleces que tanto preocupan a los ricos sobrevenidos.
4
Sólo un poco después el panorama de Ubaldo, de Flora y de su familia feliz se nubló. El antaño lúcido detective fue perdiendo facultades. Despistes, olvidos supitaños, frases interrumpidas. De repente largos silencios buscando angustiosamente esa palabra fácil que no aparecía. Segundos tragando saliva que se le hacían largos. Frases inconexas…
Deducator dejó su trabajo. Flora le puso en manos de los médicos. En esos momentos confusos en los que la ciencia aún no sabía si su mal era una primera fase de la demencia senil o de un Alzheimer, el propio Ubaldo se defendía poniendo en juego mecanismos sencillos para ejercitar su memoria. Se concentraba en el número 28 y en la percepción del color verde botella, que era que pintaba el portal de su casa. Se concentraba en la enorme vaca de fibra de vidrio con ruedas que asomaba por la puerta de la tienda de moda. No le interesaba nada ésta, pero sabía que al lado quedaba el estanco, donde entraba siempre disparando con las manos como si fuera un vaquero, para no olvidarse de que el tabaco que venía a comprar era Marlboro. Y, por Dios, en el único paseo cotidiano que aún le dejaban hacer solo, detenerse en la floristería, mirar a las rosas, a las caléndulas, a las orquídeas o a las ponsetias y después cerrar los ojos y tratar de agarrar con sus palabras lo más importante de su vida.
-Flora, Flora, Flora…
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Sin embargo la enfermedad siguió su curso, y llegó a ese momento terrible en el que él no sólo no podía salir solo de casa, sino que ni siquiera era capaz de recordar los nombres de los suyos. Deducator acabó sepultándose en un sepulcro de silencio. Estos trances acaban a veces matando a una familia, pero a menudo, en su marcha destructora, descubren también almas heroicas que neutralizan sus efectos. Flora resultó ser una de ellas. El dolor de la enfermedad de Ubaldo no sólo no melló su ánimo, sino que lo fortaleció. Cuanto menos Ubaldo parecía él, más ternura, encanto y sonrisas derramaba ella.
-Hoy te voy a hacer uno de tus platos favoritos que hace mucho tiempo que no tomamos- le decía ella acariciando su mano mientras le ayudaba a hacer el rompecabezas de cada día.
Se lo comió el viejo detective tan a gusto como de costumbre. Por supuesto, sin decir una palabra. ¿Cuánto hacía que no la decía?…Pero todo cambió cuando a media tarde fue al cuarto de baño, levantó la tapa del retrete y se puso a hacer pis. Algo de anzuelo debe de tener la memoria olfativa para pescar recuerdos en el olvido, y desatar a partir de ellos procesos de recuperación de la mente. Algo especial igualmente deben de ser el ácido asparagúsico y el metanetiol para añadir un olor inconfundible al pis que se hace después de haber comido espárragos. Y también algo aún quedaba de lógica en la confusa mente del pobre Deducator. Pues el hecho es que, después de rematar la faena y lavarse las manos, como está mandado, salió del cuarto de baño, cerró la puerta y buscó por el pasillo a esa mujer extraña que le acompañaba en casa.
-Tú…-titubeó Ubaldo mientras extendía sus brazos hacia Flora y trataba de despertar a su lengua dormida-Tú…Tú…¿eres la que me hacías huevos escalfados con espárragos?
Ella asintió, avanzó unos pasos, lo acogió entre sus brazos y lo estrechó contra sí. No se daba cuenta de ello, pero sonreía emocionada. Y con los ojos cerrados, se ilusionaba pensando que a lo mejor cualquier día volvía a llamarle Flora.

El efecto kaleidoscopio

Lo de girar el kaleidoscopio y descubrir una imagen nueva es fantástico, pero a veces tiene sus riesgos...

Lo de girar el kaleidoscopio y descubrir una imagen nueva es fantástico, pero a veces tiene sus riesgos…

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Tiene su encanto. Es como un infatigable ogro feroz, pero  si no has sido víctima de sus grandes desmanes tiene su encanto despertar, mirar por la ventana y saber que el invierno te recibe un día más con lluvia fina empaquetada en una niebla espesa. Es un amanecer espectral, y tú, que tienes algo de gótico o de romántico enfermizo, no puedes negar que disfrutas del cuadro. La luz de la luna llena velada por el manto de nubes se funde con la de un sol acojonadito, que cumple con su deber sin saber que  no podrá filtrar ni un solo de sus rayos en esta enésima jornada de borrasca. Los árboles deshojados se recortan contra el fondo grisaluzado del alba. Por entre ellos sólo echas de menos a Frankestein que avanza hacia tu casa dando tumbos o a un  par de zombis despabilados que te traen porras para desayunar. Qué pena que no esté contigo Tim Burton para aprovechar el decorado.

Toda esta descripción es solamente para decir que el día no puede pintar más lúgubre. En días así, mejor la mirada introspectiva o hacer girar el kaleidoscopio.

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Sostiene Homper que todos estamos en el kaleidoscopio, o que todos somos kaleidoscopio. Que él sólo veía a su vecina del sexto, una rubia bastante atractiva hija de judío polaco y de psicóloga argentina, como profesora de danza del vientre, hasta que ocurrió algo para él sorprendente. Homper no es un simple, sabe que enseñar la danza del vientre no significa ser un pendón, pero aún así se quedó pasmado cuando antes de las vacaciones de verano la danzarina se presentó en su casa para regalarle una orquídea blanca.

