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Lo que hay que hacer por amor a la música…

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Si los sueños pudieran contarse en recetas se diría que son como una ensaladilla rusa. Mezclas una obsesión de siempre con una preocupación de ayer y con un deseo sobrevenido, añades la frustración de tu vida, la maceras en ilusiones pendientes y lo sazonas al final con la cara de alguien a quien hace tiempo no veías y ya está el sueño. Alguno de ellos resulta delicioso, aunque hay otros a los que se les corta la mayonesa de la ensaladilla y le dejan a uno muy mal cuerpo.

En su último sueño el Duende habló con una de esas mujeres amigas que siempre se merecen más de lo que les da la vida. Es lista, educada, competente, simpática y guapa. A lo que habría que gregar que además es decente. Aunque parezca mentira, no siempre esta suma de virtudes te facilita la promoción profesional. El último factor incluso puede ser contraproducente cuando hay por medio un jefe que confunde la meritocracia con la entrepierna.

-No puedo más de actualidad-le confesó Alicia, que es la amiga del sueño-Voy a cerrar los ojos y los oídos hasta que no aparezca en el horizonte alguna buena noticia.

No entró en detalles sobre el rescate, Bankia, la recalificación de Moody´s y otras carcomas de la patria, porque seguramente no quería derivar en pesadilla. Sólo comentó, demostrando ser buena observadora incluso en sueños, que Rajoy debería de cambiar de peluquero o de asesor de imagen.

-Quizás de ambas cosas –precisó- Porque al presidente se le puede perdonar su ese deshilachada, un accidente de bicicleta que te parta la lengua lo sufre cualquiera. Pero lo que no se le puede pasar por alto es que lleve el pelo tan mal teñido como un actor secundario de comedia barata.

En los sueños también surgen comentarios certeros, como este. Puede parecer extraño, pero más raro aún fue que la heroína le invitara a hacer con ella lo que más le apeteciera. Y que entonces el pobre soñador, en lugar de aprovechar la ocasión para resolver asuntos pendientes, se vistiera de tuno para rondar a la bella Alicia. Era el tuno más ridículo, el de la pandereta, ese que hace volatines como un hechicero mientras ondea la capa con las cintas de colores alrededor de la chica. Santo cielo, qué bochorno. Claro que los sueños también tienen anclaje en la realidad. El Duende confiesa que de niño era tan ingenuo que creía que lo más importante que se podía hacer en la vida era ser miembro de la Estudiantina y cantarle Clavelitos a la chica que te gustaba. Y el tuno que no pudo ser apareció, para su vergüenza, aquella noche ciertamente inolvidable.

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También fue premonitorio, como lo son otros sueños.

Por esos caprichos de la fortuna, e igualmente por gracia de la música, el Duende y sus compañeros del Coro del CEU se tendrán que vestir de mamarrachos parecidos la semana que viene, en la cripta de la Catedral de la Almudena y en la ciudad burgalesa de Lerma, donde se celebrarán sus conciertos de fin de temporada. Este curso el coro habían tocado el cielo cantando nada menos que el Paulus de Mendelssohn y el Mesías de Haendel, pero llegaron las vacas flacas y para el final del ciclo, menguado de voces, porque muchos miembros de la coral o están de exámenes o están sólo para los programas vistosos, y sin apenas presupuesto para instrumentistas, el director puso los ojos en la música renacentista. O sea, en una ensalada musical del compositor Mateo Flecha y en unas joyitas del llamado Cancionero de Upsala, El maestro José María Alvarez Muñoz , que se formó en Moscú y en Alemania, es un director de sensibilidad exquisita, vastísima cultura y una empatía privilegiada para comunicar sus ideas musicales y entusiasmar a sus músicos y a sus cantantes. Pero como todas las grandes batutas, tiene sus raptos de genialidad y de ira que acaban desconcertando a sus pupilos.

A cuenta de lo primero se empeñó en ambientar el concierto vistiendo a su grupo tal que figurantes renacentistas. Esto sí que es el tinglado de la vieja, y además grotesca, farsa. Como el presupuesto es escuálido, los trajes de época son en realidad disfraces made in China de a diez euros en un bazar de Cuatro Caminos, y de esta pintoresca guisa verá el público al coro universitario del CEU interpretando un programa bastante más difícil de cantar que todo lo que habían acometido hasta la fecha.

