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SÁKMAYDI, el perfume del éxito

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El día 13 de junio de 2013, cuando el verano propinó su primer gran sartenazo, Roderick se acordó de lo que le había dicho a su madre Jovita, heredera directa de la  famosa Sibila de Cumas.

Parirás a un hijo artista que será el rey de la canción. No cantará demasiado bien, pero eso dará lo mismo, porque será guapete, resultón y acabará convirtiéndose en ídolo de multitudes. Sonreirá  y abrazará más que Julio Iglesias, seducirá a más teenagers que Justin Bieber, venderá más que Elton John y será perseguido por las mujeres, por los poderosos y por las marcas de todo el mundo para patrocinarle hasta el negro de las uñas.

Aunque también recordó que la pitonisa había advertido de que el triunfo no le  sería fácil.

-El destino no regala nada –añadió Jovita con expresión adusta y tono admonitorio-Para cumplir con sus designios, tu hijo, el elegido, deberá superar una pequeña anomalía física que a cualquier otro hombre le lastraría, pero que hará de él un precursor, un trending topic, un icono social.

Y el presagio de la pitonisa se cumplió.

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Roderick se hizo un muchacho alto, rubio, lánguido y adorablemente desgarbado, que cantaba,  o así, retirando constantemente de su rostro, con un gesto afectado, más bien afeminado, amariconado perdido dirían los menos sensibles, una cortina flequillo triangular que le tapaba sistemáticamente la mitad de su cara cada vez que saltaba como un mono epiléptico para interpretar sus temas.  Entonces desataba el rugido de su legión de seguidoras, compuesta básicamente de muchachos atolodrados jovencitas zangolotinas,  pitongas y  pijas.

Algunas de ellas habían reparado en  algo que le hacía inconfundible en el panorama de la música pop, y que probablemente tenía sus raíces en la advertencia que ya hizo la pitonisa cuando Roderick sólo era un proyecto en el vientre de su madre. La anomalía se reveló en su cuerpo desde bebé. Entonces la pediatra observó que la criatura sudaba mucho, aunque sólo por las glándulas sudoríparas de la axila derecha. Mamá se acostumbró a darle la teta con una pinza en las narices, porque el chiquitín en lugar de oler a esa dulce mezcla de talco, agua de colonia y leche un poquito agria que es el perfume típico de los bebés derramaba precoces aromas de mozo de cuerda, de camiseta de aceitunero o de cabo de infantería en las maniobras veraniegas de Cerro Muriano.

Este niño apesta – denunció nada sutilmente su padre el primer día que su amada esposa tuvo que pinzarse el olfato.

-Es el olor del triunfo, Alfredo, que ya me lo anunció la pitonisa Jovita- Es el perfume del éxito.

El olor del triunfo acaso se confundía en el furor colectivo que provocaban sus actuaciones. Pero cualquier observador avezado a los relámpagos y oscuridades intermitentes de las discotecas y otros tugurios juveniles se habría dado cuenta de que la axila de Roderick, además de estos efluvios mefíticos, dejaba una mancha húmeda de sudor que al final de sus actuaciones empapaba casi por completo su chaquetilla vaquera.

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Roberto y Elisa, los padres de Roderick, hubieran apostado porque el niño hiciera Teleco o les saliera notario. Eran opciones más acordes con su mentalidad de gente bien, católica, burguesa y conservadora. Pero cuando vieron que el joven se aupaba sobre su desagradable peculiaridad sudorípara y se convertía primero en personaje popular, después en famoso de verdad, a continuación en multimillonario cuasi imberbe y, como colofón, en paladín ultramoderno para renovar ante el mundo la marca España tampoco le hicieron ascos. Elisa se transformó en una versión moderna y fina de la mamá de la Pantoja, en tanto que Roberto adoptó el rol de manager, como los padres de las estrellas del deporte.

-Todo sea por el chico- se justificaban ante sus amigos- ¿Cómo vas a frenar la ascensión de un genio de la música moderna?…¿Qué derecho tenemos los padres a imponerle nuestras ideas a un chico que también es hijo de la cultura de su tiempo?…

Esto de “hijo de la cultura de su tiempo” le parecía al matrimonio un argumento de mucho peso, y junto con el escandaloso caché que exigía la criaturita por cantar donde fuera con su grupo de rockeros estruendosos, acabó siendo el ansiolítico definitivo de  sus conciencias.

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-La verdad es que en la música pop debe de dar igual oler bien o mal – comentó Roberto al cerrar la contabilidad de su primer año como manager del fabuloso Roderick

Así era, en efecto. La profecía de la pitonisa se cumplió gracias al éxito de un solo tema, conocido popularmente como Sákmaydi, que pronto rebasó los límites conocidos en los hit parade de medio mundo y dejó en nada a los grandes éxitos de Los del Río. Los mismos padres y madres que habían contoneado su cuerpo al ritmo de la Macarena  lo hacían ahora, cierto que con una gestualidad un poco más provocadora, al ritmo de Sákmaydi, la palabra mágica que consagró el pelotazo orbital del niño de la axila especial.

