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Adios a todo esto

...Y se cortó la coleta en San Sebastián, con la luna llena e testigo

Adios a todo esto, cuando esto aún llevaba acento. Lo escribió en su día Robert Graves. Y el bloguero, devoto del género memorístico, leyó aquel acta del fin de una etapa en la autobiografía del poeta. Interesado, claro, y, como siempre, con el afán de aprender algo.

Aquellas eran vidas intensas. Graves combatió en la famosa batalla del Somme, una de las más cruentas de la historia, fue profesor en Oxford, vivió en El Cairo, se retiró en Deyá. Con ese andamiaje cómo no se va a a construir una existencia apasionante. Pero el bloguero de vida alicorta y mirada minimalista, sin grandes batallas ni poemas en la mochila de su recuerdo, se quedó sobre todo con la rotundidad del título. Adios al pasado: sin ira, sin nostalgia, sin complejo de jubilado. Pero también sin contemplaciones.

Se fue de los micrófonos el presunto duende en 2007. Y desde entonces, craso error, ignorando el consejo aquel de no volver nunca al territorio donde fuiste feliz,  hizo tres tímidos  intentos de reenganche. Como la mayoría de los toreros retirados que regresan al ruedo con la tripa cantando por encima de la taleguilla, se encontró incómodo, desconfiado, sin sitio.

-No se si no hay toro o lo que ya no hay es torero-pensaba.

Y más pausadamente, reconocía que quizás no había nada de nada. Para fraseando a los Coen, creía firmemente que eso del humor y el show business no es país para cabelleras blancas.

Fue su última intervención en un programa de  tarde de la televisión vasca. No tenía mucho que decir en él, la verdad, pero le trataron divinamente. Le llevó allí Antxon Urrosolo con las mejores intenciones, y él no supo ver que quizás el amigo sobrevaloraba sus capacidades televisivas. Pero no hay mal que por bien no venga: ha aprovechado la  oportunidadpara conocer mejor el País Vasco, para tratar con personajes curiosos y muy simpáticos y para descubrir a  contertulias maravillosas, como   Gurutze BeitiaMaitena Salinas e Imatzi Rico, que  compartían con él disparates off the record y le despidieron con  verdadero cariño.

Antes de ir a la tele el  último día, disfrutó el Duende de unos buenos pinchos en grata compañía.  A la salida después del programa, caía la tarde limpia de nubes mientras emergía por el horizonte la luna. Luna llena y espléndida, qué detalle,  sobre la bahía de San Sebastián.  Aunque parezca mentira, no le dolió decir  adiós a todo esto. Porque  al mismo tiempo decía hola a todo lo otro que, con tanto tiempo libre y el depósito de ilusiones sorprendentemente lleno,  puede ser aún mucho mejor.

Te y simpatía

London

(Foto de RunCentral)

Durante buena parte de su vida el Duende quiso ser británico. De repente alguien le comió el coco y le vendió la milonga de que Londres era la capital del mundo, y Gran Bretaña el eje de la política, la cultura, la ciencia, la economía y el origen del refinamiento y del buen gusto occidental. Dickens, Stevenson, Chesterton, Conan Doyle, Wodehouse, Richmal Crompton y otras malas compañías de los libros y del cine tuvieron la culpa.

Como buena parte de los españoles, el Duende creía que el british de referencia es un tipo sosegado, elegante, culto, buen conversador, amante de los perros, que viste de tweed o de traje de raya diplomática, que saca a pasear al perro por el parque y que luego se sienta junto a la chimenea y carga la pipa mientras saborea una caliente taza de té y lee el Times. A cambio del orgullo, que consagra como nada su famosa Enciclopedia Británica –donde se ningunea cualquier destello del genio humano que no sea anglosajón- ofrecía como mayor aportación a la filosofía su famosa flema, que en los tiempos del imperio aún les llevaba a lamentarse de que el Continente siguiera aislado de nuestra querida Gran Bretaña. Eran el ombligo del universo.

Algunos británicos del pasado siglo -casualmente de los más célebres- pusieron mar de por medio y buscaron otros horizontes. James Joyce, Aldous Huxley,Robert Graves, Charlie Chaplin, Alfred Hitchcock, Cary Grant, John Lennon. Y es que para quien puede elegir, algo falla en ese paraíso verde. El caso es que a pesar de disfrutar un alto nivel de desarrollo, acaban a menudo aplastados por factores tan poco sofisticados como la escasez de sol, el exagerado pragmatismo de las normas sociales, el insostenible nivel de los precios y la despiadada competitividad que hoy padece cualquier profesional en una potencia económica. Un hijo del Duende que inició allí una carrera prometedora, lió un día en el petate su excelente bagaje intelectual y regresó a España. Había ido a la orgullosa Inglaterra para aprender, pero la lección aprendida no era la esperada. Según él los británicos están chiflados, y han perdido el auténtico sentido de la vida. Prefiero ser pobre en Córdobasentenció- que un pringao middle class en Manchester. Tanto gasto en idiomas para acabar siendo un Séneca. Y con lo cerca que queda el Guadalquivir.

Ahora bien, lo cortés no quita lo valiente. Que lo que antes llamábamos el british way of life sea un bluff, y perdón por tanto anglicismo, no quita para reconocer que en algunos detalles sigan siendo insuperables. Por ejemplo, en el té, que, a pesar de su creciente desapego filobritánico, le sigue gustando mucho al Duende. Prefiere sobre todo la mezcla habitual que ellos usan -generalmente el llamado breakfast tea- y, no tanto, las exóticas que ahora se han puesto de moda en España. Observa escrupulosamente el modo de prepararlo: calentando antes la tetera -de porcelana o, como mínimo, de cerámica o barro- poniendo las hojas de te en su interior para que se esponjen y liberen su fragancia. Y, finalmente, llenando la tetera con agua hirviendo. Y le encantan las pastas, scones, y plumcakes que suelen acompañarlo. Un excelente bebedizo que, en el desayuno, en la merienda o entre horas, tonifica el cuerpo, anima el espíritu y sienta mejor que el café.

Siempre que se haga según los cánones, claro. Porque el te en los bares y cafeterías de España se maltrata, y, como diría doña María, se hace de espaldas al pueblo. Materia prima pobretona, a menudo ya seca, teteras de acero inoxidable -que Dios confunda- agua calentorra, sin haber roto a hervir siquiera. Es una pena, porque los campos de golf, que también son invento británico, se hacen aquí muy bien y como churros, y eso que cuestan millonadas. Con lo baratito que resultaría disfrutar de te y simpatía. Pero lo primero nunca se produjo aquí, y lo segundo, ay, se nos está diluyendo en esto que llamamos la aldea global.


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