Archive for the 'Moda' Category

La cirugía del estropicio

Quod natura non da, cirugía plástica no siempre prestat...

Quod natura non dat, cirugía plástica no siempre prestat…

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Sobre la cubierta de un espléndido yate anclado en el Caribe dos hombres de mediana edad conversaban mientras bebían daiquiris. Uno de ellos, corpulento y de edad más que mediana, lucía una guayabera que disfrazaba su curva de la felicidad, y coronaba su cabeza con un sombrero de Panamá. Era el doctor Kropowitzi, psiquiatra de las más deslumbrantes estrellas de Hollywood y de buena parte de la beautiful people neoyorkina. El otro, con torso desnudo modelo metrosexual, era el propietario del yate. Se trataba de Lester Digott, cirujano plástico especializado en transformar el rostro de las beldades del cine a la medida de sus deseos. Sólo cubría su cuerpo con un Rolex de oro en la muñeca derecha, con un taparrabos amarillo de lunares verdes y con la clásica gorra de patrón. Mientras Kropowitzi exponía lo que según él podría considerarse una auténtica explosión de la crisis de identidad de la mujer cuando se asoma a la cuarentena, Digott escuchaba muy interesado y alargaba las copas vacías a una muñequita medio en pelotas a la que abrazaba por su cadera para que las rellenara debidamente y no decayera en ningún momento la conversación.

-No falla –afirmaba Kropowitzi- A partir de una cierta edad ellas sobre todo empiezan a aburrirse de su cara y a detestarse. Yo trato de ayudarlas, hago todos los esfuerzos para que valoren  su personalidad y confíen en su expresión, pero no hay remedio, mis pacientes, hombres o mujeres, quieren cambiar de cara y ser otros.

Lester Digott retiró la copa vacía y puso en las manos del psiquiatra el quinto daiquiri de la tarde.

-Deje que lo sean –barboteó entre regüeldos al cohólicos al tiempo que chocaba la copa de Kropowitzi con la suya propia-Y ahora hablemos de negocios.

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Entre los vapores de su borrachera, el doctor Kropowitzi recordaba sus años en el Actor´s Studio de Nueva York, cuando soñaba que algún día se ganaría la vida como actor y estudiaba el Método Strasberg. Su trabajo en los últimos tiempos consistía en  profundizar en los más escondidos registros de la psicología del paciente para encontrarle una nueva identidad que le permitiera a Digott moldear el nuevo rostro adecuado a  la misma.  En eso y en poner la mano. Los resultados demostraron que aunque como psiquiatra Kropowitzi pudiera ser discutible, como actor resultaba muy convincente. Después de un intenso tratamiento en su diván, aquellas señoras estupendas que empezaban a cansarse de su cara asumían que eran libres como un ave, sensibles y delicadas como una crisálida, felinas para seducir o refrescantes como las frutas de un retrato de Arcimboldo.

Quiero huir de mí y ser otra- acababan confesando.

Tras lo cual, una buena suma de dólares, el bisturí del mago Digott hacía el resto. Una serie de blefaroplastias, cantopexias y otros estiramientos musculares asombrosos conseguían dar a las inconformistas una nueva cara de rapaz, de mariposa, de tigresa de Bengala o de cereza californiana, según los gustos. Milagros estéticos de nuestro tiempo que estaban sorprendiendo al mundo. A la cara de René Zelweger, que antes de dar el paso irradiaba simpatía y gracia, y a la otrora excitante Uma Thurman, aquella psicosis de cambio las estropeó para siempre. Pero en cambio a una mujer de Picasso que huyó de su lienzo para arreglarse, le implantaron una nueva nariz en la frente y otra teta más en la barbilla y quedó mucho más abstracta. También a Lupe Sinsorgo, una de las protagonistas de La noche de los muertos vivientes le desgarraron  los músculos faciales, le sacaron un ojo que le quedó colgando sobre la mejilla, le tiñeron la piel de color cárdeno y le mordieron tres cuartos de oreja. Un éxito de operación, porque  la criatura acaba de ser elegida Miss Zombi 2015.

Tenía razón don Hilarión: hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad. Y el  negocio de la cirugía plástica, lo que más. Una barbaridad, una bestialidad, una brutalidad.

Cuando la corbata no ahoga

Corbata de Magritte1

Un día le preguntaste a tu abuelo qué iba a pedir a los Reyes Magos, y él te respondió que paz. Te pareció un oportunidad perdida, porque pensabas entonces que los Reyes Magos estaban para otro tipo de regalos, pero el abuelo Pablo era eso que los mayores llaman un infeliz. Apuraba sus últimos años alejándose del mundo, y fumando en pipa mientras leía novelas policíacas en su sillón bajo una manta que cubría sus piernas. Las novelas las alquilaba por dos reales, que era a lo que alcanzaba su menguadísima hacienda, y se las traía en una abultada cartera un señor con cara de murciélago que aparecía por casa de vez en cuando. No sabías por qué se llamaba infelices a las personas así, porque el abuelo Pablo no se quejaba de nada, sólo pedía paz y parecía feliz. Sigues sin saberlo. Cuando el lenguaje popular habla de un infeliz quiere decir un tonto. No sabe que el fondo es un listo que no necesita casi nada para ser feliz.

El abuelo Pablo no discutía con nadie, excepto con la abuela Mercedes. Un día se enzarzaron porque sostenía que la gargantilla de terciopelo que llevaba la abuela era una prenda inútil, y la abuela Mercedes contraatacó diciendo que más inútil era la corbata con la que él remataba su atuendo. El abuelo replicó que una corbata no era más que una bufanda que no se desmelena, y que además de ser una prenda distinguida, abrigaba el cuello, función que no cumplía la gargantilla.

Crees que no se pusieron de acuerdo.

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En tu memoria de entonces también cabe la de una dama que aún se paseaba por Serrano y Goya con falda hasta los pies y polisón, pamela y bastón, y que a ti te parecía como una estampa de la belle époque. La gente decía que estaba loquita, aunque sólo llevaba una moda de medio siglo atrás. Sin embargo tú, que eres casi como tu abuelo cuando le conociste, y que, como él, capeas el invierno con la misma corbata, abrigo y hasta sombrero –te has acostumbrado a él desde que la quimioterapia te dejó calvo- que los señores llevaban hace un siglo, no te encuentras ni anacrónico ni ridículo. Doscientos años más que vivieras y acabarías por olvidarte del qué dirán. Es más, casi te divierte ser una ilustración del Blanco y Negro que ha cobrado vida y sale a comprar el pan por las calles del barrio. No es sólo el ande yo caliente y ríase la gente. Es una cierta rebeldía ante el desdén indumentario machadiano que se ha hecho moda universal, y al que los jubiletas de ahora se enganchan intentando recuperar quizás la juventud perdida.

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No debe de ser muy políticamente correcto ni sorprenderse porque el señor Tsipras, primer ministro griego, haya tomado posesión de su cargo descorbatado, Los grandes iconos del momento, que son los actores y los futbolistas, llevan trapos millonarios, y aún compiten por vestir mucho peor. El estadista dice que no se volverá a poner corbata hasta que Europa deje de ahogar a Grecia con sus exigencias. Allá él con sus símbolos y sus faringitis. Una vez que ya ha sorprendido al mundo con sus ocurrencias, mejor que se abrigue y que se dedique a poner su país en orden. Hay granujas e imbéciles mal vestidos y bien vestidos, el hábito no hace al monje, y aunque la mona se vista de seda, mona se queda. Pero para el hombre que tiene que guardar una cierta etiqueta y se pone camisa  y traje, no hay complemento que cuadre mejor que la denostada – por muchos, que no por ti- corbata de toda la vida.

El empresario que aspiraba a una necro lógica

Aquél empresario puede que no tuviera muy buen gusto, y que, como casi todos, se fumamara un puro sobre casi todo. Pero era un hombre consecuente...

Aquél empresario puede que no tuviera muy buen gusto, y que se fumamara un puro sobre casi todo. Pero era un hombre consecuente…

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-Es bonito, y a su familia le gustará- pensó mientras repasaba todos los obituarios que la prensa del día dedicaba al gran empresario desaparecido – Pero yo preferiría que mi necrológica fuera más consecuente, más próxima a la realidad, más creíble.

Sobre todo con claros. Pero también con alguna sombra para demostrar que, además de un líder social y un prócer, había sido carne mortal.

El próspero empresario Marcial Antúnez, hijo de un pastor manchego, era un triunfador, un hombre hecho a sí mismo. Sin estudios ni más bagaje que su inteligencia natural, su trabajo y su olfato, se había hecho multimillonario y famoso en las páginas salmón gracias a un producto de parafarmacia que, explotando el efecto placebo y con una audaz campaña de publicidad protagonizada por Anabel Treysler y Carmen Lamana, había revolucionado el mercado. Su producto era la famosa píldora que, disfrazada como complejo vitamínico, prometía a la mujer la juventud y la belleza eternas. Como Marcial era en el fondo un tipo muy básico, la bautizó con su propio nombre. Y como desconfiaba de los divos de la publicidad que le pedían dinerales por cuatro chorradas muy sofisticadas que no se entendían nada, él mismo diseñó su campaña, prescrita de viva voz con un slogan que sorprendía en la boca de tan elegantísimas damas de la beautiful people. En sus spots de televisión, la Treysler y la Lamana explicaban un día cualquiera de su vida. Su desayuno, tan sano, su gimnasia, tan rítmica, su agenda, tan equilibrada, sus compromisos sociales, tan emocionantes, sus momentos de ocio, tan envidiables, sus veladas, tan seductoras. Pero el secreto de la belleza y la felicidad que resplandecía en sus inmarchitables rostros no era sólo su vida de amor y lujo ejemplar, sino que antes de irse a dormir se tomaban cada noche una píldora milagrosa al tiempo que prescribían con una sonrisa.

Con píldoras Marcial…¡guapa que te cagas y casi inmortal!

Rompedor sí que era el mensaje. Y hubo que pagarles un pastón a las ilustres damas por mancillar sus labios con esa expresión impropia de su edad y de su exquisita educación. Pero -¡oh sorpresa!- esa brutal propuesta cayó en gracia, se convirtió en trending topic, las cajas de Píldoras Marcial se vendieron por millones, y unos años después el empresario Antúnez era tan fundamental para el PIB y el Ibex 35 que se ganó con creces ese corifeo de ditirambos post-mortem con el que despedimos en este país a los héroes empresariales que engrandecen la marca España.