Nadie sabía sin embargo qué significaba Sákmaydi. En primer lugar porque no ha habido dios que haya escuchado completa una letra de un rock, generalmente ahogada por las guitarras, las baterías el teclado del grupo y la marabunta atronadora de los fans, y además porque Roderick, como cualquier ídolo del pop que se precie, sólo cantaba en inglés. Cantaban el inicio de su tema las chiquillas y los chicos jóvenes a todas horas,  cantaban Sákmaydi y tarareaban  todo lo demás, que no conocían.

Esta misma curiosa palabra, Sákmaydi figuraba en la portada del CD y en los carteles de las actuaciones. Poco importó que un curioso, un raro estudioso de las letras de los grandes éxitos del pop contemporáneo hubiera investigado hasta deducir que  Sákmaydi se trataba de una corrupción simplificada y españolizada de la expresión inglesa suck my dick, que no es precisamente alta poesía. Y tampoco fue gran problema que el sick my dick  continuara con las palabras Sundy, becouse I´ve come from France, para completar una segunda estrofa que decía sick my dick, Sundy, becouse it has substance. El moderno erudito llegó a la conclusión de que el tema revelación de Roderick, que ya era disco de platino y había arrasado en los Grammy, era en realidad una versión sui generis de la conocida jotilla picarona Chúpame la minga, Dominga/ que vengo de Francia/ Chúpame la minga, Dominga/ que tiene sustancia.

No se si su hijo se pasó con esta letra- les avisó en plan amistoso el erudito cuando, como puro analista y gestor cultural (era asesor del ministro de Cultura) les reveló su contenido a los padres.

-En modo alguno –respondió Roberto sin torcer el gesto-No se le pueden poner bridas a la cultura.

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La música pop era pues un potro desbocado. Pero si se le desbocaban a Roderick las letras de sus canciones no se le desbocaba menos su mancha de sudor. Poco a poco, después de que hasta la Duquesa de Alba en uno de sus conocidos arranque populistas cantó y bailó el Sákmaydi en el programa televisivo de Jorge Javier Vázquez, la música de Roderick y el peculiar aroma que expandían sus canciones en vivo formaron una emulsión que envolvía al enjambre de fans transportándoles a un nirvana sensorial de indescriptible placer. Además de artista original, Roderick era de esos ídolos untuosos que no para de besar y abrazar a los que se le acercaban y de posar así para los fotógrafos. De modo que pronto no hubo miembro de las elites económicas, sociales y culturales del país que no quedara encantado de la pringue mirífica que desprendía la axila del ídolo. Este exhalaba, simplemente, el aroma del éxito.

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La clave de la ascensión a la gloria de Roderick fue que obedeció a la pitonisa Jovita y supo hacer de la necesitad virtud. Pero la guinda de su consagración como artista único y original la puso el marketing, que aprovecha cualquier Pisuerga que pase por donde sea para embobar al personal con un nuevo antídoto  contra la infelicidad. Pugnaron por los derechos sobre su peculiar fragancia Chanel, Dior, Rochas, Paco Rabanne y otros magnates del perfume, pero al final fue él mismo quien contrató a los mejores perfumistas para lanzar al mercado en un envase de lujo su propia colonia, símbolo del éxito y del triunfo, rotulada así:

     Sákmaydi                EAU DE SOBAQUE                      By Roderick

-By Roderick, sí –remachó la mamá del ídolo con orgullo- Porque en eso de la cultura no hay que ser egoístas, y los padres de los genios no tenemos derecho a quedárnoslo todo para nosotros.

                                                            

                                       

 

 

 

Solbes se desmelena

Paseando por la orilla de aquella concurrida playa alicantina, Pedro se olvidaba de los problemas y era un hombre feliz. Vestido sólo con sus discretas bermudas y calzado por un par de calcetines deportivos y unas sandalias de fraile franciscano en versión moderna, dejaba ir sus pasos por la arena encantado de no ser reconocido entre aquel enjambre de contribuyentes desollados por la crisis.

 -Crisis-pensó sonriente-Ya lo puedo decir sin que me fustiguen. Crisis, sí…¿pasa algo?

 La brisa del mar masajeaba sutilmente su tripilla profesoral y sus harinosas piernas en las que se dibujaban, como ríos en un mapa, algunas venillas moradas.

 -La circulación- se recordaba a sí mismo por no olvidar los deberes con su cuerpo-Es bueno que circule todo, y también el dinero…Por Dios, que no siga decayendo el consumo.

