Archive for the 'Historias inventadas' Category

En Toulouse con Carlos Gardel

Gardel1

CÉST DANS CET INMEUBLE QUI EST NÉ LE 11 DECEMBRE 1890 CHARLES ROMUALD GARDES, QUI DEVAIT DEVENIR CELEBRE DANS LE MONDE ENTIER SOUS LE NOM DE CARLOS GARDEL

Eso es lo que decía la placa de mármol adosada a la fachada de la casa del número 4 de la rue du Canon D´ Arcole de la ciudad francesa de Toulouse, donde fuiste a parar después de que manos amigas te animaran a liberarte de la modorra propia de tu enfermedad. Esta siempre ha sido, de por sí, lo que se dice un rollo. Una esclavitud para tu espíritu volandero, tan amigo de estar aquí y de huir a los cinco minutos a donde sea. No salías de tu habitual circuito Madrid- Hospital Sanchinarro-Candeleda-Madrid desde hacía casi un año, cuando por fas o por nefas, semana sí, semana tal vez, semana no, entrabas en fase de observación o tratamiento de las travesuras de tu tumor. O de tus tumores, que aún no tienes claro el número de jaimitos neoplásicos errantes por tu organismo.

-¿Será posible que, con coche nuevo desde enero,- te preguntabas- apenas hayas recorrido aún mil kilómetros de carreteras amarillas?

Tu sueño siempre aplazado: abrir el mapa de carreteras y no cejar hasta haber recorrido todas las comarcales y provinciales. Descubrir y contemplar horizontes.

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Así estaba tu pequeño mundo propio, desdibujado y chuchurrío, cuando esa otra realidad envolvente que impone la actualidad te desilusionaba cada día más. Desde las Elecciones Locales y Autonómicas tu percepción de la vida podría ser un largo telegrama que dijera más o menos esto. Qué lío, qué aburrimiento. Espe kaput. Rita Barberá ¿PP…ero para qué carajo sirve ganar unas elecciones si no te dejan tocar pelota? Pedro Sánchez, Carmena, Pablo Iglesias, Ada Colau, Ximo,y el resto de ejército de renovadores en plan Mister Proper de la política. Pactos. Regañinas. Desengaños. Fin de las mayorías absolutas. Qué pasará en Madrid. Quién gobernará en Valencia. Quién en Cádiz. Quién en Navarra, quién en Vitoria. Joder, cuántas Españas por reajustar. Municipios, autonomías, diputaciones…Menos mal que hay otros debates alternativos: ¿es Benítez el entrenador que necesita el Madrid? Esto sí es importante, caramba. ¿Hay que respetar a los que silban el himno nacional? ¿Es Piqué un provocador, un mal educado, un caballo de Troya nacionalista en la selección de España? Más comecocos populares. ¿Y el rollito del Premio Nobel con la inmarchitable Isabel Preysler?

El bombardeo de estas noticias rebotaba ya en tus frágiles meninges.

-Busca el mapa, que nos vamos –te dijeron.

En realidad no sabes si fue un viaje o una huida. Necesitabas cambiar de paisaje por unos días.

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Te has evadido por el sur de Francia, admirando con ojos de paleto todo lo que te gusta de ese país vecino. Te maravillan esas carreteras secundarias con sus bordes arbolados por gigantescos plátanos, tilos o fresnos. Y esas abadías, y esas casonas tan bien plantadas en el paisaje. Yo quiero esos campos tan ricamente cultivados, florecidos ya de colores y contrastes Me pido esos bosques tan frondosos. ¿Por qué no tenemos en España ríos como la Garonne? Estás tan flojo que apenas has hecho otra cosa que mirar y admirar. Como si fueras un niño, te dejaste viajar sin oponer resistencia ni molestarte en tomar notas. ¿Qué puedes añadir de Toulouse, de Albi o de esa encantadora Catedral de Nuestra Señora del pintoresco pueblo de Saint Bertrand de Cominges que te raptó a unos kilómetros de Saint Gaudens, que no haya contado mejor cualquier guía de viajes?

Todo lo que no fue rodar en coche se devanó en pequeñas caminatas que, al cabo de no mucho rato, terminaban penalizando tu espalda. Pero ¡oh maravilla!: en la mayoría de  las joyas del románico que visitaste – sin palabras para la basílica de Saint Sernincuando pasabas al claustro había unas tumbonas en las que el visitante podía descansar mientras contemplaba los capiteles, meditaba al cimbreo de los cipreses del jardín, escuchaba el canto de los pájaros o, mejor aún, echaba una cabezadita buscando al Señor en el reparador duermevela.

Ya decías que lo tuyo ahora sólo puede ser turismo de baja intensidad.

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Siguiendo la moda actual, y por aquello de reducir gastos, una web de esas que ofrecen apartamentos en lugar de hoteles te dirigió a la misma casa donde por primera vez vio la luz Carlos Gardel, sobre cuyo lugar de nacimiento y verdadero origen aún se sigue especulando. La casa era un edificio de tres plantas dividido en cuatro o cinco apartamentos generosos que daban por un lado a la calle y por el otro a una especie de pequeña corrala en cuyo patio había unos veladores para sentarte y tomar una cerveza al aire libre. Como cabe suponer, la estética interior se había sometido a los simples cánones de IKEA, pero la propietaria del inmueble, una francesa llamada Sabine, hacía valer que el espíritu del divo aún habitaba entre aquellas paredes. Así que, aunque no eres un experto cantor de tangos, y antes de abrir las maletas, intentaste un último regateo del precio final gardelizando tu voz con la letra del mítico Volver.

Yo adivino el parpadeo/ de las luces que a lo lejos/ van marcando mi retorno…

Son las mismas que alumbraron/con sus pálidos reflejos/ hondas horas de dolor

Y aunque no quise el regreso/ siempre se vuelve al primer amor…

Sabine aplaudió encantada, como si tú cantaras bien y su apartamento se revaluase a la voz del ilustre tanguista, pero no rebajó ni un euro del precio final. Todo lo contrario, en tu primera noche soñaste que el propio Gardel se presentaba en tu habitación en compañía de su letrista, te despertaba, te cogía por las solapas del pijama y te amenazaba por ultraje a su memoria y por burlar sus derechos de autor. La aparición resultó sobrecogedora. Aqunque nadie haya reparado en ello el Gardel trajeado de oscuro que ha pasado a la memoria colectiva es muy parecido a Bela Lugosi, el precursor de Cristopher Lee en la encarnación cinematográfica de Drácula. Es lo que tiene este turismo de baja intensidad al que alcanzan tus achaques: vas buscando evasión, cultura y descanso y acabas huyendo de un trasgo que te recuerda que las nieves del tiempo platearon tu sien, que es un soplo la vida y que veinte años no es nada. La próxima vez, volver a Toulouse con la frente marchita, pero mejor a un hotel.

Plagas que estaban por llegar

El presidente Mas, como siempre, queriendo agradar...

El presidente Mas, como siempre, queriendo agradar…

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Ya había avisado el profeta Luisaías de que las diez plagas bíblicas no eran todas las maldiciones que podían caernos encima. O sea, no había sido suficiente con que las aguas se convirtieran en sangre, ni que las ranas, los piojos, las moscas, las langostas, las úlceras y sarpullidos, las tinieblas y la muerte de todos los primogénitos azotasen a Egipto. El Éxodo había preferido ser discretito, contar sólo las plagas tradicionales y no abrumar al futuro de la humanidad con otros males venideros.

-Pero en verdad os digo –recordó el profeta- que de la estulticia, de la ignorancia, del cinismo y de la falta de respeto humanos bien pueden esperarse cualquier cosa. Y si no, mirad a España.

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España no era el Egipto milenario , y pasaba del Antiguo Testamento. Otros postulados prioritarios  parecían gobernar sobre su conciencia colectiva. Genéricamente eran corolario de la libertad, De esta se derivaba la sagrada libertad de expresión, y por degeneración de la misma, el haz lo que te salga de las narices y búrlate de lo que te pete, y el que se pica ajos coma.

Como primer ejemplo, a la otrora dulce y simpática Leticia Sabater, con su figura de repostera de Sissí emperatriz, se le había ocurrido revelar que así, a la chita callando, había yacido a lo largo sus años de estrellato con varios notables de la derechona, gloriosa hazaña que no se podía hurtar a la historia. Y lo contó como si de verdad aquellos devaneos fueran grandes méritos. La cosa podía no pasar de ser una frivolidad, una ligereza, pero cuando la eximia actriz, presentadora y cantante anunció que a sus cuarenta y ocho años quería reconstruirse el himen para revivir la emoción de sentirse desflorada, los dioses y los profetas corearon al unísono.

-¿Eso no es una necedad, una gilipollez sin fronteras?

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En otro orden de cosas, y presuntamente a más altura intelectual, la que iba a ser alcaldesa de Barcelona Ada Colau, había asegurado que si hay que desobedecer leyes injustas, se desobedecen. Se quedó muy ancha. O sea, la ley será considerada expresión de la voluntad popular, y por tanto respetable, si le conviene al baranda de turno. Más marxismo (de Groucho), que es la guerra: estos son mis principios, y si no le gustan tengo otros.

-¿Pero esto no es la consagración de la ley del embudo?-volvieron a sorprenderse los dioses y los profetas- ¿Para eso dice el pueblo que había inventado la democracia?

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Y además de las plagas de la estupidez y de la ignorancia, la del cinismo, denunciada en el Boletín de las Hadas (hadas, con H) por Respetina Barguñols tan pronto como vio la mal disimulada sonrisa del presidente Mas mientras escuchaba la irrespetuosa pitada que el público asistente a la final de la Copa del Rey de Fútbol tributó al Himno Nacional de España.