-Toma, vecino –le dijo mientras ponía el tiesto en sus manos- No puedo soportar que muera por mi culpa, así que te ruego que te la quedes, porque yo me voy con mi chico a Gambia para operar de los ojos a los niños que lo necesitan. Cuídala,     que yo te quedaré eternamente agradecida.

Su novio era oftalmólogo, y ella, además de bailarina, su abnegada y meritoria auxiliar. Todos somos algo insólito para alguien.

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A veces no hay más que dar un pequeño giro al kaleidoscopio para descubrir una faceta insospechada en las personas de las que tenemos elaborada nuestra ficha. Tu perplejidad  homperiana de esta sema fue descubrir que Darío Villalba, uno de nuestros artistas plásticos más laureados y con obra en los museos de arte contemporáneo de medio mundo fue nuestro único representante en los Juegos Olímpicos de Invierno del año 1956 que se celebraron en Cortina D´Ampezzo en la curiosa especialidad de patinaje artístico. Ahora esta disciplina ha cobrado mucho protagonismo gracias a uno de esos genios del deporte que de vez en cuando fabrica España. Un tal Javier Fernández ha estado a punto de conseguir medalla en Sochi en esta disciplina, y con tal motivo alguien escarbó en el historial de este deporte poco popular en nuestro país para traernos la imagen imprevisible de un Darío Villalba joven, recortadito, ceñido y encorbatado de pajarita en una pose más propia del famoso Toni Sailer que del artista bohemio y de torpe aliño indumentario con el que le conociste. Darío Villalba era hace cincuenta y siete años un guapo mozo, pero hoy luce como un intelectual voluminoso y ceñudo, como corresponde a los tiempos críticos que vivimos. Su obra se encuadra dentro de lo que un ignorante como tú llamaría arte angustioso. Los  cuadros, las esculturas, las fotografías y los famosos Encapsulados que avalan su carrera insinúan desasosiego y rabia, como si el artista tuviera muchas cuentas pendientes con la vida que le ha tocado vivir. No mala, por cierto. Pero pasa que cambiamos con el tiempo, que la procesión va por dentro, que todo hombre tiene varios hombres diferentes dentro de sí.

Y que si giras el kaleidoscopio, siempre descubres una nueva realidad insospechada.

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Ese mismo día algún cocinero famoso de esos que nos enseñan a comer –a nuestros años- alabó las virtudes de la carne del conejo, y tú, que jamás comes conejo, no se sabe por qué asimilaste su conseja culinaria. De tal manera que habiendo entrado en un supermercado para comprar el pan, la mantequilla, mandarinas, suavizante y vinagre de Módena, pasaste ante los cárnicos, viste un envasado donde ponía conejo y allá que lo pusiste en tu carrito de la compra. Impulso instantáneo.

Y fatídico. Otras veces el conejo se vende ya troceado, en bandejitas de poliestileno y envasado al vacío. Es mejor: acabarás cocinando carne, sin pensar mucho en el  mamífero de la que procede. .No se sabe por qué ceguera sobrevenida súbitamente tú no reparaste en que te llevabas en cambio el animal entero, con su cabecita, sus patitas su rabo y hasta su bandullo. Tu Neli, la asistenta, había dicho que lo guisaba muy rico, pero un flash de sensibilidad iluminó de repente tu obnubilado cerebro.

-¿Cómo la voy a obligar a descuartizar este cadáver?…¡Qué espanto!…

Estabas a punto de acostarte. Pero no hubieras podido dormir con ese remordimiento, así que te enmandilaste, buscaste la mejor cuchillería de tu menaje y a la una y media de la madrugada, con nocturnidad y alevosía, comenzaste tu macabra tarea. Entretanto, gruesos lagrimones se asomaban a tus ojos. Los fantasmas del Conejo de la Suerte y de Tambor, el conejito de Bambi, te acusaban desde el recuerdo de tu infancia, donde nunca hubo conejo alguno que mereciera tan cruel destino.

Es lo malo del efecto kaleidoscopio. Te crees un duende bloguero inofensivo, cambias la óptica y acabas descubriendo que llevas dentro a Jack el Destripador o a Sweeny Todd.  Menos mal que hoy domingo amanece en Candeleda  limpio y esplendoroso, y que todo lo verás más bonito.

Jamón, cultura y felicidad

Quién iba a decir que los jamones del hermano cerdo y la hermana cerda acabaran siendo cultura...

Quién iba a decir que los jamones del hermano cerdo y la hermana cerda acabarían siendo cultura…

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En una cuña publicitaria de ONDA CERO un niño habla con alguien que debe de ser su abuelo. Podría soltar alguno de esos mensajes acaramelados que se prodigan por Navidad, pero sólo dice que el jamón que se está comiendo está muy bueno. Se deduce que el presunto abuelo es el patriarca de una estirpe que desde hace generaciones se dedica a salar y secar jamones, y confirma que este les ha salido tan perfecto que sólo le falta ponerle nombre. Y entonces deciden bautizarlo con el patronímico familiar, que es Rodríguez. No tienes nada contra la noble saga de los Rodríguez, pero te preguntas si el jamón gana mucho con esa marca de cuyo arraigo jamonero no tenías la menor noticia. ¿Serán mejores los jamones de Rodríguez que los de Pérez o los de García? Qué zozobra, Señor, afrontar la Navidad con tales dudas.