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Porque esa es otra. Esa música no es nada fácil para un conjunto aficionado, dato que el bueno de maestro olvida a veces, y cada error en las entradas o en la afinación le hace destapar la caja de los truenos. Es fama que un genio de la batuta como Toscanini era casi un torturador, y que el divino Von Karajan resultaba sencillamente insoportable. José María tiene sentido del humor y otro estilo: cuando alguien patina en las entradas su improperio favorito es pedazo de atún, insulto simpático que sólo se decía en los tebeos antiguos. Lo malo es que uno, que fue bastante gamberro a lo largo de su vida, se desinhibió precisamente en la radio porque la radio no la veía nadie, y así preservaba su imagen y su honorabilidad, y ahora está obsesionado pensando que le van a ver ataviado como Manolo Gómez Bur, Juanito Navarro o Quique Camoiras, que en paz descansen, en La venganza de Don Mendo y esas otras comedietas de época con decorados de papel que antes se hacían en TVE o que aún se recuerdan en Cine de barrio.

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Lo malo es también que, aunque el epíteto sea inocuo, uno no está acostumbrado a que le llamen pedazo de atún, y menos cuando le obligan a salir a escena vestido de adefesio. Y corre riesgo de ponerse nervioso y de perder los papeles. Lo malo es que entre las joyitas del Cancionero de Upsala que se van a cantar está Teresica hermana, una pieza donde a la protagonista se le dice que si a tí te pluxiese / contigo durmiese / una noche sola / yo bien dormiría / mas tengo gran miedo/ que t´empreñaría. Lo malo, es que, si se piensa que Teresica es o una monja o una hermana de sangre, la letra suena regular en la cripta de una catedral, y el Duende está que no le llega la camisa (o el jubón) al cuerpo imaginando que asiste el cardenal Rouco y que echa el anatema al coro por incitación al incesto o al amor sacrílego. Cosas veredes.

Pero eso no es todo. Lo peor es que el disfraz de noble renacentista que le corresponde al menda viene sin calzas, y que hay que comprar unas medias o leotardos que las suplan, y que uno se debate entre las dudas sobre su color, si negras, azules, de torero o de color púrpura, y el temor por el calor de embutir sus intimidades en nylon justo el fin de semana que empieza el verano. Resumiendo, vestidos de comparsas ridículos, nerviosos, quizás desafinando, insultados, con los huevos cocidos y, a más de cornudos, puede que hasta excomulgados. Lo que hay que hacer por amor a la música. Puesto a estrafalario, este duende prefiere volver al sueño de Alicia vestido de tuno y cantarle aquello de cuando la aurora tiende su manto y el firmamento viste de azul…

Despertar bajo la lluvia

Desde hace tiempo, este bloguero cree que no hay cuadro más hermoso que ver llover...

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¿Cuántos ruidos caben en una vivienda dormida? ¿Qué puede romper el silencio nocturno de un pequeño piso apartado de las grandes vías urbanas, si no habita en él un gato, ni un loro, ni un ratón que forma parte ya de la familia? Pero qué familia, si uno vive solo.

La madera tarda en morir, le dijeron cuando empezó a escuchar sus quejidos en la casa del campo, que tiene el aire de una casa rural, pero sin turistas. De repente algo cruje en esa casa lejana. Y el dormido abre un ojo, y por un momento se siente en una película de  miedo. Ya está, el asesino, que viene a por mí. Pero no, es el alma de la casa, ratones, carcomas, pájaros que anidan bajo las tejas, inclusos salamanquesas, tan delicadas, el viento que de vez en cuando despierta y da señales de vida. Y la madera, que creemos que es materia inerte, pero que o está viva o alberga vida. Vigas de castaño, entarimado, carpintería de pino que envejece precipitadamente para parecerse a la humilde casa de cabreros en la que se instaló, escalera de las que acusan hasta el paso ligero de las niñas madrugadoras.

-Buenos días, abuelo –le despierta a veces al Duende una voz delicada y susurrante que  ni siquiera espera al clarear del día. Entre seis niñas siempre hay una madrugadora que que necesita conversación.

Pero qué niñas, si en este palomar urbano uno vive solo. Y qué ratones, o pajaritos, o salamanquesas, o carcomas, si en este pisito alto apenas hay carpintería natural, y la poca que hay está blindada de barnices plásticos poco agradables de roer. Y qué madera se va a atrever a crujir en estas condiciones.

