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El joven Nacho de la Mata, un inmortal que supo estar ahí

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Pongamos que me llamo Habib. No les voy a aburrir contando por qué estoy aquí. Todo lo de mi país es mucha miseria, mucha hambre, mucha pena. Por eso vinimos a España en una patera. No todos: muchos de mi familia no llegaron vivos.

Este era otro mundo, donde a los niños decían que se nos iban a solucionar la vida.. Es lo que dicen, y la gente se lo cree, o al menos se lo creía. Aquí todos decían que iban a ser muy buenos con los menores como yo, al menos al principio A mí casi se me había olvidado lo que sufrimos en mi país, porque me daban comida y ropa, me enseñaban, y me dejaban jugar con otros niños, y estaba contento. Pero un día escuché que se acababa lo bueno, que estorbábamos, y que nos iban a repatriar. Repatriar decían, sí, que en realidad quiere decir vuelta a la miseria, al hambre. A la mierda. Y entonces, como en las películas, me escapé del centro.

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También como en las películas, me cazó la policía. Que si no tenía edad, ni padres, ni papeles, ni perrito que me ladre. Un señor serio con corbata y cartera me enseñó un papel y me dijo me iban a repatriar, aunque uno de los policías que le acompañaba aclaraba que me mandaban a tomar por saco. Yo les dije que no quería, claro, ni lo uno ni lo otro, pero ni caso. Me subieron a un avión y no lo pude evitar, pero las piernas me empezaron a temblar y me eché a llorar.

Ya iban a cerrar las puertas para el despegue cuando entró otro señor con un papel, habló con el comandante del vuelo, este me señaló, me quitaron el cinturón de seguridad y me dijeron que me bajara del avión. Fu, qué alegría. A nuestro Alá aquí le llaman Dios, y de él dicen que escribe recto, pero con renglones torcidos. Muchos y muy torcidos, jo, a veces demasiado para creer que es tan bueno como lo creemos. En realidad no se si Dios o Alá son lo que dicen que son. Pero de lo que estoy seguro es que hay personas encargadas de enderezar los renglones para que Dios, o Alá, escriban bonito.

Una de esas es la que consiguió que me bajaran del avión. Se llama Nacho.

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Pongamos que soy Nacho. Soy abogado. Como mi padre es abogado del estado y mi abuelo también lo fue, intenté seguir su camino. No lo conseguí, pero tampoco lo lamenté. Saqué un Bachelor en Business Administration en Inglaterra, trabajé en dos despachos de campanillas en Londres y en Madrid, pero acabé encontrando mi razón de ser en el derecho desde que empecé a colaborar como voluntario en la Fundación Raíces, dedicada a la lucha contra la drogadicción. Conocí a Lourdes, psicóloga, muy volcada también en la acción social. Nos casamos. Y ambos orientamos nuestras respectivas profesiones a ayudar a los que más lo necesitan. Poco a poco nos centramos en menores inmigrantes.

En 2003 supimos que muchos de ellos escapaban de los centros de acogida por miedo a ser repatriados. Acogimos a algunos de ellos en nuestra propia casa para que no se quedaran en la calle y tomamos contacto con el problema. Un día, a las cinco de la mañana, recibí una llamada diciendo que se estaban llevando a Habib a Marruecos. Colgué el teléfono, salí corriendo a los juzgados, conseguí un habeas corpus en el de lo penal, y a continuación en el de lo contencioso interpuse una medida cauteladísima contra la orden de repatriación. Tuve suerte: el juez adoptó la medida y ordenó que bajaran a Habib del avión. También me salió bien la lucha por Alma, aquella niña de quince meses a la que separaron de su madre de la residencia donde estaban acogidas porque aún era lactante y el juez de guardia así lo consideró oportuno. Peleé con el juez, y al final logramos que el IMMF rectificara y Alma volviera con su madre. Tuve suerte de saberme bien los entresijos de la justicia: si alguien viera mi expediente de Derecho, descubriría que fui un estudiante normal, pero que precisamente obtuve mi única matrícula en Derecho Procesal.