Respetina, que además de ser peluquera en Papiol es hada en ejercicio, considera indecoroso y cínico que un político catalán que debe su autoridad y su sueldo a la Constitución Española se burle así de los españoles, de su himno y de su jefe de Estado, a su lado aguantando el tipo. En consecuencia, y para evitar que esta plaga de cinismo acabe de marcar a la triste España resignada, Respetina ha buscado su varita mágica y ya está haciendo sus conjuros para que el presidente Mas saque maxilar y dibuje sonrisa de matoncillo de cómic farfollas cuando:

  1. La Unión Europea le vuelva a decir NO a la demanda de adhesión de Cataluña. 2. Le tenga que reiterar a los farmacéuticos acreedores de la Generalitat que no habrá ni un euro para ellos de los millones que les deben, porque hay otras gastos más urgentes. 3. Su partido político siga desangrándose en votos por culpa de sus piruetas independentistas 4. Sepa que, por decisión coherente con los que repudian un torneo español, el Barça acabará jugando la final de Copa con el San Andrés o con el Lloret de Mar, dado que será en la Copa del Molt Honorable President de la Generalitat donde podrá escuchar su himno sin que se le estomague.

El número de veces en las que el mal educado y rencoroso presidente Mas podrá lucir su inoportuna sonrisa es ilimitado, porque provoca casi a diario ocasiones ridículas como las citadas. Pero de modo excepcional un día, subiendo una cuesta en bicicleta, se le desprenderá el pedal en el que se apoyaba, caerá con todo su peso contra la barra del velocípedo e, intentando componer la figura que más le gusta, sonreirá con la misma suficiencia insolente que le caracteriza sin darse cuenta de que se ha reventado el escroto. ¡Ufff, qué grima!

Todas las hadas son buenas. Algunas como Respetina se pasan a veces seis pueblos. Nunca tanto como el inefable Mas.

Podemos según y cómo

La misma Vallecas que crió grandes artistas ha alumbrado a un político que está dando qué hablar... (Paisaje de Benjamín Palencia)

La misma Vallecas que crió grandes artistas ha alumbrado a un político que está dando qué hablar…
(Paisaje de Benjamín Palencia)

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Irene era prima tercera o así de Pablo Iglesias. Tenían un pariente común por parte de su abuelo Leonardo. Este era oriundo de Medina del Rioseco y se ganó la vida con un negocio de variantes y encurtidos. En los años o treinta del pasado siglo se instaló en Vallecas. Pasaban por su tienda algunos pintores de la Escuela de Vallecas, a los que les gustaban mucho los pepinillos en vinagre, los alcaparrones y las berenjenas de Almagro.

Por eso mi vena es vallecana y de izquierdas, –dijo la chiquilla-, como la de Pablo. Y muy artista, un poco surrealista. Mi abuelo se escapaba a ver pintar a esos artistas a los montes tupidos de cardos por donde aún pastaban cabras y ovejas. Se fijaba mucho en lo que hacían. Un día probó con unos pinceles y unos tubos de óleo que le regalaron y se atrevió con un bodegón. Lo improvisó en un rincón de su pequeño comercio: montó un caballete junto a una mesa en la que puso un plato de encurtidos y a su lado un paquete de Ideales, una taba recién lavada, un frasco de Cerebrino Mandri y, apoyado en este, un cromo de Berrendero, un ciclista famoso. Lo pintó, se quedó muy contento y se lo mostró a Benjamín Palencia. Le dijo: creo que tiene mucho simbolismo, ¿no? Según mi abuelo no sabía qué quería decir con eso del simbolismo, lo dijo como para darse importancia. Palencia estuvo muy simpático, pero le aconsejó que pintara menos bodegones de encurtidos con cosas raras y más paisajes de cardos y amapolas, perdices y mulas trillando, porque se vendían mejor entre la gente adinerada.

-Yo ya digo que era muy de izquierdas, muy sensible e impulsiva –prosiguió Irene- De repente me dio un pronto de vocación religiosa, y fui novicia un tiempo, hasta que llegué a la conclusión de que lo mío era mayormente la acción social, y dejé el convento, porque aunque soy cristiana más bien liberal y comprometida, entiéndeme, era además devota de Pablo Iglesias. Él ni siquiera lo sabe, pero lo admiro y lo amo, mayormente en plan ideológico, porque yo soy muy cabal.

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La chica siguió contando su historia.

-También hice teatro. En una obra de Alfonso Sastre con beso, pero de esos tontorronesl, ligué con el actor que me besaba, una vida paralela a la mía. También estudió para cura y también lo abandonó. Fue militante trotskista, actor, puso un negocio de cartuchos de tinta, se dio cuenta de que había que acabar con la casta, se enteró de que yo era de Pablo Iglesias total y nos hicimos novios, mayormente por el ideario. A mí Roberto me gustaba un poco, pero lo que reforzaba nuestro amor verdaderamente era eso, que veíamos el vuelco de la sartén a la vuelta de la esquina.

-Mañana mismo cambiará todo – sentenció el pasado sábado mientras levantaba el puño cerrado y reía.

Roberto era un poco primario. Decía que estaba hasta los cojones del capitalismo y de las impresoras, donde todo era tan oscuro como la misma tinta de sus cartuchos. Me imagino que estaría harto de más cosas, pero simplificaba así: estoy hasta los mismísimos del capitalismo y de las impresoras, como si el pueblo no tuviera más enemigos. Menos mal que con Pablo todo esto iba a cambiar de lo lindo. Mi novio había dejado de creer en Dios, yo no tanto: me parecía que entre su nombre y el aspecto de apóstol de Pasolini, nuestro líder tenía algo de apóstol moderno, o sea que me tranquilizaba, pues atea o agnóstica y esas cosas típica de la izquierda tampoco me sentía. Ejemplo, durante nuestro noviazgo Roberto estaba empeñado en que nos acostáramos a la menor ocasión, y yo que nada, que cada cosa a su tiempo, que me gustaba algo, quizás bastante, pero eso de follar tan tápido, nada. Él se enfadaba, y amenazaba con romper del todo y buscarse otra novia menos estrecha.

-¡Joder, Irene!..¿No dice el líder que podemos?…¡Pues jodamos!

Ya dije yo que era un poco primario. Yo no es por nada, pero me siento más espiritual y más delicada. Roberto lo mismo había podido haber salido cura trabucaire que picador de toros o activista de Podemos, ya dice Pablo Iglesias que aquí cabemos todos. Yo estaba muy ilusionada, pero como que no me acababa de creer la historia. Así como estaba dispuesta a romper con la casta y con el abuso de las mayorías, no quería enredarme en cualquier frivolidad. Mi abuelo decía que no es bueno confundir churras con merinas, ni aceitunas con guindillas.

Y en eso que dieron las 20 horas del pasado domingo, se cerraron los colegios, se destaparon las urnas y comenzó el escrutinio. Se descorcharon las botellas.

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-Nos reunimos para celebrarlo en la casa de Blasa, activista social, con otros compañeros de viaje como Fernando, sociólogo, Eliseo y Clara, arquitectos paisajistas, Sergio, contable, Teresa, auxiliar de enfermería, Serafín y Sertalia, psiquiatras. También estaba un sexador de pollos que se llamaba Nikita, y una que decía que era poeta, no poetisa, sino poeta, y que hacía jaulas con spaguettis que luego pintaba de colores. Decían que eran para guardar sus versos, aunque estaban vacías.

Roberto y yo estábamos eufóricos cuando conectamos el televisor para seguir la noche electoral. Poder, lo que es poder, podríamos, pero todavía no podíamos beber champán en lugar de cava, y, lo que es aún peor, ni siquiera brut en lugar de semiseco. O sea, noticias mejorables, que nos hacían felices y a la par nos ponían más nerviosos. Eso y el ir y venir de las encuestas al escrutinio, la inacabable rueda de conexiones para apuntar cuántos concejales, cuántos ayuntamientos, cuántos alcaldes, cuántos votos, cuántas patadas en el trasero al PP, cuántas pedorretas al PSOE, cuántos diputados autonómicos, cuántos pactos en el horizonte, cuánto poder íbamos a tener nos subió la adrenalina. Y cuánto parlamento por renovar, quince creo que eran los que elegíamos el domingo. Cada uno con su particular presentación y su minucioso recuento, amén de la comparación en números y gráficos con las Elecciones de 2011. A mí aquello me pareció por un lado fantástico, pero por otro un rollo.

Pensé qué complicadito hicimos este Estado de las Autonomías. Y, a pesar de la alegría, qué coñazo estaba resultando la noche electoral

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Cada noticia un brindis, cada trago un subidón. Y así paso a paso, a lo tonto a lo tonto, Roberto a lo suyo, acorralándome en un sofá desfondado entre esos esos vapores dulzones y pringosos que embadurnaba su boca en mis labios, en el cuello, en el escote. Sus manos empezaron a acariciarme las piernas, me desabotonó el sostén, buceó por debajo de mi falda y enrolló la goma de mis bragas muslos abajo. Yo me resistía, le daba manotazos mientras sentía que el maldito semiseco había salido cabezón, me atontaba y estaba a punto de sumirme más que en un sueño, en una pesadilla.

-Que acabe la noche electoral, por favor. Aunque ganemos, aunque ya sabemos que Podemos…¡no quiero saber nada más de esos quince parlamentos y esos ocho mil municipios! ¡Qué rompecabezas de Constitución!…¡Qué lío de pactos y combinaciones! ¡Qué coñazo de conexiones y de declaraciones previsibles! Ganar, ganaremos, pero…¡qué rollazo de noche!

Recuerda Irene que casi estaba dormida del todo cuando Roberto traspasó las líneas rojas de su pudor. Políticamente podemos pensar lo mismo-se dijo cuando advirtió la mano del novio enredando en su entrepierna-, pero al final es como todos, un pelmazo y un sobón.

Despertó de su sopor y, sacando fuerzas de flaqueza, se lo quitó de encima de un puñetazo.

-¿Tampoco hoy?…-se rebeló entonces Roberto fuera de si- ¿Pero cuando vamos a poder de una puta vez?

Roberto la miró con cara de desprecio. Y entonces ella derramó contra su rostro el medio vaso de semiseco que aún esperaba un último brindis por la victoria final y gritó más reivindicativa y vallecana que nunca.

-¡A tocar a Melilla, que hace falta un trompetilla!

Recordaba esta cantinela de escuchársela a su madre. No había caído en la cuenta, sin embargo, de que Melilla había sido de las pocas plazas donde Podemos no había triunfado.

