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Del poder estimulante de los huevos encapotados

Si crees que la crisis y el estado de tu país te importa un huevo, tal vez te consuele que sea encampotado...

Si crees que la crisis y el estado de tu país te importa un huevo, tal vez te consuele que sea encapotado…

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No sabes qué plan de estudios regía en 1912, cuando seguramente empezó el colegio tu padre. Ignoras por tanto si había estudiado latín, pero él era un hombre leído y que escribía  mucho. Poesía de corte juanramoniano y prosa barroca de frases largas, con muchas subordinadas, muy distinto a cómo se escribe ahora. Sí le recuerdas en cambio añorando en la lengua de Cicerón.

O témpora, o mores.

Oh tiempos, oh costumbres.

Venías con ese regusto de cenar con tus hermanos y tu prima Ana María –la hija del capitán Figuerola-Ferretti– en casa de tu hermana Paloma, porque el menú, después de unas alcachofas con gambas y antes de una deliciosa tarta de hojaldre, incluía como plato fuerte huevos encapotados. Nada de nouvelle cuisine, ni de genialidades de Adriá criofilizadas ni de chorradas con sabor a algo: huevos fritos envueltos en bechamel, rebozados en pan rallado y pasados nuevamente por la sartén. Algunos no recordabais haberlos tomado desde que dejasteis la casa paterna, pero a todos os encantaron Recordasteis los tiempos ingenuos en los que un huevo encapotado parecía una cena de lujo, y acabasteis cantando una vieja canción, supones que zarzuelera, que os enseñó la tata Emilia, natural de Tariego, provincia de Palencia, y fallecida a los ciento cuatro años: Pastorcito, pinturero/ vas a ser la pesadilla de las niñas de Madrid/ cuando vayas a la Bombi / los halagos femeninos todos serán para ti…

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Crees que este barniz de ingenuidad te blinda contra los problemas que afligen a España y que te afligen a ti, pero luego resulta que te echas a dormir y sueñas con que tu pulmón espía a tu bazo, y tu bazo colocaba micrófonos ocultos en el hígado para averiguar quién es el auténtico responsable de tu cáncer, cosa que aún no tienes muy clara. Sigue  Morfeo hilvanando absurdos y sueñas con que tus vértebras dorsales han saqueado las arcas de tu salud y han colocado sus fondos en una cuenta secreta de Suiza. Calculas si ha subido tu prima de riesgo, si vas a rebajar el déficit de vitalidad que te impone tu tumor, si están corrompidos tus entresijos y acabas despertándote sobresaltado haciendo al destino una peseta tan poco elegante como el inefable Bárcenas.

O témpora, o mores- susurras- Qué tiempos aquéllos en los que ignorábamos que pudiéramos llegar a ser, además de tan granujas, tan tontos y mal educados.

Te crees un maestro del escapismo, y dices que a ti plim, que para eso eres duende o así. Pero no, en el fondo hasta tus sueños están contaminados de realidad amarga. O sea, que, como decía John Donne, no eres una isla, nadie es una isla, todo lo que concierne a tus compatriotas te concierne a ti, y qué difícil es que no te pringue la mierda nacional. Te pongas como te pongas, si llegan a doblar las campanas por tu viejo y querido país, también doblarán por ti.

Así que más madera, que es la guerra. La guerra contra el desánimo, la guerra contra la depresión. El combate inteligente por estimularse con lo que algunos indocumentados llaman la felicidad de las pequeñas cosas. Si nos hunde la crisis y se nos destartala la madre España,  que al menos sigan respondiendo esas hermanas que invitan a huevos encapotados.

La Copa del Rey y otras que vendrán

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Diez años después de aquella jornada gloriosa en que los diputados nacionalistas incitaran a las puertas del Congreso a que se pitara al Jefe del Estado y al Himno Nacional el día del partido de la final de la Copa del Rey de Fútbol las cosas habían cambiado notablemente. Por ejemplo, en lugar de una, había varias copas. La del Rey, la del Lendakari, la del Molt Honorable President de la Generalitat, y la del Presidente de la Xunta. En lugar de una final, varias finales, en varios estados, con varios himnos que, estos sí, eran escuchados con sumo respeto y celebrados con cerrados aplausos. En los estadios había menos público. En las teles, menos espectadores. Las taquillas eran bastante ridículas. Los patrocinadores, bastante menos rumbosos. Txorizos el Morrosko (para la Copa del Lendakari), Samarretas La Tieta (para la Copa de Catalunya) y Oruxo das Bolas Peludas (para la Copa de Galicia).