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Llame a Torralba, nuestro notario –le dijo a su secretaria- Que quiero que levante acta de unas disposiciones personales de las que usted tomará nota mientras se las voy dictando.

El notario Torralba era un profesional abierto, simpático y habituado a dar fe de acontecimientos un tanto singulares, como el de aquel Marianet de un pueblo de Castellón empeñado en presentar al Libro Guinnes su hazaña de comerse ciento treinta caracoles en veintiséis minutos, lo que a todas luces tenía pinta de record mundial absoluto de la especialidad. Así lo hizo constar en acta notarial, para alborozo de la peña Los Caracojonudos, que la envió junto con su petición de reconocimiento de record a la oficina central de Guinness en el Reino Unido. De igual forma haría constar ahora lo que pausadamente, y con la ayuda de la taquigrafía de Chitina, su secretaria de toda la vida, dictó Marcial.

-No se sorprenda, Torralba- le advirtió el empresario antes de encender su puro y de comenzar el discurso de sus voluntades- Sospecho que a mi muerte el tamaño de mi imperio, el volumen de mi herencia y lo muchísimo que he invertido en publicidad a lo largo de mi vida empresarial me van a acabar canonizando, como está ocurriendo con los colegas que me han precedido últimamente. La opinión pública es así: te pueden poner a parir y odiarte en vida, porque probablemente te lo mereces, pero cuando mueres, saca el inciensario y redime su mala conciencia subiéndote a los altares. A mí, francamente, me dan vergüenza ajena los turiferarios. Y como no tengo descendencia a los que reconfortar con mentiras piadosas y a la fundación que me heredará le va a dar lo mismo que me retraten con luces y sombras, sólo pretendo controlar la hagiografía exagerada. Vamos, que si alguien me dedica un obituario o una necrológica, la gente sepa que se ha muerto un empresario, y no un santo.

Fue a continuación la suya una lectura desconcertante de su vida. De forma deshilvanada, interrumpida a menudo por las boqueadas de humo de su puro y por las expresiones de asombro y hasta las risas del notario y de Chitina, Marcial Antúnez fue marcando las pautas que le gustaría que recogiera su memoria pública. Por favor, que no subrayen la tontería esa de que el secreto de todo es el trabajo, entrar en el despacho el primero y salir el último. Hay cantidad de currantes que no venden un clavel. Yo he trabajado como un cabrón, pero si no hubiera sabido tocar las teclas precisas no me hubiera comido un rosco. Cuando hablen de mi intuición y de mi visión privilegiada del negocio, que recuerden también mi instinto para sondear las debilidades humanas, y mi precisión para conocer qué necesitaban en ese momento los que debían firmar el papel que necesitaba. Si alguien se le ocurre ponderar mi aplomo y mi capacidad de asumir riesgos sí me hará gracia que recuerden aquel rentoy que eché en el ministerio: ¡no hay cojones para negarme esa licencia! Eso, eso, que lo digan así, con todas sus letras, que para eso soy un hombre del pueblo…

-¿Lo…Lo hago constar exactamente en el acta? –titubeó Torralba.

-Naturalmente –confirmó Antúnez- Hombre, que sean quizás un poco menos rotundos cuando aborden mis conflictos con el fisco y con la judicatura: sorteó de aquella manera los problemas que tuvo….sería una buena fórmula, sin entrar en detalles…Luego hablarán de mi generosidad, del mecenazgo…Está bien, me he gastado una pasta ayudando a comunidades de monjitas, ONG y esas cosas, y he tenido que hacer caso a mis asesores comprando unos mamotretos horrorosos que se exhiben en el vestíbulo de nuestra sede y que dicen que son arte contemporáneo, qué se le va a hacer…Que pongan eso: no sabía por qué, pero ayudó a algunos de esos artistas que molaban porque no supo decir NO a tiempo. Buen amigo de todos, sí: del gobierno, de la competencia, de los periodistas…Ahora, como lo cortés no quita lo valiente, que recuerden también lo que aprendí de mi amigo Castiñeiras cuando le quise comprar para mis primeros repartos su vieja furgoneta DKW por cuatro perras, un precio de amigo. Castiñeiras era gallego, y me soltó lo que aquel paisano que quería vender su vaca a un amigo: amigos, muy amigos, pero la vaquiña por lo que vale, ¿eh? Pueden resumirlo así…Y en cuanto a su afán por crear puestos de trabajo y su preocupación por sus empleados…Bueno, no es del todo incierto…Han trabajado para mi imperio miles de ciudadanos, pero les he estrujado lo suyo. Chitina misma, que entonces era un pibón, le podrá contar que yo mismo le prometí promocionarla a la dirección comercial si…

-¡Señor Antúnez, por favor!- interrumpió la secretaria a la que súbitamente se le subieron los colores.

-No pasa nada. Chitina -la tranquilizó el jefe- Usted se portó decentísimamente, y eso la honra, y yo me arrepentí inmediatamente de mi oferta. Además, recordé aquello de donde tengas la olla…Pero cómo voy a negar que uno, que es de pueblo, en esa soledad del poder y del dinero, también tuvo sus debilidades…¿No es más fácil de entender eso que ese espejismo de virtudes personales, cívicas y empresariales con que se pretende inmortalizar ahora a los creadores de riqueza?…

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El notario Torralba tuvo que hacer un alarde de síntesis expresiva para recoger rigurosamente lo que de forma tan anárquica había contado el fogoso creador de las Píldoras Marcial y había transcrito su fiel secretaria Chitina. De la escritura, protocolizada como ACTA DE ULTIMAS VOLUNTADES DE DON MARCIAL ANTÚNEZ Y SANZOL RELATIVAS A SUS POSIBLES OBITUARIOS, se sacaron numerosas copias simples que fueron enviadas a los directores de los principales periódicos, emisoras de radio y cadenas de televisión junto con una breve carta firmada por el empresario que decía así.

Muy Sr. Mío

Desde hace tiempo he observado que los medios como el que Vd. dirige dan una enorme importancia a los obituarios de empresarios que han conseguido una gran notoriedad económica y social. A mi juicio, el impacto de estas tristes noticias desvirtúa un tanto el enfoque de dichos obituarios que, si se me permite decirlo, pecan de caer en un elogio tan exagerado que los hace poco creíbles.

Para evitar esos excesos, y suponiendo que el fallecimiento de este modesto empresario que suscribe merezca en su día algún recordatorio en su medio, le adjunto unas notas recogidas en acta notarial sobre mi trayectoria empresarial. Espero que si alguien glosa mi necrológica, esta sea precisamente lo que no viene siendo hasta ahora: lógica.

Atentamente

Marcial Antúnez Sanzol

Presidente de LABORATORIOS MARCIAL

Cuando falleció el creador de Píldoras Marcial, guapa que te cagas y casi inmortal, su muerte apenas tuvo eco en los medios. ¿Qué interés público podía ofrecer un magnate que, en el fondo,  sólo era un hombre corriente?

 

El gilipolling

¿Por qué un idiota que se busca su desgracia nos debe preocupar tanto como una auténtica víctima del infortunio?...

¿Por qué un idiota que se busca su desgracia nos debe preocupar tanto como una auténtica víctima del infortunio?…

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Be beautifull, dice en sus mensajes publicitarios Bodybell.

Podría decir sé bella, ponte guapo, que luzca tu encanto, etc. Otras firmas buscan su plus de singularidad en una simple preposición: Moda Ibicenca by Tita Salupi, Arquitectura Interior by Jerónimo Dolao, Sabor y Salud by Samuel Bermúdez (este, supuestamente, sería un chef, pues ahora un cocinero es como el chamán de la tribu. Que callen los filósofos, que donde esté un cordon bleu no necesitamos más profetas de la felicidad). Pero a lo que íbamos: la paletería de creer que cualquier cosa dicha en inglés suena mejor, parece más importante, distingue de la competencia y, sobre todo, vende muchísimo más. Se acuerda el bloguero de una de las ocurrencias que le escuchó a Gila cuando nuestra cultura empezaba a ser colonizada.

-Y me he mercado unas gafas de sol que no veas…No, no tienen cristales, pero son americanas.

Se entiende lo de “que no veas”.

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Como todo lo que es anglosajón merece la indulgencia apriorística del español apocado, hasta los propios periodistas, que de hecho son la academia callejera, consagran el eufemismo, en inglés. Lo necio y lo guarro seguirá siendo igual de necio o de guarro, pero a la conciencia colectiva le sonará más gratamente. El selfy podría ser propy, pues al fin y al cabo es uno el que se hace la propia fotografía. El trending topic se puede sustituir en la lengua de Cervantes por el tema del momento, pero resultaría demasiado claro. O sea, ligeramente pueblerino. Las putitas discotequeras de un pueblo de Mallorca, al que se hace un favor no citándolo, practican felaciones a cambio de copas gratis. Sucking suena bastante fino, es discretito, pero los lobos del sexo aquí se vuelven castizos, y han recurrido al spanglish para acuñar el término mamading. Viva el neologismo sutil e ingenioso, oh poetas del desmadre,

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Entretanto, y por las mismas latitudes, jóvenes borrachos o drogotas en su mayoría anglosajones que viven el verano al límite y buscan nuevas emociones se tiran por un balcón esperando caer en la piscina o en el mar que ven a sus pies. No siempre calculan bien el salto, porque algunos de ellos se estrellan contra el suelo o las rocas y mueren. Caen cual víctimas de las pateras, o de vuelos comerciales torpedeados, o de los bombardeos en la franja de Gazza, o del terrorismo. ¿Merecen la misma compasión que estos últimos inocentes? ¿Hay que llorar también por su destino? ¿Debe el estado del bienestar mandar su SAMUR y abrirles sus carísimos hospitales como si realmente lo merecieran? ¿Es inmoral e inhumano encogerse de hombros y decirse con tu pan te lo comas, niñato de mierda, por majadero, como si no tuviéramos otras desgracias que lamentar?…

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En el Diccionario Neochorrádico, que diría Forges, a este deporte siniestro le llaman balconing. Sostiene el bloguero que más riguroso y exacto sería introducir la voz Gilipolling como «tirarse por el balcón sabiendo que lo más probable es que no lo cuentes».

