Posts Tagged 'John Lennon'

Demasiado viejo para ser amado

Spain Injection
(Foto de Torchondo)

En una canción nostálgica  de los años sesenta cantaba el Dúo Dinámico que murió muy joven para amar. Al nuevo himno nacional, si es que llega a nacer, le pasará lo contrario: nació muy viejo para ser amado. Al margen de las reticencias siempre interesadas de los partidos nacionalistas, la nueva letra es tan políticamente correcta como conceptualmente equivocada. Además de anacrónica, porque los himnos se heredan de otra época, y en estos tiempos de escepticismo, relativismo e individualismo tienen mal encaje.Suena antiguo, pero otros dicen cosas peores. La gloriosa Marsellesa es siempre emocionante, sobre todo cuando la coreaba Víctor Lazslow frente a las autoridades nazis que copaban el café Rick´s en Casablanca. Pero si se traduce la letra apela a las armas, y pide que la sangre impura empape los surcos de los campos. La que armarían los pacifistas y los apóstoles del talante si fuera así la aprobada ahora por la SGAE. El Asturias patria querida recuerda al asturiano de pro que tiene que subir al árbol y coger la flor, dársela a la su morena para que la ponga en el balcón. Es una manera de hacer patria que al resto de los españoles no se nos había ocurrido. Si no fuera porque lo aprobó todo un parlamento, uno diría que cualquier engendro de esos que se presenta en la Eurovisión tiene más sentido. El del colegio del Duende decía españoles, hidalgos, valientes, con la edad nos queremos mostrar. Lo cierto es que en sus aulas la mayoría no éramos hidalgos, sino plebeyos, y nos mostrábamos como éramos, con edad o con pantalones de pana. Ardor (guerrero) que brota de pechos que son tuyos, cantaba uno cuando era soldadito de infantería y en las misas solemnes debía sonar el himno del cuerpo. Uf, uf, uf, qué retórica rebuscada, qué exhibicionismo patriotero. Y no sigo, por no abrumar, no sea que el lector se me abra las venas con el bono-bus.

Así las cosas, la letra que ayer desvelaba el ABC no está tan mal.  Todos los himnos suelen decir muchas más bobadas que el elegido por el Comité Olímpico, pero el problema es que España no está para esas lindezas. Los sabios aún no se han puesto de acuerdo sobre su identidad, unos la ven compacta, otros desmadejada, unos la quieren simplemente, otros la detestan. Para algunos España es un afán, para otros, una mamandurria. Y con tantos debates filosóficos sobre lo que la mayoría creíamos resuelto desde hace siglos, la pobre España, con perdón por la rudeza de la expresión, no tiene el coño para ruidos.

Con todo, la polémica tiene un punto ingenuo. A estas alturas donde todo se desmenuza con colmillo retorcido, sorprende que alguien rompa una lanza por las formas, tan maltratadas por la costumbre y tan decisivas para modular la convivencia democrática. Casi todo lo que armoniza la vida de una comunidad está basado en el poder simbólico de las formas. Los padres de la patria no son los más listos de cada cole, pero les atribuimos la representación popular y debemos aceptar sus leyes. España no es el mejor de los mundos, pero es el que tengo más cerca, me soluciona muchos problemas, y por tanto y me debo a ella. Mi bandera no es la santa sábana, pero me identifica con muchos otros, y creo que me representa. Son las reglas de este juego. Mi himno no tiene remedio, pero hubiera hecho mejor su función con una letra que esta sociedad resabiada no va a aceptar aunque la firme Bob Dylan.

La solución sería que se aprobara esta o cualquier otra similar, se enseñara en las escuelas a las almas cándidas y calláramos los adultos hasta que toda una nueva generación la pudiera cantar sin complejos cuando juega la Selección Nacional o se iza la rojigualda. Porque, al cabo, toda canción es también un símbolo y hasta las de Dylan, Joan Báez, John Lennon o el mismo Serrat si se escuchan con detalle son tan voluntaristas, pretenciosas e idealistas como la que ahora ponemos a parir. Sin embargo está claro que cantar juntos refuerza la unidad. Y a uno, además le gusta cantar lo que sea. El nuevo himno llega demasiado tarde, pero qué lastima que no lo inventaran antes.

