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Tránsito al otoño

El camino hacia el otoño es prometedor. Aunque, en tus circunstancias, este año el tránsito se adornara de ciertos matices especiales que...

El camino hacia el otoño es prometedor. Aunque, en tus circunstancias, este año el tránsito se adornara de ciertos matices especiales …

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-Hay que agradecer que, con el tajo que tiene, al Señor no se le olvide traer el otoño –se te ocurre al ver amanecer el primer día de la nueva estación.

Tienes tus dudas, claro. No te queda claro si es el Dios que te inculcaron en el colegio, el creacionismo, el evolucionismo o cualquier Deus ex machina que venga a resolver los múltiples papelones pendientes. De orden universal, como el Yihadismo, o el conflicto ucraniano (a ti te gusta más que decir ucranio), o la crisis, que no se despeja, o la amenaza del Ebola, o la melopea empalagosa de los nacionalismos. Jesús, qué empacho. A estas alturas de la civilización y todavía discutiendo que lo más importante es ser como son. No exentos de vicios y de corrupciones, como cada quisque. Pero etiquetados con la denominación de origen que les hace levitar. ¿Se acordarán de los viejos vinos en odres nuevos? ¿Dejarán de dar la tabarra y de sentirse agraviados si mañana despiertan convertidos en lo que quieren ser o vestidos de lagarteranas?

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Menos mal que viene el otoño. Sabina dice atinadamente que sólo dura lo que tarda en llegar el invierno, y en general –los poetas y los románticos tienen buena parte de la culpa- se asocia este tiempo a la decadencia, a la vejez, a lo triste y a lo crepuscular. Sin embargo para ti, que vives en la España donde el pasto amarillea a partir de junio, el otoño es una segunda primavera. Ha venido puntualmente, en algunos lugares con estrépito, y bien lo sientes por los que han sufrido sus excesos. Pero en medio de la zozobra general y de tu angustia particular te ha anima ver llover, correr los regatos y arroyos que hace días penaban el severo estío, retoñar la hierba, abrirse los erizos de las castañas y oxigenarte con el impagable aroma de la tierra mojada. Es otro testimonio de la vida de la naturaleza, felizmente al margen de los designios del hombre. La tierra se pondrá amorosa, y pronto nos ofrecerá, por ejemplo, setas, que no saben si serán níscalos o rovellons, ni falta que les hace.

Caminamos.

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No ha sido tu mejor semana, y de ahí el abandono momentáneo de tu blog, con la mala conciencia que te genera abandonar tus hábitos.

Entretanto, dejaste atrás la última noche del verano, quizás la más aciaga desde que te declararon tocado por el cáncer. Los médicos que te cuidan se obsesionan tanto en combatir al enemigo principal que a veces olvidan advertirte de los daños colaterales. Uno de estos, acaso el más vergonzante y motivado por la química que debe de acumular tu organismo, afectaba a la fontanería digestiva, y te tuvo en vilo el domingo a la hora del sueño. En esa noche siniestra, entre sofocos y estertores de impotencia, te permitiste preguntarle al Creador, tan sabio y todopoderoso cual es considerado, cómo no se le ocurrió inventar un aparato excretor más sencillito para el cuerpo humano en casos límite. Vamos, algo que permitiera aliviarse a uno con un movimiento tan sencillo como bajar una palanca para tirar una caña, servir un helado de cucurucho o ponerse un café de máquina. Si tú fueras Dios ya estaba marchando el nuevo diseño.

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La lucha contra esta adversidad en la noche, visita incluida a las urgencias del ambulatorio del pueblo y aplicación de remedios poco honorables para la retambufa, fue una larga secuencia tragicómica que algún día deberías transformar en cuento. Todo es dolor  o risa, según se mire. Se pasó el mal trago, y ahora lo recuerdas como una simple anécdota. Además, no hay mal que por bien no venga. En tu obsesión desesperada por salir cuanto antes de aquel malhadado trance, se te ocurrió especular sobre si la Divina Providencia, con el trajín que se trae, tendría hueco para atender a tus plegarias.

-Señor, Señor –debiste de implorar en la menos devota de las posturas posibles- Pasa de mí este cáliz, y perdón por la comparación.

Te consta que la misericordia de Dios es infinita. Hoy puedes contarlo riéndote de ti mismo, y agradecido por esta mañana gris y suave de prometedor otoño. Sic transit.