Dios bendiga al hijo de la Paqui

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Ha sido como si en medio de un desierto hubiera manado un caudal de agua fresca y transparente. Pasabas un fin de semana delicado, acosado por tus tradicionales dolores de espalda y por nuevas lanzadas en las lumbares que hacían de cada uno de los movimientos más rutinarios -sentarse, levantarse del sillón, tenderse, incorporarse de la cama, agacharse a coger las llaves caídas, inclinarse a anudar el cordón de los zapatos, etc,etc- una tortura refinada. Un pinchazo, como un calambre fugaz, ráfagas de un lumbago que te mordía como un lobo rabioso esa libertad de culo inquieto que te has buscado siempre. Nada que ver con el aventurero que navega el Atlántico a vela, que asciende al Aconcagua, que cruza Alaska haciendo esquí de fondo, o atraviesa al Sahara en moto. Algunos amigos tuyos han firmado hazañas así. Tú solo improvisabas pequeñas aventuritas, escapadas de curioso, paseatas burguesas, hormigueos urbanos o rústicos. Vuelos de saltamontes: del Parque del Oeste al mercado de Barceló, un suponer, del estanque del Retiro enseñando a tus nietos cómo nadan los patitos a la chocolatería de San Ginés, vecina que fue de una de las casas donde vivió Boccherini en su estancia capitalina. Cuando eras niño había un sueño recurrente que te raptaba en la calle de Serrano y después de sobrevolar medio Madrid y de un descenso de vértigo te depositaba en Rosales. Echabas a pasear de nuevo y entonces te dabas cuenta de que ibas semidesnudo, vistiendo sólo una camiseta que estirabas desesperado para que la gente de las terrazas no viera tus vergüenzas.

Qué malos ratos.

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Hoy son otros los malos ratos. Cada día se acortan más tus saltos de saltamontes. Este fin de semana, en las cuerdas de Navalcán con algunos de tus mejores amigos y ante un impresionante maremágnum de pinos, castaños, encinas, alcornoques, madroños retamas, jaras, brezos, tomillos y aulagas florecidos, praderas pintonas de margaritas y al fondo el murallón de Gredos, gigantesca ola azul petrificada al romper hace millones de años, sólo pudiste emular tus marchas de juventud. Eso sí, como tu amigo Eduardo, por otras razones, tampoco puede decirse que sea Killian Jornet, andabais a paso de convalecientes tal que dos naturalistas británicos que conversaran sin parar tomando buena nota de la flora y de la fauna que os salía al paso.

-Esa es una ranita de San Antonio-decías apuntando a una rana verde con antifaz negro que se ganaba la vida entre el pasto húmedo.

-A esa mata de florecillas moradas que cuelgan como dedales le llaman dedalera.

Aquí en Navalcán al chotacabras también le conocen como capacho o engañapastores.

El día era claro, soleado y con brisa, lo que se dice tonificante. Tan parecido al que respiraba aquella hermosa película de Vittorio de Sica que se tituló Los girasoles. Nada menos que Mastroiani y Sofía Loren, con su melena batida por el mismo viento que ajustaba su blusa ciñendo aquellos maravillosos pechos que se le desbordaban por el escote.

-¿Verdad que las margaritas son como girasoles diminutos?

-Hablando de girasoles…¿Te acuerdas de lo requetebuena que estaba Sofía Loren en aquella película? Por cierto…¿No la estás viendo retozando por ahí?…¿Te imaginas la maravilla de sus tetas bamboleándose mientras da sopapos al aire con su cazamariposas?…

Por unas causas u otras os sentíais algo viejos al iniciar el paseo. Menos mal que la imaginación y la curiosidad rejuvenecen.

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Pero lo más notorio del fin de semana fue recibir el whatsup que puso en circulación tu amigo José María Mazarasa. Lo reproduces aquí ad majorem coñam lectorum. Primero, os hizo reír toda la tarde. Y luego también pensar: ¿dónde está el secreto de la hilaridad? ¿Por qué una simpleza como esta puede excitar de forma tan aguda el sentido del humor? Te pareció algo grandioso, como un momento Chaplin, un chispazo de Groucho, un gambito de Woody Allen, otro milagro de Gila. El absurdo hecho caramelo. Tus males te duelen incluso cuando ríes pero, aun así, que Dios bendiga al hijo de la Paqui por hacernos pasar tan buenos ratos

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

A pesar de todo, ¡haz reir!

Intentarás seguir tomándotelo todo con cierto sentido del humor...

.Intentarás seguir tomándotelo todo con cierto sentido del humor..

1 Te ha vuelto a llamar Homper. Está leyendo un libro de Víctor Olmos sobre la vida y obra de Jardiel Poncela que se titula ¡Haz reír, haz reír!, la consigna que le inspiró desde que se dio cuenta de que quería ser escritor. -Esa consigna se la compraría ahora mismo- le dices tú- Yo también hubiera apostado por ¡haz reír, haz reír!…Pero últimamente me he amargado más de la cuenta. Ya sabes, el sentido del thumor… La realidad es que te afecta también ese otro cáncer de desvergüenza que ha hecho metástasis en España. No iba a curar tus males, pero seguro que vivirías mejor si, en lugar de desayunarte cada día con un memorial de agravios de los que debían ser personas ejemplares, sólo te alimentaras de noticias felices. -¡Y tanto! –confirma el Hombre Perplejo- El propio Jardiel tendría que reescribir ahora su novela Pero…¿hubo alguna vez once mil vírgenes? Cambiando a las vírgenes por los políticos honrados…¿hubo alguna vez once mil ejemplares de esta especie?

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Como a su edad el único tesoro que tiene es el tiempo, Homper fue la otra tarde a la residencia donde se aloja ahora la tía Albertina. En realidad esta anciana no es tía suya, sino la única prima de la tía Clota, aquella mujer que emigró a Estados Unidos para ganarse la vida como profesora de español y con la que el Hombre Perplejo sí guardaba una relación entrañable. Poco antes de morir en su casa de Vermont, y en el curso de una de esas conversaciones que mantenían a través de SKYPE, la tía le desveló un secreto entrañable largamente guardado. -Te acordarás de aquel coche de pedales que te regalé cuando cumpliste siete años, ¿verdad? -¡Cómo no me voy a acordar, si fue el mejor regalo que recibí en mi infancia! -Tú entonces no te preguntabas cómo una pobre maestra pudiera permitirse el lujo de comprarte aquel juguete tan caro, claro. -¿Yo?…Yo me subí como loco a aquel bólido de color rojo y empecé a pedalear por el pasillo creyéndome Fangio, ya te puedes imaginar… Entonces la tía Clota le contó que en realidad el coche de pedales no lo había comprado ella, sino que le tocó en una tómbola a su prima Albertina y ésta se lo puso como regalo de Reyes a su hijo Clementín. Sorprendentemente, la criatura no demostró por el coche de pedales el menor interés. Al contrario, lo que de verdad le gustaba era la Mariquita Pérez de su hermana Pilarín, a la que, con gran desesperación de la niña, secuestraba para cambiarle los vestiditos, darle de comer y acostarla en su camita con verdadera ternura. Así que, comprendiendo que el niño le había salido un poco nenita, un día Albertina se hartó, empaquetó el precioso coche de pedales y se lo envió a la tía Clota para que se lo regalara a ese sobrino tan especial que se asombraba por casi todo. -Ese chico eras tú, querido Homper –le confirmó la tía Clota – Si te pude regalar el coche de pedales fue gracias a ella. Por cierto, que Albertina enviudó joven, Clementín acabó saliendo del armario y murió poco después, y Pilarín se casó con un alemán y no ha vuelto por España. O sea, que mi pobre prima está sola, como tantas ancianas. Por favor te pido, no dejes de visitarla alguna vez…

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Homper encontró a Albertina insospechadamente feliz. Se presentó ante ella con un ramo de flores recordándole que él era el niño beneficiado por el coche de pedales, y le dijo que no se lo había agradecido antes porque no se enteró de su generosidad hasta poco antes de la muerte de la tía Clota. Por lo visto, Albertina mantiene muy buena cabeza. Casualmente está leyendo Angelina o el honor de un brigadier, porque ella también es una gran amante de la literatura de Jardiel, aunque precisó que le hubiera gustado que en lugar de Angelina la protagonista se hubiera llamado Albertina, como ella misma. Toda la vida ha buscado argumentos para la autoestima, y tener nombre de heroína literaria le hubiera ayudado mucho. Cierto que había una Albertina esencial en Á la recherche du temp perdu, pero ella se consideraba demasiado simple para embarcarse en la espesura de Proust, mientras que las comedias de Jardiel eran ligeras y frescas como un polo de menta, y ésta no hubiera perdido nada, incluso hubiera ganado, si la protagonista fuera Albertina. -Es una lástima –suspiró-Porque no hay que desaprovechar ni una ocasión para la autoestima.

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A su lado, junto al libro, había sobre el sofá un ABC en cuya portada aparecía la foto del sospechoso del día. -¿Ves?- dijo Albertina mirándola de reojo- A mí el escándalo de Rato por una parte me desanima, pero por otro lado me arroja lastre de remordimientos antiguos…¿Sabes?…Una vez, cuando él estaba en la cumbre coincidí en un te benéfico con una de sus admiradoras fanáticas, una señorona muy encopetada. Pasamos la velada juntas y charlamos mucho, casi que nos hicimos amigas. Y así, contando anécdotas y recuerdos se me ocurrió confesarle ingenuamente que yo después de la guerra lo había pasado tan mal que llegué a falsificar dos cartillas de racionamiento para poder criar mejor a mis hijos. Entonces ella dio un respingo y me soltó esto: ¿Cómo pudiste caer tan bajo?…¡La gente bien jamás robamos! Yo me excusé alegando que no debía de ser tan bien, porque mi marido era un perfecto inútil y en casa pasábamos hambre, pero lo cierto es que a partir de entonces siempre que nos encontramos desvió su mirada mientras yo fustigaba a mi conciencia repitiendo para mis adentros: ¡ladrona!…¡Estafadora!..¡Eres una delincuente! La tía Albertina se echó a reír con estrépito -¿Ves?-le dijo a Homper señalando a la portada del ABC- Como todo es relativo, hoy me siento rehabilitada, y mi autoestima ha subido muchos puntos.