2

Esta temporada, al prestigiado e inefable Josemi Rodríguez Sieiro se le llenaba la boca recomendando los productos de Redondo Iglesias, también otro maestro jamonero. Y el hecho de que este pontífice de las buenas maneras y del mejor vivir en un minuto alabe los jamones de Rodríguez, al siguiente los embutidos Redondo Iglesias, a continuación diga maravillas del capón de Cascajares y finalmente te cuente que va a almorzar con la marquesa de San Eduardo, reaviva el brasero de los arcanos que te torturan. ¿Ofrecerá esta marquesa de aperitivo lonchas de un jamón Rodríguez  o de uno de Redondo Iglesias? ¿Pondrá de segundo plato capón de Cascajares u optará por un lomo de merluza de Ahorramás?…Te encantaría proclamar que tu mente es lúcida, y que  lo tienes claro. Pero no, definitivamente no sabes cómo procesar tantas lecciones de buen vivir como nos regalan los petimetres de los medios.

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Y sin embargo hubo un tiempo en que te prometían un bocadillo de jamón y aquello te parecía un billete a la gloria. En algunas tascas de Madrid se exhibía este manjar con truco: sacaban la mayor parte de la loncha por una punta del bocadillo y el pan sugería que dentro de su buche guardaba mucho más. Era una estampa de lo más típica, como la del pobre lechoncillo muerto exhibiéndose en los escaparates de las carnicerías de postín, sentado y sonriente cual si fuera un muñeco. Pasión por el cerdo, sin distinciones sobre su raza y origen. Cuando algo era excelente se decía que era un jamón. Y bastaba el añadido de serrano para que te sintieras un príncipe degustando con él la mejor de las meriendas posibles. Te sonaba eso de jamón de Teruel, de Montánchez y de Avilés. Aunque no te importase el color de la pata del cerdo, ni si este era ibérico, celta, cartaginés, visigodo o rosado, como los de los Tres Cerditos.

¿Jabugo?…¿Cinco Jotas? ¿Guijuelo? ¿Cumbres Mayores? Como si te hablaban de Vladivostok. La felicidad no exigía tanta información. El hedonismo entonces era tan rudimentario que te sentías feliz con sólo echarle el diente a un simple jamón serrano.

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Ahora os habeis puesto estupendos. Desde que el comer y el beber se elevaron a la categoría de cultura, esta es la única faceta de la misma en la que todo el mundo es experto. Hay que saber de vinos y de jamones como si de filósofos o científicos se tratara. Tú crees que son muy respetables y necesarias las marcas y denominaciones de origen, que mejoran el nivel de vida, crean riqueza y puestos de trabajo. Pero también piensas que tanta obsesión por el asunto y tanto protagonismo en los medios audiovisuales de cocineros, bodegueros, catadores y sedicentes gourmets revela una cierta decadencia de la civilización. Será esta más refinada, pero también más banal y estúpida.

Y, en tu ignorancia, añoras aquellos tiempos en que un bocata de jamón serrano sin marca alguna era tan sólo una magnífica merienda.

Camisa rústica y castañas asadas

Castañas y nietas1

Sospechas que es algo que le pasa a todo el mundo en esta sociedad de consumo. Un día abres el armario y encuentras algo que no sabes por qué está ahí, qué extraño genio te iluminó cuando lo elegiste, para qué lo comprarías,  en qué estarías pensando. A ti te ha pasado este fin de semana.  Amaneciste en el campo, hacía frío, tiraste del cajón de las camisas reparaste en una de esas de grandes cuadros en algodón grueso que no te pones nunca. Lleva el logotipo ostentoso de Pedro del Hierro, que según dicen es un modisto muy fino, pero en tu imaginario particular este tipo de camisas los leñadores canadienses, los tramperos de Connecticut y esos héroes solitarios de algunas películas del Oeste que se presentan en su pueblecito de Montana y hacen un gran pedido de alambre, púas, martillos y picos para levantar una cerca y proteger sus pastos contra las vacas del malvado Mac Creary, ese antipático ranchero con cuadrilla de matones que además de creer que todo el monte es orégano da por hecho que es de su propiedad.

O sea, estás hablando de una camisa rústica y ligeramente llamativa. Y del por qué demonios la compraste, cuando sabes de sobra que lo tuyo debería ser la sobriedad y la discreción. Lapsus, despistes. Le pasa a casi todo el mundo.

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Un joven de ahora que ha mamado leche de la sociedad de consumo se pondría en tu lugar  una camiseta y le regalaría la camisa de marras al que le repara su Bultaco, que luce un tupé y unos patillones tipo Elvis, pero que los domingos pesca truchas con cucharilla en los ríos de León. O la despiezaría para convertirla en trapos para lustrarse sus botas de tacón cubano. Y a lo hecho, pecho, ni pizca de remordimiento por la mala compra. Lo malo es que tú perteneces a la generación en la que cualquier cosa por la que has pagado dinero debe tener su utilidad, a ser posible la original. Así que, algo a tu pesar, te la pones, te cubres con un chaquetón y te echas al monte.