Cristiano y Cerezo se mosquean

¿Crisis? ¿Cambio climático? ¿Reforma laboral?...Lo que de verdad nos importa es el fútbol

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Reconoce el Duende que lo de que su Atleti le gane al Madrid le parece ya un imposible metafísico. Resignación y mirar a otra parte: tampoco hay quien redima a la especie humana de su cuota de estulticia congénita, y la cosa se acaba soportando.

Si hay una subespecie del hombre que el bloguero odie sin remisión es precisamente la del llamado hincha de fútbol ultra, que suele reunir en sus comportamientos necedad, mala educación, pésimo gusto y a veces (como cuando se burlan a coro de jugadores del equipo contrario muertos) auténtica crueldad. El Duende dejó de ir a los estadios por no sufrirlos.  Pero toda regla tiene su excepción. Borricos son los ultra del Madrid, como todos los de cualquier otro equipo. Pero sin embargo el pasado sábado tiraron de ironía y de sentido del humor y, sorprendentemente, desplegaron una pancarta que tenía su gracia. Su mensaje era: SE BUSCA RIVAL DIGNO PARA DERBY DECENTE.

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Derby es una ciudad inglesa donde se corría una carrera de caballos que debió de ser muy importante. Sin duda por el interés que esa prueba despertaba, de allí extrapolaron los comentaristas deportivos el nombre de Derby, que, por enfatizar, aplicaron a los partidos de fútbol entre los grandes equipos de la misma ciudad. Para los ajenos al fútbol: en el argot futbolero, un Madrid-Atlético es un derby, mientras que un Madrid-Barça es un clásico. Y el drama del Atlético de Madrid es que hace ya doce años que no le gana un solo derby a su rival, el poderoso epulón de la calle Concha Espina. En muchos ellos perdió merecidamente, pues ante los blancos solían borrarse de miedo o por simple desinterés, cosa muy de este giliclub de ciclotimias exasperantes. En el último partido sin embargo presentaron mejor pinta, hasta que los imponderables le dejaron donde solía. Qué manera de perder, que canta Sabina.

El caso es que por unas cosas y otras perdía, como de costumbre. Y en estas que en el fondo donde se alojan los ultras merengones  exhibieron la pancarta de marras. Sin duda, lo mejor que podía esperarse de esta fauna, pero lo  más humillante para  los ultras rojiblancos que carezcan de sentido del humor.

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Lo que sigue se puede contar así. Dos días después se encuentran en un acto Cristiano Ronaldo, delantero del Madrid, y Enrique Cerezo, presidente del Atlético, hombre encantador y educado que se distingue sobre todo por no comprometerse casi nunca diciendo nada notable. Cristiano está dolido porque fue objeto de una tarascada de Perea, un defensa rojiblanco de los que siempre se adjetivan como “bravos”, y no se muerde la lengua.

-Quedan réditos de las patadas que me dieron –le dice al presidente quizás mostrándole el tobillo hinchado.

-Vosotros también pegáis- replicó el siempre sonriente Cerezo- Y a la pancarta sólo le faltó añadir: el árbitro lo ponemos nosotros.

O sea, que se enfadaron.

 

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Un enfado no es noticia. Alfonso Guerra  y Bono se han enfadado estos días con la ministra Chacón. Granados se ha enfadado con Esperanza Aguirre por destituirle. Los autores se han enfadado con Tedy Bautista porque este no había repartido la modesta cantidad de 145 millones de euros  acumulados por la SGAE que probablemente les corresponden. Y en Madrid los comerciantes chinos se enfadan con el Ayuntamiento porque no les da licencia para vender bebidas alcohólicas, un filón ahora que la juventud está más desesperada que  nunca.

La noticia es que este rifirrafe futbolístico, que hoy reproduce MARCA en su edición digital, había  provocado a esta hora la  cantidad de …¡3.166 comentarios!

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El Duende estaba orgulloso comprobando que su post de hace unos días titulado Espejos rotos había recibido nada menos que 18 comentarios, gracias, sobre todo, a la oleada emocional que provocó la muerte de un perro surrealista llamado Bob de C´as Barber. Qué ternura la de aquel colaborador con el que contaba el Duende. Lo mismo hablaba del sol, del mar, de los higos dulsesitos, de la primavera o del sinvivir de los días, destilando en su lenguaje esencias de poeta. Pero se ve que, con ser importante su mensaje y triste la noticia de su muerte, aquí lo que de verdad interesa no es ni la crisis, ni el déficit ni el cambio climático. Y menos aún la poesía.

