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Cantares y leyenda

Todos los ciclistas, incluso los buenos, bajo sospecha.¡Qué pena! Cada día cuesta más mantener un ídolo...

Cuando, en la película del mismo nombre, Amelie encuentra una caja de hojalata bajo las losas del cuarto de baño y  la abre, ve en su interior  un ciclista de plástico. Pertenecía a un niño que en 1957 ocultó en tan insólito escondite un pequeño tesoro. Aquel año fue el primer Tour de Francia de los cinco que ganó Anquetil. Qué curioso  que, de la película de Jean Pierre Jeunet, tan sorprendente por su gracia y por la originalidad de su guión, fue este mínimo detalle  lo que se le grabó a uno. Caprichos  de la memoria selectiva

El pequeño ciclista, como la magdalena de Proust, arrastraba un sinfín de  recuerdos y evocaciones. Por entonces en España  sólo el ciclismo podía igualar en pasión al fútbol. Cuando llegaba la temporada, se veía a los chavales emular las grandes pruebas en el suelo arenoso del parque o en el pasillo de casa. Lo que impulsábamos con los dedos por aquellas carreteras “de mentirijillas” eran  chapas de refrescos con las caras de los ídolos que previamente habíamos recortado de los cromos. Pero luego, donde llegaban las chapas, colocábamos para señalar su posición un pequeño ciclista como el de Amelie. Confiesa uno que había perdido de vista este paisaje desde que acabó su infancia. Y que recuperarlo en aquella película le hizo una gran ilusión. La ilusión que levantaba el apasionante y colorista deporte del ciclismo.

De aquella épica vivían los titanes de la ruta y la ilusión que despertaba el ciclismo. Pero de ilusión también se moría: diez años después el británico Tom Simpson cayó fulminado en Mont Ventoux por  un combinado de anfetas, alcohol y calor infernal. No seríala primera tropelía de los estimulantes prohibidos, pero sí el primer gran aldabonazo sobre las conciencias. Tras aquel suceso los ciclistas, que a uno le parecían tan inocentes como la figurita de plástico de juguete, empezaron a ser héroes bajo sospecha. Tampoco la sociedad entonces era estricta  como lo es ahora. Los estudiantes de derecho aprobábamos el Civil a base de Centramina y, aunque  sufriéramos una pájara en el examen, nadie nos tenía por delincuentes.

Sin embargo la sospecha de dopaje duele especialmente al recaer hoy en  Alberto Contador. Le veíamos defenderse ayer de la acusación de haber consumido una dosis ridícula de clembuterol y se nos encogía el corazón. Un hombre que tras superar un cavernoma cerebral ha dado tanta gloria a nuestro ciclismo ni necesita ayudas extra ni merece en el maleficio de la  duda. Pero ya sabe Alberto que no sólo se corre contra los kilómetros, contra reloj y contra la montaña, sino también contra los bastardos intereses ocultos que escapan al simple aficionado.

El día venía rarito,  porque además del disgusto de Contador nos trajo la noticia de la muerte de Manchón, un extremo izquierdo del Barça de cuando las delanteras de cinco hombres se recitaban con ritmo. Manchón no sólo ganó un carro  de copas, ligas y otros títulos que hoy suenan extraños, como la Copa Eva Perón, sino que, sobre todo, mereció el honor de ser cantado, junto a Basora, Kubala, César y Moreno por Joan Manuel Serrat en Temps era temps. Y esas cosas alimentan el mito. A Isácio Calleja sólo le tenía uno por vieja gloria de su Aleti y por buen amigo, hasta que fue cantado por Sabina en esa joya de himno que es Motivos de un sentimiento. Y así entró en la leyenda.

Como entraron Manchón y, volviendo al ciclismo y, por méritos propios, Alberto Contador. Ahora a éste, mala suerte, le quieren cantar no una gran canción como las de Serrat y Sabina, sino las cuarenta. Pero que esté tranquilo. Aunque los  motivos de su sentimiento sean de preocupación, le canten lo que le canten no saldrá de la leyenda.

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