Pensando en la economía del esfuerzo, incluso podríamos reducir este imprescindible diccionario a esa voz única, GILIPOLLING,  que quedaría definitivamente redactada así:

  1. Figurada y familiarmente, practicar el balconing, o sea, hacer el gilipollas tirándose por el balcón sabiendo que lo más probable es que no lo cuentes.
  2. Por extensión, hacer la gilipollez de utilizar expresiones y voces inglesas cuando lo más claro y directo es hablar en castellano.

No más quijotadas por quien no se lo merece. Pero  recuperemos para  nuestra lengua el sabio consejo del ingenioso hidalgo a su  escudero: claridad y concisión, Sancho.

 

 

 

El jardín de las sevicias

Cualquiera de los monstruitos de verano que uno se encuentra por el centro de Madrid podría tener cabida en los delirantes paisajes del BOSCO...

Cualquiera de los monstruitos de verano que uno se encuentra por el centro de Madrid podría tener cabida en los delirantes paisajes del BOSCO…

De vez en cuando el Creador enfocaba el catalejo a las playas de Río, de la Costa Azul y de California. También echaba un vistazo a las de los buenos hoteles de Marbella, de la Costa Brava, de las Baleares y de Comillas, donde igualmente abunda la gente guapa. No era picardía, injustificable en su caso. Era para consolarse.

-Quiero recordar que yo no hice el ser humano tan feo como se empeña en mostrarse cuando llega el verano- pensó mientras valoraba los cuerpos esculturales que se paseaban por allí.

El día anterior no había hecho más que disfrazarse de ciudadano perplejo y andar por el centro de Madrid. Santo cielo, qué espectáculo. Sabía que el concepto de belleza no es único ni universal, que las modas van conformando distintos estilos, y que para muchos la libertad y la comodidad del propio cuerpo están por encima de la estética. Pero no podía sospechar que con los calores, la modernidad liberase en tal forma su afición por el despelote y el feísmo. Pantalones piratas, calzones de lycra más y más cortos, chandals, barrigas al aire, camisetas de baloncesto, tatuajes hasta en los sobacos, crestas de puerco espín o penachos como el del casco de Escipión el Africano en las cabezas, gorduras prietas, morbosidades desparramadas, aretes y pendientes, sospechaba, hasta en la punta de la minga y en las simas del monte de Venus, torsos musculados y rostros pintados de arco iris predicando el orgullo Gay. En los pies, o deportivas o sandalias fraileras o chancletas. Mayormente chancletas. Daba igual que te asomaras al hall de un hotel de lujo, al estanque del Retiro, al ábside de San Francisco el Grande, a las salas del Museo del Prado o al Corte Inglés. Por doquier, el desprecio al decoro y también al prójimo, puesto que no a todos los que no son como nosotros les parece bien que el personal se luzca en la calle como si estuviera en el solárium de su casa.

-Demonios –dijo Dios llevándose las manos a la cabeza- ¿Y qué reservan ahora para la intimidad?…

Eran los encantos del verano, ya anticipadas por el Bosco en algunos de sus cuadros más famosos. Cualquiera de los guiris y paseantes que atiborran el centro de Madrid estos días de verano con el atuendo que imponen los tiempos podrían figurar perfectamente entre la chusma burlesca, los trasgos imaginarios y otros monstruos que aparecen camuflados en ese paisaje apocalíptico que es, por ejemplo, El jardín de las delicias.

-Eso sí –precisó el Creador visiblemente escandalizado- Teniendo en cuenta que esa carnavalada demuestra demasiada crueldad con la estética ciudadana, habría que llamar a este cuadro El jardín de las sevicias.

Lo ve el bloguero y de verdad que añora el bendito invierno. Tan frío, es verdad, pero tan digno tapándolo casi todo.

Mauricia Gormín, defensora de sueños baratos

Sueño barato nº 346: Observar aves en un lugar pintoresco  mientras meriendas un bocata de anchoas de Santoña  con pimiento morrón...Y sueños así, la tira.

Sueño barato nº 346: Observar aves en un lugar pintoresco mientras meriendas un bocata de anchoas de Santoña con pimiento morrón…Y sueños así, la tira.

Jerjes Díaz, investigador privado, abrió el sobre con la uña-abrecartas de guitarrista que cuidaba con tanto esmero y extrajo la carta que su secretaria le presentaba.

Muy Señor mío- leyó en su encabezamiento- Le ruego que lea detenidamente el encargo profesional que deseo cumpla escrupulosamente y de la manera más eficaz. Va en ello mi salud emocional, de modo que debe tomarse el asunto muy en serio. Gozo de una posición económica desahogada, por lo que le ruego que no repare en medios, aunque preferiría recibir un presupuesto de honorarios antes de ponerse a trabajar,

Vamos al grano. Desde hace meses me atormenta una voz que escucho por la radio y creo que en algún mensaje de televisión. Es la voz de un tipo joven, desdeñoso, sofisticado, de esos que parece que te perdonan la vida cuando habla. Se pone a contar cuadros y situaciones que sólo viven los multimillonarios, como si él fuera uno de ellos. Describe detalles del lujo, de la exquisitez y del elitismo que sólo los muy privilegiados pueden permitirse: tener un avión propio, islas en el Caribe, colecciones de arte con grandes firmas, coches de esos que se compran las estrellas del fútbol…El final de su mensaje es esta frase: NO TENEMOS SUEÑOS BARATOS. Es entonces cuando mi marido, que lamentablemente lleva cuatro años ya en una silla de ruedas, sale de su postración y grita enfurecido.

-¡Que se calle ese gilipollas!

Perdone usted, don Jerjes, por la salida de tono que le describo. Pero la verdad es que escuchar estos mensajes nos altera y nos saca de nuestras casillas, sobre todo a él. Mi marido ha sido hasta hace unos años un empresario hecho a sí mismo, que gracias a su trabajo y a su buena cabeza consiguió un cierto nivel de bienestar para toda la familia. Un ictus inoportuno cambió su vida, y ahora, como puede imaginar, esos sueños de los que hablan los anuncios le parecen una cruel ironía. Para colmo, la campaña la firma LOTERÍAS Y APUESTAS DEL ESTADO, que a nuestro juicio, no debería vender castillos en el aire, como son las posibilidades escasísimas de que toque un premio gordo que te cambie la vida, sino, por ejemplo, la posibilidad de cumplir una ilusión (por ejemplo, un viaje a París, pagarle una a carrera a un hijo, un coche no muy lujoso, aunque normalmente tampoco toca) y la seguridad de que, si no te cae un euro, estás ayudando a obras sociales, que también alegraría saberlo al que gastó su dinero en décimos o en apuestas.

Eso sería lo sensato, lo que no ofendería al personal cuando sonaran los anuncios. Pero se ve que hasta el estado piensa ya sólo como un nuevo rico. Cree que todos somos adoradores del becerro de oro, y que nuestro único sueño es imitar a los Albertos, a los Florentinos, a los Amancios, a las Koplowitz, al señor de Mercadona, a Messi, o a los futbolistas del Madrid que viven en La Finca. Todos a por sueños caros, todos a la felicidad por el consumo desaforado, todos ostentosos le must de Cartier, pata negra o etiqueta del mismo color. Y mire usted, perdone que le hable así, pero yo además de esposa de Fulgencio Mazo, pequeño fabricante de componentes electrónicos que ganaba su buen dinerito y en el que le ayudaba como secretaria, relaciones públicas y directora del departamento de comunicación, he procurado ser una buena ciudadana y una buena cristiana dedicando   muchas horas a visitar enfermos hospitalizados y residencias de ancianos a los que hay que hacer y servir la cena. No vea usted la cara que ponen cuando alguno de ellos escucha y entiende esa tontería de NO TENEMOS SUEÑOS BARATOS. Para ellos un sueño sería escaparse al estanque del Retiro y tomar el sol echando pan a los patos. Es baratísimo, pero no pueden conseguirlo. Y mientras tanto el majadero del anuncio esnobeándolos con un mensaje que, en el fondo, es un desprecio.

Señor Jerjes, perdone que me haya enrollado. Mi marido y yo deseamos que usted investigue el nombre de los autores de esa campaña de la Primitiva y el de los responsable de Loterías y Apuestas del Estado que la han aprobado. Deseamos ponernos en contacto con ellos para expresarles nuestro enérgico rechazo a la campaña y nuestra propuesta de que se cambie para no ofender a los muchos que tenemos sueños baratos o incluso gratuitos. Hoy mismo llevaré a mi marido, que es un gran aficionado a la ornitología a las Hoces del Duratón donde, mientras observamos las rapaces que anidan en esos riscos y escuchamos el fluir del río y el canto de las aves, merendaremos sendos bocadillos de anchoas de Santoña con pimientos morrones. Créame que este es un sueño bellísimo y sin embargo bastante asequible: contando media botella de Ribera del Duero, la gasolina el pan, las anchoas y los pimientos, no creo que llegue a los quince euros.

Además, y a pesar de que puede que este segundo encargo quede fuera de su ámbito de acción, le suplico que, si está en su mano, me facilite el nombre de algún sicario de su confianza por si debemos recurrir a él para quitar de en medio a estos manipuladores de la conciencia colectiva. Sabemos que esta solución no es la más deseable, pero a veces, entre sueños baratos e inocuos, también padecemos sueños exterminadores que nos hacen perder la cabeza. No se preocupe: si llegara a registrarse algún crimen, le garantizo que su nombre no aparecería por ningún lado.

A la espera de su conformidad y de una reunión para para acordar sus honorarios, le saluda muy atentamente

Mauricia Solano de Gormín, defensora de los sueños baratos

Todos marionetas

Homper se sigue quedando perplejo por lo que hay que ver...