Fútbol, fútbol, fútbol, panem et futbolenses para el presunto homo sapiens. Lo demás y los demás somos mucho, o creemos serlo. Pero para qué engañarnos, al lado de Cristiano Ronaldo y demás pobrecitos del orbe futbolero,  no somos nadie.

El Duende de verano (8) Una boda en Escocia

Hasta esta iglesia de Pertshire se llegó el bloguero por asistir a la boda de una sobrina muy querida

1. Los hijo de la globalización

Manda uno a sus hijos a estudiar en el extranjero y sigue pretendiendo que se casen con gente de su barrio. No cae en que los ligues de esta generación ya no se llaman Piluca o Josete, como antaño, sino Wolfgang o Silvie, o Lang, o Christopher, o Yannis, o  Kathe, o Solomon, o Brigitte, o Johannes. Son los posibles novios o novias de la globalización, y así pasa lo que pasa. La nieta mayor de este bloguero, es un ejemplo, tiene un apellido griego, un padrino escocés y una madrina alemana. Su padrino es el profesor MacCrorie, con el que anduvo por las Tierras Altas sin entender muy claramente lo que decía en su cerrado inglés scotch.

-¿Sabes que está Sabina en Saint Adrews?-le dijo apenas se encontraron en el aeropuerto de Edimburgo. Saint Andrews es la ciudad en cuya universidad  imparte sus enseñanzas el profesor Mac Crorie, famosa también por ser la cuna del golf.

-Buen músico –le respondió el Duende un tanto sorprendido porque el profesor siguiera a nuestro cantautor y su presencia allí le llamara la atención

– ¿Pero conoces sus canciones?

Daba igual la pregunta.  Rod MacCrorie tampoco le entendía nada, aunque , como él, trataba de disimular lo que a menudo era un diálogo de besugos. Su respuesta siempre era un ¡oh! de sorpresa y una sonrisa. -No tenía ni idea de que Sabina jugara al golf –aclaró entonces el Duende- Es más, en España nadie se lo imaginaría. Como va de ácrata, jamás se podría esperar que viniera a un sitio tan especial como Saint Andrews a practicar el deporte favorito de Esperanza Aguirre, que seguramente será una de sus bestias negras. Rod volvió a sonreir. -¡Oh!, ¿yes?… Ha venido con su novio – farfulló en su peculiar inglés de Glasgow. ¿Con su novio?…El Duende no le daba crédito. Ahora resultaba que, además de ser adicto al golf  Sabina tenía no novia, como siempre se le ha de presumir, sino novio. Eso sí que era el notición del verano: Joaquín Sabina se  había llegado hasta el norte de Escocia  para salir del armario. Y le habían dado las dos, y las tres, y las cuatro y las cinco y las seis, y desnudos al amanecer les sorprendió la luna a él y a un jayán con aspecto de cabo gastador, que era su amor hasta entonces inconfeso. Claro, no podía fugarse con él a Valderrama  o a Pedreña porque ahí le cazaría un paparazzi y echaría por tierra su leyenda canalla de golfo, libertino y mujeriego. Tenía que escapar a Saint Andrews, donde el profesor MacCrorie, acostumbrado a otras referencias como Elton John,  consideraba de lo más normal que una estrella de la música “pop” jugase al golf con su pareja del mismo sexo. Qué poca vergüenza.

Y así de  confundido estaba el Duende cuando un rayo de lucidez iluminó su mente. Y recordó entonces que estamos en un mundo globalizado. Y que que además de un apellido griego y un padrino escocés, su nieta Marina tiene una madrina alemana, casualmente llamada Sabine, que en boca del profesor MacCrorie tanto podía ser la guapa moza tedesca de la que su hija se hizo amiga cuando ambas coincidieron en la London School of Economics, donde también estudió su actual marido, como nuestro egregio cantautor de cuya virilidad resulta casi ofensivo dudar.

Jesús, qué alivio. No es que esté uno contra la internacionalización de la familia ni mucho menos contra los mestizajes. Es que nos educaron así de paletos y pequeñoburgueses. Y por tradición conservadora, piensa uno que lo suyo es que sus hijos se acaben emparejando o nombrando padrinos y madrinas entre gente cercana. Y si no, entre  los Martínez o los Echeveste, que eran de su barrio, de su colegio o feligreses de su misma parroquia. Más vale mal conocido que bueno por conocer. ¿O no?

