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¡Freude, amigo Simon Rattle!

Por razones evidentes nunca olvidarás esa Novena SInfonía de Beethoven que dirigió SImon Rattle en Madrid...

Por razones evidentes nunca olvidarás esa Novena SInfonía de Beethoven que dirigió Simon Rattle en Madrid…

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¡Alegría, bella chispa divina, hija del Elíseo!…Beethoven fue un genio, un talento de esos que autorizan en el creer en el género humano, por muchas barrabasadas que este haya hecho a lo largo de la historia. Schiller tampoco debió de ser un maula, aunque tú confiesas que lo has leído poco. Su famosa Oda a la Alegría, convertida después por el músico de Bonn en el coral más célebre de la historia de la música, es el grito de júbilo más solemne y universal. Épico, lírico, triunfal. Sublime.

Pero los tiempos cambian. Hace poco, en la celebración de una boda muy modelna, de esas con jueza redicha, poemitas cursis, discursos tópicos y cuestación final por hacerse con un retazo de la liga de la novia, la música que sonaba no era la Novena Sinfonía, sino una curiosa canción de Extremoduro que dice así:

Si me espera/ la muerte traicionera/y antes de repartirme/ del todo, me veo en un cajón,/ que me entierren/ con la picha por fuera/ pa que se la coma un ratón.

Tú, tan antigualla, escuchabas la letra y te quedabas perplejo como Homper. El novio era DJ, o sea, disk jockey, o sea, el que pincha los discos. Lo cual que una de dos: o era sordo como el propio Beethoven, cosa poco probable en su oficio, o tenía un puntito de masoca. Porque presentarse ante la que va a ser tu esposa deseando que te entierren con el carajo al aire para que se lo coma un ratón no es de recibo. Todos sabemos que el matrimonio comporta sacrificios para ambos cónyuges, ma non tanto.

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Eso confirma tu sensación de que casi nadie repara en la letra que a veces lleva la música. ¿Son conscientes los hijos de la muy burguesa República Francesa de que su gloriosa Marsellesa culmina su proclama deseando que una sangre impura empape nuestros surcos? Qué cosa tan macabra, como si todos los franceses llevaran dentro  al siniestro Doctor Petiot. ¿Han pensado los asturianos que a su Principado le da poco lustre que ellos tengan que subir al árbol, tengan que cortar la flor y dársela a su morena que la ponga en el balcón? No se entiende el silencio de las feministas ante el Asturias patria querida convertido en himno. Como tampoco se comprende la resignación de los mozacus. ¿Acaso, para ser rigurosos con  la igualdad de sexos, no debería citarse también  a mi moreno? ¿Es que ellos no tienen derecho a poner la flor en su balcón?.

Claro que esta omisión es una minucia, porque lo chocante es que nadie cayera en la cuenta de que hay muchas formas menos bobas de hacer patria. Bastaría repasar las letras de todos los himnos vigentes para concluir que entre tanta retórica sangrante, reivindicativa, absurda y, desde luego, pasada de moda, es casi una suerte que nuestra Marcha Real sólo pueda ser tarareada. La escuchas, miras al cielo transido, como Sergio Ramos, y a hacer historia con lo que te pongan por delante. Pero sin decir demasiadas tonterías.

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A propósito, era la Filarmónica de Berlín la que la tocaba, y el Coro del teatro Real quien lo cantaba, pero ¿sabía alguno de sus componentes quién es el Elíseo al que apela Schiller? Te imaginas las explicaciones. Eliseo, primera acepción: campo de París por donde paseaban las muchachas en flor. Eliseo, segunda acepción: nacido en el palacio del mismo nombre, residencia oficial del presidente de la República Francesa, donde al parecer se ha fornicado mucho a lo largo de la historia. Eliseo, tercera acepción: profeta del Antiguo Testamento que tuvo como hija a una bella chispa divina, luego cantada  por Beethoven en el cuarto movimiento, coral, de la famosa Novena Sinfonía. Eliseo, cuarta acepción: extremo del Málaga Club de Fútbol. Eliseo, quinta y última acepción, que es una interpretación personal tuya: algo así como la divinidad.