3

Sorprendentemente, como si el hábito hiciese al monje, la camisa a cuadros te ha transmitido energía. Hace un año que no cogías una herramienta de jardín, pero como la mañana fría deja lucir un sol esplendoroso y hay tantas hojas por recoger, y la espalda ya no se te queja, te tienta volver a la acción. Así que te lías a rastrillar, a desbrozar un ratito con la hoz y la horca, y a acumular ramas secas y zarzas para hacer un fuego con ella y quemarlas. Y aunque no aparecen por ahí los Siete novios para siete hermanas para serrar troncos y bailar luego con esas campesinas tan monas de falda vaporosa y pololos, asoman tus nietas, que vienen de recoger castañas en una cestita rosa, todo como muy pastelero y cursi.

Y, cansado ya de tu primera peonada post neoplasiam, te sientas con ellas y asáis castañas sobre las brasas. Salud bien, chicas monas, castañas deliciosas. Hay días que vale la pena hasta ponerse esa camisa horrorosa que no te pondrías  nunca.

Desayunos sin brújula

¿Será posible que con la de veces que has desayunjado a lo largo de tu vida aún no tengas claro cuál es tu desayuno perfecto?...

¿Cómo es posible que después de tantos años desayunando aún no tengas claro cuál es tu desayuno ideal?…

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Desayunas un kiwi, una ciruela, un poco de esos cereales que llaman Muesli con leche y café. Lo del kiwi, que no te gusta mucho, te lo metieron en la cabeza cuando la quimioterapia hacía de las suyas y dificultaba el tránsito intestinal. Que curiosa palabra la de tránsito: tanto se utiliza cuando alguien muere  como cuando necesita laxantes. Supongamos que ese es tu caso. Afortunadamente.

Hoy ha caído ese desayuno, otros días tomas tres galletas Digesta, cuando te da, tostadas con aceite, tortas de ídem, roscón cuando es época o cualquier tipo de bollo o bizcocho. Y si hay porras o churros recientes, eso sobre todo. Viva el colesterol. Tú ya tienes lo tuyo, pero desde que los análisis te dijeron que tenías el índice de colesterol perfecto te das al aceitamen y a la chacina hasta lo que te pide el cuerpo. Tus arterias bien, aunque tu barriga no engaña. Lo notas en los agujeros del cinturón, que siempre te gustó llevarlo apretado hasta el último ojete. Ahora te oprime, para qué te vas a engañar. Pero te importa menos porque ya estás en edad senatorial, y a estas alturas de la película, y con chaqueta, como te gustará volver a llevar cuando el larguísimo y calidísimo verano se retire, la silueta de señor clásico disimula las curvas.

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Especulas con lo variable e indefinible  que es tu desayuno porque vives días de nosequé. Debe de ser un fenómeno típico de estas temporadas bisagra, en las que no se sabe si aún es verano u otoño, si hay que cambiar el fondo de armario o no, si hay que poner en marcha algún buen propósito o desengañarse de él cuanto antes, si es mejor escribir y salir a pasear o pasear y después sentarte a escribir, si hay que estudiar un curso de alemán o apuntarse al gimnasio, si mantienes tu tertulia o solicitas el ingreso en la Sociedad de Amigos de las Micología.

El caso es que a la duda proverbial de la época añades la tuya personal y constante, que manifiestas hasta en los detalles más insignificantes de la vida. Hace poco, revisando papeles, veías escritos tuyos de diferentes momentos y observabas cómo tu letra cambia de un año a otro. Unas veces letra grande, otras pequeña, a ratos recta, luego tumbada. En ocasiones los rasgos son muy marcados. Poco después tu pluma parece que ha derretido las aristas, y dibuja unos trazos largos en los que es difícil adivinar palabras inteligibles. Qué caligrafía tan mutante. Como tus desayunos.

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Como tú mismo. ¿Licenciado en derecho, publicitario, empresario varado, comunicador, rapsoda, humorista, caricato o excéntrico, como te titulaba el epígrafe fiscal en el que te encuadraba el antiguo IAE?… Llevas unos días intentando encontrarte a ti mismo, y pensando en la necesidad de ordenarlo todo: tus prioridades, tus gustos, tu plan de vida, tu forma de presentarte, tus papeles, tu casa. Para que seas capaz al menos de encontrar el cortaúñas cuando lo buscas. Dios, qué caos.

Luego te acaba venciendo la indefinición, y sigues en tu tiovivo, incapaz de detener tu caballito en una opción, y de ser lo que antes se llamaba un hombre de una pieza.

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Y a ti te divierte, crees que incluso te compensa esta forma de ser/no ser. Aunque lo cierto es que la historia acaba perteneciendo a los que lo tienen todo claro, y están convencidos hasta del desayuno que hay que tomar antes de ponerse en marcha  y arreglar el mundo.

Estampa de perro mirando al mar

Perrro en Ibiza1

Te acercas de nuevo al blog mientras preguntas en qué consiste la felicidad, y por qué este verano creías que eras feliz, cuando eso de la felicidad siempre te pareció un cuento, un imposible metafísico, una proclama voluntarista de seguidoras de la Señorita Francis.

Luego te miras el estilo y te dices que cómo vas a escribir de eso sólo tres días después de que a tu pueblo, que es Madrid, le dieran por el COI, no se sabe si porque el COI es la leyenda negra resurrecta o porque en realidad no somos tan estupendos como nos contaban. Por cierto…¿qué sabe el pueblo? Casi nada de todo. Sin embargo le bombardean  con slogans de famosos, datos, informes, estados de opinión y monsergas de los politólogos, y allá que va creyéndose el elegido. Y cuando se cae del guindo se mosquea, llegan los lamentos y se siente el objetivo de la conspiración universal de los enemigos de España. Menos mal que esta vez no ha intervenido la pérfida Albión.