2. Lo que duran las bodas de ahora

Las primeras bodas a las que asistió el Duende, entre la ceremonia y la fiesta,  duraban tres o cuatro horas.  Ahora pone uno el contador cuando empieza a acicalarse en casa y lo detiene cuando se quita el traje para meterse en la cama y no han pasado menos de diez. Desplazamiento al lugar del casorio, ceremonia, traslado al lugar de celebración, primeras copas, aperitivo. Generalmente larguísimo.

Aquí el Duende ya daría por terminada la boda, al fin y al cabo no se casaban los hijos del jede del estado, ni de una familia real, ni tan siquiera los archiduques de Pomerania, y tampoco hay que epatar a nadie. Pero no, ahora la categoría de las bodas parece medirse en horas, y para qué aliviar cuando podemos alargar la cosa para que la gente se de cuenta de que aquí no se escatima nada. Así que después de dos horas de pie, sentamos a los invitados, y les ofrecemos una cena, no menos de dos horas. Y luego discursos, muchos discursos. En las bodas de antes hablaba mayormente  San Pablo a través de su famosa Epístola a los Corintios. Y, como mucho, el cura. Ahora hablan los corintios, el cura, el concejal por lo civil, el padre, el padrino, los amigos de ella, los amigos del novio, las amigas de la novia , los del equipo rugby de él, y unos Pitufos vestidos de principitos y princesitas que son los sobrinos de ella. Afortunadamente no en todas las bodas aparece la Tuna para darle más realce a la celebración.

Y Homper, el Hombre Perplejo,  ha enunciado así esta otra paradoja de nuestro tiempo: cuanto más  se alargan las bodas, porque mucha gente vive de ellas, más se abrevian los matrimonios, porque los cónyuges aguantan mucho menos. A ver quién ata esa mosca por el rabo.

3. La boda de Natalie y Johannes

Cuando la boda a la que uno tiene que asistir es en Escocia, es verdad que al invitado le toma mucho más tiempo que las ocho o diez horas de una boda convencional. Pero no hay mal que por bien no venga. Para un señor de edad, como empieza a ser el bloguero, una boda normal puede ser magnus cognazus. Pero una boda en Escocia es la oportunidad ideal para montarse este agradable viaje sobre el que ha girado su verano. El día de la boda de Natalie, inglesa hija de madre española, con Johannes, novio alemán, fue además un día limpio, fresco y, sobre todo, soleado, primer detalle de lujo en esas húmedas latitudes. La iglesia, el monasterio de St Mary´s de Kinnoull era un monumento. Los novios llegaron en carruaje. La novia, y buena parte de las invitadas, estaban muy guapas. Había varios invitados escoceses luciendo su kilt. Y casi todos los invitados ingleses vestían chaqué, como es costumbre allí. A partir de Cuatro bodas y un funeral todos sabemos, además, que lo verdaderamente chic es conciliar la severidad de este atuendo, siempre negro en España y gris en el Reino Unido, con una corbata o un chaleco de colores chillones. Había cuatro pequeñas maiden bride (¿se dice así?) que llevaban la cola a la novia. Suele ser muy cursi, pero en este caso no se puede criticar, porque tres de ellas eran nietas del bloguero.

En la iglesia al Duende no le sorprendió que aparecieran sobre los bancos de los invitados los textos de las lecturas y las letras de los himnos y salmos que incluía la ceremonia. Le sorprendió que todos, británicos y alemanes, los cantaban vehementemente, sin esa vergüenza con que los españoles, aún los más creyentes, arrastran la voz con la boca chica en las celebraciones religiosas. Luego hubo cocktail en la casa de la novia. Sobre el césped había una carpa, bajo la que un grupo de jazz tocaba  jazz y música de Cole Porter. Los niños y las maien bride correteaban por la hierba, daban volteretas y jugaban al croket mientras los invitados departían entre sí en inglés, en alemán o en español. Mucha gasa en los sombreros y los tocados de las señoras y las chicas jóvenes, algunas de ellas francamente atractivas y sabiamente escotadas. Antes de la cena, en otra carpa, pasaron unas bandejas de jamón ibérico y de Rioja Contino.

Al Duende le sentaron luego entre una dama británica y otra alemana. Ambas le sacaban una cuarta de estatura, pero sentados los tres se notaba menos. Consiguió conversar con ellas a ratos en francés a ratos en inglés, y de vez en cuando hasta se tiraba el pegote de chapurrear palabros en alemán. La  dama alemana también canta en un coro, y eso une mucho. A los postres, discursos, muchos discursos: en alemán y en inglés. Primer baile de los esposos sin guardar el protocolo del vals ni nada que pueda recordar la ineptitud de los jóvenes de ahora para el baile agarrado. Tres o cuatro piezas nostálgicas para complacer a los más añejos y luego, como en todos las bodas, atronadores decibelios discotequeros , marcha y barra libre hasta el alba.

