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¿Quién jubila al jubilador de Fernando Argenta?

Dijo unas palabras, no muchas, y dejó hablar a la música.

Entre la gente de la radio hay gente de discurso y gente de pinceladas sueltas. Academia versus lenguaje de la calle. Fernando Argenta estaba entre los segundos, y, salvando las distancias, el Duende estima que también lo estaba él. Pretéritos imperfectos. Ambos se desmadejaban a mitad de frase, metían la gamba, bromeaban, se reían, a veces provocaban al personal. Pero el repertorio que asomaba por la chistera al compás de su varita mágica -más propiamente batuta- de Argenta era de otro calado que el de mi alter ego. No es lo mismo el sonido de los políticos, o de Braulio, o del padre Bonete o de la misma doña María, que la voz de Bach, Beethoven y Brahms. En la nebulosa en la que uno vislumbra su fe, no puede imaginar el cielo sin la música. Si algún día asoma por ahí y luego resulta que Dios no tiene oído, el Duende pedirá billete para el infierno. Aunque le condenen a escuchar al Chikilicuatre y a los del Río por los siglos de los siglos.

Siguió el Duende la despedida de Clásicos Populares con silencio, emoción y empatía por los que no quisieron pronunciar la palabra adios. El sublime allegretto de la Séptima de Beethoven, el adagio de Samuel Barber, el Ave Verum de Mozart, el tercer tiempo de la Tercera Sinfonía de Brahms –hay un post del Duende dedicado a este tema– un aria de la Pasión según san Mateo, el dúo más famoso de La Verbena de la Paloma, el tercer tiempo de la Novena –reenganchado después de que se interrumpiera misteriosamente en el fraseo más lírico de este tema…Sonaron interrumpidamente hasta el final. Sobran adjetivos. Si no lo escucharon la tarde del adiós, háganlo cuando puedan y entenderán por qué los creadores de estas joyas musicales consiguieron ser primero clásicos y, gracias a Fernando, también populares.

Debe confesar el Duende –y apela a los seguidores de Argenta para calmar su curiosidad– que no identificó dos piezas de la ofrenda musical de despedida. Una, la primera aria de ópera que sonó en el programa. Dos, la que lo cerró: una composición contemporánea que combinaba una preciosa voz femenina con los coros de una misa en latín. Algo muy sentido debía de cantar la solista, que probablemente -pura intuición- lo hacía en hebreo.

Por lo demás, la hora se fue en suspiros y reflexiones. Una sobre la estolidez de quienes acuñan una asignatura que se llama Educación para la Ciudadanía y no hacen nada por salvar en la radio y en la televisión públicas algo tan formativo para la sensibilidad y el entendimiento como lo que hacía Argenta. Y por cuatro perras. La otra recordaba el viejo adagio de que detrás de un gran hombre siempre hay una gran mujer. No le pega a Fernando eso de gran hombre. Tiene muchos defectos. Sin ir más lejos, es del Madrid, lo que al Duende le rompe todos los esquemas. Sin embargo no hubiera llegado tan lejos nuestro amigo sin tener a su lado a una mujer como Toñi. Lo importante no es que ella sea también una gran amante de la música y la mejor crítica de los programas de su marido. Sino que está tan enamorada de éste que ve en él la chispa de Mozart, el romanticismo de Beethoven, la hondura de Bach y la sensibilidad de Carlos Kleiber multiplicados por cuatro. Y todo ello envasado en un body que convierte a George Clooney en un pitufo. Va a tener razón Pascal: el corazón tiene razones que la razón desconoce. Lo que no desconoce la razón es que la de Fernando Argenta es una jubilación que debería acabar jubilando al jubilador.


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