En la final de la Copa de Euzkadi el Athtletic Club de Bilbao ganaba por penaltis al Indauchu, en la de Catalunya el Barça goleaba al Santa Coloma de Gramanet y en la de Galicia el Compostela se imponía al Celta de Vigo. Los nacionalistas se pusieron muy contentos, pero los aficionados no estaban tan entusiasmados.

-Esto de hacer nación a pelotazos resulta poco emocionante –decían.

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¿Cómo se había llegado a esa situación?

Después de aquella provocación de los diputados nacionalistas ante el Congreso de la nación a la que representaban, el TEIS (Tribunal Especial para Impertinencias Separatistas) se tomó en serio la afrenta, juzgó los hechos y emitió una sentencia en virtud de la cual conminaba al Congreso de los Diputados a que diera una patada en el trasero a los autores de la afrenta. Y no sólo invitaba a los provocadores a que se considerasen independientes del todo, sino que les obligaba a ello. Al menos en lo que se refería al ámbito de las competiciones deportivas. La frase final de la sentencia, anda y que os vayan dando, habría de sentar jurisprudencia.

En los considerandos pesaron argumentaciones jurídicas de distinto rango y procedencia. De la Declaración Universal de los Derechos Humanos se estimó el reconocimiento de la libertad del ser humano para elegir y decidir, derecho que hay que respetar incluso en el caso de que el pobre ser humano se equivoque.

De la doctrina de la culpa y el dolo del Derecho Penal se destiló el principio de la responsabilidad de los actos, y de la coherencia y la adecuación entre lo que pretende el indepentista impertinente y la respuesta del Estado. Así lo reflejaban los párrafos de la sentencia si estamos a Rolex, estamos a Rolex, pero si estamos a setas, estamos a setas. A lo cual le daba un matiz aún más severo esta expresiva frase que, por su justeza y pulcritud, parecía obra de Papiniano, de Justiniano, o de de Alfonso X el Sabio: si quieres caldo, toma taza y media.

Finalmente de la teoría del Abuso del Derecho se recogió el sentir de los diputados que representaban a los partidos no nacionalistas. Estos consideraban que la Ley Electoral primaba descaradamente a los partidos nacionalistas. Los cuales, abusando de su posición y su privilegio, hacían pedorretas malolientes a los símbolos de la nación española. A la que, en lugar de respetar y servir, como juraron o prometieron, ofendían para escarnio del resto de los españoles y de los simples aficionados al fútbol. Aquí los considerandos partían de citas de clásicos como CicerónQuosque tandem, Nacionalistas, abútere patientiam nostram?– para acabar con una rotundo pensamiento que el derecho moderno, que debe modular sus normas acoplándolas a las necesidades sociales, ha hecho suyo. La idea, piedra angular de esta sentencia que, como decimos, sería considerada ejemplar, es de una claridad meridiana: Estamos hasta los cojones de nacionalismos abusones.

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No estaba muy clara la función del TEIS en la arquitectura institucional del Estado. Pero como el derecho en España es, sobe todo un deseo, un según y como, una realidad evanescente y a menudo sorprendente, pues unas veces se cumple y otras tararí que te vi, la cosa es que la sentencia de marras prendió en el espíritu de la mayoría del pueblo.

Y al contrario de otras muchas leyes y sentencias que jamás se cumplen, ésta se ejecutó haciendo actuar a los organismos competentes. Y se llevó a cabo, compensando así a esa inmensa mayoría del pueblo español que, respetuosa con la Constitución e incluso también con los desproporcionados mimos que la Ley Electoral ha venido concediendo a los partidos nacionalistas, estaba hasta entonces harta de sus descortesías y de sus abusos.

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Y así es como la histórica y muy reputada Copa del Rey de Fútbol se convirtió en una Copa y unas cuantas Copitas que se jugaban en los feudos históricos donde los nacionalistas hacen de las suyas. Y todo fue bien. Relativamente bien.

Porque el caso es que, al cabo de unos cuantos torneos, esas figuras que ganaban millones en los grandes equipos, conducían flamantes Ferraris y se ligaban a estrellas mundiales de la canción, se habían convertido en futbolistas con un sueldo normal, un modesto utilitario y una novia alta o baja, regordeta o flaca, licenciada en filosofía, peluquera o farmacéutica. Como la de cualquier otro español.

-Jodó petaca –dijo el primer ídolo venido a menos que se atrevió a cuestionar la pequeña Copa del pequeño país, o así, donde jugaba al fútbol- No imaginaba yo que el nacionalismo también era esto…

La falta de respeto. La irresponsabilidad. Los polvos. Los lodos.

Contra la recalcitrante estolidez de algunos poíticos

Pero qué borricos son algunos, caramba...