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Se quedó asombrado Homper de que en una residencia de ancianos se respirase tanta alegría. -Es sobre todo porque tenemos un grupo que nos reunimos todas las tardes para contarnos sólo cosas alegres y jugar al parchís –dijo Albertina mientras iba presentando a sus componentes- Nos llaman los Positivos, y somos Sagrario, Florestán, Bernabé y servidora. Sagrario está encantada porque desde hace meses no ve los informativos de televisión y porque ha podido desempeñar la sortija de rubíes que heredó de su madre. Florestán es un viejo tenor que está radiante: al fin le han hecho unos implantes que le permiten cantar arias y romanzas sin que se le caiga la dentadura en los sobreagudos, como le sucedía antes para bochorno propio y ajeno. Albertina se ha liberado de su mala conciencia de falsificadora de cartillas de racionamiento y de la adicción a Jorge Javier Vázquez. Además cuando acabe Angelina o el honor de un brigadier se hará más jardielera todavía leyendo el ¡Haz reir, haz reir! que le ha recomendado el propio Homper.

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Claro que, para hacer reír de verdad, nada como el desparpajo y la desinhibición del cuarto de los Positivos, Bernabé, comandante jubilado y socio del Atlético de Madrid. -Yo les comuniqué a mis compañeros que padecía un cáncer de vejiga y que, con perdón de las señoras, lo iba a afrontar con espíritu militar-dijo-: punto uno, con dos cojones. Punto dos: optimizando los recursos. Punto tres, explotando el éxito. Reconozco que los del punto uno se me pusieron de corbata cuando me explicaron que la operación consistía en una resección transuretral, oséase, que el bisturí mágico me lo iban a meter por el mismísimo canutillo del regocijo, que sólo recordarlo me pone los pelos como escarpias. Al respective, y demostrando que había captado la metáfora, la amiga Albertina observó con malicia que el canutillo no siempre da satisfacciones, a lo que yo respondí con laconismo castrense: negativo. Pues salvo en el caso de gatillazo, que, como hombre de armas ni puedo concebir, el canutillo, en su doble función excretora y propiamente sexual, es fuente de máximo regocijo, mayormente en nuestra edad provecta. Von Clausewitz, Maquiavelo y otros tratadistas mantienen que el concepto de poder en el hombre evoluciona con la edad, siendo así que en la juventud el poder es, sobre todo, y con perdón por la expresión, poder follar, en la madurez poder mandar, y en esta vejez en que tanto luchamos por mantener enhiesto el pabellón, consiste mayormente en poder…¡mear! Y no vean ustedes el miedo que tenía yo al bloqueo miccional después de la anestesia, la jodida sonda y todas esas travesuras que menoscaban la gallardía de una verga militar…

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En este punto el comandante Bernabé hizo un alto, bebió medio vaso de agua, secó su bigote con un pañuelo y prosiguió su discurso en un tono menos épico y con los ojos abrillantados por el esmalte de la emoción. -Ilusionado al saber que la que me iba operar era una uróloga de muy buen ver –continuó el ilustre soldado- quise optimizar los recursos y explotar el éxito intentando retrasar la acción de la anestesia al objeto de sentir unas manos femeninas maniobrando en misión de servicio sobre mi intimidad…Luché como un jabato, pero no pudo ser. Eso sí, cuando veinticuatro horas después de operado otras manos angélicas me retiraron la dichosa sonda y este menda tuvo que quedarse sólo ante el peligro…tuve la satisfacción y el orgullo de sentir que el regocijo fluía de nuevo por el canutillo en forma torrencial. Primero, del color de un reserva de Rioja, al cabo de un rato como rosado de Navarra, después tal que un amontillado, luego cual manzanilla y a los dos días claro como el agua del arroyo… Al comandante Bernabé se le saltaron las lágrimas. -Y la verdad, no se qué guerra seguirá dando el puñetero cáncer, pero esta batalla la hemos ganado.

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Parece que lo dijo en tono heroico, pero lo cierto es que los Positivos se lo tomaron a risa, y al poco tiempo el jolgorio del comandante y de toda la residencia que había seguido su discurso era un puro disparate. Como la vida y la obra de Jardiel que ahora, en forma de libro, tenía entre sus manos tía Albertina. –¡Haz reír, haz reír!-decía mostrando la portada al aguerrido Bernabé. Tengas lo que tengas, aunque sea un cáncer.  

Un robo ejemplar

Hay que hacer lo imposible para defender la alimentación de nuestros bebés...

Hay que hacer lo imposible para defender la alimentación de nuestros bebés…y la inocencia de las niñas que juegan a ser madres responsables

La niña era buenísima, un criatura candorosa. Tenía casi siete años y seguía jugando con sus muñecos. Los bañaba, los vestía y les daba de comer. Era la pequeña de la casa hasta que vino a nacer su hermano, el primer varón. Por una parte fue una gran alegría: ¡un bebé de verdad! Por otra, en ese momento la niña se dio cuenta de que empezaba a ser un poco persona mayor. Ya no sólo jugaba con sus muñecos, sino que ayudaba a su madre a cambiar los pañales, bañaba al bebé, lo vestía, lo paseaba y le enseñaba a jugar y a reír. Era sobre todo niña, aunque la vida le obligaba a ser también casi como una madrecita de verdad.

Todo fue bien hasta que el bebé de carne y hueso, el hermanito, dejó de tomar el pecho y empezó a alimentarse de leche en polvo. El bebé tenía buen diente, aunque aún no los hubiera echado, y exigía su buena ración diaria. Fue por eso por lo que su madre empezó a notar que alguna mano misteriosa abría el bote de Nestlé, nada barato por cierto, y sustraía diariamente pequeñas cantidades. No hacía falta ser un lince para averiguar quién era el autor de las sustracciones. Un día la madre miró debajo de la cama de la niña y vio a tres muñecos con tres tacitas de miniatura llenas de leche en polvo. La niña la robaba del bote de Nestlé y, como buena madre de sus muñecos, los alimentaba con el producto de su rapiña.

Otra cosa es que como los muñecos, al fin y al cabo, no eran más que muñecos, no se tomaran la leche en polvo. Y que la niña, de natural tragoncilla y laminera, se la echara al coleto por aquello de no desperdiciarla.

Aún se relamía los labios cuando su madre la reprendió, como era natural.

-La leche en polvo es para el hermanito –le dijo-¡Y no se puede robar!

La niña, apesadumbrada, se echó a llorar. Se sentía incomprendida. Por una parte, debía ser mayor y responsable con su hermanito bebé, y por otra no podía dejar de ser niña de la noche a la mañana y, por ende, buena madre de sus muñecos. No tuvo más remedio que reconocer su culpa. Pero enterada tal vez de que Belén Esteban había impresionado a España con su visceral yo por mi hijo MA-TO, enjugó sus lágrimas y le soltó a su madre.

-Yo por mis muñecos…¡ RO-BO!

La presunta delincuente era tu nieta, Duende. Y es verdad que tal y como está el patio hay que decir a los niños que aunque en este país se ha robado lo que no está en los escritos, no es bueno educarse en ello. Pero el delito esta vez destila tanta ternura que ya ha quedado indultado.

La cirugía del estropicio

Quod natura non da, cirugía plástica no siempre prestat...

Quod natura non dat, cirugía plástica no siempre prestat…

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Sobre la cubierta de un espléndido yate anclado en el Caribe dos hombres de mediana edad conversaban mientras bebían daiquiris. Uno de ellos, corpulento y de edad más que mediana, lucía una guayabera que disfrazaba su curva de la felicidad, y coronaba su cabeza con un sombrero de Panamá. Era el doctor Kropowitzi, psiquiatra de las más deslumbrantes estrellas de Hollywood y de buena parte de la beautiful people neoyorkina. El otro, con torso desnudo modelo metrosexual, era el propietario del yate. Se trataba de Lester Digott, cirujano plástico especializado en transformar el rostro de las beldades del cine a la medida de sus deseos. Sólo cubría su cuerpo con un Rolex de oro en la muñeca derecha, con un taparrabos amarillo de lunares verdes y con la clásica gorra de patrón. Mientras Kropowitzi exponía lo que según él podría considerarse una auténtica explosión de la crisis de identidad de la mujer cuando se asoma a la cuarentena, Digott escuchaba muy interesado y alargaba las copas vacías a una muñequita medio en pelotas a la que abrazaba por su cadera para que las rellenara debidamente y no decayera en ningún momento la conversación.

-No falla –afirmaba Kropowitzi- A partir de una cierta edad ellas sobre todo empiezan a aburrirse de su cara y a detestarse. Yo trato de ayudarlas, hago todos los esfuerzos para que valoren  su personalidad y confíen en su expresión, pero no hay remedio, mis pacientes, hombres o mujeres, quieren cambiar de cara y ser otros.

Lester Digott retiró la copa vacía y puso en las manos del psiquiatra el quinto daiquiri de la tarde.

-Deje que lo sean –barboteó entre regüeldos al cohólicos al tiempo que chocaba la copa de Kropowitzi con la suya propia-Y ahora hablemos de negocios.

2

Entre los vapores de su borrachera, el doctor Kropowitzi recordaba sus años en el Actor´s Studio de Nueva York, cuando soñaba que algún día se ganaría la vida como actor y estudiaba el Método Strasberg. Su trabajo en los últimos tiempos consistía en  profundizar en los más escondidos registros de la psicología del paciente para encontrarle una nueva identidad que le permitiera a Digott moldear el nuevo rostro adecuado a  la misma.  En eso y en poner la mano. Los resultados demostraron que aunque como psiquiatra Kropowitzi pudiera ser discutible, como actor resultaba muy convincente. Después de un intenso tratamiento en su diván, aquellas señoras estupendas que empezaban a cansarse de su cara asumían que eran libres como un ave, sensibles y delicadas como una crisálida, felinas para seducir o refrescantes como las frutas de un retrato de Arcimboldo.

