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Lo que aún no ha contado Wikileaks

Los líderes políticos se preguntan, con cierta razón, si la libertad de expresión y la libertad de filtración no se estarán pasando...

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Qué triste vivir atormentado por la sombra de una sospecha, por el remordimiento, por el sentimiento de culpabilidad. Qué insufrible salir a la calle y tener la sensación de que todo el mundo está leyendo en el fondo de tu alma y conoce los secretos que más quieres ocultar. Qué tortura ver en cualquier  ciudadano con el que te cruzas a un juez togado que te mira fríamente mientras frunce el ceño y con cara  de calamar impasible lee su sentencia.

-Culpable. Se le condena a…

Nadie, ni los gatos de la calle, tan discretos y respetuosos, parece observar el principio de presunción de inocencia. Qué dura la vida de quien tiene que hacer doble vida.

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Un agudo acotador de la actualidad disfrazado en plan Mortadelo como castaño de Indias lo hubiera constatado aquella mañana. Al igual que cualquier otro día, se podía ver a oficinistas diligentes vestidos de oficinistas diligentes que atravesaban el parque para dirigirse a su trabajo.  También a algunos buscones discretos que esperaban en lo más umbrío del jardín su encuentro con el amor oscuro. Y, cómo no, a los practicantes de “jogging”. Corrían en todas las direcciones.

Pero al ojo crítico no le pasaron inadvertidas dos figuras que avanzaban en dirección contraria. Ella era una chica  rubia que  vestía un chándal verde y corría como una gacela. Él, como tantos diplomáticos, era de los de trote cochinero: el chándal de Armani, eso sí. Pero sólo para mantener la forma sin aburrirse tanto como los colegas que pagan un gimnasio carísimo y hacen kilómetros  sobre una monótona cinta rodante.

Ambos se iban a cruzar, pero cuando se encontraron sus miradas, ralentizaron el paso. Y, sin  conseguir disimular el por qué, cambiaron su rumbo y tomaron direcciones opuestas.

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Fue el oprobioso complejo de culpa. Si, a tenor de los últimos acontecimientos, impregnaba éste a toda la sociedad, que veía caer a otro mito -la única flor y nata que le quedaba ya a aquel país tan venido a menos- cómo no iba  a pesar sobre ellos, que al fin y al cabo eran atletas.

Ella, además, al igual que la otra gran protagonista de la Operación Galgo, también se llamaba Marta. Y aún no había tenido tiempo de pasar por la peluquería y cambiar el tinte de su cabello por otro menos llamativo. Recordó horrorizada el final de la noche en que conoció a aquel apuesto diplomático norteamericano. No es que se gustaran al primer golpe de vista. Es que se emborracharon juntos, se olvidaron de sus respectivas vidas, se acostaron en la misma cama  y ya al amanecer, antes del último envite  de la pasión, esnifaron una rayita de coca.

-¡Qué espanto!-pensó Marta- Se sabrá todo…Y acabarán desposeyéndome de la medalla que gané en la Carrera por el Corazón Sano que organizamos en la urba…

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Pero más graves aún eran los motivos que angustiaban a Edgar Templeton, diplomático, y espía. Vivía sin vivir en él desde que saltó Wikileaks porque,  aunque había arrancado secretos de alto valor estratégico sobre los narcos colombianos, los nuevos ricos del petróleo rusos, las mafias chinas y el preocupante nuclear de Irán y de Corea del Norte, lo que más le inquietaba aún no había visto la luz.

-Con todas mis informadoras tuve la precaución de acostarme a oscuras-pensó.

Pero el encuentro con aquella dichosa Marta fue distinto. Con las demás  sólo servía al Departamento de Estado y al placer carnal. Con Marta había sentido además algo parecido al amor, y se había desinhibido sin tomar las debidas precauciones.

-Qué disparate-pensó mientras se abría la bragueta y se acercaba a la taza del retrete- Lo hicimos a plena luz, y ella lo vio. Me moriré de vergüenza…

Escudriñó todos los rincones de aquel cuarto de baño, buscando cámaras ocultas. Se temía que la bomba podía estallar de forma inminente. Pensaba que cualquier día de éstos, la filtración llegaría a EL PAÍS, y todo el mundo acabaría sabiendo que Edgard Templeton además de espía era agente doble.

Aún más: también se sabría que aquel hombre tan serio y competente, aquel diplomático ejemplar que tanto había arriesgado por la seguridad de Occidente, se había tatuado en el miembro viril la imagen de Hello Kitty.

De los controladores y otros «tounchingballs» de la res pública

Cualquier gobierno vive bajo la psicosis de que algún "touchingballs" puede amargarle la vida en el momento menos oportuno...