Sorpréndese Homper de la necedad recurrente del ser humano. Una vez más. Espeja ésta, cómo no, en un político, para abundar en esa creencia común –que sin embargo no comparte- de que no nos merecemos esta clase política. Homper está más bien convencido de que los políticos son así porque los votantes somos así,  y no cabe esperar otra cosa.

-¿De verdad lo dices? –se preguntaba estupefacta la tía Clota, que aunque aparezca poco por aquí sigue vivita y coleando.

-De verdad, tía. La matemática electoral, como el algodón del anuncio, no engaña.

Sostiene Homper que el fenómeno Obama, que ahora parece fogata de viruta, era el reflejo de una necesidad del pueblo norteamericano. Querían  oxigenarse e ilusionarse después de aquel fenómeno de torpeza que se llamó George Bush.

-Volverá el tío Sam donde solía –pronostica la anciana nacida en Granada y hoy ciudadana de los Estados Unidos.

-Como vuelve aquí el PP a meter la pata cuando lo tienen más fácil…Porque tú no sabrás quién es León de la Riva, pero….

Y le cuenta que este caballero, alcalde de Valladolid ha querido criticar a la nueva ministra Leire Pajín y en lugar de expresar sus dudas con corrección se ha pasado: de grosero y de machista.

-Y casi más de lo primero, tía, porque si te cuento lo que dijo…

Le ahorra a su anciana tía las bobadas de este munícipe deslenguado, pero no le oculta que a veces se imagina él mismo irrumpiendo como un Cicerón de nuestro tiempo en el foro de políticos pasmados -con Rajoy al frente de ellos- y repartiendo catilinarias en forma de consejos elementales que entendería hasta el que asó la manteca.

-Escucha, tía…Consejo 1.Piénsate lo que vas a decir antes de decirlo. Consejo 2.Considera que el lenguaje cuartelero y el humor chabacano son contraproducentes. Consejo 3. Ten en cuenta que aunque puedas tener razón en el fondo, puedes estropearlo toDo si, por querer ser gracioso, te pasas de listo…

-Resumiendo, sobrino-corta la tía Clota- Si quieres ser político, no seas gilipollas, ¿no?

Y Homper se queda perplejo al comprobar que, con la edad, su anciana tía ha perdido modosidad, pero no clarividencia.

Mon ami Scott de Martinville

 Aún recuerda el Duende la primera vez que supo de Edison. Quizás en el cole, tal vez en unos tebeos de la época que inoculaban saberes del Readers Digest en viñetas ilustradas. Los había catolicones que miraban a lo trascendente –Vidas ejemplares, fundamentalmente las de los santos- o las que se centraban en la ciencia y la cultura, que se titulaban Vidas ilustres. En una de ésta aparecía la figura de Thomas Alva Edison: lo recuerda con el pelo blanco, su corbata de la época, acodado en una mesa en la que destacaba el altavoz de su célebre fonógrafo. El otro altavoz célebre de las infancias de color sepia era el de La voz de su amo, pero ahí en lugar de un inventor señero aparecía un perrito sentado seducido por la música. El Duende aún conserva, como una preciada joya, una cajita de hojalata en la que se vendían las agujas que necesitaban los pikúes para reproducir las grabaciones.

Le contaron una vez al Duende que todas las ondas sonoras emitidas sobreviven en el espacio. Imagínense la ensaladilla rusa de sonidos, el caos, el desmadre de voces y ruidos en los oídos de la divina Providencia. Los discursos de Cicerón, de Diógenes, de Hitler, las explosiones de Guy Fawkes en el parlamento inglés y los reventones del Vesubio que sepultaron Pompeya, el estruendo gozoso de las cataratas Victoria sorprendiendo al capitán Richard Burton, la jura de santa Gadea, la primera sonatina improvisada al piano por el pequeño Amadeus,  Federico García Lorca  recitando alguno de sus Sonetos del amor oscuro, el La-la-la de Massiel, los clarines que anunciaron el último tercio del toro Islero que apuñaló a Manolete, los mamporros de Manolo el del bombo, el ¡se sienten, coño!, los meteorismos de Napoleón -y de las vacas, que por lo visto son peligrosamente pedorras- y hasta los delirios de La verbena de la Moncloa, todos juntos y revueltos violando de forma inmisericorde el silencio astral. Qué espanto, menos mal que tenemos una capacidad auditiva limitada. 