Claro, suerte fue igualmente que entonces nuestra hija pequeña también fuera lactante, y que Lourdes me insistiera en la importancia de no separarla de su madre. Y tuve más suerte que nadie con Lourdes, caramba, la horma de mi zapato. Pertenece a una familia que le podía haber dado una vida más que acomodada y fue la primera en asomar la cabeza fuera, al mundo de los necesitados, y comprometerse ella, como psicóloga, y a mí, como abogado en hacer lo posible por ayudarles. Costará creerlo a quien llegue al final de este cuento, pero he sido un hombre de una inmensa suerte.

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Pongamos que no conocía a Nacho de la Mata Gutiérrez personalmente. Soy amigo de su tío Carlos, también abogado del estado, y, a través de él, quizás fuera uno de esos personajes que en su familia seguían en el orden de afectos a los parientes. O sea, detrás de estos estaban los amigos íntimos, los amigos, los vecinos y, finalmente, los conocidos. Pues bien: soy un conocido que guarda particulares simpatías por la familia de la Mata. Entre otras cosas, porque hace medio siglo siempre nos ponían como ejemplo a familias así: padre de buena carrera, madre atenta y gobernadora, gente con principios, prole numerosa bien educada y con un gran sentido de responsabilidad ante la vida. De esa casta salieron: arquitectos, registradores –uno de ellos ministro de Sanidad, que luego fue presidente de la Cruz Roja, Enrique de la Mata Gorostizaga-,abogados del estado y Lourdes, la pequeña, que no se qué carrera hizo, pero que en determinados momentos me llamó más la atención que Carlos, mi amigo. Por razones obvias a los veinte años.

Con Carlos, con Ramón, y hasta con Enrique y con Nacho, el padre del protagonista de este post, jugaba yo al fútbol los domingos en el prado de una finca de Villalba que llamaban Suertes Nuevas, hoy convertida en una urbanización de apartamentos. También jugaban otros amigos como Eduardo Serra, Víctor López Barrantes, Carlos Navarro y los gemelos Menéndez. Todos veraneaban ahí cuando en este pueblo pastaban las vacas y aún se abastecían de su aire los pulmones de Madrid. Yo era muy malo, pero entusiasta, al contrario que mi amigo Carlos de la Mata, que se creía Beckembauer, y sacaba el balón jugado desde atrás muy seriamente, Antes de ser abogado del estado ya tenía gesto de mariscal de campo.

Uno vuelve la vista atrás de vez en cuando para constatar que no veinte, sino más de cuarenta años, son más nada aún de lo que canta el famoso tango. De repente deja uno de verse con la mayoría de amigos y cuando se los reencuentra no somos capaces de dar una patada a un bote, pero para compensar a lo mejor hemos tenido un hijo excepcional. Tempus fugit. No siempre para mal. Ahora los abuelos somos muy críticos con la juventud actual, pero gran parte de ella nos mejora.

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Pongamos que soy Lourdes, y que me enamoré de aquel joven abogado, y que nos casamos. Y que en el viaje de novios recibimos el primer aviso serio de lo que luego iba a ser nuestro tormento, y a la postre, por paradójico que pueda parecer, nuestra gloria. A Nacho le detectan un tumor en el cerebro, y, como si eso potenciara su afán de no vivir inútilmente, además de tener tres hijas conmigo, Nacho se vuelca de tal forma en su defensa de los menores inmigrantes desprotegidos que, además de convertir nuestro hogar en un refugio para muchos de ellos consigue que el Consejo General de la Abogacía Española le conceda el Premio Especial Derechos de la Infancia 2009.

Todo un orgullo y un ejemplo para un abogado joven que pudiéndose dedicar a asuntos más lucrativos empleó sus años de trabajo y de de lucha contra la enfermedad en defender un nuevo estatuto jurídico para el menor desprotegido. Una labor constante y sacrificada que ha sido asumida por los tribunales ordinarios y por el mismo Tribunal Constitucional. Con lo esclerótica que a veces parece la justicia en España. ¿Verdad que lo suyo parece una hazaña?

Pongamos que estoy tan orgullosa y tan enamorada de él, que aunque sufro su muerte, tan temprana, tan injusta, ni siquiera he hecho caso de aquella leyenda de que los dioses los eligen jóvenes para llevárselos al Olimpo. Quizás me pasé de melodramática en su funeral, pero tuve los arrestos de leer ante todos un escrito a Nacho que en realidad era una carta de agradecimiento, de esperanza y de amor, porque soy creyente, y se que ni los dioses del Olimpo ni mi Dios se lo han llevado. No es que crea en la reencarnación, es que las almas tan nobles y tan batalladoras como la suya están ahí, nos sobreviven a todos, jamás desaparecen.