Homper se sigue quedando perplejo por lo que hay que ver…

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Excusatio non petita…Nadie te echará de menos por espaciar tanto tus entradas en este blog, pero que no te acusen de vago. Ocurre que las cosas cambian, y que tu mala salud de hierro se ha oxidado ligeramente. Nada grave, salvo que a la radiología actual no se le escapa una. Una resonancia magnética tiene la culpa. Qué invento este: te dejan en calzoncillos y en calcetines, taponan tus oídos –o al menos eso creen ellos- te ponen a dormitar en un túnel de acero y descargan sobre tu maltrecha columna una especie de concierto para martillo neumático, metralleta, sonar de submarino y tuneladora que podría firmar Stockhausen. Entre estruendo y estruendo programan silencios de imprevisible duración. Quizás para que cuando vuelva el escándalo sonoro te acojones todavía más. El concierto dura unos veinticinco minutos.
No es tan molesto como parece. Aún bajo ese bombardeo de decibelios, hay veces que hasta consigues conciliar el sueño. Debe de ser que no estás tan mal como presumes.
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Y sin embargo lees días después el informe de la resonancia magnética y casi te sorprendes de poder seguir manteniéndote en pie. El jodío bichito, como le dicen algunos a tu neoplasia, había hincado ya el diente en varias piezas de la columna, y ahora ha dejado su tarjeta de visita en la Dorsal 7. Vas a necesitar radioterapia.
Al enterarte, la verdad, no te hace gracia. Te anima mucho sin embargo cruzar la Puerta del Sol y ver a ese presunto hombre invisible uniformado de marino que lleva gorra de oficial flotando en el aire, porque el pobre no tiene cabeza, y se hace fotos junto a las turistas japonesas que se le ponen al lado. Quizás tú también consigas mantener el tipo, con una cara sonriente a pesar de asentarte en una columna frágil. Al mítico David de Miguel Angel, que durante más de cuatrocientos años exhibió su cuerpo apolíneo en la Plaza de la Señoría de Florencia también se le ha quebrado un tobillo, con ser de mármol de Carrara. Al parecer Buonarotti no tuvo en cuenta que cargar la mayor parte del peso de la escultura sobre uno de sus tobillos iba a pagar su precio al cabo de cuatro siglos. Tu osamenta se conformaría con menos tiempo. Tampoco hay que abusar.
En la Plaza de Oriente hay otra atracción callejera que te fascina cada vez que pasas por allí. Un artista hace bailar claqué a una marioneta con tal gracia, ritmo y precisión que el muñeco parece Fred Astaire. Es otra idea: que alguien desde arriba maneje tus hilos y te siga manteniendo en pie como esa marioneta viva del destino que somos desde que nacemos.
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Lo que nadie te quita es la capacidad de sorpresa. Esta vez la agitó tu amigo Homper, perplejo al ver que el ganador de esa arcaica horterada llamada Festival de la Canción de la Eurovisión había sido Conchita Wurst. Lo de menos, según el hombre perplejo, era la canción que triunfó. Lo que le realmente le dejó pasmado es que con ese nombre cantaba una mujer barbuda. O así.
-No sé a dónde vamos a llegar –decía escandalizado- Dejé de interesarme por el porno cuando comprobé que todas sus artistas se depilan para exhibir un monte de Venus tan inocente como el de las muñequitas de Famosa. Y ahora parece que lo que mola, no te fastidia, son las mujeres con barba…¿Y si los hombres nos implantamos tetas?
Ironizaba Homper, pero no estaba muy contento, no. Le recordaste entonces que todos somos marionetas. Del destino, desde luego, pero también de esa creciente dictadura de la estupidez que es la moda y el no saber ya qué hacer para llamar la atención.

La muertoterapia

Dales Señor descanso eterno y ahórrales eseas elegías que casi producen vergüenza ajena y sólo aprovechan a los que quedamos vivos...

Dales Señor descanso eterno,  y ahórrales esas elegías que casi producen vergüenza ajena y sólo aprovechan a los que quedamos vivos…

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-Nunca se ha hablado bastante del efecto catártico que ejercen en la sociedad los muertos gloriosos-pensó Francisco mientras apuraba su café matinal.
El profesor de psicología repasaba los periódicos y, al mismo tiempo, ordenaba sus ideas. Primero, qué es eso de los muertos gloriosos: así llamo a los personajes ilustres que, cuando fallecen, desatan el sentimiento unánime de la masa que redime sus miserias morales exaltando con desmesura los valores y los méritos del que ha fallecido.
Los editoriales y columnas de la prensa escrita, y todos los comentarios de la radio y la la televisión avalaban su tesis. No es que toda España se hubiera pronunciado en el mismo sentido, asegurando que el muerto ilustre era lo mejor de lo mejor, sino que además organizaciones habitualmente poco complacientes como la Diputación de la Bajeza de España, las Reales Maestranzas de Villanía, la Hermandad del Demoníaco Refugio y otras como Bellacus Mundi, Desalmados sin Fronteras, AIR (Amargados Irredentos) y la APHPP (Academia Panamericana de Hijoputas Pase lo que Pase) habían expresado su admiración, rayana en la devoción, por la figura del extinto prócer.
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Segunda idea que subrayo-anotó el profesor-: la sociedad necesita este tipo de muertes gloriosas para lavar su mala conciencia sin correr el riesgo de que el elogiado se ponga gallito. Está claro, el muerto al hoyo, y el vivo al bollo. Si alabo a quien se lo merece en vida, estoy fortaleciendo a la competencia, porque igual se crece y me pisa el terreno, no me jodas. Mejor espero a que sea completamente inútil para canonizarle, que los santos lucen mucho y no incordian nada. Luego habrá himnos, banderas al viento, lágrimas, cerillas encendidas cuando algún cantautor estrene una balada invocando su nombre…Definitivamente, si no hubiera gloriosos así, habría que inventarlos.
Hace unos meses había sido Nelson Mandela, ahora el último era Adolfo Suárez. El país lloraba, pero curiosamente, unido en el dolor que incluso puede que fuera sincero, se sentía más digno, mejor moralmente. Los muertos ilustres subían la autoestima colectiva y, al cabo, reforzaban los cada vez más frágiles lazos que aún unían a la patria.
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Tercera idea con la que concluyo- resumió el psicólogo Francisco. En esta sociedad tan sensible y tan afligida por toda clase de males que fustigan a la psique, habrá que considerar a la muertoterapia y hablar de sus benéficos efectos en la moral individual y colectiva. Dónde caerá el próximo muerto ilustre, que no quiero perderme el velatorio. Dónde me publicarán la emotiva necrológica en la que pienso decir que le admiraba profundamente, y que tuve la suerte de compartir muchas cervezas y raciones de patatas bravas con él. Quién me sacará la foto, visiblemente compungido en su funeral. Y cuándo se va enterar el personal de una puñetera vez de lo importante que es este menda, a quien, aunque no lo confiese en su testamento, el ilustre fallecido conocía y apreciaba de corazón.
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La teoría de la muertoterapia fue recibida con cierta sorpresa por sus alumnos, aunque alguno después de la clase se le acercó para decirle que sí, que tenía razón, que al pueblo los muertos famosos le gustan más que a un tonto un lápiz, y que movilizan casi tanto como las estrellas del fútbol o del rock. No obstante el profesor de psicología quiso ir más lejos. ¿Por qué reservar el ditirambo sólo a los difuntos, y no a quien de verdad los puede apreciar? Entre sus amigos de la beautiful people, donde era muy bien recibido porque era el único que ni procedía de la oligarquía de la banca, o del ladrillo ni era un hijo de la efímera cultura del pelotazo, Dotita Pitruejo, creadora de tendencias donde las hubiera, comentó un día que nada le gustaría más que morirse un ratito para escuchar y ver por el rabillo del ojo su velatorio. Así que, después de avanzarle su nueva teoría, Francisco le propuso que en lugar de convocar a sus amigos más distinguidos a jugar al bridge, al paddle, a celebrar merendolas benéficas o a hacer teatro, ofreciera sesiones de muertoterapia activa.
-Cada sesión se elige un muerto ad hoc –le explicó Francisco- y en torno a su figura se inicia la catarsis mediante la idealización del difunto. Porque todos somos tan maravillosos como nos propongamos serlo.
A Dotita la idea le pareció como colosal, y animados por ella, el ramillete de gente guapa se puso de acuerdo en matar cada semana a uno de la pandi, figuradamente hablando, para colocarlo en un féretro futurista diseñado por Calatrava y vestido por Agata Ruiz de la Prada y durante un par de horas colmar sus oídos y su ego con elogios desmedidos que los demás miembros del selecto club debían improvisar en prosa, en verso o incluso en bellos cánticos, siempre que éstos no sonaran demasiado a guitarreo parroquial, que quedaba muy hortera. Las normas de estilo imponían algo de verosimilitud en los comentarios y elogios, tampoco demasiado. Pero desde luego estos debían provocar un subidón en el ánimo del muerto eventual y, por añadidura, en el resto de los invitados, que se sentirían orgullosos  de haber conocido tan de cerca ese gran personaje por el que lloraban desconsoladamente.
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Las sesiones de muertoterapia de Dotita se hicieron tan famosas y solicitadas como fueron las lentejas de Mona Jiménez durante la Transición, y el ser propuesto como moriturus ad laudatio se empezaba a cotizar como entrar en una lista de ministrables, de futuros candidatos al consejo del BBVA o a los premios Príncipes de Asturias. Pero después de unas cuantas muertoterapias al psicólogo se le empezó a indigestar su ocurrencia. Además de encontrar en el experimento nuevos datos que avalaban la necedad y la frivolidad del género humano, nada desde que comenzó a pergeñar su método iba bien. No era sólo que le hubiera abandonado su mujer y que no se entendiera con sus hijos, ni que hubiera perdido las elecciones al decanato, ni que su antigua profesora auxiliar le acorralase reclamando la paternidad del hijo que esperaba, ni que le acabaran de comunicar que el acta de la Inspección de Hacienda  le reclamaba más de 45.000 €. Ni tampoco que su mejor amigo le hubiera estafado el resto de sus ahorros, ni que la jipija de Dotita, con la que había coqueteado y que sí le gustaba de verdad, le plantara diciendo que vaya chorrada lo de la muertoterapia, cómo voy a enrollarme con un tío tan siniestro. Tampoco era el desprecio que adivinaba en la corte de Dotita, pues quién se creerá ese profesor tan redicho, como si enseñar psicologíca fuera de lo más cool, ¿no te digo? Esas son chorradas. Era, sobre todo, que había perdido la fe en si mismo y el interés por el mundo, y que sentía que se le estaba parando el fuelle de la vida.
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De tal manera que, cuando le llegó el turno, y aunque el numerito le parecía una mascarada propia del personaje de La gran belleza, aceptó su nombramiento de moriturus y descorchó una botella de champán francés para brindar con Dotita y sus amigos antes de despedirse, meterse en el ataúd y hacer como que se moría beatíficamente mientras empezaban a alegrar sus oídos las elegías de rigor.
Jo, daba gusto morirse así- se dijo- Con lo calamitosa y estúpida que ha sido mi vida, con las granujadas que he hecho y lo majadero de mi comportamiento, con lo poco que significo para este hatajo de pijolondrones y aún pueden decir de mi que soy un talento, un genio, un modelo de ciudadanía y de caballerosidad y un espejo de virtudes. Cuánto te echaremos de menos- escuchó- Tócate los cojones, Paco: qué buenos somos todos después de muertos…
Afortunadamente nadie se había percatado de las pastillas que se tomó antes del brindis final. Nadie sabía por tanto que aquel velatorio de mentirijillas con su repertorio de pomposos elogios fúnebres se hacía excepcionalmente por uno que iba a morir de verdad.