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O sea, que el ruido era un ladrón, que venía a por el televisor o a por la cubertería de IKEA, pues no cree el Duende que le interese la Enciclopedia Británica, que pesa tanto en el saco y ya no interesa a casi nadie. O si no es el ladrón, será el sádico ese que de vez en cuando necesita asesinar y salir en la prensa. Porque el ruido no está claro, pero ruido es, y esta vivienda es tan poca cosa que no puede permitirse el lujo de fantasmas que cierran las puertas y marcan pasos misteriosos. Ah, claro, seguro que es el sueño, que no tiene por qué tener lógica. Una noche uno sueña que la vecina es Romy Schneider, cuando es evidente que no puede ser, porque Romy Schneider, aunque fuera maravillosa, murió hace muchos años, y porque la vecina, además, es de Cantimpalos, y de darse un aire con alguna actriz conocida sería más bien otra Gracita Morales, que en paz descanse también. Los sueños mienten, pero es que además el Duende está seguro de haber despertado, y sin embargo algo araña su silencio habitual.

Se pellizca, no lo cree, ¿será posible?…Lo acaba de reconocer, es la lluvia, que tamborilea sobre la carcasa del aparato de aire acondicionado. Epur piove…, que diría Galileo, más maravillado aún de que a  esta España condenadamente seca, que, como es lógico, también gira con el resto del planeta, no se le haya olvidado el sonido del llover.

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El encantador ruidito de la lluvia, qué delicia. El reloj marca las seis y media, no son horas de levantarse. El bloguero trata de conciliar el sueño. Pero empieza a imaginar el indescriptible olor de la tierra mojada, y el pasto que empieza a verdear, y  los árboles que ya encuentran motivos para que estallen las yemas de sus hojas, y la bendición que esto supone para los cereales, y para las vacas, y para las ovejas, y para las pobres cabras que aún resisten en las laderas de Gredos y para el caballito que ve desde su ventana  en el campo, y que ya debe de tener el morro en carne viva de tanto besar el suelo buscando algún tallito fresco que llevarse a la boca. El bloguero está despierto, pero se atreve a soñar que quizás incluso habrá nevado en las cumbres, y volverán a correr los arroyos, y puede que hasta se animen los ríos.

Y salta de la cama.

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No eran horas de levantarse, pero cómo se va a perder uno el espectáculo. Es tan emocionante como el amanecer del día de Reyes. De modo que uno se sienta ante la ventana, con el ordenador de por medio, y contempla el desperezar del 21 de marzo, la fachada occidental de la capital sacudiéndose la noche para emerger de entre la niebla de la lluvia menuda. Va descubriendo poco a poco el Palacio Real, la catedral de la Almudena, San Francisco el Grande, el rascacielos de Telefónica, el Círculo de Bellas Artes más lejos, el Pirulí, una silueta apenas perceptible en el gris panza de burro que uniforma el horizonte. Todo ello envuelto en el elegante velo de la lluvia.

Es fácil la comparación, imagínense esos paisajes húmedos y nebulosos, entre dos luces, de Turner, de Monet, de Utrillo. Uno ve este amanecer, imagina, lo valora todo y lo escribe como lo imagina. Y no es fanfarronada, pero puede asegurar que si alguno de estos cuadros tan valiosos colgara hoy de las paredes de su  vivienda, seguiría mirando embobado la lluvia que cae sobre Madrid.

-Lluvia, cuánto te quiero -le dice – Espera que me ponga un impermeable, que salgo a darte un beso.

Postales y joyas en el caos

Las atmósferas del pintor inglés Turner también aparecieron, de rebote, en este caótico viaje por el puente de de la Constitución...

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Cuando se inició el largo fin de semana del caos el bloguero estaba en el aeropuerto de Fuenterrabía. Al bloguero le gustan los aeropuertos así, que todavía parecen hechos a escala humana. Naturalmente, éste tiene los días contados.

La aproximación a este aeropuerto ofrece postales maravillosas, pues antes de aterrizar en él los aviones suelen sobrevolar Hendaya y la costa vasca para girar y embocar la pequeña bahía junto a la que se extienden las pistas. El aeropuerto es pequeñito, como de un aeroclub antiguo, y entrañable. Recuerda al de la película Casablanca. A menudo te recibe con lluvia, y como el avión te deja a pie de pista, sin finger ni demás parafernalia, piensas que por ahí van a emerger de la niebla Humphrey Bogart con su trinchera y su sombrero acompañado por el pícaro Claude Rains con su quepis de gendarme.

-Este puede ser el principio de una gran amistad –crees que vas a escuchar.

Pero a la hora de despegar no aparecieron los héroes de Casablanca. Y lo que se escuchó por megafonía sonaba completamente distinto.