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Pongamos que soy un hombre corriente. Un simple bloguero, y un tipo que tiene gran simpatía por su padre, el primer Juan Ignacio (Nacho para todos), y por Roselia, su madre. A Nacho padre, tan vinculado a organizaciones como UNICEF, le veía de cuando en cuando, en esas contadas ocasiones en los que a uno le llaman para animar un acto de presentación, o un sorteo benéfico, como si le quedara gracia para enderezar algo uno de esos renglones descuidados de Dios. Yo no tenía ni idea de que tuviera un hijo tan singular, ni de su terrible enfermedad, ni de su temprana muerte. Sólo supe después que había sido compañero de colegio de mi hija Isabel, y que según mi amigo Eduardo, testigo de su incineración, allí había chicos y chicas inmigrantes y jóvenes de distintas edades y colores que lloraban desconsoladamente como si el muerto hubiera sido un auténtico ídolo de masas. Y pude ver y escuchar en su funeral, en la impresionante iglesia de los Dominicos de Fisac, más llantos y gimoteos de gente de toda edad y condición que los que he sentido nunca en ninguna exequia fúnebre. Creo que ningun otro acto de este tipo me ha servido tanto para descubrir y admirar a un personaje al que no conociera directamente. Yo estaba allí para acompañar a su familia, para abrazar a sus padres y a mi amigo Carlos, y para arrimar el rescoldo de mi débil fe a una oración que el alma del joven Nacho, tan sobrada de méritos, quizás ni necesite.

Había tal gentío, y en el fondo, me sentía tan irrelevante ahí, que al final preferí ausentarme sin cumplir con el ritual del pésame. Luego no pude dejar de llamar al padre, y decirle cuánto me había impresionado la muerte de su hijo y su emocionante funeral. Todos los padres sospechamos que no hay nada más cruel que sobrevivir a un hijo. Pero hay sufrimientos que incorporan su consuelo. A Nacho y a Roselia, y valga la paradoja, les dejaron huérfanos de este gran hijo, a cambio de convertirles en forjadores de un ejemplo, autores de de una leyenda o, como mínimo, padres de de un héroe social de nuestro tiempo. Puede resultar casi una provocación decirlo ahora, pero en cierto modo son unos privilegiados.

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-Me gustaría rendirle un homenaje en mi blog- le dije a Nacho padre cuando le llamé- Si me ilustras algo más sobre lo que fue su vida no escribiré a humo de pajas…

Nacho no tardó en mandarme un jugoso “dossier”. Sin embargo, por razones que no vienen al caso, he tardado más de un mes en cumplir mi propósito. Cómo escribir un obituario con cariño, sin deslizarse por el exceso y sin caer en el tópico. Ahora, entre la documentación, contemplo una foto de mirada firme y sonrisa despejada que el entonces jovencísimo Juan Ignacio de la Mata Gutiérrez incorporaba a su currículum vitae. La foto transmite optimismo,salud, ganas de vivir y de cambiar el mundo. No mentía la foto, no.

Por casualidad, subiré este post justo después de lo que la Iglesia llama el día de los fieles difuntos. Qué ironía. A uno le da que él, esté donde esté, seguirá siendo fiel a su ideal, y por ahí, todo correcto. Pero que nadie le considere difunto, porque el tránsito de Nacho sólo ha sido una emocionante explosión de vida y de esperanza para los que creemos que esta humanidad aún puede tener remedio. Sobre todo si cunde su admirable ejemplo.

Jóvenes admirables


Esta fotografía ha sido tomada del blog manuelmadriddelgadoblogspot.com
Dicho sea con el respeto que merecen sus derechos de autor y en la confianza de que nuestra admiración por la calidad de la imagen compense el abuso de confianza. Gracias, Manuel.