Quiero huir de mí y ser otra- acababan confesando.

Tras lo cual, una buena suma de dólares, el bisturí del mago Digott hacía el resto. Una serie de blefaroplastias, cantopexias y otros estiramientos musculares asombrosos conseguían dar a las inconformistas una nueva cara de rapaz, de mariposa, de tigresa de Bengala o de cereza californiana, según los gustos. Milagros estéticos de nuestro tiempo que estaban sorprendiendo al mundo. A la cara de René Zelweger, que antes de dar el paso irradiaba simpatía y gracia, y a la otrora excitante Uma Thurman, aquella psicosis de cambio las estropeó para siempre. Pero en cambio a una mujer de Picasso que huyó de su lienzo para arreglarse, le implantaron una nueva nariz en la frente y otra teta más en la barbilla y quedó mucho más abstracta. También a Lupe Sinsorgo, una de las protagonistas de La noche de los muertos vivientes le desgarraron  los músculos faciales, le sacaron un ojo que le quedó colgando sobre la mejilla, le tiñeron la piel de color cárdeno y le mordieron tres cuartos de oreja. Un éxito de operación, porque  la criatura acaba de ser elegida Miss Zombi 2015.

Tenía razón don Hilarión: hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad. Y el  negocio de la cirugía plástica, lo que más. Una barbaridad, una bestialidad, una brutalidad.

¿Tampoco la pana es lo que era?

Nadie diría ahora que la dura vida del campesino español vestía  de pana...

Nadie diría ahora que la dura vida del campesino español vestía de pana…

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En tu importantísimo Estudio de los componentes de la felicidad que no estudia nadie, obra tan ambiciosa y profunda que difícilmente será publicada nunca, citas a menudo la eximia figura del Profesor Franz de Copenhague, al que tu generación reconoce el mérito de ser el padre de los inventos del TBO. Algunos de ellos, como los melones cuadrados, el dispositivo anti-cabello en la sopa, el aparato limpia-narices o el procedimiento para descargar mercancías con jirafa fueron publicados en aquellas deliciosas historietas que alegraron infancias como la tuya. Otros, naturalmente, no alcanzaron esa gloria.

La relación de aportaciones del citado profesor al bienestar de la humanidad te llevó a investigar la biografía de este curioso personaje, cuyo perfil se desdibuja a finales del pasado siglo, cuando la revista desaparece. Según los expertos –esta fuente es tan socorrida que no se puede obviar nunca- en sus últimos años el profesor, aburrido de que sus inquietudes se estrellaran contra un mundo demasiado torturado por los grandes problemas que le afligían, cerró su centro de estudios y, al igual que tantos ciudadanos del norte de Europa se instaló en Mallorca, donde había pasado largos períodos de vacaciones desde 1956. Como a la vejez viruelas, aquel genio que había pasado su vida entre probetas, matraces, circuitos eléctricos, campos magnéticos, serpentines, trinquetes y sucedáneos del famoso Enigma con los que inútilmente intentó descifrar cuáles serían los catorce resultados de la quiniela y los años que tenían Zsa Zsa Gabor y Celia Gámez, se enamoró de una churrera de Felanitx. De entonces data su proyecto del conservador de las propiedades del churro y la porra, para que a las dos horas de salidos de la sartén no se convirtieran en una masa frita gomosa de dudoso gusto, su vigorizante de erecciones del pene a partir de la cascarilla de arroz y de la harina de huesos nde ballena  y su contador de la duración de los bastones que forman los canalillos de los pantalones de pana. Según el eminente sabio, la calidads de este tejido que durante décadas había servido para el traje de faena del campesino español había degenerado de tal forma que se hacía irreconocible. Una pena.

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O tu memoria es muy mala o estás de acuerdo con el profesor, porque tú también piensas que alguien del sector textil te está estafando. Hace ya tiempo que, especialmente en el campo, prolongas el uso de los pantalones de pana aunque sus rodilleras empiecen a desgastarse. ¿Por qué? Porque los bastones verticales que forman su característico dibujo se desgastan en nada. A la vista de la pana actual, resulta difícil creer que hubo en tiempo en que la pana era la tela recia y peleona que uniformaba por igual a los campesinos y los colegiales.

-Sáqueme un corte de pana para para los pantalones de los chicos –decía tu madre mientras se sentaba en una silla y el pobre dependiente de Galerías Preciados se preparaba a manejar el metro de madera con cara de tierra, trágame.

Y luego añadía.

-En tonos sufridos, por favor.

Eso significaba en marrón oscuro, que era el tono más sufrido de todos. Como además la pantalonera los hacía en tamaño porsi (por si creces), con la cintura cerca de las tetillas y el bajo casi ocultando las rodillas, el que sufrías aquellos pantalones cortos-aún no se estilaban los largos para los niños- tan horribles eras tú. Te parecían eternos y, como todo lo que se convierte en monotonía, insoportables. Una tarde parda y fría/ de invierno, los colegiales/ estudian monotonía/ de lluvia tras los cristales. Siempre que recuerdas estos versos de Machado, tan expresivos de la grisura de la vida colegial de posguerra, te ves con aquellos sufridos pantalones porsi hincando codos en el pupitre.

Quién te iba a decir entonces que algún día echarías de menos algo de aquéllo que tanto duraba.

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Puede ser que un año en la vida de un niño equivalga a quince en tu edad provecta, y que lo que entonces te parecía perpetuo ahora lo veas efímero. Puede que la edad deforme la perspectiva de tu mirada, y que tiendas a idealizar el pasado por simple nostalgia. O puede que el imperativo de la obsolescencia prematura, que ya tienen en cuenta los fabricantes de las máquinas e inventos que utilizamos a diario, se haya impuesto hasta en los pantalones de pana. La ley implacable de la sociedad de consumo. El caso es que aún en 1982 los jóvenes que representaban a un partido obrero que quería cambiar España, con Felipe González y Alfonso Guerra a la cabeza, vestían traje de pana, como queriendo decir que acababan de dejar la azada, la hoz y el martillo antes de dar la rueda de prensa. Y que hoy, por el contrario, sólo ves pantalones de pana impolutos en aquellos amigos de buen vivir que, llegado el fin de semana, se visten casual y se suben a su todo terreno de lujo para ir al golf, de montería o enfilar carretera rumbo a una estación de esquí.

¿Tampoco la pana es lo que era?…Vives sin vivir en ti esperando que el contador del profesor Franz de Copenhague aclare si definitivamente eres un viejo quisquilloso o, si por el contrario, los listos de la confección te están tomando el pelo con esos pantalones de pana de pacotilla que al mes de uso ya apuntan claros en sus rodillas.

Sufriendo como Nertalio

Nertalio1

Lo de Nertalio Masoka fue un prodigio de lucidez y de refinamiento intelectual. No sabiendo cómo complacerse más con el sufrimiento, inventó una especie de cazamariposas mágico capaz de atrapar todos los sonidos y las palabras que habían salido de su boca a lo largo de su larguísima vida y que vagaban por el espacio sin extinguirse. Desde los primeros balbuceos y llantos de bebé hasta el amen con el que había cerrado los rezos de la noche anterior a la prueba de su invento, pues Nertalio, aunque masoquista conspicuo, era creyente riguroso y cristiano piadosísimo.

Cuando tuvo la certeza de haber atrapado todo lo que forjó durante décadas su caudal de voz, se refugió en el monasterio de Meteora y pidió que no le molestaran hasta haberse escuchado de principio a fin. Así permaneció durante catorce meses. Entonces, y después de una semana de no retirar los alimentos que dejaban junto a su celda, los monjes hospitalarios derribaron la puerta de esta y le encontraron desfallecido con muy mala cara, los cabellos largos hasta por debajo de los hombros y las uñas crecidas como las de un santón estilita. En el ambiente, como si la aguja de un misterioso pikú se hubiera topado con un microsurco rayado, se repetían cuatro palabras crípticas.

-¡No me jodas, Cardeñosa! ¡No me jodas, Cardeñosa! ¡No me jodas, Cardeñosa! ¡No me jodas, Cardeñosa!…

Sólo había podido escucharse lo dicho hasta junio de 1978, cuando el futbolista del Betis Balompié Julio Cardeñosa cometió ante la línea de meta de Brasil el fallo más recordado de la historia del fútbol español. El infortunado jugador no metió entonces el gol cantado que nos hubiera clasificado para la fase siguiente de aquel Mundial de Fútbol. Las palabras de Nertalio, como las de casi toda España, fueron elocuentes. Tanto que, cuando muchos años después, y gracias a su invento, volvió a escucharlas, el pobre Masoka no pudo resistirlas y  falleció. La autopsia sólo apuntó a causas naturales, pero seguramente murió de desesperación y de puro aburrimiento, señal inequívoca de que nos pasamos la vida diciendo lo mismo.

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Tú también padeces el síndrome que mató a Masoka. Desde que te dio por cribar de tu blog material para un libro que sea un compendio del Duende no te llevas más que disgustos. El más grande, reconocer que no eres Chejov ni tampoco escribes como la Munro, tan celebrada como autora de relatos cortos. Muchos de los tuyos los sacarías de aquí y los echarías al cubo de la basura. El menos grave, comprobar que te repites como la cebolla. Las mismas obsesiones, los mismos mitos, los mismos asuntos, las mismas evocaciones, las mismas anécdotas. Incluso las mismas palabras, repetidas post tras post… Suele decirse que los escritores escriben un solo libro a lo largo de su vida. A ti te da la sensación de quedarte en un solo párrafo, en una sola frase o incluso en una sola línea.

Además el trabajo ese de cribar te disipa, y te vuelve loco. Tu querida prima y madrina Carolina te lo reprocha.

-¿Por qué no escribes al mismo ritmo que antes? –te pregunta.

-Por eso –le respondes-, por haber cometido el mismo error lotero (por Lot) que Nertalio Masoka: repasar el camino andado e intentar seleccionar sólo los mejores pasos. Diseccionar siete años y medio de blog lleva su tiempo.