Quizás Madrid 2020 iba a Buenos Aires de sobrado. O de engañado. No es que seas insensible al estupor y a la zozobra colectiva. Sientes el fiasco por los bien intencionados y los ingenuos. Pero recelas  del negocio olímpico, que es como en realidad se deberían llamar a los juegos, igual que de cualquier otro opio del pueblo.

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Así que te fijas en el perro que miraba el mar desde el muro de piedra y decides escribir sobre él. El perro en realidad es una perra llamada  Swing, que al atardecer se sube al murete de piedra y se entretiene mirando el mar del sur de Ibiza. Quizás espera uno de los bellos juegos cromáticos de la puesta de sol, que primero encenderá los acantilados de punta Porroig y luego matizará de un rojo cinabrio los dos cabos que se divisan por detrás de este. Se supone que Swing no tiene sensibilidad para apreciar estos detalles, pero el caso es que la perra parece feliz y se queda embelesada contemplando el paisaje.

Tú la acabas de llamar por su nombre, y la perra ha vuelto la cabeza.

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Aunque Swing quizás no lo aprecie, verá un jardín de arbustos y plantas aromáticas que proyectan hacia el cielo un pequeño bosque de verdor. Hace quince años en ese lugar había un pedregal. La perrita también ve  por encima de la mancha verde una casa de puro estilo ibicenco. En su terraza hay un señor y una señora rubia de elegante figura que leen cada uno un libro. También hay otro que mira. Mira a la perra que miraba el mar, mira el panorama, mira el monte de pinos, sabinas, enebros, madroños, brezos, jaras y abundantes lentiscos, hendido en su mitad por una torrentera, que rodea a la casa. Mira, en el fondo del cuadro, el Mediterráneo.

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Ese otro eres tú. Tú querrías explicar que estás ahí invitado por la pareja que lee. Le dirías a Swing que son tus amigos, unos de esos buenísimos amigos que, desde que te diagnosticaron la neoplasia esa que ahora parece dormir, tanto se han ocupado de ti. Tu amigo suele dejar comentarios en este blog firmando como un aristócrata. Se titula duque, marqués, barón…Falso: es un impostor. Oculta que sólo atesora la aristocracia de la inteligencia y el trabajo. Los réditos de esa otra aristocracia le permitieron hace años asentarse en la isla y poner a disposición de su señora una tierra que ella ha acabado de convertir en un paraíso. Ella es una apasionada de Ibiza y de la jardinería, con la que hace maravillas. También prepara una ensalada de garbanzos con confit de pato sublime, amen de otras delicias orientales. Es sensible, delicada y tímida, pero vaya si manda. Tienen hijos y  nietos, todos sanos y sonrientes. También una piragua en una cala cercana, con la que salen cada mañana a remar para conservar la línea. Incluso eso les ha salido bien.

Le dirías a la perrita Swing que hay otras maneras de ser feliz, aunque a ti particularmente esta es de las que más te convencen. Pero tampoco hay que distraerla. Que gire la cabeza y vuelva a componer la bella estampa de perra mirando el mar.

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¡Freude, amigo Simon Rattle!

Por razones evidentes nunca olvidarás esa Novena SInfonía de Beethoven que dirigió SImon Rattle en Madrid...

Por razones evidentes nunca olvidarás esa Novena SInfonía de Beethoven que dirigió Simon Rattle en Madrid…

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¡Alegría, bella chispa divina, hija del Elíseo!…Beethoven fue un genio, un talento de esos que autorizan en el creer en el género humano, por muchas barrabasadas que este haya hecho a lo largo de la historia. Schiller tampoco debió de ser un maula, aunque tú confiesas que lo has leído poco. Su famosa Oda a la Alegría, convertida después por el músico de Bonn en el coral más célebre de la historia de la música, es el grito de júbilo más solemne y universal. Épico, lírico, triunfal. Sublime.

Pero los tiempos cambian. Hace poco, en la celebración de una boda muy modelna, de esas con jueza redicha, poemitas cursis, discursos tópicos y cuestación final por hacerse con un retazo de la liga de la novia, la música que sonaba no era la Novena Sinfonía, sino una curiosa canción de Extremoduro que dice así:

Si me espera/ la muerte traicionera/y antes de repartirme/ del todo, me veo en un cajón,/ que me entierren/ con la picha por fuera/ pa que se la coma un ratón.

Tú, tan antigualla, escuchabas la letra y te quedabas perplejo como Homper. El novio era DJ, o sea, disk jockey, o sea, el que pincha los discos. Lo cual que una de dos: o era sordo como el propio Beethoven, cosa poco probable en su oficio, o tenía un puntito de masoca. Porque presentarse ante la que va a ser tu esposa deseando que te entierren con el carajo al aire para que se lo coma un ratón no es de recibo. Todos sabemos que el matrimonio comporta sacrificios para ambos cónyuges, ma non tanto.