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Le da al escribidor por debatir consigo mismo si está el día para ser moderadamente feliz. Qué riesgo. El País Vasco, cada día más cerca de ser otro país. Nuestra Constitución, de la que tan orgullosos nos creíamos, cayendo como un castillo de naipes. ¿Qué pasará si Cataluña y las antiguas provincias vascongadas se ponen chulas y consuman su suprema pedorreta a la ley de leyes? ¿Servirá la Unión Europea de barrera de contención a a su independencia, o hará la misma vista gorda que hicieron cuando eran Alemania y Francia las que incumplían con el déficit? ¿Resucitamos a Narváez, a Serrano, al implacable Weyler, a Martínez Campos, a O’Donnell y a cualquiera de esos espadones que no se la cogían con papel de fumar para restablecer el orden?

¿O contemporizamos, y admitimos que esto del imperio de ley es una filfa, y que no hay más ley que la que dictan los que saben que esta no se atreverá contra ellos?

O sea, no estaba el día para caramelizar el ánimo. Pero velay las ventajas de ser superficial: había cogido el bloguero unos boletus del campo, cocinó un risotto con ellos y se le puso buen cuerpo. Además: en un buzón había una carta. Para más milagro, era una carta manuscrita. Y ya al borde de éxtasis, descubrió que la firmaba una mujer joven.

Más aún: estaba escrita en inglés, y encima se entendía.

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Catherine Hood es la novia de Jack Spearman, un sobrino inglés de los varios que coinciden en la familia política de este duende. Catherine y Jack pasaron un fin de semana en Candeleda, y , como es natural, se hospedaron en casa de sus tíos. Ese fin de semana el Duende estaba pero no estaba, pues tenía que presentar en Arenas de san Pedro el Festival Boccherini. El Duende sospechaba que Boccherini no es un Justine Bieber, ni Shakira, ni siquiera Bisbal, que probablemente les entretendrían más, pero como sabía que no podría pasar mucho tiempo con sus sobrinos les invitó a que se acercaran a Arenas con su hija Isabel y escucharan esa delicada música de los tiempos de la peluca, la polvera y el rapé. La joven inglesa, a la que apenas conocía de dos encuentros anteriores, no sólo le gustó el concierto, sino que tuvo el emocionantísimo detalle de expresar su agradecimiento por escrito. Como en el siglo pasado. Le puede tanto la vanidad a este duende que no resiste la tentación de saltarse a la torera la inviolabilidad de la correspondencia y airear las últimas líneas de la carta:

Pedrojuan (es el pintoresco nombre de la finquita) is an incredibly beautiful house, and the garden too, and it was so nice to walk in the countryside around with Jack, hearing the bells of the goats ringing.

Muchas gracias (en castellano). Best wishes.

Catherine

O sea, de la Ritirita de Boccherini al bucólico tintineo de las esquilas del ganado. El detalle de una carta en estos tiempos, la educación, la sensibilidad. Juventud, divino tesoro cuando sabe balancear la delicadeza con la justa indignación. que correrá por sus venas. Motivos, seguro, no le faltarán.

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Esa misma noche escucha el Duende con estupor y preocupación que está entre los pocos españoles cuya economía no ha empeorado. Es verdad: por ahora, la Caja de la Seguridad Social cumple con los pensionistas. Toca madera.

Así las cosas, se distraen los jóvenes con la tristeza de Cristiano Ronaldo, los pases de moda Xabi Alonso y de Piqué, el bebé que espera Messi o con cantantes de moda, Seguras y otros frikis museables. Se ríen y abrazan al botellón por no llorar. Tantos MBA de lujo y tanto JASP para acabar mendigando un puesto de trabajo en Alemania o en Shanghai. Qué poca envidia no ser joven, aunque sea con dolor de espalda. Le duele decirlo, pero lo siente así. Lo de la España invertebrada de Ortega empieza a parecernos paraíso.

Tanto más dolor porque hay muchos jóvenes valiosos que no sólo se van de España por sobrevivir, sino que nos dejan para siempre. Hay uno en particular que le obsesiona desde que hace un mes supo de su muerte. Se llamaba, o se llamará siempre, Nacho de la Mata Gutiérrez. Le impresionó tanto conocer su vida, tan corta como fructífera, que empezó a escribirle un post y lo dejó en agraz, suspendido temporalmente, por temor a que no quedara a la altura de las circunstancias. Lo tiene que rematar.

Por homenaje a su figura y quizás a la de tantos jóvenes ejemplares de los que este duende, ignorante enciclopédico y obsesionado en sus propios alifafes físicos o mentales, suele pasar.


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