Por si el arte no tiene corsés

¿Y si a alguien le da por pensar que eres un artista?...

¿Y si a alguien le da por pensar que eres un artista?…

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Lorenzo de Medicis no tendría mejor despertar que el tuyo. Saltas de la cama, te asomas al ventanal y ves sobre el fondo aún oscuro del amanecer el arco de una naranja que asoma por el horizonte de Madrid. Segundos después es el sol.  Unos girones de nubes horizontales de color añil aparecen entreverando el globo de fuego. En un minuto ya no puedes mirar el espectáculo, porque dañaría tus ojos. Y corres la cortina: se ha acabado la exhibición.

Si este proceso lo filmara –y lo firmara- Bill Viola ¿cuánto hubieras tenido que pagar para contemplarlo en tu casa? No has pagado nada.  El arte de hoy es así: no se sabe si está en el que lo crea, en el que lo rapta de la naturaleza para enriquecerlo con su acreditada bendición o en el paleto como tú que ve todos los días belleza y no se le ocurre etiquetarla como obra del genio humano.

Por cierto las videoinstalaciones de Viola que se exhiben en la Real Academia de San Fernandoexcelente ocasión para ver el magnífico fondo permanente de este museo, probablemente desconocido para la mayoría- son esto mismo, pero con personas. Te plantas durante cinco o seis minutos ante una pantalla que parece exhibir una foto fija y poco a poco, segundo a segundo, esta se anima. Una mano se mueve, una mirada cambia de dirección, alguien sonríe, otro infla y desinfla los mofletes, el de más allá gira la cabeza, unos ojos se cierran. En tiempo real la secuencia duraría apenas un tres segundos, pero la cámara de Viola consigue ralentizarla hasta parecer una eternidad plástica. Como la fotografía es extremadamente realista y la iluminación es bellísima, el experimento tiene su misterio, algo inquietante, por cierto. Puedes imaginar cualquier cuestión humana en esos modelos.

No te aclara sin embargo cómo se definen ahora las fronteras el arte. Tampoco te gustaría mirarlo en tu casa.

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Días después, haciendo orden en tu pequeño palomar, reaparece en un armario el corsé ortopédico que te prescribieron cuando se descubrió que tu tumor de pulmón había salido de viaje para anidar en tus vértebras dorsales. Qué juguetonas las neoplasias esas. El corsé te costó como un traje a medida en el Corte Inglés. Sin embargo a los cuatro meses dejó de tener sentido, y ahora es una cáscara vacía, un torso de PVC sin contenido, una presencia incómoda e incluso comprometedora. Qué se hace con un corsé ortopédico, si hasta da vergüenza llevarlo al punto limpio.

De repente se te enciende una bombilla. ¿Y si lo vieras en una de esas originales instalaciones que los artistas presentan en ferias como Arco? ¿Y si lo firmara uno de los genios que de vez en cuando baten los records de Christies? ¿Y si pensaras que en lugar de un trasto inútil es una metáfora elocuente y originalísima? ¿Y si al MOMA le da por presentarlo como arte?

Esta vez la lucubración no te la guardarás. Coges el corsé, le quitas el polvo, lo plantas en una mesa y le haces unas fotos, para ver si alguien se atreve a ver en él el montaje inexplicable que tantas veces admiramos embobados en los museos de arte contemporáneo. Si hay por ahí algún privilegiado con esa lucidez, que te lo reclame, que se lo regalarás encantado.

Puede que estés donando una obra arte. Y, como poco, te quitarás de en medio un archiperre incómodo.

Un arrepentimiento cabal

Imagen ttomada a modo de préstamo sin çanimo de lucro de la we www.descomtivaciones.es Gracias mil

Imagen tomada a modo de préstamo sin ánimo de lucro de  http://www.desmotivaciones.es
Gracias mil

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Patxi no sabe cómo se dice en euskera, pero reconoce que el amor tiene razones que la razón desconoce, y ahora lo está padeciendo en sus propias carnes. Su Zaraitzu  no es una de esas modelos de belleza que copan las revistas femeninas y los suplementos dominicales de los periódicos, todos burgueses y decadentes, por cierto. Pero sí un canon de la estética femenina abertzale. Y  eso le pone, le pone como si de una vez por todas hubiera se hubiera coronado la lucha, borrado las causas del conflicto y conseguido el sueño de la patria vasca. Zaraitzu y la patria vasca, independiente y revolucionaria ,qué más se puede pedir.

-Es la hostia, pues-se repetía mientras preparaba unas cocochas al pil-pil.

Lo segundo, o sea el sueño total, aún estaba en proceso. Bien encaminado, pero en proceso. En cambio lo de Zaraitzu era una felicidad que creía ganada: Zaraitzu, tan  guapa y sexy ella, con sus leguis embutidos en botas de boxeador antiguo, su sudadera reivindicativa un puntito apretada, marcando tripilla, su pendiente en las aletas de la nariz y su cabello de rapado por la nuca y  rematado en la coronilla con una cresta de aguanieves, un auténtico euskopelo que, la peluquera de Mondragón, esculpía con singular encanto.

-Joder, qué mano tienes, hijaputale había dicho Zaraitzu a Nekane cuando se vio ante el espejo- Ni que serías Miguel Angel

Pudo haber dicho Oteiza en lugar del Buonarroti. Pero aquel día, el constructivismo geométrico capilar que lucía su cabeza adquiría la categoría de un clásico.

-Está de buena la tía que de la que ligue el pil-pil…-suspiró Patxi cuando la vio entrar en fogones, sensual y provocadora.

Fue un fabuloso polvo aquel, entre aromas de pil pil, a la manera del famoso revolcón sobre mesa de cocina que puso de moda El cartero siempre llama dos veces. La sublimación del amor, la culminación de un sueño el mito erótico de su cuadrilla. Joder, Zaraitzu, la hostia, con lo buena que está. Los efectos del indiscutible encanto de una pasión abertzale.

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El hombre propone y las hormonas disponen. Craso error el de Patxi, creyendo que su pareja era terreno conquistado. La política y la kale borroka, les tomaban mucho tiempo, Patxi era, en efecto un buen morrosko y un auténtico gudari en la cocina y en la cama, pero nadie podía controlar el poderío hechicero de una mujer como Zaraitzu. Cuando empezaron a correr rumores Patxi se hizo el sordo, hasta que las balas de las pécoras y vecindonas le silbaron demasiado cerca. Se decía que Zaraitzu se distraía demasiado con otros hombres, que si con un profesor de ikastola, que si con un médico de Erandio, que si con un pelotari, que si con un francés que hacía surf en la playa de Mundaka.

-No podía creer –le dijo Patxi a su amada el día siguiente en que un amigo le comunicó, sin ánimo de ofender, que había sorprendido  a Zaraitzu desfogándose con otro en los aseos de un bar- ¿Pero no éramos novios, rollito o así?…Joder, Zaraitzu, la hostia eres…Pues anda y que te den.

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No se vieron ni se hablaron durante meses. Patxi cayó en una profunda depresión. Aunque era un tipo fuerte y bregado en la lucha, los encantos de Zaraitzu habían hecho mella en su alma. Notaba que la patria vasca sin ella carecía de sentido. Por eso le dio un vuelco al corazón el día en que ella le llamó para cantar la palinodia, para decirle que le amaba apasionadamente, que a partir de ese momento sería su único hombre y que quería demostrarle su arrepentimiento.

-¿Quedamos pues?

Y quedaron.

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El punto de reencuentro fue el bar de Koldo, donde compareció Zaratzu, tan arrebatadora como siempre, junto con Yosu y Garbiñe, antiguos compañeros de comando y ahora funcionarios del Ayuntamiento.

-¿Y éstos que pintan aquí? –preguntó Patxi.

Verificadores son. ¿O es que crees que yo no me arrepiento en serio?

Dicho lo cual Zaraitzu abrió un gran bolso del que extrajo un amplio muestrario de lencería erótica,  tres cajas de preservativos y un manual de autoayuda que llevaba por título Cómo ser fiel a tu pareja. Una a una depositó las pruebas sobre la mesa y después, reclamando la atención de los testigos, se abalanzó sobre Patxi y quiso sellar su arrepentimiento con un tornillazo labial de los que hacen época.

-¿Pero qué cojones haces, tía?-dijo  Patxi  indignado  quitándosela de encima de un empujón.

– Pues el mismo numerito que montamos la semana pasada para salvar la causa de nuestra lucha.

El pobre Patxi se rascaba la mollera con cara de bobo de Coria, como si las piezas del puzle no le acabaran de encajar.

-Joder Patxi…¿Serás sinsorgo? –reaccionó la arrepentida visiblemente ofendida por el desprecio- Si entonces pensabas que todo el mundo iba a tragarse la pantomima… ¿por qué ahora no me vas a creer a mí?

