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La venerable camiseta de David Villa

Este cuento trata de responder a una cuestión peliaguda. ¿Cómo se debe conservar la camiseta de un ídolo deportivo?...

1

-Papá –dijo la chiquilla- No sabes cuánto me gustaría tener la camiseta de Villa.

Y el padre la miró con ternura no exenta de preocupación.

Como tantas adolescentes la chica tenía sus ídolos favoritos. Y en ese momento el más venerado era David Villa, el delantero centro de la Selección nacional de Fútbol que se había convertido en una de las estrellas del Mundial de Sudáfrica. Pero el padre no era un cualquiera, sino el mejor ejemplo de ciudadanía y de respeto a los derechos de los demás, especialmente si éstos eran menores o personas desfavorecidas.  Debía de evitar por tanto cualquier concesión que, no por bien intencionada, pudiera perjudicar a la intimidad y la dignidad de una menor.

-¿Sabes bien lo que eso significa?-preguntó parpadeando como un bambi ingenuo.

-Si, papá –respondió la chiquilla sin vacilar un instante- Sería como la navaja de barbero que manejaba Johny Dep en Sweeney Todd o como la pajarita del abuelo de la familia Monster. Una cosa que a cualquiera le gustaría tener. Al fin y al cabo la camiseta es roja, como la sangre que le gusta a Drácula…

El padre bajó la mirada y apuntó algo en su agenda de mesa..

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Quizás habría preferido que su hija hubiera sidoniña precoz,  aficionada a la historia, santa laica o directamente libertaria. Pero el hombre propone y el destino, que no Dios, dispone. Ahora ella era una gótica feliz, y no sería él, apóstol de todas las libertades y defensor a ultranza de cualquier minoría, el que por culto a la moda o a los gustos de las mayorías  pudiera hacer algo que atentara a las creencias de la niña.

Llamó por el interfono a su jefe de gabinete.

-Necesito dos informes urgentes- dijo- El primero, de la máxima autoridad gótica en España. Qué se yo, el presidente del Consejo Superior de Góticos, o el del la Academia Gótica, algo así habrá, que hoy hay organismos para todo. Necesito saber si va contra sus principios, tan respetables como los de cualquier otra minoría, que un buen gótico sea aficionado al fútbol.

-Correcto-apuntó el jefe de gabinete- ¿Y el segundo informe?

-Este es más aún más importante. Pídaselo al Consejo de Estado. Sospecho que seis años de talante han despojado a España de cualquier connotación sospechosa, pero necesito tener la certeza de que la camiseta de la Selección Nacional de Fútbol representa a la España constitucional, libre y progresista que encarnamos nosotros. Y no a la España reaccionaria y negra, la España de Torquemada que añoran ellos…

-¡Jodó, petaca!- profirió el jefe de gabinete con una espontaneidad impropia de su cargo.

-¿Decía?-preguntó el presidente con el gesto visiblemente crispado.

-Nada, presidente. Pensaba en voz alta que Torquemada, la Inquisisición y esas cosas sí que las asocia uno a la España negra, y que eso resulta muy gótico, ¿no?…

-No me de lecciones de historia, por favor. Y solicite los informes.

3

Los informes solicitados avalaron, como era de esperar, la escrupulosa opinión del presidente y tranquilizaron su conciencia. Benito Mojarra, decano de la AGEPANE (Asociación de Góticos Españoles Pata Negra) aseguró que no figuraba en sus estatutos ninguna incompatibilidad entre la afición al fútbol y la condición de gótico o gótica de sus afiliados. Es más, se aseguraba que Bram Stoker había practicado el fútbol en su juventud, y que en el opúsculo apócrifo Las otras pasiones secretas de Drácula se reconocía que el famoso conde-vampiro había sido socio fundacional del Valaquia F.C, extremo que definitivamente alejaba toda sospecha de incompatibilidad entre el deporte del balón redondo y la  pasión gótica.

-Los góticos-proclamó Mojarra en la carta que acompañaba al informe-somos góticos, pero también tenemos nuestras debilidades- A mí, por ejemplo me encanta la ensaladilla rusa, y a mi señora se le saltan las lágrimas cuando ve por la tele El amor en tiempos revueltos.

El presidente respiró tranquilo.

También satisfecho, aunque más molesto por el tono que adoptaba en alguna de sus conclusiones, se quedó después de leer el informe del Consejo de Estado. En su primer punto el alto organismo se preguntaba cómo era posible que semejante cuestión requiriese su intervención. En el segundo punto declaraba que España es la que define la Constitución Española, y que su concepto no tiene por qué identificarse  con ninguna sombra del pasado. En el tercer punto se hablaba de la camiseta de la Selección Nacional de Fútbol como símbolo de los valores permanentes de la nación, fundamentalmente de los deportivos. En el cuarto punto reconocía que su color rojo con ribetes y rayas amarillas eran lógicos si se tiene en cuenta que la bandera constitucional es precisamente roja y gualda. Y finalmente, en el quinto punto, aprovechaba que el Pisuerga pasaba por Valladolid para decir que eso era un dictamen conciso y rápido, y no lo que hacen otros altos tribunales del estado,  que se toman cuatro años para elaborar una sentencia  y luego ésta no resuelve casi nada.