El exceso se ha universalizado, aunque el Duende, que ya se lo conoce, se retirase en cuanto el personal empezó a desmelenarse. Lo que se apuntaba antes, que no hay mal que por bien no venga. Bodas así pueden parecer largas, fatigosas y hasta un poco caras. Pero si tienes en cuenta que te sirven para viajar, hacer turismo y aprender idiomas, hay que reconocer que la de Natalie y Johannes fue una suerte. Pues que vivan los novios, ea.

Cantares y leyenda

Todos los ciclistas, incluso los buenos, bajo sospecha.¡Qué pena! Cada día cuesta más mantener un ídolo...

Cuando, en la película del mismo nombre, Amelie encuentra una caja de hojalata bajo las losas del cuarto de baño y  la abre, ve en su interior  un ciclista de plástico. Pertenecía a un niño que en 1957 ocultó en tan insólito escondite un pequeño tesoro. Aquel año fue el primer Tour de Francia de los cinco que ganó Anquetil. Qué curioso  que, de la película de Jean Pierre Jeunet, tan sorprendente por su gracia y por la originalidad de su guión, fue este mínimo detalle  lo que se le grabó a uno. Caprichos  de la memoria selectiva

El pequeño ciclista, como la magdalena de Proust, arrastraba un sinfín de  recuerdos y evocaciones. Por entonces en España  sólo el ciclismo podía igualar en pasión al fútbol. Cuando llegaba la temporada, se veía a los chavales emular las grandes pruebas en el suelo arenoso del parque o en el pasillo de casa. Lo que impulsábamos con los dedos por aquellas carreteras “de mentirijillas” eran  chapas de refrescos con las caras de los ídolos que previamente habíamos recortado de los cromos. Pero luego, donde llegaban las chapas, colocábamos para señalar su posición un pequeño ciclista como el de Amelie. Confiesa uno que había perdido de vista este paisaje desde que acabó su infancia. Y que recuperarlo en aquella película le hizo una gran ilusión. La ilusión que levantaba el apasionante y colorista deporte del ciclismo.

De aquella épica vivían los titanes de la ruta y la ilusión que despertaba el ciclismo. Pero de ilusión también se moría: diez años después el británico Tom Simpson cayó fulminado en Mont Ventoux por  un combinado de anfetas, alcohol y calor infernal. No seríala primera tropelía de los estimulantes prohibidos, pero sí el primer gran aldabonazo sobre las conciencias. Tras aquel suceso los ciclistas, que a uno le parecían tan inocentes como la figurita de plástico de juguete, empezaron a ser héroes bajo sospecha. Tampoco la sociedad entonces era estricta  como lo es ahora. Los estudiantes de derecho aprobábamos el Civil a base de Centramina y, aunque  sufriéramos una pájara en el examen, nadie nos tenía por delincuentes.

Sin embargo la sospecha de dopaje duele especialmente al recaer hoy en  Alberto Contador. Le veíamos defenderse ayer de la acusación de haber consumido una dosis ridícula de clembuterol y se nos encogía el corazón. Un hombre que tras superar un cavernoma cerebral ha dado tanta gloria a nuestro ciclismo ni necesita ayudas extra ni merece en el maleficio de la  duda. Pero ya sabe Alberto que no sólo se corre contra los kilómetros, contra reloj y contra la montaña, sino también contra los bastardos intereses ocultos que escapan al simple aficionado.

El día venía rarito,  porque además del disgusto de Contador nos trajo la noticia de la muerte de Manchón, un extremo izquierdo del Barça de cuando las delanteras de cinco hombres se recitaban con ritmo. Manchón no sólo ganó un carro  de copas, ligas y otros títulos que hoy suenan extraños, como la Copa Eva Perón, sino que, sobre todo, mereció el honor de ser cantado, junto a Basora, Kubala, César y Moreno por Joan Manuel Serrat en Temps era temps. Y esas cosas alimentan el mito. A Isácio Calleja sólo le tenía uno por vieja gloria de su Aleti y por buen amigo, hasta que fue cantado por Sabina en esa joya de himno que es Motivos de un sentimiento. Y así entró en la leyenda.