 

Camisa rústica y castañas asadas

Castañas y nietas1

Sospechas que es algo que le pasa a todo el mundo en esta sociedad de consumo. Un día abres el armario y encuentras algo que no sabes por qué está ahí, qué extraño genio te iluminó cuando lo elegiste, para qué lo comprarías,  en qué estarías pensando. A ti te ha pasado este fin de semana.  Amaneciste en el campo, hacía frío, tiraste del cajón de las camisas reparaste en una de esas de grandes cuadros en algodón grueso que no te pones nunca. Lleva el logotipo ostentoso de Pedro del Hierro, que según dicen es un modisto muy fino, pero en tu imaginario particular este tipo de camisas los leñadores canadienses, los tramperos de Connecticut y esos héroes solitarios de algunas películas del Oeste que se presentan en su pueblecito de Montana y hacen un gran pedido de alambre, púas, martillos y picos para levantar una cerca y proteger sus pastos contra las vacas del malvado Mac Creary, ese antipático ranchero con cuadrilla de matones que además de creer que todo el monte es orégano da por hecho que es de su propiedad.

O sea, estás hablando de una camisa rústica y ligeramente llamativa. Y del por qué demonios la compraste, cuando sabes de sobra que lo tuyo debería ser la sobriedad y la discreción. Lapsus, despistes. Le pasa a casi todo el mundo.

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Un joven de ahora que ha mamado leche de la sociedad de consumo se pondría en tu lugar  una camiseta y le regalaría la camisa de marras al que le repara su Bultaco, que luce un tupé y unos patillones tipo Elvis, pero que los domingos pesca truchas con cucharilla en los ríos de León. O la despiezaría para convertirla en trapos para lustrarse sus botas de tacón cubano. Y a lo hecho, pecho, ni pizca de remordimiento por la mala compra. Lo malo es que tú perteneces a la generación en la que cualquier cosa por la que has pagado dinero debe tener su utilidad, a ser posible la original. Así que, algo a tu pesar, te la pones, te cubres con un chaquetón y te echas al monte.

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Sorprendentemente, como si el hábito hiciese al monje, la camisa a cuadros te ha transmitido energía. Hace un año que no cogías una herramienta de jardín, pero como la mañana fría deja lucir un sol esplendoroso y hay tantas hojas por recoger, y la espalda ya no se te queja, te tienta volver a la acción. Así que te lías a rastrillar, a desbrozar un ratito con la hoz y la horca, y a acumular ramas secas y zarzas para hacer un fuego con ella y quemarlas. Y aunque no aparecen por ahí los Siete novios para siete hermanas para serrar troncos y bailar luego con esas campesinas tan monas de falda vaporosa y pololos, asoman tus nietas, que vienen de recoger castañas en una cestita rosa, todo como muy pastelero y cursi.

Y, cansado ya de tu primera peonada post neoplasiam, te sientas con ellas y asáis castañas sobre las brasas. Salud bien, chicas monas, castañas deliciosas. Hay días que vale la pena hasta ponerse esa camisa horrorosa que no te pondrías  nunca.

Espiados como somos

La imagen y el slogan lo dicen todo. Pero el mérito es del grafista que la firma. Gracias por el préstamo, amigo

La imagen y el slogan lo dicen todo. Pero el mérito es del grafista que la firma. Gracias por el préstamo, amigo

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La globalización de la información genera obsesiones y ansiedades que a veces rozan la histeria. El caso WikiLeaks, el reciente rebote de los aliados de Estados Unidos al enterarse de que el Gran Hermano les espiaba y la sospecha generalizada de que la todopoderosa CIA conoce hasta la marca de los calzoncillos que usamos los españoles han escamado sobremanera a Homper. Ahora nuestro amigo no sólo es un hombre perplejo, sino cabreado. Dice que el espionaje se ha puesto de moda de tal manera que hasta él es víctima de los Philby de nueva generación.

-A mí me han espiado para tratar de venderme un implante capilar- dijo solemnemente la última vez que te lo encontraste.

Por un momento pensabas que le había entrado un puntito de locura. Pero cuando adivinó que estabas a punto de reaccionar con una sonrisa, como diciendo no digas tonterías Homper, te enseñó el documento que confirmaba su sospecha. Se trataba de una carta de la compañía Sanson´s Hair en la que de una forma muy elegante venían a decirle que su coronilla se había despejado de cabello por una alopecia que sus revolucionaria cirugía de implantes podría repoblar fácilmente, devolviéndole la apostura que los años le habían desarbolado.

-Todo por el módico precio- subrayó Homper en un tono que no ocultaba su irritación- de cuatro mil euros. Y avalado por esta fotografía que no se cómo carajo han podido obtener.

La fotografía que Homper te enseñó era ciertamente insólita. Uno guarda fotografías suyas de todas las edades y en casi todas las posturas, pero no recuerda ninguna que haya sido tomada desde un punto de vista zenital. La de Homper era justamente una instantánea disparada por una cámara instalada en el techo de un ascensor y mostraba, efectivamente, a un caballero al que, como dicen los actores, se le veía el cartón. El hombre, vestido elegantemente con un traje a rayas, parecía mirar un retrato enmarcado que tenía en sus manos, y estaba rodeado por otras personas agrupadas estrechamente a su alrededor. Se podía distinguir entre ellas un casco de motorista, una gorra de repartidor de pizzas, varias melenas femeninas, las cabelleras y hombreras de dos hombres más bien trajeados y una cresta punki. Alrededor de la cabeza del supuesto Homper, los espías de Sanson´s Hair habían trazado con un rotulador blanco un círculo, pero ningún otro rasgo significativo podía demostrar que semejante claro capilar le perteneciera a él, y no a otro.

-¿Y cómo sabes que esa calva es la tuya?- preguntaste.

Homper se sacó entonces un bolígrafo el bolsillo interior de su chaqueta y apuntó con él  a lo que sostenía en sus manos. Entonces te diste cuenta de que el cuadro era un retrato de mujer.

-Por ella –dijo tras exhalar un suspiro- Si la conocieras…

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Cherchez la femme…Homper te explicó que el retrato enmarcado que llevaba en las manos y que se adivinaba en la foto traidora era de Dolores, una mujer casi treinta años más joven que él que conoció en una bombonería donde trabajaba como dependienta. No era una mujer cualquiera, no. Algo debía de tener de especial para que a él, curado ya de los melindres del corazón y cercano a la misoginia, le hubiera calado tan hondo. El caso es que desde entonces cada vez que tenía un compromiso social lo solucionaba regalando bombones, lo que le había llevado a trenzar una relación digamos que amistosa, o ligeramente más que amistosa, con ella.

-Imagínate, cuando me descubra esta tonsura que yo ni me podía imaginar –dijo evidentemente apesadumbrado.

Entonces comprendiste que su alarma no venía de ser espiado y acosado por una clínica de implantes capilares desaprensiva, sino de haberse dado cuenta de que aunque el frontal de su cabeza, sus sienes y su nuca lucían buen pelo y él en modo alguno se sentía calvo, le espantaba que Dolores llegara a descubrir la desnudez de su coronilla.

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Homper te arrastró hasta el ascensor donde, a su juicio, habían tomado la fotografía que probaba el espionaje de Sanson´s Hair. Se trataba de un edificio de oficinas de la zona Azca ocupado en la mayoría de sus pisos por una empresa de seguros donde trabajaba su amigo Bartolomé, un aficionado a la pintura hiperrealista que había volcado a un lienzo la fotografía de su admirada Dolores. Homper había ido a recoger el retrato de su musa a la duodécima planta y tanto a la subida como a la bajada había utilizado el ascensor número 3, una máquina Schindler cuyas paredes y techo estaban recubiertas por espejos.

-Es indignante – exclamó en voz alta señalando al espejo del techo, que reflejaba su crispación- Haré que el personal de seguridad lo desmonte y nos muestre la cámara oculta.

-Pero ¿de qué cámara oculta hablas?…¿No te das cuenta de que cualquiera de los que subían contigo en el ascensor podía haber apuntado la cámara de su teléfono móvil al techo para fotografiar disimuladamente tu coronilla?

Homper frenó en seco su berrinche y se quedó pensativo. Entonces recordó aquel día en que se le ocurrió llamar a Dolores desde el cuarto de baño sin darse cuenta de que había activado la videollamada, y de que su musa estaba punto de verle en la muy poco honorable postura de despachar con el señor Roca asuntos mayores. Menos mal que se dio cuenta a tiempo. Pero ni siquiera eso le armó de precauciones contra esta sociedad de la tecnología que se empeña en saberlo todo de todos, y que fabrica, como si fueran chuches, artilugios que nos espían solos y exponen nuestras vergüenzas a la mirada pública.

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-Habrá que actuar siempre como si volara un dron sobre nuestras cabezas –admitió Homper con preocupada resignación- Y procurando evitar que nuestra intimidad nos comprometa…Pero, hablando de otra cosa- añadió llevándose la mano a la coronilla-¿tú aceptarías la oferta de Sanson´s Hair?…

Le dijiste que en tu opinión ese miedo de los hombres a la calvicie es cosa de otro tiempo. Que según las mujeres inteligentes que conoces no es tan importante el pelo como la sesera, y aducen que calvos eminentes como Sean Connery o Ed Harris no han necesitado de implantes ni bisoñés para conquistar corazones femeninos.

-Además, esta es una sociedad de espejos múltiples en los que se refleja todo. Algunos visionarios pretenden hacernos creer que un implante o un retoque estético nos va a convertir en otro mucho más guapo, pero…¿merece la pena abandonar tu imagen de toda la vida si ésta no ofende?…Además, no olvides que nos espían: lo acabaremos sabiendo todo.

Homper te ha acabado haciendo caso. Ha mandado a los de Sanson´s Hair a hacer puñetas. Y no sólo eso. Comoquiera que debía operarse de cataratas y que aprovechando la intervención, que cubre su seguro, el oculista le dijo que podría implantarle unas lentillas que eliminarían de por vida sus gafas progresivas por el módico precio de tres mil euros, se sintió reforzado en su autoestima y rechazó amablemente la oferta.

-Les he dicho que verlo todo perfectamente a todas horas tampoco es tan agradable, con la de cosas horrorosas que hay en la vida. Prefiero seguir llevando las gafas, quitármelas de vez en cuando para descansar y gastarme ese dinero en un viaje a un lugar maravilloso que quizás pagado esas lentillas no vería nunca. Ni bien ni mal.

Homper terminó su historia contándote que lo que le dejó perplejo esta vez fue San Petersburgo.