 En los últimos días había añadido  nuevos datos para no abundar en el pesimismo, que aflige psicológicamente al personal y no crea puestos de trabajo. En primer lugar, los calcetines que llevaba, comprados e un lote de cinco pares en Carrefour, sólo le habían costado dos euros. A una sesenta de las antiguas pesetas el par. Los últimos frascos de goma arábiga que quedaban  en la papelería del pueblo, seguían anclados en el último precio que les marcaron a la llegada del euro.

 -Noventa céntimos, don Pedro-le había dicho Paquita, la dueña, riéndose- ¡Ya puede usted decir que no todo sube!…

 Además a Joshua, el hijo del que le cuidaba el jardín, le había contratado como socorrista el ayuntamiento, prueba de que al menos el sector público no se arrugaba y dinamizaba el mercado de trabajo. Por último un emigrante magrebí, de esos que en Sevilla y otras ciudades ejercen como gorrilla, había devuelto a su dueño una cartera con dos mil euros.

 -No estaremos tan mal-se consoló-cuando los más necesitados siguen siendo tan honrados.

 Pero no sólo de pan vive el hombre. A un tipo sesudo, responsable y competente como él le debían de asistir otras razones para poder sentirse serenamente alegre y confiado. Y existían. Por una parte se había enterado de que los del Río iban a hacer un tuneado a su famosa Macarena quince años después de que esa joya de la música popular provocara el éxtasis del mundo entero, incluída  la Casa Blanca y el matrimonio Aznar. Ahora Macarena sería mucho más moderna y actual, y Victorino un cabrón mucho más sofisticado, como mandan las nuevas tendencias. Más motivos para elevar la moral colectiva. Por otra, se cumplían veinticinco años de la muerte de su ídolo de juventud, Elvis Preysler. Excelente ocasión para rendirle un homenaje y disipar así, emulando a aquella voz y pelvis prodigiosas, su leyenda negra de hombre triste, soso y aburrido.

 Tomó la determinación cuando, al abrir el coche y retirar el quitasol de cartón con publicidad de la Caja de Ahorros del Mediterráneao, apareció la figurita del mítico rockero sujeta al salpicadero por una ventosa.

 -Alquilaré un disfraz de Elvis- su rostro dibujaba un rictus enérgico-Botas negras de tacón, apliques capilares de tupé y patillones, guitarra eléctrica…Y entraré en el Consejo de Ministros estrenando una coreografía de fusión que va a arrasar…Dale a la crisis alegría Macarena, que la crisis es pa darle alegría y cosas buenas….

 Dicen que la cara que pusieron el presidente y la vicepresidenta al verle de esta guisa no tiene descripción posible.

 

¿Quién jubila al jubilador de Fernando Argenta?

Dijo unas palabras, no muchas, y dejó hablar a la música.

Entre la gente de la radio hay gente de discurso y gente de pinceladas sueltas. Academia versus lenguaje de la calle. Fernando Argenta estaba entre los segundos, y, salvando las distancias, el Duende estima que también lo estaba él. Pretéritos imperfectos. Ambos se desmadejaban a mitad de frase, metían la gamba, bromeaban, se reían, a veces provocaban al personal. Pero el repertorio que asomaba por la chistera al compás de su varita mágica -más propiamente batuta- de Argenta era de otro calado que el de mi alter ego. No es lo mismo el sonido de los políticos, o de Braulio, o del padre Bonete o de la misma doña María, que la voz de Bach, Beethoven y Brahms. En la nebulosa en la que uno vislumbra su fe, no puede imaginar el cielo sin la música. Si algún día asoma por ahí y luego resulta que Dios no tiene oído, el Duende pedirá billete para el infierno. Aunque le condenen a escuchar al Chikilicuatre y a los del Río por los siglos de los siglos.

Siguió el Duende la despedida de Clásicos Populares con silencio, emoción y empatía por los que no quisieron pronunciar la palabra adios. El sublime allegretto de la Séptima de Beethoven, el adagio de Samuel Barber, el Ave Verum de Mozart, el tercer tiempo de la Tercera Sinfonía de Brahms –hay un post del Duende dedicado a este tema– un aria de la Pasión según san Mateo, el dúo más famoso de La Verbena de la Paloma, el tercer tiempo de la Novena –reenganchado después de que se interrumpiera misteriosamente en el fraseo más lírico de este tema…Sonaron interrumpidamente hasta el final. Sobran adjetivos. Si no lo escucharon la tarde del adiós, háganlo cuando puedan y entenderán por qué los creadores de estas joyas musicales consiguieron ser primero clásicos y, gracias a Fernando, también populares.