Entretanto puede que incluso se te ocurra algo mejor para entretener a los amigos que de cuando en cuando pierden unos minutos de su precioso tiempo para asomarse por aquí.

El preocupante caso de Ça me la refanfinfle

Homper se queda perplejo al ver que un lápiz pueda desatar tragedias. Pero también de que pueda manejarse con la ingenuidad irresponsable de un n iño...

A Homper le deja perplejo y espantado  que un lápiz pueda desatar tragedias. Pero también  que algunos lo manejen con la ingenuidad e irresponsable de un niño travieso…

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Resulta que Homper era presidente del consejo de redacción de Ça me la refanfinfle, semanario satírico en francañol que cumplía con todos los mandamientos del humor satírico tradicional. A saber: 1. Demostrar que sus creadores están a la que salta. 2. Confirmar que para listos y llenos de razón, ellos, y para borreguitos el resto de los paisanos. 3. Tocar les cataplins á gauche et droite, mayormente a la segunda. 4. Animar el debate nacional, internacional, supranacional y universal sobre cualquier tema, caiga quien caiga. 5. Como corolario de todo ello, reafirmar y fortalecer viñeta a viñeta la (sagrada) libertad de expresión. Aunque la palabra sagrada apareciera entre paréntesis, pues para esos intrépidos paladines del humor cáustico e inteligente no hay nada sagrado.

La mejor prueba de ello es que, a pesar de la indignación que entre los musulmanes había suscitado la última viñeta en la que el propio Mahoma le quitaba hierro a sus caricaturas, la redacción había considerado oportuno que la portada de esta semana presentara nuevamente al profeta diciendo: ¿Cuándo se enterarán los míos de que todos los hombres somos iguales?

-Hombre, no –farfulló Homper mientras insinuaba una mueca de claro disgusto- ¿No podíais haber elegido otra actitud?

La viñeta mostraba a un tipo con barba y turbante de medio perfil haciendo un pis torrencial. El dibujante no había sido todo lo explícito que cabría esperar de su audacia, pero la cara de sátiro del profeta denotaba que lo que se  traía entre manos, oculto por los pliegues de la túnica, era algo verdaderamente asombroso.

Mais non! –dijo el dibujante ofendido- ¡A ver si tú también vas a resultar un fascista, como el papa Francisco!…¿O es que no entiendes que hacer humor hoy es también hacer política?

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Homper también fue esta vez el hombre perfectamente perplejo. Hasta los gatos quieren zapatos, pensó. No se puede decir, porque es políticamente incorrectísimo, pero lo malo es que hoy cualquiera al que le leen o escuchan en algún medio se cree intelligentsia. Y en razón de ello, gracias a la superioridad moral que recaba para su elite, se siente titulado para pontificar y despreciar la sensibilidad de los demás.

-¿Hacer política?-se preguntó- ¿No es la política el arte de lo posible? Pues que me digan estos pepitosgrillos del comic: a un fanático dispuesto a inmolarse por sus ideas… ¿es posible hacerle razonar provocándole aún más?

Durante un ratito Homper pretendió convencer a su intrépido grupo de talentos que aquello del sostenella y no enmendalla era más oportuno en otros lances, y que la presunta gracia que para unos podía tener la irreverencia no compensaba el riesgo que suponía alimentar más aún la ira irracional del fanatismo. No tuvo éxito. A Ça me la refanfinfle se la refanfinflaba todo con tal de obtener un nuevo aplauso de los ingenuos y de la progresía malgré tout.

Así que no lo pensó ni un minuto más: dejó su sillón y presentó su dimisión irrevocable por discrepancias con su redacción.

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Fiel a la costumbre de los tiempos, se despidió en Twitter con este mensaje: Dejo Ça  me la refanfinfle. Lo siento por Lulú, mi secretaria, tan guapa y bondadosa. Hace una crème deliciosa…Brûlée naturalmente!

Qué ingenuidad la suya. Semejante mensaje en la red, que quizás podría explicarse por una chochera propia de su edad, llamó la atención de los hipersensibilizados servicios de inteligencia occidentales, pendientes de todo cuanto puede amenazar ahora a las revistas satíricas.. ¿Era Lulú un nombre en clave? Los adjetivos guapa y bondadosa, tan ñoños y pasados de moda, ¿encriptaban consignas peligrosas? Esa mención de sus habilidades culinarias, especialmente centrada en los postres…¿aludía a una solución final? Y lo peor de todo: la crème tenía que ser brûlée, es decir, quemada. Definitivamente, la tal Lulú era una yihadista fanática dispuesta a inmolarse en una deflagración a saber dónde, y el que firma el tweet como Homper era el jefe de comando que, cual caballo de Troya, los terroristas habían infiltrado en la revista.

Lamentablemente, Homper fue detenido. Claro que en ese momento se despertó, y se dio cuenta de que todo eso, que ahora puede parecernos verosímil, había sido tan sólo una pesadilla.

 

Volando como Nils

Viste tan cerca a las grullas, que te dieron ganas de subirte a una de ellas e iniciar un viaje como el de Nils Holgersson...

Viste tan cerca a las grullas, que te dieron ganas de subirte a una de ellas e iniciar un viaje como el de Nils Holgersson…

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Era cuando Javier Capitán y tú estabais en el candelero, y os reclamaban para animar cualquier ceremonia de esas en las que inevitablemente hay que aguantar discursos. El evento en cuestión era una especie de premios naranja y limón que las Sudacas Unidas entregaba a las personalidades que ese año habían sido amables y comprensivos o, por el contrario, antipáticos y esquivos con sus reivindicaciones. Javier y tú ibais llamando a los galardonados, para bien o para mal, y estos, haciendo gala de un notable fair play y de sentido del humor, recogían su diploma y su trofeo. Os alternabais en ese protocolo mil veces repetido a partir de que se universalizó la entrega de los Oscar de Holllywood. Llamabais al personaje, le recibíais con una cuchufleta de vuestro repertorio, le dabais el engendro de rigor –una metopa, un cenicero, una bandejita, una estatuilla indescriptible, el catálogo de horrores conmemorativos es extensísimo- el galardonado agradecía la atención y a otra cosa, mariposa.

No todo era tirar de vuestras imitaciones, que también las dejasteis caer. Había que hacer de presentadores y animadores al uso, es decir, simpáticos, no histriónicos. Y tú perdiste los papeles. Parece que Fraga aquel año había sido sorprendentemente amable con las sedicentes sudacas, y se merecía el premio naranja. A ti te traicionó el subconsciente y ante el pasmo de la organización, de Capitán y del propio galardonado le otorgaste el limón. No pasó nada. Metida la patita, la sacaste, arreglaste el entuerto con una faena de aliño y la gente se rió más que si lo hubieras hecho bien. ¿Sentido del humor o simple sentido común?

2

Invocas este recuerdo porque el Director de Emisiones y Continuidad de Canal Sur ha tenido que dimitir. ¿Su delito?: un fallo humano en la retransmisión de las campanadas de fin de año sustituyó siete de estas por dos spots publicitarios que se colaron de rondón en el tradicional protocolo. Parece que las siete uvas sustraídas eran fundamentales para la suerte colectiva de Andalucía. Primera uva eliminada: se va acabá el paro, quillo. Segunda uva: nos va a tocá er Gordo, pishita. Tercera uva: vas a triunfá en el amor, tío, de lo juro por mis muertos. Cuarta uva: vamo a tené una Feria y un Rocío que no se va a podé a aguantá. Quinta uva: la cosesha va a sé demasiado. Sexta uva: se va acabá con la corrución, digo. Séptima uva: se eliminan los impuestos, por la gloria de mi madre. Parece que lo que se les guindó a los andaluces que se quedaron compuestos y sin campanadas era el paraíso. Años atrás TVE mandó al ostracismo a Marisa Naranjo por cometer una fechoría parecida: ¡haber confundido las campanadas de los cuartos con los de las cuatro primeras horas del año nuevo!

Hay cosas que sencillamente no se pueden tolerar, ¿no?

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La ilusión, cuando no la superstición, es la droga más barata para amansar al pueblo. Lo piensas cuando cruzas andando la Puerta del Sol y ves las colas que aguantan impávidos los devotos de Doña Manolita, como si esta tuviera el monopolio del Gordo de la Lotería. Creemos que la sociedad de la información lo está desmitificando todo, pero hay zonas a donde jamás llegarán la razón ni la lógica. Lo ratificas viendo la rapidez con que ruedan cabezas responsables por un asunto, como de estas desdichadas uvas de la suerte, que no pasa de ser una torpeza convertida en anécdota.

¿O es que realmente creen los andaluces soliviantados que las uvas escatimadas iban a cambiar sus vidas?

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Tú hace tiempo que pasas de las uvas, y que sólo alimentas ilusiones pequeñitas, que se pueden cumplir y están al alcance de cualquiera, o ilusiones tan imposibles que son pura fantasía. Cuando viste el amanecer este último 1 de enero entre encinas, en medio de la escarcha que alfombraba el posío, tu ilusión era echarte a pasear al sol de la mañana y escuchar el crunch crunch del dibujo de la suela de tus zapatos al romper la virginidad del pasto helado.

Aún era rosado el tono de la nieve que corona Gredos, pero ya hacía horas que las grullas picoteaban por el amplio Valle del Tiétar, en busca de bellotas. Una de ellas se dejó aproximar tanto que te acordaste del maravilloso viaje de Nils Holgersson a bordo de un ganso y quisiste emularlo. Imaginaste entonces que, al igual que el protagonista del cuento de Selma Lagerlöff, te subías a lomos del ave y la grulla te llevaba volando a ver el mundo. Buena experiencia para comprobar lo poco que somos a vista de pájaro y lo conveniente que es hilvanar las ilusiones con lo que realmente queda a nuestro alcance. Volar y hacer volar a la imaginación, pero sin perder la perspectiva.

Un raro cuento de Navidad

El absurdo de estos artistas callejeros que hacían la estatua en la calle Arenal provocó un cuento de Navidad aún más absurdo...