Qué impertinentes son algunos-pensó el presidente- Y cuánto abusan del talante de uno…Pero da igual, me están dando la razón y tengo vía libre.

Luego pidió que le pusieran con  el Secretario de Estado para el Deporte.

-No condiciones la libertad de nuestro admirado David Villa-le dijo-Pero, si llega el caso, le dices que a la hija del presidente de gobierno le haría una grandísima ilusión  recibir su camiseta como recuerdo de su gran Mundial…Sí, sí, díselo así, que quedará muy bien.

4

Entretanto, la esposa del presidente ensayaba a conciencia su próximo concierto, en el que el coro del que formaba parte debía de interpretar uno de los muchos glorias que dejó para la posteridad el  compositor veneciano Antonio Vivaldi. No queriendo incurrir en el machismo tradicional imperante en la España que ambos querían enterrar definitivamente, el presidente le consultó qué le parecía que hubiera pedido para su hija pequeña la camiseta de Villa.

-No se qué decirte –dijo ella-Lo encuentro como muy vulgar, típico de la masa, ¿no? Pensaba que nosotros estábamos por encima de esas cosas.

-Somos pueblo, Sonsoles- replicó él- Y, sobre todo, debemos respetar la voluntad de la niña.

-Sí, pero si ella quiere ser gótica no me explico para qué quiere una camiseta roja, cuando todo lo que lleva siempre es negro. No me pega nada.

-No te preocupes. He solicitado informes al respecto y eso no atenta para nada a las principios de una chiquilla gótica. Nadie nos podrá acusar de forzar la voluntad de nuestra hija.

Mientras Sonsoles continuó con sus gorgoritos –ella decía coloraturas- por las estancias de palacio, le avisaron al presidente de que, después de pasar los controles reglamentarios, había llegado un paquete de la  Secretaría de Estado para el Deporte. Una vez abierto, y dentro de un gran sobre amarillo protegido por papel de embalaje, estaba la preciada camiseta primorosamente doblada. Adosado al paquete había un sobre blanco dirigido al presidente que éste se apresuró a abrir para leer su contenido. Querido Presidente. Tal y como te prometí, aquí está la camiseta que lució Villa el día en que España ganó a Chile y nos clasificamos para cuartos de final de la Copa del Mundo. Espero que sea del agrado de tu hija, y que la guarde como un preciado tesoro. Siempre a tu disposición, te envío un fuerte abrazo. Jaime.

-Abra la bolsa, por favor-le dijo el presidente a su secretaria.

Esta entreabrió el gran sobre amarillo y, apenas asomó un pliegue de la roja, se tapó la nariz.

-Fu, presidente. Esta camiseta  está sin lavar.

5

El presidente habló con la Ministra de Cultura, la cual movilizó a todas las autoridades expertas para conseguir en tiempo record un dictamen sin el cual él no se hubiera atrevido a dar la camiseta a su hija. Según el los directores del Museo Arqueológico del Museo de Antropología, a los cuales se agregaban los testimonios de experto en medicina forense y legal, la camiseta de Villa perdería buena parte de su valor como objeto de culto si se desvanecía la huella de quien la había llevado.

-Entiéndalo, presidente-le subrayó por teléfono el Director General del Patrimonio- Para los conservadores eso sería, salvando las distancias, como lavar la Sábana Santa que envolvió el cuerpo de Jesucristo.

El rostro del presidente dibujó entonces una mueca de desagrado. No era, sin embargo, un escrúpulo más de su profundo y bien arraigado agnosticismo. Sino el pensamiento de que su hija  tal vez podría acabar inhalando las esencias mefíticas de un ídolo equivocado. Las dudas le reconcomían. ¿Era David Villa un luchador por el pueblo, un líder espiritual que ennoblecía a la condición humana  o un artista sublime de cuyo ejemplo se iba enriquecer la juventud? ¿O, por el contrario, un producto del mercantilismo exacerbado que se estaba adueñando del deporte?

Lo quiso debatir con Sonsoles, como cualquier asunto propio de unos padres modernos y responsables. Pero la esposa del presidente cantaba a Vivaldi entre los macizos de hortensias del jardín de Moncloa.

Ordenó a su secretaria que le pusiera en contacto con su jefe de gabinete.

-Necesito un dictamen del catedrático Juan Antonio Sagardoy.

