Posts Tagged 'Fondo Monetario Internacional'

Un Mini para evadirse

Cómo no se va a aprovechar la posibilidad de evadirse en ese coche maravilloso en el que ni un contorsionista era capaz de hacer el amor...

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De repente, al despertar, notó lo mismo que aquellas mañanas de invierno en el campo, cuando el peso de las cuatro o cinco mantas de lana gruesa  le oprimía las puntas de los pies.y le costaba doblar las rodillas. Dios, qué frío entonces. La radio despertador entretanto le ponía al día: el Fondo Monetario Internacional, nos lo pintaba aún más negro. Ya no podríamos cumplir nuestros objetivos de déficit, y el número de parados rebasaría los cinco millones. Ahmadineyad amenazaba a Occidente, y especialmente a las economías menos autosuficientes. España se dividía nuevamente por el proceso a un juez. Qué oportuno, desenterrar a Montesquieu, ponerle en la mesa de autopsias y despiezarle para ver qué parte de él nos interesa y qué hay que arrojar definitivamente al crematorio.

Ah, y continuaba la pertinaz sequía. Qué divertido,  Éramos pocos y parió la abuela: en cuanto nos quejamos un poco de la lluvia, porque nos ensucia el coche recién lavado, aparece el anticiclón y nos recuerda que estamos más cerca del norte de África que de la verde Europa.

Se podía vivir al margen de eso. Incluso de la suerte de ese amigo herido por la enfermedad, o de ese otro angustiado por la incierta suerte de su familia. Pero aunque el invierno era de pacotilla, y el edredón tan caliente como ligero, su conciencia le anunciaba la insoportable gravedad del día. Era el efecto de no sentirse un ajeno, de querer ser solidario con el inconsciente colectivo. Era, como le enseñaron desde pequeño, el peso de la responsabilidad social.

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El ciudadano responsable se puso el abrigo, cogió su cartera, metió su MP3 en el bolsillo, le conectó sus auriculares y se echó a la calle. No podía quedar al margen de la realidad, porque al fin y al cabo era estadístico, y milagrosamente aún conservaba su puesto de trabajo y éste le permitía sobrevivir. Pero ser responsable no significaba ser masoquista. Aún no clareaba el día, y no era cosa de profundizar en la noche oscura de su alma. Así que se detuvo ante un paso de peatones con el disco en rojo, pulsó a la búsqueda de su pequeño aparato y abandonó las noticias para aliviarse con una radio fórmula.

Se puso el disco en verde. Algo todavía funcionaba. Se detuvieron los coches para que cruzara la calle el ciudadano responsable. Y en ese momento, qué respiro, se produjo una triple coincidencia. Primero el hombre atormentado pasó delante de un Mini Cooper conducido por una niña pija muy mona. A continuación pasó por delante de un Mini Cooper antiguo primorosamente conservado. Lo conducía un tipo canoso y bien trajeado que se había encogido lo bastante como para caber en aquella joyita automovilística de época que, junto al modelo actual, parecía un coche de pedales.

-Todo cambia…¿a mejor? –pensó comparando los dos modelos- Pero…¿por qué se empeñan también los fabricantes de coches en desnaturalizar lo que estaba tan bien inventado?

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Y en ese momento por la emisora de radio fórmula, empezó a sonar aquella vieja canción tan gamberra como ingeniosa que decía Qué difícil es hacer el amor en un SIMCA 1.000. Y velay, la triple coincidencia de Mini antiguo, Mini actual y canción evocadora fue mano de santo, y le aligeró el plúmbeo manto de responsabilidad social que le oprimía

Pues su alma de estadístico le llevó a extrapolar la canción de su contexto. Y el ciudadano responsable hizo el resto del camino a su oficina especulando sobre qué porcentaje de privilegiados conductores del Mini Cooper original habrían conseguido la difícilísima hazaña de echar un polvo en este diminuto coche.

-Vete a saber –pensó mientras el día se iluminaba del todo- A lo mejor es por eso por lo que ha pasado a la historia del automovilismo.

El perverso FMI

Don pro Buenafé le enseñó a mirar la vida desde la utopía. Y el alumno acabo superando al maestro...

Don Probo Buenafé le enseñó a mirar la vida desde la utopía. Y el alumno acabo superando al maestro...

Algunos desaprensivos de los medios le llamaban el Ludópata, por su afición al riesgo. Otros, como Carlos Herrera, el Fenómeno. Luis María Ansón – al que, sin embargo, le gusta de cuando en cuando babear con alguna de sus ministras, como González Sinde- aprovechaba para dejar constancia de su saber de historia y le apodaba Zapatero I, el de las mercedes. El  sin embargo pasaba por encima de ironías, de dimes y de diretes. Y continuaba su camino bajo los dictados de don Probo Buenafé, que fuera antaño su profesor de Teoría del Talante y del Humanismo Aplicado.

Ten cuidado, hijo-le advirtió un día éste mientras paseaban juntos por el campo- ¡vas a pisar esa boñiga!…

-¿Boñiga?-se atrevió a corregirle José Luis mientras le miraba con sus ojitos azules más seráfico que  nunca-¡Pastel nutriente de origen vacuno que enriquece a nuestra madre tierra!…

Y don Probo, claro, tuvo que darle matrícula de honor.