El absurdo de estos artistas callejeros que hacían la estatua en la calle Arenal provocó un cuento de Navidad aún más absurdo…

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A Cristina le gustaba acompañar a su madre cuando iba de compras por el centro de Madrid. Sobre todo en Navidad, salían del Metro en Ópera y desde ahí a la Puerta del Sol iba viendo a multitud de artistas callejeros que hacían de estatuas sin mover un músculo ni tiritar por el frío. Había un torero patinado en oro, un escritor como Cervantes sentado en su escribanía que parecía modelado en bronce, un motorista suspendido en el aire sobre su moto sin caerse jamás al suelo, un Lobezno vestido de negro con los dedos como cuchillas, un faquir, una tortuga Ninja de color verde, un vaquero con su revólver que no mataba a nadie, y unos soldados americanos recubietos de barro clavando una bandera. Todos inmóviles, como si fueran de mármol. Pero esa mañana descubrió un grupo escultórico que no entendió, a cuyos pies un letrero rezaba sólo una palabra: POMPEYA.

-¿Y esos quiénes son? –preguntó a su madre.

-Dos que se quedaron petrificados cuando el volcán Vesubio, que  entró en erupción y sepultó los habitantes de la cercana ciudad de Pompeya.

Como es natural la mamá de Cristinita tuvo que responder a la niña todas las preguntas que suscitó la primera explicación. Qué era entrar en erupción, por qué aquellos hombres se convirtieron en piedra, si había en Madrid algún volcán que pudiera estallar y sepultarlas a ellas y, cambiando de asunto, por qué los pobres artistas soportaban inmóviles  el frío cuando nadie se paraba a depositar un euro en su hucha.

-Son artistas- le dijo su madre intentando zanjar la cuestión- Y los artistas hacen cosas muy raras que no siempre entendemos…

-¿Y qué es lo que hay que hacer para ser artista?

-Tener mucha imaginación –dijo la madre tirando de la mano de Cristina, que no se despegaba de los pobres pompeyanos petrificados.

-¿Y cómo se tiene imaginación?- insistió la niña.

-¡Vamos, niña, que se nos hace tarde!- rezongó la madre visiblemente desesperada por la curiosidad insaciable que mostraba su hija- Imaginación es… pensar cosas originales que no se le ocurren a los demás, ¿entiendes?

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Cristinita abrió sus ojos y a partir de ese momento empezó a fijarse en todo, para ver si se le ocurrían cosas y originales y podía ser artista, que le parecía muy divertido. Mientras su madre tomaba un café y hacía un pis en el VIPS, en la portada de una de esas revistas que la gente hojea gratis vio la foto de dos hermanas siamesas: Unidas para siempre, subrayaba el titular. Cristina no sabía que hubiera hermanos siameses, y la cosa le hizo mucha gracia.

-Mamá –le preguntó a su madre cuando reemprendieron la marcha hacia el inevitable Corte Inglés– ¿Tú sabías que hay hermanos y hermanas siameses?

-Si.

-¿Y conoces algunos?

-No.

-Y ¿cómo se las arreglan cuando tienen que hacer pis?

-Mira, niña…¿Por qué no piensas en la carta a los Reyes Magos?

3

Días después los niños y las niñas de su clase tenían que presentar a la profesora un cuento de Navidad escrito por ellas. Cristina se rascó la cabeza un ratito pensando cómo iba a ser su cuento. Al cabo de un rato, empezó a escribir que una niña como ella ponía el nacimiento. Era un nacimiento clásico, con su Misterio, sus Reyes Magos, sus pastorcitos, sus ovejas y cabras pastando sobre el musgo, sus pollinos cargados de leña, sus gallinas, su río con lavanderas y pescadores y su castillo de Herodes con un soldado acorazado vigilando desde la torre. Por el camino que lleva a Belén, adoradores llevando sus regalos al Niño. Y mezcladas entre esas figuritas, dos muy especiales: una de dos hermanas siamesas, la primera de las cuales lleva en sus manos un queso, mientras que la segunda porta un tarro de miel. Uno poco más lejos, tras una paisana con una cesta de huevos, otra figura original: dos hermanos siameses que además son músicos. El primero toca una dulzaina, el segundo una pandereta. De repente, en la casa donde la niña montaba el nacimiento empieza a sonar El tamborilero de Raphael, y de la misma forma que los juguetes del cuento El soldadito de plomo cobran vida al sonar las doce en el reloj de carillón, las figuritas del nacimiento se convierten en personajes de verdad. Todas hacen su papel sin problemas, y sus movimientos tienen la armonía y la serenidad de una auténtica noche de paz. Pero el problema surge porque una de las hermanas siamesas quiere detenerse a hacer pis y la otra no se lo permite, por el temor de llegar tarde al portal. Un poco más atrás los dos hermanos siameses músicos también se pelean, pues uno quiere tocar con la dulzaina Los peces en el río y el de la pandereta prefiere el Ya viene la vieja. Empiezan a sonar las voces de protesta y los insultos. Las demás figuras se enfadan, el camino se alborota, aparecen figuritas ultras y el nacimiento entero se convierte en un caos espantoso. Entonces entra la madre, para la música del Tamborilero que detiene el ensalmo, reprende a la niña por poner esas figuras tan raras, retira a las dos parejas de siameses y la niña, que no es otra que la propia Cristinita, se echa a llorar desconsolada. Además, al final –escribe la auténtica Cristina para concluir el cuento- la figura del Niño Jesús se queda con una cara un poco triste, porque ve el mismo nacimiento de todos los años, donde no hay imaginación. Y colorín y colorado, este cuento de Navidad se ha acabado.

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El cuento de Cristina causó mucho revuelo. Reunido el comité de dirección del colegio, el director tomó la determinación de llamar a los padres de la niña para recomendarles que la llevaran urgentemente al psicólogo. La niña fue al psicólogo –psicóloga más bien- sin el menor entusiasmo, porque además no había en el camino a su despacho ni estatuas vivientes ni hermanos siameses. Tampoco entendía Cristina a los profesores y a sus propios padres, a los que les gustaban, por ejemplo, los cuadros de señoras raras y de monigotes de Picasso y de Miró y no aceptaban que ella pensara en un nacimiento con siameses. Para que luego le dijeran que el futuro es de los que tienen imaginación.  

Mindundis versus la Constitución

Lucy se quedó tan extrañada de que su tío el presidente no viniera a celebrar la Constitución que le escribió una carta...

Lucy se quedó tan extrañada de que su tío el presidente no viniera a celebrar la Constitución que le escribió una carta…

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Lucy era lo bastante mayor para como darse cuenta de que aunque su padre era un funcionario cualificado su tío era más importante. Se enteró cuando este fue elegido Presidente de  su comunidad autónoma, y su abuelo, que estaba orgulloso de la trayectoria de su hijo, le explicó lo que significaba eso. Le dijo que era el que más mandaba en su tierra, y que su comunidad era una de las diecisiete partes en las que se dividía España. Lucy sabía que España era grandísima, y que ser el mandamás de una de esas partes era como ser Dios, o el papa, o un emperador, o el Rey. La familia era de clase media pelona. Esto lo había escuchado una vez a la abuela, una mujer buena y protectora de su familia, pero espontánea y descarnada, de las que hablaba sin remilgos. Tener un tío que había llegado a ser presidente de comunidad autónoma era un triunfo, del que hasta entonces todos presumían. Además, cada año que venía a Madrid para celebrar el Día de la Constitución el tío importante le traía regalos. Unos dulces, un juguete, una medalla de oro de la patrona, unos vaqueros del Corte Inglés de allí, un relojito, una pulserita. Además de presidente autonómico, toma ya, el tío era su padrino.

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-Pero este año –clamó el abuelo indignado- se ha portado como un imbécil. Como un mal educado, un perfecto ingrato y un arrogante que no sabe estar a la altura de su cargo. ¿Pero quién se ha creído que es?

La abuela trató de quitar hierro al asunto. Hombre, no te pongas así, el chico habrá tenido algo más importante que hacer. Ya sabes, desde que se ha separado anda como loco, si no ha venido a la fiesta del Congreso será porque había otro asunto más serio que requería su atención.

-¿Pero qué otro asunto puede haber más importante para él que la celebración de la Constitución gracias a la cual un mindundi como él está donde está? ¿Por qué la desprecia así y, de paso, nos desprecia a todos?..

Al decir esto el abuelo soltó un puñetazo en la mesa donde se celebraba la merienda familiar, derramó la cafetera sobre el mantel y la falda de la abuela y ésta rompió a llorar desconsolada.

-Papá –le preguntó Lucy a su padre mientras su madre trataba de limpiar la mesa y poner orden- ¿Por qué el abuelo se enfada tanto? ¿Qué es la Constitución? ¿Qué es un mindundi?

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Debía de estar al borde de la adolescencia despabilada, porque tras la intervención de su padre lo entendió todo. La tarde de aquel accidentado 6 de diciembre de 2014 su padre, el probo funcionario, le contó que el abuelo había sido siempre un demócrata cabal, un hombre de leyes, mientras que su hermano, el tío padrino importante, sólo era un abogado listo y político. También le contó que la Constitución era la ley fundamental que habían jurado y prometido todos los políticos que ahora abusaban de ella y se la saltaban a la torera cuando les convenía. Añadió que a su abuelo a él y a cualquier español de bien les parecía intolerable que a la fiesta de la Constitución, a la que tanto debían todos, hubieran faltado nada menos que once o presidentes además del tío. Y también le explicó que un mindundi sólo era un tipo insignificante, de poca categoría, y que el abuelo llevaba fatal que uno de los suyos acabara siendo un mindundi.

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Como Lucy no era además ninguna pava, también conoció poco después que hay motivos, generalmente con faldas, por los que algunos presidentes de comunidades autónomas no dejan de viajar. Ni a Madrid ni a ningún otro sitio donde haga falta, como bien se sabía por el presidente de Extremadura.  Así que a la semana siguiente de la frustrada celebración del día de la Constitución en la casa de los abuelos de Lucy, la niña tomó papel y bolígrafo y escribió esta carta a su tío el importante.