Se podría haber escrito simplemente Dios, pero a los poetas les gusta enredar. Además, al personal  le daba exactamente igual: dirigía Simon Rattle, que, como todos los titulares de la gran orquesta berlinesa,  también es de casta divina. Aunque quizás no tanto como su predecesor, Herbert Von Karajan.

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Tomaba éste café con tres colegas suyos, todos grandes batutas del siglo XX, cuando uno de ellos, Carlo María Giulini, contó que la noche anterior se le había aparecido Dios para confirmarle que era el mejor director del mundo.

-Qué raro –objetó George Solti- Hace nada el mismo Dios me aseguró que, como además de gran director soy un excelente pianista, el mejor indudablemente era yo.

-No me lo creo.. –terció el genial Leonard BernsteinPorque a mí lo que me aseguró Él es que teniendo en cuenta que soy un fenómeno como director, un virtuoso al piano y un excepcional compositor, está claro que el mejor soy yo.

Y entonces Karajan, sin alterar el gesto, apuró el último sorbo de su café y en uno tono de voz apenas perceptible puso punto final a la polémica.

-Perdón, caballeros. Pero no recuerdo haber dicho nada al respecto.

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Rattle no es Karajan. Afortunadamente, según dicen algunos látigos del que fue el más vanidoso de los divos. Simon Rattle es sin duda una figura de la dirección, su Filarmónica de Berlín es la orquesta perfecta, y la Novena Sinfonía de Beethoven  la pieza más excelsa de la historia de la música clásica.  Pero aunque no fuera así  serían aclamados hasta el delirio allá donde sonaran, porque esta tríada  integra eso que se llama un icono cultural. La gente se rinde ante estos fenómenos indiscutibles consagrados por los gurúes de la inteligentsia. En consecuencia, los VIP y los famosos pagan  fortunas para escucharlos en directo y por ser vistos allí. Y tú, que llevas toda tu vida escuchando música clásica, y presumes de tener no mal oído, te sigues sorprendiendo ingenuamente de que así sea cuando otros conciertos de gran calidad y asequibles para cualquier bolsillo, pero con menos estrellas en el cartel, no llenen ni la mitad del auditorio. Aunque Beethoven siga siendo el mismo.

¿Sobra marketing? ¿O falta criterio?

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Curiosamente la palabra rattle  en inglés significa ruido, sonaja, sonajero, cascabel, traquetreo. Sin embargo la orquesta del maestro inglés tocó como los ángeles, y la Oda a la Alegría final de la Novena Sinfonía  fue la coda idónea para culminar tu semana de buenas noticias. A este esperadísimo concierto te llevó tu buen amigo Manolo Gasset, uno de los que de forma más insistente  se ha preocupado por tu salud, que luego además te invitó a cenar un salmorejo y unos exquisitos dados de atún en Casa Emma, deliciosa tasquita junto al Mercado de San Miguel. Excelente plan: gran concierto, buenos momentos, mejores amigos. Beethoven también entendería que ese día, y aunque fuera por lo bajini,  terminaras cantando  su famoso Freude con más razón y más emoción que  nunca.

La vida y sus navajazos

Nadie lo tenemos en el guión, pero todos debemos esquivar los navajazos que de vez en cuando larga la vida...

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Sestea el Duende en su sillón de IKEA mientras le aturden las noticias del Telediario. Disturbios en Libia y Marruecos. Esperanza Aguirre tiene cáncer. Ha muerto Odón Alonso.

No obstante, se duerme: esta mañana ha empezado su mañana corriendo por el Parque de San Isidro y el nuevo salón de pinos –qué nombre tan pretencioso- que arbola la orilla del Manzanares, y está cansado. Madrid, por cierto, amanecía limpio y con un cielo transparente. Cuando lo ve recortado en el horizonte y antes de que el sueño le baje las persianas seguía muy presentable.

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Esperanza Aguirre es la mujer de temple intermitente. Quiere ser del mismo hierro que su admirada Margaret Thatcher, pero de cuando en cuando sucumbe a la emoción y quiebra su palabra con inflexiones que le manda el corazón. Hoy intentaba un discurso firme y sereno para anunciar su cáncer de mama. Como el que habitualmente modula en sus declaraciones. Pero se le cruzaba el llanto, y a su fraseo le patinaba el embrague. Qué cosa más natural, incluso en una mujer de tanto carácter.