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Eso confirma tu sensación de que casi nadie repara en la letra que a veces lleva la música. ¿Son conscientes los hijos de la muy burguesa República Francesa de que su gloriosa Marsellesa culmina su proclama deseando que una sangre impura empape nuestros surcos? Qué cosa tan macabra, como si todos los franceses llevaran dentro  al siniestro Doctor Petiot. ¿Han pensado los asturianos que a su Principado le da poco lustre que ellos tengan que subir al árbol, tengan que cortar la flor y dársela a su morena que la ponga en el balcón? No se entiende el silencio de las feministas ante el Asturias patria querida convertido en himno. Como tampoco se comprende la resignación de los mozacus. ¿Acaso, para ser rigurosos con  la igualdad de sexos, no debería citarse también  a mi moreno? ¿Es que ellos no tienen derecho a poner la flor en su balcón?.

Claro que esta omisión es una minucia, porque lo chocante es que nadie cayera en la cuenta de que hay muchas formas menos bobas de hacer patria. Bastaría repasar las letras de todos los himnos vigentes para concluir que entre tanta retórica sangrante, reivindicativa, absurda y, desde luego, pasada de moda, es casi una suerte que nuestra Marcha Real sólo pueda ser tarareada. La escuchas, miras al cielo transido, como Sergio Ramos, y a hacer historia con lo que te pongan por delante. Pero sin decir demasiadas tonterías.

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A propósito, era la Filarmónica de Berlín la que la tocaba, y el Coro del teatro Real quien lo cantaba, pero ¿sabía alguno de sus componentes quién es el Elíseo al que apela Schiller? Te imaginas las explicaciones. Eliseo, primera acepción: campo de París por donde paseaban las muchachas en flor. Eliseo, segunda acepción: nacido en el palacio del mismo nombre, residencia oficial del presidente de la República Francesa, donde al parecer se ha fornicado mucho a lo largo de la historia. Eliseo, tercera acepción: profeta del Antiguo Testamento que tuvo como hija a una bella chispa divina, luego cantada  por Beethoven en el cuarto movimiento, coral, de la famosa Novena Sinfonía. Eliseo, cuarta acepción: extremo del Málaga Club de Fútbol. Eliseo, quinta y última acepción, que es una interpretación personal tuya: algo así como la divinidad.

Se podría haber escrito simplemente Dios, pero a los poetas les gusta enredar. Además, al personal  le daba exactamente igual: dirigía Simon Rattle, que, como todos los titulares de la gran orquesta berlinesa,  también es de casta divina. Aunque quizás no tanto como su predecesor, Herbert Von Karajan.

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Tomaba éste café con tres colegas suyos, todos grandes batutas del siglo XX, cuando uno de ellos, Carlo María Giulini, contó que la noche anterior se le había aparecido Dios para confirmarle que era el mejor director del mundo.

-Qué raro –objetó George Solti- Hace nada el mismo Dios me aseguró que, como además de gran director soy un excelente pianista, el mejor indudablemente era yo.

-No me lo creo.. –terció el genial Leonard BernsteinPorque a mí lo que me aseguró Él es que teniendo en cuenta que soy un fenómeno como director, un virtuoso al piano y un excepcional compositor, está claro que el mejor soy yo.

Y entonces Karajan, sin alterar el gesto, apuró el último sorbo de su café y en uno tono de voz apenas perceptible puso punto final a la polémica.

-Perdón, caballeros. Pero no recuerdo haber dicho nada al respecto.

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Rattle no es Karajan. Afortunadamente, según dicen algunos látigos del que fue el más vanidoso de los divos. Simon Rattle es sin duda una figura de la dirección, su Filarmónica de Berlín es la orquesta perfecta, y la Novena Sinfonía de Beethoven  la pieza más excelsa de la historia de la música clásica.  Pero aunque no fuera así  serían aclamados hasta el delirio allá donde sonaran, porque esta tríada  integra eso que se llama un icono cultural. La gente se rinde ante estos fenómenos indiscutibles consagrados por los gurúes de la inteligentsia. En consecuencia, los VIP y los famosos pagan  fortunas para escucharlos en directo y por ser vistos allí. Y tú, que llevas toda tu vida escuchando música clásica, y presumes de tener no mal oído, te sigues sorprendiendo ingenuamente de que así sea cuando otros conciertos de gran calidad y asequibles para cualquier bolsillo, pero con menos estrellas en el cartel, no llenen ni la mitad del auditorio. Aunque Beethoven siga siendo el mismo.

¿Sobra marketing? ¿O falta criterio?

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Curiosamente la palabra rattle  en inglés significa ruido, sonaja, sonajero, cascabel, traquetreo. Sin embargo la orquesta del maestro inglés tocó como los ángeles, y la Oda a la Alegría final de la Novena Sinfonía  fue la coda idónea para culminar tu semana de buenas noticias. A este esperadísimo concierto te llevó tu buen amigo Manolo Gasset, uno de los que de forma más insistente  se ha preocupado por tu salud, que luego además te invitó a cenar un salmorejo y unos exquisitos dados de atún en Casa Emma, deliciosa tasquita junto al Mercado de San Miguel. Excelente plan: gran concierto, buenos momentos, mejores amigos. Beethoven también entendería que ese día, y aunque fuera por lo bajini,  terminaras cantando  su famoso Freude con más razón y más emoción que  nunca.

Cosas que tirar y otras cosas que guardar

...Hay cosas que se deben guardar por lo que que te recuerdan y lo que te ayudan a ser feliz...

