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Camisa rústica y castañas asadas

Castañas y nietas1

Sospechas que es algo que le pasa a todo el mundo en esta sociedad de consumo. Un día abres el armario y encuentras algo que no sabes por qué está ahí, qué extraño genio te iluminó cuando lo elegiste, para qué lo comprarías,  en qué estarías pensando. A ti te ha pasado este fin de semana.  Amaneciste en el campo, hacía frío, tiraste del cajón de las camisas reparaste en una de esas de grandes cuadros en algodón grueso que no te pones nunca. Lleva el logotipo ostentoso de Pedro del Hierro, que según dicen es un modisto muy fino, pero en tu imaginario particular este tipo de camisas los leñadores canadienses, los tramperos de Connecticut y esos héroes solitarios de algunas películas del Oeste que se presentan en su pueblecito de Montana y hacen un gran pedido de alambre, púas, martillos y picos para levantar una cerca y proteger sus pastos contra las vacas del malvado Mac Creary, ese antipático ranchero con cuadrilla de matones que además de creer que todo el monte es orégano da por hecho que es de su propiedad.

O sea, estás hablando de una camisa rústica y ligeramente llamativa. Y del por qué demonios la compraste, cuando sabes de sobra que lo tuyo debería ser la sobriedad y la discreción. Lapsus, despistes. Le pasa a casi todo el mundo.

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Un joven de ahora que ha mamado leche de la sociedad de consumo se pondría en tu lugar  una camiseta y le regalaría la camisa de marras al que le repara su Bultaco, que luce un tupé y unos patillones tipo Elvis, pero que los domingos pesca truchas con cucharilla en los ríos de León. O la despiezaría para convertirla en trapos para lustrarse sus botas de tacón cubano. Y a lo hecho, pecho, ni pizca de remordimiento por la mala compra. Lo malo es que tú perteneces a la generación en la que cualquier cosa por la que has pagado dinero debe tener su utilidad, a ser posible la original. Así que, algo a tu pesar, te la pones, te cubres con un chaquetón y te echas al monte.

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Sorprendentemente, como si el hábito hiciese al monje, la camisa a cuadros te ha transmitido energía. Hace un año que no cogías una herramienta de jardín, pero como la mañana fría deja lucir un sol esplendoroso y hay tantas hojas por recoger, y la espalda ya no se te queja, te tienta volver a la acción. Así que te lías a rastrillar, a desbrozar un ratito con la hoz y la horca, y a acumular ramas secas y zarzas para hacer un fuego con ella y quemarlas. Y aunque no aparecen por ahí los Siete novios para siete hermanas para serrar troncos y bailar luego con esas campesinas tan monas de falda vaporosa y pololos, asoman tus nietas, que vienen de recoger castañas en una cestita rosa, todo como muy pastelero y cursi.

Y, cansado ya de tu primera peonada post neoplasiam, te sientas con ellas y asáis castañas sobre las brasas. Salud bien, chicas monas, castañas deliciosas. Hay días que vale la pena hasta ponerse esa camisa horrorosa que no te pondrías  nunca.


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