Te y simpatía

London

(Foto de RunCentral)

Durante buena parte de su vida el Duende quiso ser británico. De repente alguien le comió el coco y le vendió la milonga de que Londres era la capital del mundo, y Gran Bretaña el eje de la política, la cultura, la ciencia, la economía y el origen del refinamiento y del buen gusto occidental. Dickens, Stevenson, Chesterton, Conan Doyle, Wodehouse, Richmal Crompton y otras malas compañías de los libros y del cine tuvieron la culpa.

Como buena parte de los españoles, el Duende creía que el british de referencia es un tipo sosegado, elegante, culto, buen conversador, amante de los perros, que viste de tweed o de traje de raya diplomática, que saca a pasear al perro por el parque y que luego se sienta junto a la chimenea y carga la pipa mientras saborea una caliente taza de té y lee el Times. A cambio del orgullo, que consagra como nada su famosa Enciclopedia Británica –donde se ningunea cualquier destello del genio humano que no sea anglosajón- ofrecía como mayor aportación a la filosofía su famosa flema, que en los tiempos del imperio aún les llevaba a lamentarse de que el Continente siguiera aislado de nuestra querida Gran Bretaña. Eran el ombligo del universo.

Algunos británicos del pasado siglo -casualmente de los más célebres- pusieron mar de por medio y buscaron otros horizontes. James Joyce, Aldous Huxley,Robert Graves, Charlie Chaplin, Alfred Hitchcock, Cary Grant, John Lennon. Y es que para quien puede elegir, algo falla en ese paraíso verde. El caso es que a pesar de disfrutar un alto nivel de desarrollo, acaban a menudo aplastados por factores tan poco sofisticados como la escasez de sol, el exagerado pragmatismo de las normas sociales, el insostenible nivel de los precios y la despiadada competitividad que hoy padece cualquier profesional en una potencia económica. Un hijo del Duende que inició allí una carrera prometedora, lió un día en el petate su excelente bagaje intelectual y regresó a España. Había ido a la orgullosa Inglaterra para aprender, pero la lección aprendida no era la esperada. Según él los británicos están chiflados, y han perdido el auténtico sentido de la vida. Prefiero ser pobre en Córdobasentenció- que un pringao middle class en Manchester. Tanto gasto en idiomas para acabar siendo un Séneca. Y con lo cerca que queda el Guadalquivir.

Ahora bien, lo cortés no quita lo valiente. Que lo que antes llamábamos el british way of life sea un bluff, y perdón por tanto anglicismo, no quita para reconocer que en algunos detalles sigan siendo insuperables. Por ejemplo, en el té, que, a pesar de su creciente desapego filobritánico, le sigue gustando mucho al Duende. Prefiere sobre todo la mezcla habitual que ellos usan -generalmente el llamado breakfast tea- y, no tanto, las exóticas que ahora se han puesto de moda en España. Observa escrupulosamente el modo de prepararlo: calentando antes la tetera -de porcelana o, como mínimo, de cerámica o barro- poniendo las hojas de te en su interior para que se esponjen y liberen su fragancia. Y, finalmente, llenando la tetera con agua hirviendo. Y le encantan las pastas, scones, y plumcakes que suelen acompañarlo. Un excelente bebedizo que, en el desayuno, en la merienda o entre horas, tonifica el cuerpo, anima el espíritu y sienta mejor que el café.

Siempre que se haga según los cánones, claro. Porque el te en los bares y cafeterías de España se maltrata, y, como diría doña María, se hace de espaldas al pueblo. Materia prima pobretona, a menudo ya seca, teteras de acero inoxidable -que Dios confunda- agua calentorra, sin haber roto a hervir siquiera. Es una pena, porque los campos de golf, que también son invento británico, se hacen aquí muy bien y como churros, y eso que cuestan millonadas. Con lo baratito que resultaría disfrutar de te y simpatía. Pero lo primero nunca se produjo aquí, y lo segundo, ay, se nos está diluyendo en esto que llamamos la aldea global.


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