6

El ilustre catedrático de Derecho del Trabajo Juan Antonio Sagardoy se quedó estupefacto cuando el presidente le explicó el tenor de las dudas que justificaban su consulta. Pero, sin entrar a enjuiciar la validez de la camiseta como prueba, cosa que competía a los expertos en medicina legal, lo que a su criterio quedaba fuera de duda es que el sudor de Villa no era, en modo alguno, el de un capitalista que se lleva a la buchaca doce millones de euros al año, sino el de un trabajador por cuenta ajena que en ese momento de esfuerzo y de gloria tenía como patrón al estado.

-Se puede decir, por tanto, que el sudor de la camiseta de Villa es noble sudor obrero, ¿no?

-Hombre, presidente-respondió el catedrático en tono amable- ¡Si lo quieres decir así!…Sí, claro…Villa es sin duda un trabajador por cuenta ajena.

El presidente suspiró satisfecho.

7

Se trataba de un regalo muy especial, y merecía la pena que su presentación estuviera a la altura de las circunstancias. Se le pidió a Miquel Barceló que diseñara una caja-vitrina en la que el rojo vivo de la camiseta  destacaba sobre un firmamento azul cuajado de chafarrinones de óleo a modo de estrellas.

-Y sellaremos el cierre de la caja con silicona –le explicó el presidente a su esposa- Así, las esencias de Villa permanecerán intactas, y nuestra hija podrá tener la camiseta en su habitación sin aspirar un olor que, no por digno, deja de ser desagradable.

-¿Y cómo se lo entregaremos?

-En un acto sencillo, como nos corresponde. Será un bonito regalo de cumpleaños.

-Me haría ilusión cantar con mis compañeros de coro el Gloria de Vivaldi cuando se lo entreguemos. Para ella significa tanto…

El presidente no dijo nada, pero torció el gesto.

8

Al final Sonsoles comprendió que, aunque fuera un ensayo muy útil para su concierto, la música sacra de Vivaldi  podía herir la sensibilidad laicista de la chiquilla.

Pero no se iba a quedar con las ganas de cantar. Villa era nieto de un minero asturiano, como Víctor Manuel. De modo que el presidente se puso en contacto con el cantautor y con Pedro Halfter y ambos improvisaron un arreglo para coro de cámara de la conocida pieza El abuelo , mucho más  apropiado para la mocasión, que Sonsoles y seis de sus compañeros coreutas entonaron en el momento trascendente en el que la hija del presidente recibía, presentada en la caja-urna de Barceló, la camiseta del delantero centro de la Selección nacional de Fútbol.

-¡Qué guay!-dijo la chiquilla mientras su madre guiaba aquel coro angélico y el padre la miraba embobado.

Nadie supo sin embargo que cuando la chica se quedó a solas con el regalo en su habitación, levantó con un destornillador el sello de silicona, abrió la obra maestra de Barceló y al recibir el golpe de olor del sudor del héroe, llevó directamente la camiseta a la lavadora. Tampoco se enteró papá de que, a la noche siguiente, su hija se enfundó la camiseta de Villa para acudir a un botellón con el que los góticos de su pandi celebraban que España se había proclamado finalista del Campeonato Mundial de Fútbol.

Con el permiso de Jean Marie Le Clézio

Uno de los beneficios de la pérdida de la inocencia -me dijo Homper– es que dejas de creer que la mejor literatura es la que premia el Nobel.

Y luego confesó que en su primera juventud, creía que sólo se podía ser un hombre ilustrado si leías todos los libros encuadernados en falso cuero y estampados en orillo con los que las editoriales esmaltaban de cultureta los hogares españoles. Los Nobel, los Goncohurt, los Pulitzer, los Planeta, los Nadal…Tan lucidos en las estanterías, tan pesados, a menudo, para leer en la cama. Y tan aburridos muchas veces.

El día que comprendió que había muchos otros autores que le hacían más placentera la lectura y pasó de los marchamos oficiales de los premios, fue un poco más feliz.

Ahora mira con cierta distancia crítica a la Academia Sueca, tan suya al barajar los designios políticos, culturales y comerciales que guían sus decisiones. Si esperamos que premie a alguien cuyos libros gustan mucho y venden más, difícil. Si el escritor es de derechas, como Vargas Llosa, aún más crudo. Y si es un autor que conocemos y disfrutamos hasta los paletos, -salvo que el elegido sea un conspicuo procastrista como García Márquez o tan extravagante y ácrata como Darío Fo– a olvidarse. Nobel de Literatura que se aplaude universalmente, lagarto, lagarto.

Novelista de la ruptura, de la aventura poética y de la sensualidad extasiada…Así justifica la Academia las razones para premiar este año al francés Jean Marie Le Clézio. Recuerda Homper que en su adolescencia y leyendo Hambre, de Knut Hamsum -otro Nobel de Literatura hoy prácticamente olvidado- descubrió que unas líneas bien escritas podían resultar más eróticas que Ursula Andress en bikini emergiendo del mar en la primera película de James Bond. Si creía en los Nobel -explicaba- cómo no iba a creer en el pecado.