Todo eso, claro, era teoría. En realidad las vibraciones sonoras se escapaban hasta que en 1878 vino Edison con su cazamariposas mágico y pudo registrarlas para el futuro.  Claro, que unos llevan la fama y otros cardan la lana. En esta obsesiva sociedad del conocimiento todo se investiga, y, a ser posible, se revisa. Acabaremos enmendando la plana a todo lo que nos contaron como historia, porque siempre hay algún curioso que huronea y no para hasta que le da una vuelta a la verdad oficial. Qué sinvivir. Ahora la Lawrence Berkeley National Laboratory, de California, le ha quitado a Thomas Edison su más preciada medalla.  Ha descubierto que no fue él, sino un tal Eduard-León Scott de Martinville  que ya en 1860 logró grabar por primera vez un sonido. Lo escuchó el Duende el viernes por la tarde en la radio.  Scott de Martinville fue un personaje inquieto, tipógrafo, investigador, escritor y ensayista, y dio con un aparato que llamó fonoautógrafo capaz de registrar el que, al menos por el momento, es el primer sonido grabado de la historia. Entre una maraña de chisporroteos se adivina a una voz femenina que susurra la conocida canción Au clair de la luna, mon ami Pierrot.

 Qué sorpresón para los sabios. Qué ternura, que un testimonio así cante al claro de luna y a la amistad. Pero, al mismo tiempo, qué falta de seriedad. ¿Se imaginan que de un humanista, pensador y escritor con la densidad del Duende sólo quedara Las muñecas de Famosa/ se dirigen al portal…? Bueno, pues no se engañen: así será, y eso si hay mucha suerte. Lo dice doña María, todo es mu correlativo. Sobre todo la historia, que,  además de mudadiza y tramposa, tiene predilección por la frivolidad.

Sentido del pudor y sentido del hedor

Meando en la calle

(Foto de Vagamundos)

En una de película de aquellas que el entrañable jaimito del cine español  llamado Manolo Summers tituló Tó el mundo es güeno se veía la siguiente secuencia. Un ciudadano en  aprietos se metía en un urinario subterráneo de los que antes había en las calles de Madrid. Cuando, con la bragueta ya semiabierta, bajaba el último peldaño de la escalera y giraba para enfrentarse a la pared adecuada, se daba de bruces con un espectáculo aterrador. En el centro del urinario había un ataúd con su muerto dentro, un crucifijo y unos candelabros fúnebres. Como es lógico, el ciudadano olvidaba sus necesidades, se daba la vuelta y huía despavorido.

Semejante broma hoy no sería posible. Quedan en Madrid pocos urinarios públicos gratuitos de este tipo. Que el Duende recuerde, tan sólo en el Parque del Retiro, y abren las horas justas. Hay otros instalados en unas grandes cabinas, pero cuestan unos céntimos de euros, y no todo el mundo está acostumbrado a pagar por aliviarse, aunque sea a resguardo de mirones indiscretos y de buscones de sexo. Cuando en el siglo XIX el Duque de Sesto fue nombrado alcalde de la Villa y Corte, y se sacó de la manga un bando que imponía una multa de dos reales por orinar en la vía pública, la reacción del pueblo no se hizo esperar en forma de airada cuarteta:

¿Dos reales por  mear?

¡Pero qué carajo es esto?

¿Cuánto querrá por cagar

el señor Duque de Sesto?

No hay más que leer las novelas o las películas  El perfume  o Alatriste  para darse cuenta de que lo de hacer aguas en la calle era entonces tan inocente como aún lo sigue siendo para muchos tirar las colillas. Mas los tiempos cambian. También las pipas y las chufas que la pipera servía a mano nos las comíamos sin remilgos, y las bolas de anís entraban en nuestra boquita sin un miserable celofán que las protegiera de la contaminación. ¿Lo permitiría ahora el Ministerio de Sanidad y Consumo? La pregunta es entonces por qué los responsables de la salud pública no arremeten contra esta guarrada  indecente de utilizar las calles como retrete. Ser inmigrante o joven  botellonero de voto interesante no da derecho a todo. Si acaso, se podrá consentir con el indigente. Pero no con el vago desconsiderado, con el que se cisca literalmente en el derecho a la higiene pública que pagamos todos, y con el cerdo que ni respeta a los demás ni guarda un cierto decoro público. Leña al mono a los Hannover y otros meones urbanos.

Hace sólo nos días, y en plena Gran Vía de Madrid, el Duende vio a las doce y media de la mañana a uno de estos poetas hisopando con su pestilente orina la pared de un quiosco de la ONCE. Como si no hubiera nadie  en la calle a esas horas. Lo vinculo ahora al exhibicionismo gratuito de ese nuevo  fichaje del Valencia, que para arreglar la situación del club se ha estrenado colgando en internet unas imágenes suyas masturbándose ante una web cam.  Qué bonita y edificante muestra de la libertad de de expresión. O témpora, o mores!, clamaba Cicerón añorando otros tiempos de mejores costumbres. Porque lo peor no es que se haya perdido el sentido del pudor. Lo peor es que nos está matando el sentido del hedor.


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