Lo recorrí  con Dolores de la mano –dijo emocionado- Y me pareció la ciudad más  más hermosa del mundo.

Y añade que se sintió feliz, y que no le importaba demasiado sentirse espiado, porque en todo caso verían  en él al auténtico Homper. Es decir, a un hombre tal cual fue siempre  sólo transformado por el amor de una mujer.

¿Es arte o es un paquete?

Estatua en Legazpi1

Hace tiempo que Homper, el hombre perplejo, no contaba en este blog motivos para sus pasmos sistemáticos, pero alega que el  de hoy merece la pena que se conozca.

-Cuestión de coherencia madrileñista -precisa- Resulta que en Madrid se van a inaugurar dos exposiciones sobre el surrealismo. En la Fundación March y en el Thyssen.  Su-realismo, se entiende, por encima, más allá del realismo. Segura que traerán cola, ya verás… Y no es lógico que ignoremos entretanto otras manifestaciones artísticas surrealistas plantadas  en nuestras calles ante la  indiferencia general.

Cuenta que para darle sentido a su paseo mañanero había quedado con su amiga Charo, otra paseante del club de la Osteoporosis, en desayunar un café con churros en la elegantísima Churrería Legazpi, sita en la plaza del mismo nombre de la capital. De vez en cuando a Homper, como a su amiga, les da por darse un baño de realismo social, y se apartan del Madrid de los Austrias o del ensanche bonito que lleva el nombre del marqués de Salamanca para ver otros madriles por los que andar resulta exactamente igual de saludable.

-Las porras eran deliciosas. Y la primera sorpresa–subraya Homper con una sonrisa maliciosa que tiene su coña –fue no ver allí desayunando ni a Cayetana, ni a las Koplowitz ni tan siquiera a Carmen Lomana…Pero no hay mal que por bien no venga-añade mostrando la foto que ilustra este post.

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La foto es de la estatua de un Pegaso montado por un jinete sin identidad conocida. Al caballo, por cierto, le falta un ala.  Se pregunta Homper qué pintará allí, mal plantado en una isleta junto a una farola altísima y sobre un fondo del Madrid feote en el que seguramente no pensaba la alcaldesa Botella cuando invocó el famoso relaxing café con leche. Y tú le cuentas a Homper que probablemente es un resto del grupo escultórico que coronaba el Ministerio de Agricultura,  frente a la Estación de Atocha, que fue sustituido por una réplica en material sintético más ligero porque su peso amenazaba la techumbre del noble edificio. En alguna crónica leíste que las esculturas  vinieron de Italia en tren, y que una de las alas de los pegasos era tan larga que chocó contra la embocadura de un túnel y se partió, lo que podría explicar su estado actual. Pero la curiosidad y el asombro de Homper iba por otros derroteros.

-Agradezco tus referencia histórica -te dice señalando la foto- Mi pregunta es por qué está ahora en la plaza de Legazpi. Y, sobre todo, por qué está envuelta en una tela y atada con cuerdas, como si fuera una de las famosas instalaciones de Christo, el artista ese que empaquetó un puente sobre el Sena y un acantilado australiano…¿Por qué si es así no lo avisan con un cartel diciendo a los que pasan por ahí que se trata de una obra arte? ¿O es que creen que los ciudadanos normalitos tenemos criterio para saberlo?

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A saber. El artista búlgaro Christo Vladimiroff llama a sus creaciones “arte medioambiental”.  O sea, una derivada más de las nebulosas fronteras entre la creación y la simple realidad de los objetos sobre los que sólo planteas un nuevo punto de vista. Entonces le cuentas a Homper lo que viste en la casa de un  coleccionista que abría su particular galería a una serie de amigos sin demasiados conocimientos al respecto. En la muestra dominaba el abstracto, con no pocas piezas del llamado arte povera, que se hace sobre todo con materiales de desecho. Pero la colección estaba repartida por la casa, y en un rincón de la misma alguien había dejado un jamonero con un jamón en el puro hueso. Visto lo cual, uno de los amigos, asturiano de acento muy cerrado, preguntó inocentemente.

-Y esto…¿ye una pata seca o ye arte?

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La misma duda le asaltaba a Homper ante la inexplicable presencia de esa estatua fantasmal.

-No se sabe si espera el traslado a un almacén o la admiración de esos miles de espectadores anhelantes de surrealismo que harán cola en las exposiciones anunciadas. Y debían aclararlo los munícipes, caramba –reclama airado el rey de la estupefacción- Porque así los madrileños vendrían aquí y, además de hacer cultura, probarían las porras de la Churrería Legazpi. Que esas sí que tienen arte, ya te digo…

Cada día es un «collage»

Si uno fuera capaz de difundir por las redes sociales estos pellizcos tan agradables...

Si uno fuera capaz de difundir por las redes sociales estos momentos tan agradables…

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Entras en Facebook y confimas que no sabes por donde te andas. Te encuentras con que cuarenta personas están esperando que les confirmes tu amistad. A  algunas no crees conocerlas de nada, pero no te fías ya de tu memoria, y te preocupas del qué dirán. ¿Pensarán que eres un ingrato, un maleducado, un borde, un malqueda? A Acacia Núñez le gusta Belle de Jour,  y le pone a la película tres de cinco estrellas. María X dice que le gusta la foto que ha publicado Paco X. Tú no sabes qué decirles. Ni de Belle de Jour -que viste hace más de treinta años, y te gustó, sobre todo por Catherine Deneuve ni de la foto de Paco ni del sursumcorda.  Francisco Colomer te invita a un concierto. ¿Qué haces, cómo le comunicas que  ese día no puedes, aprovechas al menos su oferta para preguntar por su vida? Te encoges de hombros, suspiras, sigues enredando en esa red social que hizo millonario a un joven despabilado. Sabes eso gracias, al cine, a la película que crees que se titulaba La red social, muy aplaudida por cierto, aunque tampoco la entendiste muy bien.  Entender todo, qué quimera. Cuarenta solteras muy presentables te están esperando en una cosa que se llama Meetic o así. Te imaginas el protocolo: ¿estudias o trabajas?, ¿y a qué colegio fuiste?, ¿qué prefieres un sushi o un buen plato de callos con garbanzos? Al lado de la foto de una chica guapa que hace de reclamo te ofrecen unos botines Sebago Mog  con un gran descuento. Pero no en esta página, sino en Amazon, para más lío. Cierto que no te interesan nada los botines, no usas botines. Tampoco buscas consejos de belleza, ni recetas. Sólo te gustaría tener claro cómo funcionan las redes sociales, por qué arrasan, por qué se ha desarrollado tanto ese nirvana virtual. ¿Habrá salvación fuera de Facebook y de Twitter?

2

En tus palos de ciego has ido a dar con la foto de Eduard Punset, cómo no, ese genio de la comunicación omnipresente y mirífico. Tú también le ves y le escuchas de vez en cuando, y reconoces que en ese momento propendes a la levitación. Aunque luego repasas lo que ha dicho y ni te crees la mitad, ni entiendes la otra mitad de lo que ha querido decir ni te parece que aunque fuera cierto y lo entendieses en su totalidad el eco mediático que despierta su cabeza neoeinsteniana es para tanto. Es tan genial que incluso cuando su discurso  sea a veces un buñuelo de viento te sigue pareciendo respetable. El hábito y el monje.

3

Caíste en Facebook por regatear un poco la rutina diaria de tus mañana. Luego leíste la prensa, por la que cada día pasas un poco más deprisa. Resulta que eres un poco más viejo que ayer, y que acumulas más en el apartado del deja vu. Tu teoría: dejar que la actualidad se consolide para tratar de asimilarla. Entretanto se descubren las causas de los terremotos en la costa de Vinaroz y el inexplicable porqué de las víctimas de Lampedusa  -los sapos nuestros de cada día- te  llama la atención  una frase de John Banville, uno de esos muchos escritores que esperan el Nobel. El escritor tiene que ser amoral –dice el novelista irlandés- Su única obligación es escribir obras maestras. Supones que las entrevistas buscan estas frases sentenciosas de las que probablemente se acaban arrepintiendo sus autores. ¿No hubiera sido más prudente decir que lo que puede ser amoral es la escritura, pero no el escritor, que no deja de ser uno más en la colmena humana?  La verdad es que luego lo piensas y admites que la lista de grandes genios de la pluma está llena de amorales, y de tipos que piensan en soltar de vez en cuando frases que epaten a la gente corriente como tú. Llegar a famoso es poder dejar caer cualquier chorrada y conseguir que algún pavo  invierta segundos de su tiempo en desentrañarla.

4

Tu tiempo diario de observación combina lo que más te impacta de los medios con lo que ves en tu entorno inmediato. Y lo que ves este domingo de otoño en el campo, después de una semana en la que las lluvias dejaron  ciento cincuenta litros de agua por metro cuadrado, no puede ser más alentador. La atmósfera limpia y luminosa, las nubes flotando en un cielo azul purísima mientras se devanan en cromatismos caprichosos para tentar a los pintores. El suelo vuelve a estar húmedo y a tapizarse de verde. Supones que la emoción del otoño es aún mayor en la España seca, de la cornisa Cantábrica hacia abajo, donde el flagelo del estío dejó amarillo cualquier asomo de pasto. Aún no se han tornasolado las hojas de los árboles del jardín, pero se han reanimado los regatos, y el murmullo del agua que baja de la sierra, el olor a tierra mojada y la deliciosa temperatura te traen como un beso de primavera a destiempo  que se expande por todo el valle del Tiétar.

5

Piensas que cualquier día de tu vida, como la de todo hombre, es un collage donde sobre los trazos de lo que pasa pegas tus impresiones y tus pensamientos. Entre unos y otros, compondrán el cuadro de este seis de octubre.

Mientras escribes esto viene Mas, la vieja perra de la casa, y se tiende a tu lado para dormir. Al poco, llega el gato y se arrebuja junto ella. La perra ni se inmuta, como para demostrar que a pesar de las diferencias hasta podemos llevarnos bien con nuestro peor enemigo. El collage se completa con este toque de ternura animal. No estás seguro de que la metáfora sea verosímil, ni de que le beneficie a casi nadie. Pero a pesar de tu torpeza tecnológica y de tu dudas sobre las redes sociales, te gustaría atrapar este pellizco de sosiego y, malgré tout, de satisfacción íntima y difundirlo por Facebook o por Twitter. Que consten tus buenas intenciones.