Lo cual que Homper cerró el libro y corrió a la iglesia más cercana para confesarse.

– Padre -le dijo al cura abriendo su alma-confieso que leyendo una novela, en una página que relataba una escena de amor, me he sentido turbado.

-¿Turbado o más que turbado?-preguntó el sacerdote.

-No -replicó Homper- dejémoslo en turbado.

-¡Ay, hijo mío!-resopló el mosén, que debía de ser primo de Torquemada-Como decía mi obispo, novelas no verlas.

Homper se quedó perplejo de la opinión de aquel ministro de la Iglesia sobre la literatura. Hoy asegura que la suya dista tanto de ella como de la que guía a la Academia de Suecia. Y, aunque está seguro de que Le Clézio es un gran escritor, sólo lee lo que le recomiendan amigas como Alfonsina, Beatriz, Begoña, Aurora, y Angeles. No es que sus amigos no tengan criterio literario, sino que las mujeres (se ve en el Metro) leen cien veces más, y suelen saber mejor qué libro le conviene a uno.

¿Dónde queda la España casposa?

España casposa

(Foto de Dany 3D)

La vicepresidenta del Gobierno, que por su estilo Rottenmayer más parecería aficionada al bridge que al fútbol, saltaba de alegría como una niña en el palco.  Oh albricias,  España eliminaba a Italia y superábamos los cuartos de final.

Pérez Rubalcaba, el Fouchet del zapaterismo, aprovechaba una de sus habituales ruedas de prensa para ironizar con sus conocimientos tácticos.

Zapatero desafiaba a su fama nefasta para no perderse la final de Viena.

Y el mismo grupo de comunicación que puso a parir al alcalde -entonces quizá alcaldesa- de Madrid porque osó desplegar Colón una enorme bandera , ha inundado de españolismo esa plaza, el Campeonato de Europa y la actualidad jaleando el nombre de nuestra patria  y  repartido rojigualdas hasta el empalago. España, EspañaYo, soy español, español. español…

Como colofón, en la orgía del pasmo patriotero, contratan a Manolo Escobar para dedicar a nuestros héroes esa sublime canción que es Viva España.

Se despertaba el Duende del sueño y por un momento se echó las manos a la cabeza. ¡Cielos!…Esta no es mi España progre, que me la han cambiado. Repasó la prensa, los diarios digitales, escuchó las emisoras de radio, peinó la televisión. Al tercer día de éxtasis, los más flemáticos comenzaban a enfermar al ver camisetas rojas y al comprobar que la exuberancia verbal de Luis Aragonés podía alumbrarnos un nuevo Boris Yzaguirre. Sálvese el que pueda. Pero el milagro continuaba. Aunque pareciera imposible, a estas alturas nadie había mencionado aún el adjetivo tabú. Estábamos ante la España joven, con desparpajo, la que con sólo jugar bien al fútbol había echado siete llaves al sepulcro del Cid enterrado para siempre la Contrarreforma, el fantasma de la Armada Invencible, la leyenda negra, las sombras de Torquemada, el recuerdo de Aljubarrota, la pérdida de Cuba, los últimos de Filipinas, el desastre de Annual, la Marcha Verde, la ominosa dictadura franquista, la pifia de Cardeñosa, la cagada de Arconada y el episodio de Perejil. Todo de una tacada, y en nombre de algo que la progresía pronunciaba con cautela, porque hasta nos hacían dudar de que existiera. ¡España, España, España!…¡Ra, ra, ra!…

El Duende observa, constata, subraya atónito. ¿Se han fijado que, a todas éstas, nadie haadjetivado este estado de embriaguez colectiva como casposo? ¿No es ya casposo hablar de España? ¿No es casposa la bandera? ¿No es casposo tanto fútbol? ¿No es casposo Manolo Escobar? ¿No es casposo ese seleccionador nacional que tan sólo meses atrás era acusado de viejo, torpe, racista, machista y mal educado?

Por el interés te quiero, Andrés. Desde hace mucho tiempo los profetas de la utopía se han dedicado a romper las costuras de ese sentimiento colectivo que aúna a la gente. Dios, patria, lengua, religión, historia. Todo es relativo, hasta la noción de nación. El que tenga un hecho diferencial y quiera un estatuto, un río y una financiación propia que levante el dedo, y maricón el último. Si ganamos las elecciones, aunque se descomponga lo que nos unía, ya se arreglará con diálogo: abriremos la boca para decir al que venga detrás, que arree.

Afortunadamente, no hará falta.  Hoy, gracias al fútbol, se puede decir viva España sin caer en lo casposo, porque esto es otra cosa. Confirmado: somos como niños.


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