Madrid 9 de diciembre de 2014

Querido tío padrino

Me ha dado mucha pena que este año no pudieras venir a Madrid. No ha sido porque no me hayas traído un regalo, no, sino porque los abuelos habían preparado merienda buenísima y el abuelo se enfadó mucho. Como sé que no eres un mindundi, espero que no faltes el próximo año.

Sería buenísimo que si vas a echarte otra novia te la eches en Madrid, para que si lo de la Constitución te parece un rollo al menos vengas para verla a ella (a la novia, no a la Constitución) y, de paso, merendar con los abuelos, tus hermanos y tus sobrinos. Aunque ya te digo que mi regalo es lo de menos.

Un beso muy fuerte de tu sobrina y ahijada

Lucy

Antes de echarla al buzón se la dio a leer al abuelo.

-Mándala, niñita- le dijo el anciano mientras la abrazaba- Ahora ya estamos tan acostumbrados al desprecio de las cosas importantes que la mayoría se calla, pero estas cosas hay que decirlas.

Pereza de la Navidad

Pereza de la NavidaD1

5 de diciembre –anotó en su diario- Ya he leído los periódicos. Al margen del catálogo de desgracias y tropelías con que habitualmente nos obsequian los medios, veo que avanza imparable la Navidad. La Lotería, los langostinos congelados, el Corte Inglés como paraíso, las mil y una iniciativas benéficas y humanitarias, los Papá Noel de peluche trepando por los balcones. Dentro de poco, me temo, algún villancico de Raphael derramando copos de almíbar en la tele, el turrón que vuelve a casa, las muñecas que se dirigen al portal, burbujas doradas y macizas como la chica de Goldfinger, famosos de esos con el pelo teñido y famosas estucadas levantando la copa de cava brindando por mi felicidad…No puedo decir que me dé náuseas, porque a mí me gustaba la Navidad. Sí me da mucha vergüenza ajena. Menudo mantra, como se dice ahora, para desatar las ganas de hacer negocio, la cursilería y la horterada al por mayor.

Ahora, de verdad, de verdad, lo que sí me produce este fenómeno es vértigo. ¿Otra vez la Navidad, tan pronto?… Flori, mi vecina de arriba, dice que le da tanta pereza meter y sacar cosas y ordenar los armarios que entre los adornos del árbol ya cuelga el bikini. Dice que queda muy bien entre las bolas, los muñecos de nieve, los lazos y las luces, y así lo tiene más a mano, porque se acabarán las navidades y el verano ya está al llegar. No es que la Navidad sea breve, aunque cada vez se adelante más, es que me voy haciendo vieja, y el tiempo, qué putada, se me escurre como el agua entre los dedos.

2

El marido en los cielos, su hija Adela trabajando de enfermera en Coventry, su hijo Alfonso de cooperante en Sudán, sus tres hermanas un poco menos lejos, en Canarias, en Vigo y en Tarragona. Lucía pensaba que por tradición y, aún un poquito, por convicción, tenía que vestir su casa de Navidad. Pero sentía como si alguien la hubiera atado de los pies a la cabeza a la chaise-long y no pudiera levantarse, abrir los armarios y sacar las figuras y el dichoso abeto de plastiquillo vegetal. Ataduras invisibles, pero bien fuertes. ¿Para qué se iba a tomar la molestia? ¿Para quién?

Salió a la compra. Lo justo para comer y cenar. Y allí, mientras esperaba su vez en la pescadería, se encontró con Flori, que llamaba desesperadamente a su suegra para pedirle que recogiera a los niños por la tarde en la parada del autobús del cole y los llevara a casa.

-Es que me han llamado del Centro de Salud para decirme que hay un hueco para la mamografía, y cómo lo voy a desaprovechar-explicaba.

Pero la suegra de Flori no podía, porque tenía cistitis, qué faena, y Flori estaba tan desesperada que no se daba cuenta de que el pescadero entretanto le cortaba la pescadilla en rodajas, y no en filetes, como había pedido.

-¡Coño, y encima esto!- soltó cuando se apercibió de ello.

-No te preocupes- terció Lucía- Ya iré yo por ellos.

3

Antes de volver casa, Lucía compró polvorones, y en un bazar chino, unas chuches, unos cuentos y unas pinturas. Luego, por la tarde, antes de bajar a por los niños de Lucía, calentó el horno para poner en él un cuarto de pollo con pasas, cebollitas y unas rodajas de manzana rociados de jerez oloroso. Recogió a los críos, los subió a casa, les dio de merendar, les ofreció las chuches y los regalitos, puso un CD de villancicos y así pudo abrir el armario y rescatar del altillo el árbol, los adornos y las figuritas del nacimiento. Por un momento temió que el Niño Jesús hubiera sufrido los abusos de un pederasta, que a san José le hubiese decapitado un yihadista y que los Reyes Magos hubieran estafado a toda la cristiandad llevándose los camellos cargados de regalos a un paraíso fiscal. Pero afortunadamente los males de este mundo no habían llegado hasta ahí.

Con el aroma de buen asado que invadía la casa, los villancicos, los polvorones, y las voces de los niños Lucía, pudo hacer de tripas corazón y cumplir con el viejo ritual que le habían transmitido sus padres y que, cada año más, le pesaba como una losa. Le fastidiaba dar la razón a los anuncios, pero tenía que admitir que la Navidad era para compartirla.

El Día de Acción de Gracias

A veces nos cuesta encontrar motivos para agradecer nada, pero buscando, buscando...

A veces nos cuesta encontrar motivos para agradecer nada, pero buscando, buscando…

1

Fue algo grande que mi padre decidiera poner calefacción. Durante años decía que no podíamos permitirnos ese lujo, porque no había dinero. La casa se calentaba con el fuego de la cocinona y con dos estufas de butano que rodaban de habitación en habitación, un ratito en esta, luego una hora en la otra, luego más tiempo en la de la abuela, porque los viejos tienen más frío que nadie, y así. Pero ese calor no llegaba a la galería, el gran mirador donde prácticamente pasábamos el verano.

Es la suerte de tener una casona vieja en Asturias. Desde aquella galería acristalada veíamos los tejados de la aldea, la torre de la iglesia, los prados con sus vaques, el Feve y al fondo del todo, el mar. A la abuela y a mí nos encantaba ver pasar los trenes, que salían del túnel, salvaban un altísimo viaducto y atravesaban el bosque de castaños como una lagartija mecánica hasta perderse de vista. Nos gustaba mucho eso, pero la abuela se emocionaba más cuando pasaba un barco, porque el abuelo había sido maquinista en muchos barcos, y ya se había muerto. El abuelo se tiraba pedos sin darle importancia, no se si por haber sido marino o porque los maquinistas tienen licencia para pedos, o porque era viejo, pues ya me he dado cuenta de que los ancianos se pedorrean como sabiendo que se les va a perdonar. A mí no me perdonan ni uno, pero no me quejo, porque soy un chaval, y aún me queda mucha vida para disfrutar de otra forma.

Pero ya digo, en esa galería que era la alegría de la casa no podíamos estar más que en verano, porque en invierno te pelabas de frío, y teníamos que pasarlo en el resto de la casa, que era más bien oscura. Mi madre, mis hermanas, mi abuela y yo siempre decíamos lo mismo: ¡ay, si tuviéramos una buena calefacción! ¡Ay, si pudiéramos usar la galería también en invierno!…

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Las cosas cambian. Hoy, a mis catorce años, me doy cuenta de lo maravilloso que es poder tener una buena calefacción. Llueve, hace un día típicamente otoñal, las nubes se han agarrado al valle y nos tapan el mar y hasta la vista del tren. Incluso con este mal tiempo la galería, calentita, me parece el cielo. Con el calor de casa, todas las cristaleras se han empañado, y por primera vez me he dedicado a dibujar sobre ellas con el dedo mientras la abuela, a mi lado, hace punto en la mecedora y escucha la radio. Yo dibujo lo que se me ocurre, cosas que me salen de dentro o de las que hablan las noticias, qué se yo, no lo pienso mucho. En esta cristalera un barco, en la otra el tren, luego una vaca y un caballo, en la siguiente una niña que quiero que se parezca a Ramonina, la compañera del cole que más me gusta, con sus tetitas y todo, pero me queda regular. Da igual, me divierto así.

Entretanto, la abuela sigue haciendo punto y escucha la radio. En esta hablan del Día de Acción de Gracias de los americanos, que es muy importante para ellos, y aprovecho la última cristalera para dibujar al pavo indultado con la frase Happy Thanksgiving Day. En el colegio nos enseñan inglés bastante bien, la profesora nos ha contado que los americanos dan gracias a Dios por ser como son, y comen pavo. Aquí no somos tan agradecidos, pienso yo.

3

El abuelo Pantaleón aparte de tirarse pedos decía que la vida era una cabronada. La abuela se enfadaba mucho, le decía que no fuera tan negativo. Yo estoy un poco con el abuelo, y otro poco con la abuela. Ahora no sólo tenemos calefacción en la galería, sino que mi padre ha comprado una furgo de lujo con entrada especial para mí. Porque, hablando de cabronadas, se me ha olvidado contar que yo tengo que moverme en silla de ruedas porque un borracho nos atropelló la primera noche que nos colamos en la discoteca, cuando volvíamos andando por la carretera y el muy cabronazo conducía después de haberse inflado a cubatas. Mató a dos chicas de la pandilla, bien que lloramos en el funeral, así que yo tuve bastante suerte. Con la pasta que ya nos ha pagado el seguro mi padre compró la furgoneta especial y, sobre todo, instaló una calefacción buenísima por toda la casa para que podamos disfrutar de la galería. Estoy orgulloso de que sea gracias a mí.

Por cierto, la radio también hablaba hoy de pasada del pequeño Nicolás. Mira, me dijo la abuela, ese pájaro se llama como tú. Yo no soy pequeño, le dije como protestando por la comparación. Y entonces aproveché el último hueco que aún quedaba en la cristalera empañada para poner mi firma de artista debajo del Happy Thanksgiving Day. Escribí Nicolás el Grande, y me quedó chulísimo.


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