Cuba en la habitación de al lado

 

La protagonista de esta historia cuando todavía no tenía claro lo que quería ser en la vida...

La protagonista de esta historia cuando todavía no tenía claro lo que quería ser en la vida…

1

Deberías empezar aclarando que no hablas de la isla, aunque algo tenga que ver con ella, sino de una persona querida. Resulta que esa persona nació morenita, como morenita fue toda su vida. Y que por entonces en las panaderías/confiterías de Madrid, aquellas que además de barras de Viena, pistolas y fabiolas despachaban bollería y hasta milhojas, había también una especie de merengues recubiertos por una fina capa de chocolate a los que llamaban cubanitos.

-Mira a la niña, tan morenita, envuelta en su toquilla blanca-debió de decir la pastelera al verla entrar en su tienda en su cochecito de bebé- Si parece un cubanito.

Seguramente lo dijo con la cadencia de un verso de  García Lorca, pues en verdad suena como tal si se recita con los ojos cerrados: mira la niña, tan morenita, envuelta en su toquilla blanca/ si parece un cubanito con la sonrisa escarchada…

Y la niña, que se llamaba Concepción y que estaba destinada a ser una Conchita más, con Cuba se quedó.

2

Los motes te sonaban muy elegantes a ti cuando eras niño. En la edad de la inocencia uno crea escalas de valores un tanto extrañas. Tú creías que las muelas de oro, las cicatrices de la vacuna de la viruela en los brazos de mujer, la nuez pronunciada en los hombres y los apodos, por ejemplo, daban mucha categoría. Y no digamos nada el lucir en el anular un sortijón con rubí. Luego resulta que todos estos detalles deslucen la apostura del personal, y que los motes despistan lo suyo. Tienes un amigo al que llaman Gordo y fue toda su vida un mozo espigado y justo de peso, mientras que Cuba no sólo tampoco fue gorda, sino que jamás se pasó de copas. También tienes una hermana pequeña que tú mismo apodaste Camiseta, tal como a sus dos años y con lengua de trapo pronunciaba ella el diminutivo de su nombre de Carmen. La criatura, hoy abuela infatigable de siete nietos, y por razones comprensibles que quizá no vengan al caso, jamás se ha enfundado una prenda como la que oculta su verdadero nombre.

Las apariencias engañan a menudo. Y los motes también.

3

Tú acababas de conocer a la hoy madre de tus hijos y Cuba ya estaba estaba allí, en la casa de los que habrían de ser tu suegros, sentada junto al tablero de diseño, vigilando el proyecto  de fin de carrera del hombre con el que quería casarse. Ramón tenía que diseñar una escuela. Dibujaba, borraba y volvía a dibujar, se mesaba la cabellera, enredaba una y otra vez con la regla, la escuadra y el cartabón como si aquello fuera un rompecabezas tan dificultoso como el cubo de Kulbik. Ella quería casarse pronto, y él debía acabar antes la carrera de arquitectura. La chica que heredó su nombre de los cubanitos no se despegaba de su novio.

Tú la descubriste ahí, y te llamó la atención el perfil de su cara, recortado en el ventanal contra el verde de los plátanos que arbolan la Castellana. Aquel perfil sí que estaba perfectamente dibujado, silueteaba a una chica mona, con su nariz pequeña y graciosa y el frunce justo en su labio superior para marcar seriedad y determinación. Porque podría ser de palmito acubanado, que no lo discutes tú, y vestir con mucho encanto y combinando con gracia los colores, pero nunca se perdió en habaneras ni otros sones que embriagan y hacen perder el sentido. Era todo un carácter.

4

Como se estilaba entonces entre las chicas bien con posibles, pasó una temporada en Inglaterra, por aquello de aprender inglés. Cuando volvió para atornillarse definitivamente al tablero de dibujo como si fuera el flexo, traía unos jerseys de lana magníficos, marcando estilo. Tú sólo aparecías por aquella casa rondando a Isabel, una de las cinco hermanas de Ramón. Tampoco era Cuba particularmente efusiva, había en su sangre materna algo de esa mujer andaluza tipo Bernarda Alba que juntaba genio y severidad, y le costaba romper en dulzura. Pero recuerdas nítidamente que a su regreso te dio un par de besos, en las mejillas, mua y mua, y que te trajo de regalo una caja de galletas escocesas, de esas con mucha nata, que tanto engordan y tanto te gustan.

-Gracias, Cuba –supones que le dijiste sobreponiéndote a esa cara de gárgola con la que a menudo, sin darte cuenta, también vas tú por la vida.

Te quedaste ligeramente desconcertado. No eras nada de ella. Luego seríais concuñados, que es una relación un tanto extraña, pero entonces sólo empezabas a ser el titiritero de la familia, el animador de saraos y festejos. Desarrollaste con ella una cierta afinidad, aunque sólo fuera porque se desvivía por la estética y el estilo de las cosas, y a tu manera,  tú también empezabas  a huir del feísmo que a menudo impone la vida.

No olvidas que en aquel tiempo, al igual que tu amigo Santiago, seguramente llevabas calcetines marrones.

5

 Cuba Calderón fue directora de la revista Nuevo Estilo y más tarde de la Casa de Marie Claire. Cuando se manda en cualquier sitio, y más si se tiene que vender algo tan relativo como el buen gusto, es normal reforzar tu autoridad con un punto de arrogancia. El personal admite que un ilusionista no puede ser como un representante de bayetas Vileda.

Había que pasar por encima del personaje de Cuba para descubrir a su persona. Tú y los tuyos, y  hasta tus nietas, os beneficiasteis de ella, porque en su papel de cuñada, o de tía, o de vecina en el campo, era hospitalaria y generosa,  abría las puertas de su casa a quien pasaba por ahí, y daba de comer la mar de bien. Ponía en la cocina ese toque de buen gusto y de originalidad que le bailaba de la mesilla de noche a sus pendientes, de estos a los jarrones de flores, que acicalaba con tanta gracia, y de ahí a los fogones. Fruto de sus inquietudes fue un recetario que coescribió con Maki Pérez-Planco  en el que repasaba una gran variedad de platos cocinados a partir de ciento veintiun ingredientes. Y consideraba que no había ninguno que mereciese salir a la mesa si no parecía pintado por Úrculo o bien ordenado en esas geometrías de colores que le gustaban a Mondrian.

6

Hará cosa de tres años fue tocada por el cáncer. Y el 8 de diciembre, día de su santo, se te ocurrió regalarle una pequeña Inmaculada pintada al óleo por algún desconocido de hará un par de siglos. La compraste años atrás en un anticuario, y no era una gran pintura, sólo ternura, ingenuidad y la noble pátina del tiempo por encima para honrar a su virgen y solicitar un pequeño milagro. El cuadrito iba acompañado de unos versos. En ellos decías que si la Inmaculada fue capaz de hacer ganar a uno de nuestros tercios de Flandes una batalla que tenía perdida- y de ahí data el ser patrona de la Infanteríacómo no la iba a salvarla a ella, que también se llamaba Concepción , y que además luchaba contra su enfermedad como una auténtica Alatriste.

Nadie sabrá lo que falló. Puede que la pintura fuera demasiado mala y, y que pasara inadvertida para la Virgen, o que los versos tampoco estuvieran a la altura de las circunstancias.

7

Al antiguo animador de saraos y festejos ahora le piden otros cometidos. El último, y sin duda el más comprometido, decir unas palabras en el funeral de esa concuñada compañera de fatigas con la que había intercambiado tantas llamadas el último año.

-¿Cómo lo llevas?- era la pregunta más repetida al teléfono –Yo no tengo quimio hasta dentro de dos semanas…

El compromiso no era fácil. Tú no eres partidario de convertir un funeral en una sesión necrológica. En mi funeral, el que sepa y quiera, que rece- dice un amigo tuyo lleno de buen sentido- y el que no, que se calle. En estos tiempos de confusión sin embargo es fácil confundir la fe y la oración con el cariño y el deseo de homenaje. A ver cómo salías del paso sin faltar a lo uno o a lo otro.

8

…Y al final el que salió en tu ayuda fue San Agustín.

Genio y figura hasta la sepultura-dijiste para glosar la resistencia de Cuba a abandonar su estética personal cuando ya agonizaba.

Y es verdad. Cómo consolaba verla tan guapa y bien maquillada incluso en ese trance.

Pero luego añadiste que a medida que vas cumpliendo años y que muchos de los tuyos van muriendo sientes que la muerte sólo es otra fase de la vida. Algo normal si, como te enseñaron a creer, sólo desaparece un cuerpo y transmigra el alma. El alma de ese ser querido permanece en uno especialmente viva si a su paso por la tierra dejó  en ti, como prendidos con imperdibles, recuerdos de generosidad, de alegría y de buenos momentos.

-A mí los míos no se me mueren nunca- subrayaste, citando a una viejecita de pueblo que había  visto morir a su marido, a sus hermanos y a tres hijos suyos- A mí los míos no se me mueren nunca- repetía la mujer con los ojos en lágrimas, pero sonriente pese a todo- …Porque algo de todos ellos queda dentro de mí.

Nadie muere si deja puestos muchos imperdibles en el corazón de la gente.

9

Esta vez cerrabas el acto como si fueras un cura, aunque no precisamente el padre Bonete. Y utilizabas para ello la reflexión que Agustín de Hipona ponía en boca de un ser querido muerto que habla desde el más allá.

Enjugad el llanto y no lloréis si me amáis.

Dadme el nombre que siempre me habéis dado. Hablad de mí como siempre lo habéis hecho. No uséis un tono solemne o triste.

Seguid riendo de lo que nos hacía reír juntos. La vida es lo que siempre ha sido, el hilo no se ha cortado.

Por cierto, que esta llamada a la naturalidad, ese emocionante  sursum corda al que invita san Agustín, empieza con estas palabras:

La muerte no es nada. Sólo he pasado a la habitación de al lado.

¿Y cómo habrá quedado la habitación de al lado después de esta historia?…Pues, gracias a Cuba, sin duda más confortable y bien decorada de lo que estuvo nunca. Cuba al cabo, genio y figura hasta más allá de las estrellas.

 

 


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