Hay cosas que se deben guardar por lo que que te recuerdan y lo que te ayudan a ser feliz…

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Deambulas por tu pequeño palomar, como cualquier día que amanece, y después de mirar el despuntar del sol mientras tomas el café pones tu mirada en uno de esos objetos conmemorativos con pedestal de mármol  que algún día te entregaron con las mejores intenciones. No lees el mensaje grabado en la plaquita correspondiente, por no ofender los buenos sentimientos de quienes te querían homenajear. Te imaginas entonces que eres Kant, que el objeto es una piedra cualquiera, y que la placa en realidad dice: Al maestro Emmanuel Kant, para que no busque más la piedra filosofal. Congreso de Königsberg 1802. Piensas que la piedra del ilustre pensador también acabaría cubriéndose de polvo, y que un día cualquiera, después de mucho balanceo entre el empirismo y el racionalismo, detendría sus ojos en ella y se preguntaría.

-¿Para qué carajo quiero esto en mi biblioteca, si sólo sirve para recordarme lo que recuerdo perfectamente y encima me ocupa unos centímetros cuadrados en la biblioteca?

Imaginas también que por las calles tranquilas de la ciudad prusiana donde nació y de la que nunca se movió pasa el afilador. Das por supuesto que este afila bien los cuchillos, pero que desafina notoriamente cuando canta el afiladoooor, como supones que harían en su tiempo los afiladores prusianos. Y comprendes perfectamente que, por puro ejercicio de la razón pura, el gran filósofo cogiera la piedra filosofal de su anaquel de sabiduría y se lo arrojara por la ventana al mal Caruso.

Perdone, pero es puro pragmatismo –le diría- De una parte, me libro de una inutilidad por la que también hay que pasar el plumero. Y de otra, espero corregir así su mal oído, que va en detrimento de su noble profesión.

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Te salen las ínfulas de tirano que todos llevamos dentro y piensas que si fueras rey absoluto mandarías al destierro a todos los que idean, promueven, fabrican o entregan los objetos conmemorativos o trofeos inútiles y generalmente horrorosos. Ya sean estatuillas, monolitos, metopas, placas o cualquier otro elemento de tortura visual y de castigo para el trapo del polvo.

Recuerdas en cambio que una vez que fuiste a Albacete con tus compañeros de la radio para hacer un programa allí la alcaldesa te regaló una navaja cabritera  con tu nombre grabado en las cachas. Recreaste por un momento lo bien que se cortaría el chorizo con dicho y instrumento y llegaste a la conclusión de que aquella alcaldesa era la más lúcida de España.

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Te preguntas por qué a nadie se le ocurre lo de la alcaldesa de Albacete- lástima no recordar su nombre- con otras variantes. Por que no se homenajea con sacapuntas, pelapatatas, linternas, abrechapas, sacacorchos, pastilleros, destornilladores, rizapestañas, cepillos de dientes, cortaúñas conmemorativos. Algo que quepa en cualquier cajoncito, que sea útil y que no tengas que acabar arrojando por la ventana al jefe de la Tuna  implacable que tortura con su serenata o depositándolo vergonzantemente en un contenedor de basura.

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Estabas esta mañana con el alma fofa, errática, tibia, ni contenta ni triste. De esas veces que te da por indagar en el sentido de la vida, vano empeño, o examinar tu entorno inmediato y preguntarte por su razón de ser. Qué propósito tiene conservar un logotipo comercial de presunta plata convertido en objeto decorativo, un recuerdo de Blois, un Manneken Pis que ni siquiera tiene la pilila en espiral para servir de sacacorchos , un espanto de reproducción de un fragmento de la antigua muralla de Zaragoza, un Quijote de cerámica con cara esmirriada de mariquita de urinario o una geometría que aparenta una formación de cristal y que cuando la tocas resulta ser de metacrilato. Te ríes entonces, recordando aquel condenado que entraba en el infierno de una película de Woody Allen.

Yo fui el inventor de los muebles de metacrilato- decía el desdichado visiblemente arrepentido de su horrible pecado.

Tú encajas el aviso divino, inicias tu propósito de la enmienda y arramblas con todo lo que no se puede aguantar ni un minuto más. A continuación lo metes todo en un saco de basura de los grandes y sales a la calle buscando inútilmente el contenedor de tonterías y vanidades, que aún está por homologar.

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Pero no hay mal que por bien no venga. En tu deseo de hacer algo de orden y de separar la mucha ganga de la poca mena recuperas un libro de tu amigo y compañero que fue en RNE Jorge Prádanos. Se titula Recetas de andar por radio, y es una pequeña joya de la cocina más sabrosa y sencilla. Te lo dedicó el 15 de mayo de 2011, cuando te invitó a su casa de Sevilla, recordando que muchas de ellas habían sido comentadas al alimón con el padre Bonete en el programa que hacías con la troupe de Julio César Iglesias. Jorge era un espíritu inquieto de registros exquisitos, sensible y entrañable. Tanto se volcaba en la cocina como en la poesía o en la música, aportando a la radio de entonces una originalidad, un humor, una categoría y un refinamiento que hoy se echa en falta. Jorge murió hace unos meses, a ti te llamó su mujer Yoyi, que es también poetisa

-Encontré tu número de teléfono entre algunos de sus últimos papeles- te dijo entre lágrimas.