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Bermudo García de Ocáriz, Catedrático de Derecho Político. Así soñaba su tarjeta de visita aquel joven empollón que afrontaba el paso previo de su doctorado y aún buscaba el tema de su tesis doctoral.

-Ay qué bonito-le decía Lupita, su compañera desde primero de derecho y novia inmutable desde tercero- Yo haré oposiciones al Cuerpo de Archivos y Bibliotecas, y tú, que eres como más profundote, catedrático de eso, que está muy bien. Con ese nombre…¿cómo ibas a ser otra cosa?

-Claro, Lupita…Pero debería tener claro ya cómo afrontar el doctorado…¡Es tan difícil encontrar un tema sugerente para la tesis!

Y se iban a pasear `por el Parque del Oeste agarrados de la mano a ver si, entre arrumaco y arrumaco, daban con el  asunto. Hasta que el día 4 de diciembre de 2010 Bermudo pudo gritar.

-¡Eureka!, ya lo tengo.

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De la defensa contra los “touchingballs” en la gestión de la res pública- enfatizó Bermudo- ¿Qué te parece el título?

Lupita se quedó algo pensativa. Sabía lo que era “la gestión de la res pública”. También comprendía que lo de la defensa era el uso de las armas que ofrece el derecho a los gobernantes. Pero le sorprendía el concepto de touchingballs en el título de un trabajo jurídico tan serio como el que cabía suponer en  una personalidad como la de Bermuda.

-¿Y qué es eso de los “touchingballs”?

-Lupita, tía- se explicó- Date cuenta de que los estudios jurídicos brillantes como el que sin duda será mi tesis se publican en revistas extranjeras…Y sus lectores seguro que entienden lo de touchingballs.

¡Ah!-fue todo lo que dijo Lupita.

Siguieron paseando. Después de aquella revelación Bemudo estaba entusiasmado. Tanto, que, como cualquier enamorados en cualquier parque, dejó de conformarse con los cromatismos otoñales del arbolado y entró en los arrumacos. Y en esos estaba la pareja cuando Lupita escapó de sus besos y preguntó.

-Por ejemplo, ¿quiénes son los touchingballs de nuestro gobierno?

-Joé, Lupita, qué pesada eres-se revolvió Bermudo visiblemente molesto-¿Pues quiénes van a ser?…Los que les tocan las pelotas…¿Un ejemplo? Los controladores aéreos…¿Otro? Marruecos...¿Otro? La libertad de prensa, auténtico dípterus collonensis que a veces enreda en el lado oscuro de los gobiernos, como se ha visto ahora en el caso Wikileaks.

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Y aún a costa de desaprovechar el turno de arrumacos, Bermudo se extendió en lo que había sido  la noticia del día, y `para los constitucionalistas, quizás de nuestra democracia, pues al fin el gobierno había apurado uno de esos artículos de la carta magna que jamás se usan para acabar con la huelga salvaje de los controladores aéreos.

-¿Ves?….Se han pasado, han abusado de su poder en contra del pueblo y, por ende, del gobierno…Son unos auténticos touchingballs para la res pública. Pero el gobierno, amparándose en la Constitución, decreta el estado de alarma y les pone en su sitio…Y hé ahí el eje de mi tesis: cómo no sólo es posible, sino necesario y oportuno, ser firmes y rigurosos en la gobernación de la cosa pública…

-Ya-dijo Lupita.

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A Bermudo García de Ocáriz, futuro doctor en derecho y catedrático de derecho político, no le gustó el laconismo de su novia. Le parecía como si sus palabras no le hubieran acabado de convencer, y eso le mosqueaba.

-¿Eso es todo lo que tienes que decir de mis argumentos?…

-No-se excusó Lupita- No es eso…Es que…pensaba en el por qué unas veces se actúa con firmeza y rapidez  y otras no tanto… Pensaba en los problemas con Marruecos, en las revelaciones de Wikileaks…Pensaba que además de firme, el gobierno debe ser prudente, y tener en cuenta que un fin de semana como éste no era el mejor para apretarles  los tornillos  a los controladores, con tanto tiempo como llevan haciendo de las suyas…Y pensaba que tal vez abandone lo de opositar a Archivos y Bibliotecas y decida doctorarme yo también.

-¿Ah sí? –dijo Bermudo con evidente retintín- ¿Y ya tienes claro el tema de tu tesis?

-Más o menos –sentenció Lupita- ¿Qué te parece éste?: De la distinta consideración jurídica de los “touchingballs” según interese a la res pública.

Y Bermudo se mosqueó aún más. Pues se estaba dando cuenta de que Lupita, que hasta entonces parecía tan tontita, podría quitarle el puesto  si luego decidía opositar a la cátedra de Derecho Político.


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