Como entraron Manchón y, volviendo al ciclismo y, por méritos propios, Alberto Contador. Ahora a éste, mala suerte, le quieren cantar no una gran canción como las de Serrat y Sabina, sino las cuarenta. Pero que esté tranquilo. Aunque los  motivos de su sentimiento sean de preocupación, le canten lo que le canten no saldrá de la leyenda.

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Perder para salir ganando

Como canta Sabina, qué manera de sufrir, qué manera de perder....¡Y de ganar!

Quedaba Del Nido un poco grotesco con el sombrero de botella de Tío Pepe. El hombre se justificó. Ante el Rey o el Príncipe, dice  el protocolo, todos descubiertos. El Príncipe es poco estirado, y aceptó el sombrero como el amuleto que, según el presidente del Sevilla, le trae buena suerte. La misma suerte que le faltó al Atlético de Madrid. Pero el presidente Cerezo no se puede quejar. Aunque no se consiguió el doblete, la Europa League tampoco es mala cosecha para un equipo que en enero estuvo a punto de irse al garete.

Hubiera sido un espejismo. No hay mal que por bien no venga. Con tantos años de ayuno para los atléticos, todos querían prolongar el sueño. Pero hay que reconocer que el doblete hubiera sido  un espejismo peligroso. Imagínense el cálculo de los sabios: si con  las altas de Asenjo, Tiago y Salvio y las bajas de Heitinga y de Sinama, que casi equilibran lo invertido en aquéllos, hemos conseguido un título…¿cuánto más podremos racanear ganando la Copa del Rey? Lo dicho, que una derrota a tiempo puede ser, a la larga, más beneficiosa que una victoria.

Nunca, perdiendo, ganó tanto el Atlético de Madrid. Dice Amado de la Torre, el Pepito Grillo rojiblanco, que muchos de sus vecinos, y algunos de ellos del Madrid, le llamaron al móvil tras el pitido final. ¡Oye, tío, que estamos viendo lo del Nou Camp y casi se nos saltan las lágrimas!…¡Eso no es una afición!…¡Eso es un milagro!…Se cuenta que a Plácido Domingo le han llegado a tributar ovaciones de cuarenta minutos después de algunas de sus actuaciones. Pero seamos sinceros, el Aleti de hoy, aún jugando dignamente, no dio el do de pecho como nuestro gran tenor. El Atlético, simplemente, puso el miércoles lo mejor que tiene  descubriendo, para compensar, lo mucho que aún le falta. No ganó porque, así como en Hamburgo hubo algo de suerte y, jugando peor, se metió el gol necesario, en el Nou Camp ese plus de fortuna cambió de barrio. Pese a ello, y al esfuerzo del viaje,  y pese a la pasta que en ello se habrán dejado, miles y miles de seguidores rojiblancos  permanecieron en las gradas  aclamando a los jugadores como si el Kun, Forlán y compañía fueran Julio César y sus legiones regresando a Roma tras vencer en las Galias. Hasta al recio Ujfalusi se le humedecían los ojos contemplando ese brote de fervor rojiblanco. Y el bueno de Amado, contagiado por el potencial sentimental que arrastra el Aleti de sus amores, suspiraba: ¡Santa Coloma parió por un deo, y no me lo creo!

Mi patria es mi equipo. Y mi equipo es el Atlético de Madrid” Curiosa contradicción: la patria ha pasado de moda, y lo de cantar un himno y agitar banderas en su nombre es casi “políticamente incorrecto”. Pero el fútbol se ha convertido en su sustituto. Se puede entender mejor en el caso del Barça, porque juega de maravilla, gana muchos títulos y, además, bien se ha encargado su presidente de que sea “más que un club”. Pero lo asombroso es que el Atleti, con su fútbol limitado y sin más rollos identitarios que la lírica de Joaquín Sabina, atesore un depósito de ilusión capaz de hacer levitar a multitudes. La masa no filosofa, pero buena parte de ella, siente como el bueno de Amado. Que su otra patria es el Aleti , y que, pase lo que pase, siempre agitará la bandera rojiblanca.

Ojalá que no devalúen ese oro en barras que es el sentimiento atlético. Quizás suene a ironía amarga, pero no haber ganado la Copa el Rey puede ser una gran victoria. Sobre todo si los barandas del club  se convencen de que el Atlético de Madrid merece el esfuerzo de comprar lo necesario para hacer un equipo aún mejor que su fantástica afición. Lo demás sí será perder de verdad.

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