A partir de entonces, su vida fue tirar para adelante viendo siempre la botella no medio llena, sino completamente llena. Y antes muerto que sin risa. O al menos sin la sonrisita de Bambi. Pero aquella tarde de septiembre fue demasiado. Mientras su sentido de estado y su compromiso con los más necesitados le tenía en Copenhague esperando que el COI derramara el cuerdo de la abundancia sobre Madrid 2016, el Fondo Monetario Internacional se atrevía a a anunciar el fin de la crisis. Con esta cruel apostilla: para todas las economías poderosas salvo España, que tardará al menos un año más en salir del bache y seguirá generando más desempleo. Qué bofetada para el abanderado del buenismo. ¡Qué desaire para el líder del optimismo antropológico!

Aquella noche el presidente no durmió bien. Soñó que estaba en el Palacio de Oriente, que alguien le abría las puertas del gran balcón que da a la plaza y que allí una multitud  enfervorizada le aclamaba diciendo cosas como prietas las filas, demos una lección al mundo, y si ellos tienen ONU, Fondo Monetario, Banco Central Europeo y esas cosas,  nosotros tenemos lo que nos da la gana.

-Españoles –sonó a través de la megafonía su voz aflautada y vacilante- ¡Ladran, luego cabalgamos!…Hagamos oídos sordos a los desafectos a nuestro régimen…

Entre sueños, creyó escuchar en su propia voz, que no era su voz, expresiones arcaicas, como los politicastros que, al socaire del comunismo…la Conspiración Judeo-Masónicay el Contubernio de Munich.

Y al despertar sudoroso y preso de la angustia pensó que, como ha ocurrido tantas veces con los grandes taumaturgos, el mundo estaba contra él. Y lamentó que don Probo, que ya criaba malvas, no pudiera resucitar para reeducar a la humanidad entera, rescatarla de su grave error y llevarla al terreno de su maravillosa  y única verdad.

Emilito Botín ya no es lo que era

Si no lo veo no lo creo...¡Botin devolviendo el dinero a sus inversores etafados!
Si no lo veo no lo creo…¡Botín devolviendo el dinero a sus inversores etafados!

Homper no era sino un visitante. Uno más de los que se quedó pasmado cuando Epulón Golden bajó de su pedestal al ver entrar en su sala a un par de periodistas con cámara fotográfica y micrófono. Aquel caballero bigotudo vestido con chaqué y chistera y fumando un imponente veguero, como siempre lo representaban los tebeos, carraspeó y, sin apenas esperar la primera pegunta, se precipitó a dejar sentada su opinión.

-Lo de Emilito Botín es intolerable-sentenció-Una vergüenza para lo que represento.

Los visitantes del Museo de Pesos y Medidas de París y los propios periodistas se sumaron al estupor de Homper. No podían imaginar tanta rotundidad en sus declaraciones.

-Ya no hay principios-se lamentó de nuevo Epulón-¡Un banquero que devuelve su inversión a los clientes porque les salió rana!…¿A dónde vamos a llegar?

Epulón era el patrón banquero que, como otros referentes -el metro, sin duda era el más famoso-se exhibía en el Museo de Pesos y Medidas en una barra de platino y de iridio, para que ni los cambios medioambientales mutasen la pureza de su aleación. Como banquero impecable representaba la codicia sin límites, el afán de exprimir cualquier oportunidad de negocio, y, sobre todo, la insensibilidad ante el pobre cliente perjudicado. Si subía el interés de la hipoteca, mala suerte para el hipotecado. Si se aprobaban nuevas comisiones, allá películas. Si un tal Madozz había salido gangster, a mí plim, nadie le obligó al inversor a que confiara en sus fondos. Si la cuenta corriente quedaba en números rojos, crujida de intereses leoninos, para que el iluso sepa lo que vale un peine. Gracias a su rigor y seriedad, el papel de Epulón  había merecido el aplauso del Banco Mundial, del Fondo Monetario Internacional, de la banca judía, del Foro de Davos,  de la Fundación Tío Gilito y de la Organización Millonetis sin Fronteras.

-Pero ahora…-suspiró-el prestigio del patrón banquero se verá perjudicado…

Se extendió lamentando las esperanzas frustradas en Emilito Botín, que hasta entonces siempre se había mostrado como el banquero impecable. Ni una concesión en las juntas generales a los accionistas disidentes. Ni una vacilación ante los empleados a la hora de exigir el cumplimiento de objetivos. Ni una muestra de sumisión ante el poder. Lo demostró en la última reunión con el Presidente del Gobierno y los otros grandes de la banca, y Homper se apercibió de ello. Don Emilione -como irónicamente le apodan sus propios empleados- posó entonces para los fotógrafos con la chaqueta abierta, mostrando los tirantes y con la soltura propia de quien se siente el verdadero protagonista. Parecía que mandaba más que Zapatero.

-Tan firme, tan sólido-farfulló Epulón conteniendo las lágrimas-Todavía recuerdo cuando de aquellas agendas birriosas que regalaba su banco por Navidad a los clientes de lujo eliminó la cinta que marcaba las páginas ahorrando unos cuantos miles de euros!…¡Eso era un banquero competente!…En fin, no puedo añadir nada más…Muchas gracias.

Los periodistas  cerraron el micrófono e hicieron las últimas fotos mientras Epulón Golden regresaba a su barra de platino e iridio para seguir desempeñando su papel de patrón banquero. Y Homper comprendió su consternación. Ya nada es lo que era-pensó-Cualquier día nos quedaremos perplejos comprobando que hasta  la banca tiene escrúpulos.


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