Debe confesar el Duende –y apela a los seguidores de Argenta para calmar su curiosidad– que no identificó dos piezas de la ofrenda musical de despedida. Una, la primera aria de ópera que sonó en el programa. Dos, la que lo cerró: una composición contemporánea que combinaba una preciosa voz femenina con los coros de una misa en latín. Algo muy sentido debía de cantar la solista, que probablemente -pura intuición- lo hacía en hebreo.

Por lo demás, la hora se fue en suspiros y reflexiones. Una sobre la estolidez de quienes acuñan una asignatura que se llama Educación para la Ciudadanía y no hacen nada por salvar en la radio y en la televisión públicas algo tan formativo para la sensibilidad y el entendimiento como lo que hacía Argenta. Y por cuatro perras. La otra recordaba el viejo adagio de que detrás de un gran hombre siempre hay una gran mujer. No le pega a Fernando eso de gran hombre. Tiene muchos defectos. Sin ir más lejos, es del Madrid, lo que al Duende le rompe todos los esquemas. Sin embargo no hubiera llegado tan lejos nuestro amigo sin tener a su lado a una mujer como Toñi. Lo importante no es que ella sea también una gran amante de la música y la mejor crítica de los programas de su marido. Sino que está tan enamorada de éste que ve en él la chispa de Mozart, el romanticismo de Beethoven, la hondura de Bach y la sensibilidad de Carlos Kleiber multiplicados por cuatro. Y todo ello envasado en un body que convierte a George Clooney en un pitufo. Va a tener razón Pascal: el corazón tiene razones que la razón desconoce. Lo que no desconoce la razón es que la de Fernando Argenta es una jubilación que debería acabar jubilando al jubilador.

Mi Vespa también sufre pesadillas

Vespa

(Foto de Mennyj)

Pesadilla tropecientos setenta y nueve. Circula el Duende en su Vespa 125 4T de color verde inglés, muy chula ella, por cualquier calle de Madrid -supongo que en otra ciudad española debe de pasar lo mismo- y de repente la rueda delantera cae en una de esas grietas que van abriendo agua y hielo entre franja y franja de asfalto. La rueda se desmanda, el piloto pretende dominarla, pero ella ha encajado ya en esa especie de raíl inapreciable para los coches, pero nefasto para las motocicletas de rueda pequeña, y de un momento a otro provocará la caída del pobre Duende. Este acabará rodando su osamenta por la calzada, y aunque conseguirá esquivar dos motos de repartidores de pizza y una furgoneta de Telefónica se fracturará algún hueso, seguro. Pasará varios días en un hospital con la pierna escayolada colgando de una polea, y llegará a tal punto su desesperación que se consolará con la tele y se convertirá en adicto a Gran Hermano. En consecuencia, aparte de quedar medio lila – por el batacazo y por la sobredosis de telebasura- no saldrá a correr por el parque durante varios meses, se perderá su concierto de Navidad con el coro, no podrá ponerle el nacimiento a su nieta Marina y caerá en tal postración anímica que abandonará el blog para encerrarse en una habitación y escuchar a todo volumen la discografía completa de Los del Río. Panorama, gensanta, como diría Forges.

Menos mal que la pesadilla se arregla. Cuando la Vespa zigzagueaba hacia el desastre final, aparece por el horizonte una mancha azul y roja a velocidad meteórica que se dirige hacia el Duende. ¿Es un pájaro? ¿Es un avión?…No, es Superalberto Ruiz Gallardón, que, como también es motero y está en todo, levanta la moto en peligro y la libra de su trampa. Cuídate, Duende -le dice mientras se despide agitando la mano y reemprende el vuelo hacia su nuevo despacho palaciego- ¡Algún día conseguiremos aprender a asfaltar!

¿Es la física, o la incompetencia? ¿Se deteriora el asfalto por el peso de los vehículos, por el agua y por las temperaturas extremas, o porque está mal hecho?¿Es tan difícil que no se abran grietas longitudinales? Preguntas conectadas: si avanza la técnica y cada día se fabrican mejores materiales de construcción, ¿por qué las losas de piedra que rodean el Monasterio del Escorial permanecen fijas desde hace siglos y muchas de las que pavimentan el madrileño Paseo de la Castellana desde hace tan sólo unos años ya están rotas o se mueven?

Cuando el Duende era niño, los ingenieros tenían en España muy buena prensa. Los de Caminos en particular, que acaso integraban el cuerpo de mayor prestigio, eran partido muy apetecido por las chicas. Muchos de ellos, como ´Del Pino, Villar Mir o Florentino Pérez, levantaron magníficas empresas que se han forrado en la construcción y en las obras públicas. Qué bonito sería que, además de hacer posible esos maravilloso puentes, museos y bodegas de Calatrava, de Moneo, de Nouvel o de Frank Gehry, que hoy engalanan nuestras ciudades fueran capaces también de asfaltar como seguramente mandan los cánones.


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