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Ves amanecer en azul y te acuerdas de lo que impactaban en tu infancia las chicas que tenían los ojos azules. Había una que te marcó especialmente. No era de carne y hueso, como te hubiera gustado, sino sólo una foto de portada de uno de los libros de la Editorial PPC con los que en el colegio querían inocularte la virtud y, de paso, iniciarte en la literatura. Todas eran historias ejemplares y edificantes, pero a ti de aquella novelilla piadosa no te quedó ninguna enseñanza moral. Únicamente se te grabó la imagen guapísima y limpia de la chica de ojos azules.
Parecía un imposible, pero cuando, más por despiste que por cualquier atisbo de vocación, te apuntaste en la Facultad de Derecho de la Complutense, comprobaste que la chica de los ojos azules de la portada existía, y estaba allí. Fue una compañera de curso sobresaliente en casi todo, rubia, guapa, simpática y muy aplicada. Para más morbo, de vez en cuando aparecía en las aulas vestida de enfermera, pues seguramente hacía ya compatible su vida con la acción social.
Qué mezcla tan turbadora, santo cielo.
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Además, su nombre tenía canción. Ese era otro chollo para las chicas de entonces, llevar un nombre con canción. Cuánto me gusta tu nombre Soledad, María Dolores te canto un bolero, ¡Ay Maricarmen!, dijeron todos, Adelita en la voz de Nat King Cole, Tell Laura I love her, suplicaba Elvis Presley, Isabel, que cantaba Aznavour, Ramona, versión Paul Anka, Ana María se fue buscando el sol en la playa, Michelle, ma belle... Cualquier chica con nombre en un microsurco tenía más fácil lo de ligar, pues si el chaval que la rondaba era parco de palabras no tenía más que entonar la canción que la cuadraba y mirarla embobado. Al nombre de esta chica de los ojos azules le consagró un aria nada menos que Leonard Bernstein en West Side Story, aunque a ti te gustaba más un hit romanticote que cantaba por entonces Pino Donaggio: Si chiama María.
Porque sí, se llamaba y se llama María.
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Nunca saliste con ella. Lo vuestro fue una amistad intermitente y duradera engarzada por amigos comunes, por algunos encuentros de compañeros de promoción y por algunas afinidades electivas que os diferenciaban. Entre ellas, last but not least, la fidelidad al Aleti de Madrid. Hace unos meses la chica de los ojos azules, que ya es abuela, pero que sigue ejerciendo como profesora en la Universidad y que pasa sus vacaciones en misiones humanitarias lejos de España, se enteró de tu arrechucho neoplásico. Entonces, se interesó por tu suerte, te regaló una orquídea blanca y unos libros muy especiales y, supones que para halagarte, dice que decidió leer todas las entradas de este blog desde su estreno. Que Dios le conserve la paciencia y las buenas intenciones.
Y la salud. Porque hace unos días, ella también pasó un mal rato por un quítame allá ese tumor.
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Hay cirugías que prestigian a quien las sufre. Te acuerdas en este punto de tu amigo Félix, al que quitaron unos quistes cerca de la parótida y le dejaron una discretísima cicatriz de banderillero valiente, que no otra cosa quiere decir el noble apellido de Bragado. María también estaba con el alma en vilo, porque lo suyo se le había descubierto en la misma zona, y le advirtieron de que la operación podría afectarle a algunos músculos faciales. Afortunadamente no fue así, como te contó un personaje singular que te salió al paso cuando fuiste a visitarla a la clínica.
-No entres –te dijo el tipo, un caballero de refinado aspecto- La he dejado impecable.
Creías que era el cirujano. Sin embargo, él mismo se encargó de decirte que no, que su nombre era Javier García del Plasma, sexto o séptimo Conde de Drácula, descendiente directo del famoso personaje de Stoker. Te dijo que, harto ya del pesado deber de mantener la tradición familiar, y enterado de que la chica de los ojos azules, cuyo atractivo traspasaba fronteras, necesitaba una intervención por la zona del cuello, había decidido colarse en el hospital y actuar por su cuenta.
-Se lo he quitado todo –precisó- es cierto que no he tenido más remedio que chuparle algo de sangre, qué le va a hacer uno, pero va a quedar sanísima y tan guapa como en la portada del libro aquél…
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Te confesó que además de haber sido una chica que estaba muy buena debía de ser, efectivamente, una buena mujer. Pues después de haber cumplido con ella como un auténtico Drácula, sentía imperiosos deseos de divorciarse del mal y de regenerarse de la mala fama a la que le obligaba su estirpe.
-No te lo creerás, pero algo esencial ha cambiado en mí –suspiró mientras abría los brazos al espléndido día de otoño que bañaba Madrid- Ya no le temo al sol. Me apetece vivir como un hombre cualquiera, no dormir más en el ataúd y disfrutar los días. Aún más: la sangre de tu amiga María me ha ha inoculado tanta sensibilidad por los demás que he fundado el VARBO.
-¿Y eso qué es? –le preguntaste.
-Las siglas de la ONG que voy a difundir entre los de mi especie –dijo con gran solemnidad- Vampiros Arrepentidos y Reconvertidos para Buenas Obras…Mañana mismo vuelo a Africa para volver a empezar. ¿No es maravilloso descubrirse a uno mismo en esta edad tardía?
Y entretanto, la chica de los ojos azules recuperándose del susto. Cosas veredes, Duende, que farán fablar las piedras…
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