Punto uno: hay momentos del sueño que oscilan entre la realidad y lo puramente onírico. Punto dos: uno cree que sueña más por la noche, pero el subconsciente sigue trabajando a la hora de la siesta. Punto tres: cada día tiene sus dolores, pero también sus alegrías. Punto cuatro: quién sabe cómo y con qué criterios se mezclan en el alma, y cuál acaba siendo su expresión. ¿Un ceño fruncido y un resoplido desesperanzado o, por el contrario, una sonrisa?
Ayer el Duende tenía motivos para la alegría. Lola advierte que el blog ha cumplido dos años. Si, sumados uno a uno los tropecientos posts colgados en la red éstos ofrecieran coherencia entre sí e irresistible interés para lectores de todas las edades, podríamos estar a novela y media de un fenómeno como el Millenium de Stieg Larsson. Hay otros mundos, pero no están en éste, que no tiene nada que ver con ningún éxito literario. No por ello deja de ser una alegría.
Otra más. Alfonsina estaba contenta. El Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo le había acabado dando la razón a su padre. Su padre fue en vida magistrado del Tribunal Supremo. Y a ella quizá no le importe, sino todo lo contrario, que el Duende airee los motivos de su satisfacción, expresados en un correo que decía:
Para hacer un poco de memoria, los dos magistrados a los que tocó sucesivamente llamar a declarar a la mesa nacional de Herri Batasuna, pidieron baja por depresión. Sabían que los batasunos no se presentarían y lo que venía después…
Padre aceptó, y fué cada día al supremo con dos muletas, una sonda y una bolsa. Aguantó amenazas de ETA, aparecer en todas las listas de las detenciones, y no pudo volver a salir sin escolta a la calle. Y aguantó también críticas de los ignorantes que desconocen en qué consiste un Estado de Derecho.
Firmaba, con razón, como una hija orgullosa.
O sea, tenía el Duende, como reconoce, motivos para sonreir. Y sin embargo, en la siesta, se le presentó una gallina. O al menos eso creía él. Nunca ha tenido cariño especial por las gallinas. No por putas, como dice la metáfora popular para mal comparar. Sólo por bobas y poco simpáticas. Reconoce que le encanta el pollo al curry, a la cerveza, al ajillo y en casi todas sus variedades gastronómicas. Y considera que los huevos rellenos son en verano un plato insuperable. Sin embargo la gallina que le miraba desde los pies de la cama era especial: en realidad no se sabía si era una gallina o Franco en los años cuarenta. Franco, pancita de dictador blandengue, tenía entonces silueta de gallina. Y con su nariz arqueada, como el pico del ave, y aquel gorrillo cuartelero que lucía en los sellos de su primera época –talmente una crestita ladeada- era exactamente eso: una gallina que quería amargarle la siesta.
-Dices maravillas de mis huevos-le reprochaba-y no protestas porque Gallardón me ha desposeído de todos mis honores madrileños…
Qué horror. Crisis económica, Kaká y el Madrid como mantra y placebo, el termómetro a 35º, el desánimo inevitable y, como colofón, un Franco gallináceo y que se cebaba con el pobre Duende.
Se levantó sudoroso y obsesionado. Sólo le apetecía invitar a cenar huevos rellenos a Lola, a Alfonsina y a todos los amigos –y mayormente a las amigas- que se asoman por aquí.
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