-Quiero animar a todas las madrileñas-decía abundando en el mensaje preventivo- para que se no dejen de hacer sus revisiones ginecológicas.

Los famosos afectados, como Josep Carreras, o como Plácido Domingo y Luz Casal, se convirtieron en los mejores agentes propagandísticos de la vigilancia activa contra la enfermedad que ya es no es innombrable. Ellos la vencieron, como ojalá lo venza Espe, con ese nombre de virtud tan poderosa.

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Pero lo uno no quita lo otro. El bloguero paró la carrera en seco al escuchar la noticia, Por razones largas de explicar –entre las que cuenta el implacable marcaje al que le someten sus enemigos- guarda una especial simpatía por esta política tan brava. Al menos da la sensación de currarse su cargo más que ningún otro representante del pueblo. No es sutil, pero es inasequible al desaliento, consecuente y simpática.  Por eso, al enterarse de su enfermedad el bloguero, se detuvo y le dedicó un recuerdo mientras, acodado en la barandilla de uno de esos nuevos puentes que cruzan nuestro pequeño río,  veía nadar a los patos, ajenos al mundanal desasosiego.

Todos tenemos un cáncer en alguna vecindad del corazón. Más cercana o más lejana. De ella se defiende bastante bien el Duende gracias a que su psique debe de padecer una cierta  bipolaridad sentimental. Lo cual le hace a ratos frío y tan áspero como la lija del 9, y a ratos cursi y de lacrimal fácil, como si fuera una heroína de Corín Tellado. En el paseo matinal, y escuchando la noticia de boca de la protagonista, le dio por lo segundo. Alivió con un suspiro. Y siguió trotando por el parque porque, según la propia presidenta, nada debe detenerse por culpa de su percance.

Salvo el cáncer, claro.

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Odón Alonso coleccionaba gallos. Gallos de cerámica, de barro, de hojalata, de basalto, de cristal, de plata, de madera. Lo leyó una vez el Duende en una entrevista que le hicieron al recientemente fallecido director de orquesta. Y esta confesión le produjo un efecto de simpatía hacia el maestro. No se imaginaba a Toscanini coleccionando enanitos en su jardín, ni a Von Karajan exhibiendo su tesoro de sorpresas de roscón en la vitrina de su mansión en Gstaad.

De alguien capaz de producir el milagro de la buena música a este bloguero le interesa casi todo, hasta los detalles más insignificantes de su vida. En un libro apasionante titulado El mito del maestro su autor, un crítico llamado Norman Lebrecht, hace un análisis de la personalidad de los grandes directores del pasado siglo. No aparece en la lista, cree recordar el lector, ningún director español, ni siquiera Ataúlfo Argenta. Deberían agradecérselo. Porque los grandes de la batuta resultaban ser, según Lebrecht, tan magníficos músicos como vanidosos, despóticos e insoportables personajes. La simpatía y la naturalidad raramente hace divos.

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Por muy fino que se ponga el bloguero, tiene que reconocer que tampoco él se libra del poderoso influjo del star system. Una novena de Beethoven dirigida por Metha, Mutti, Maazel o Giulini siempre le merecía más atención que una de Odón. A Odón le saludó un par de veces en su vida, y parecía un tipo amable, simpático y cercano. Nada que ver con los que Lebrecht disecciona tan cruelmente en su libro. Jamás le decepcionó musicalmente (los snobs no pensaban lo mismo), pero probablemente pesaba en su biografía la ausencia de glamour, que es el lo que parece que pedimos los ignorantes a los artistas. Coleccionaba gallos, recordemos, y era de La Bañeza.

Un día le sonó el teléfono al Duende.

-Hola, Luis-escuchó por el auricular-Soy Odón Alonso…Te llamaba porque hace mucho tiempo que no nos vemos.

El bloguero se quedó literalmente estupefacto. Jamás había sido amigo del maestro, se conocían sólo de un par de cenas con amistades comunes. Alguien le habló entonces de Alzheimer. Hoy una necrológica  recoge otra causa por la que, al cabo moriremos  casi todos: insuficiencia cardiorrespiratoria. Da igual. Una de las ventajas de la edad es que te enseña que la enfermedad y hasta la muerte forman parte de la vida. La  vida, con sus navajazos.

Así que a la cama, que mañana será otro día.


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