Te quedaste con la boca abierta, no supiste qué decirle.

Unos meses después no es el panegírico que se merecía su marido, pero piensas que sí es al menos el reconocimiento de que su libro y su recuerdo te han salvado el día tonto. Le has limpiado el polvo, lo has repasado, lo has recolocado entre tus tesoros favoritos y, gracias a él, vas a almorzar unas carrilleras de ibérico según la versión de de un humanista de la gastronomía. Siempre  recordarás a Jorge por su sonrisa, por su cariñoso trato,  por su buen gusto y por los muchos de sus estupendos platos que aún piensas disfrutar antes de reunirte con él a seguir riendo de casi todo. Mil gracias, amigo, y descansa feliz.

El pollo de Carpanta

La esperanza  de hoy no es el pollo de Carpanta, pero va en la misma línea...

La esperanza de hoy no es el pollo de Carpanta, pero va en la misma línea…

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Qué buena suerte tuvo tu hermana Paloma.  Le operaron de apendicitis y no sólo le regalaron bombones, sino que al final de su convalecencia en la Clínica del Rosario le sirvieron de comida pollo asado.

Ahora cualquier niño se reiría, vaya, pues qué tiene de  extraordinario el pollo asado, pero entonces un pollo asado era un pollo asado. Tu abuela Mercedes Pena, que perteneció a una familia de posibles hasta que entre viajes a Bayreuth y una malhadada quiebra se quedó a dos velas, sólo alimentaba dos sueños. Uno, volver a escuchar a Wagner en su salsa, cosa que no te explicabas, porque la pobre tenía un oído desastroso. Otro, comerse un capón asado. Capón la abuela, que al menos había conocido de joven el esplendor y la opulencia, pero sus nietos erais más clase de tropa, y soñabais sobre todo con el pollo asado que aparecía en los tebeos como un maná para redimir a los españoles del hambre de posguerra. El pollo de Carpanta.

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Era un pollo macizo y doradito, perfectamente colocado en una fuente con las patas apuntando a las alturas, como esperando la bendición del cielo. Y simbolizaba la obsesión de Carpanta, un pobre muy digno, con el aspecto desaseado y semibarbado de todo vagabundo, pero con cuello duro y sombrero. A Escobar, el dibujante que lo creó, le llamaron la atención desde las alturas.

-Oiga, joven. Que en la España de Franco no se pasa  hambre.

Y a partir de  entonces Carpanta en sus historietas  sólo pudo tener “apetito”, que es menos hiriente que el tener hambre. Bueno, pues tú debías de tener  mucho “apetito” cuando fuiste a ver a tu hermana Paloma y entró la enfermera con el plato de pollo asado, porque lo cierto es que a partir de entonces deseaste que a ti también te operaran para poder consumar en tus propias carnes –algo magras por entonces- el gran sueño de Carpanta.

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Tenías once años cuando después de unos días de vómitos, borborigmos y dolores en la tripa el tío Federico decretó que había que operarte a ti también. Ingresaste en la Clínica de la Fuensanta, te operaron de apedicitis, recuerdas el olor del cloroformo, el lento y angustioso despertar  de la anestesia, un agudo dolor en el vientre, el reencuentro con la realidad y el asirte a la esperanza.

-Mamá –le preguntaste a tu madre, que te cogía de la mano- ¿Cuándo me van a dar el pollo asado?

Fue la primera  lección de que en esta vida no se `puede anhelar en demasía. Porque te tuvieron un día a en ayunas, un par de días más a dieta líquida, los dos siguientes a dieta blanda, uno más a tortillas francesa y jamón de York y cuando te dieron el alta no había asomado por la habitación blanca el famoso pollo de Carpanta.

Menos mal que por una vez fuiste reivindicativo, y, una vez en casa denunciaste el agravio comparativo con Paloma y reclamaste tus derechos adquiridos. Hasta que un día tu madre sue fue al mercado de la Paz, compró un cuarto de pollo, lo asó como te gustaba, bien churruscado, y te lo sirvió a ti solo en un plato especial mientras tus cinco hermanos miraban y esperaban a otra operación para calmar al carpantita que todos los españolitos de entonces llevábais dentro.

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Te sonríes con ternura recordando a Carpanta mientras esperas que te recoja tu hija para llevarte al hospital donde van a reparar tu vértebra chafada. Hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad, y no harán más que inyectarte un cemento resinoso, recomponer la pieza que aguanta enhiesta tu figura y, de paso, erradicar los dolores que son al cabo la única secuela verdaderamente molesta de tu tumor. Para la operación de apendicitis del año 1957 te hicieron una raja en el vientre de unos diez centímetros, y te mantuvieron en el hospital no menos de una semana de convalecencia. Para esta que llaman cifoplastia ingresarás esta tarde y te darán el alta mañana. Hoy las ciencias adelantan que es una bestialidad, y tampoco las esperanzas son idénticas, aunque vayan en la misma línea de ingenuidad y de aprecio por los valores elementales.

-Mamá, ¿cuándo me van a dar el pollo asado?- no dirás cuando despiertes de la anestesia.

Son otros tiempos y otras circunstancias. Ya no aspiras a comerte el pollo de Carpanta. Sólo a pasear,  tal vez volver a trotar algún día como un viejo maratoniano y, desde luego, a disfrutar de la vida que llevas redescubriendo desde que te sacaron la tarjeta amarilla.


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