-Cerrado el espacio aéreo español. Cancelados todos los vuelos…

Fue el principio de un gran cabreo. Aunque, como nunca hay mal que por bien no venga, también de nuevas experiencias alternativas.

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Como muchos españoles colgados por la huelga de controladores, el bloguero canceló el billete de avion  y reservó otro de autobús San Sebastián-Madrid que salía a las nueve de la mañana del sábado. Pernoctar donde no pensabas hacerlo sienta fatal a cualquier viajero, pero puede tener su encanto. Entre otros placeres de los madrugadores, te permite hacer ese paseo  que siempre dejas pendiente cuando te gusta una ciudad y apenas paras en ella.  El bloguero durmió poco, como siempre que tiene que salir de de viaje. Y después de desayunar muy temprano, anduvo hasta la estación de autobuses por esa elegantísima  Avenida de Francia que se extiende a lo largo del río Urumea. Un paseo delicioso que sin duda probablemente nunca habría hecho si todo hubiera ido según lo previsto.

Mientras el bloguero caminaba, amanecía sobre San Sebastián. Sorprendentemente, el sábado 4 de diciembre se presentó despejado y luminoso. Cualquier paisaje, urbano o rural, luce más después de ser lavado por la lluvia. Aquel amanecer sobe la bella Easoqué cursilada de expresión, por cierto. Pinchen el enlace y sabrán por qué a la capital guipuzcoana se le llama también así- le trajo al bloguero destellos de un libro que leyó hace tiempo. Lo recuerda con agrado, entre otras cosas, por las cosas que cuenta de San Sebastián. Se trata de La dulce España, una autobiografía sensible y amena de Jaime de Armiñán, que siendo niño pasó la guerra civil precisamente allí. El título del libro no deja de ser una ironía, pues no pasaba el país un momento justamente dulce.

Amargo era también  ese amanecer del 4 de diciembre de 2010 para España, ahora en estado de alarma. Por más que uno de sus viajeros se aliviara contemplando esa postal de amanecer  junto al Urumea que, inopinadamente, encontró en su camino gracias al desdichado azar.

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El bloguero tampoco había visto nunca los montes de Guipúzcoa cubiertos por la nieve, y contrastando nítidamente con el verdor del valle.

-Qué belleza- pensó.

No pudo poner cara de arrobamiento, porque eso no pega en los viajes colectivos, donde todo el mundo va tan serio, y dibujando más bien algún drama en su cara.

Sin embargo, la luz esplendorosa de aquella mañana otoñal daba al paisaje un relieve especial, y le remitía al viajero a uno de las pocas reglas de filosofía práctica que aprendió en los libros. Procede de Alain, un modesto pensador francés del pasado siglo que escribió Sobre la felicidad. No hablaba en su libro de un viaje en autobús, sino en tren, aunque la moraleja es aplicable a cualquier medio de transporte por el que hayas pagado un billete. Piensa que el paisaje maravilloso que quizás estás viendo por la ventanilla-viene a decir- no estaba incluído en el precio.

A menudo lo olvidamos. Como olvidamos también la cuota de felicidad marginal que puede aportar la puntilla de un huevo fresco bien frito.

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El autobús seguía viaje. Dejaba atrás el País Vasco y se adentraba en Castilla.

Castilla nevada. Ancha,  blanca, limpia y fría. Iglesias, monasterios, murallas, castillos. Se comprende que este solar adusto y riguroso en extremo diera pábulo a tantos guerreros místicos. El ciego sol, la sed y la fatiga/ por la terrible estepa castellana/ al destierro, con doce de los suyos/ polvo, sudor y hierro, el Cid cabalga –recita para sus adentros el viajero. Siempre ha pensado que esas cabalgadas bajo la celada y la coraza candentes por el sol de agosto debían de ser la mayor prueba de sufrimiento para las bravas mesnadas del Campeador. Pero…¿y el frío?

El frío de la armadura en la Castilla helada. El frío que se adivina en el ya casi extinto pastor que aún apacienta a unas pocas ovejas valientes cubierto en su manteo. Qué merito, salir a buscarse la vida del ganado bajo la nieve.

Y qué grato poderlo ver calentito desde la butaca del autobús mientras este avanza al encuentro de otra postal.

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El puente del caos será también uno de los más borrascosos que se recuerdan. Por la noche, desde el ventanal de su palomar, el bloguero contempla  Madrid al anochecer bajo el temporal. El Palacio Real, la Almudena,  San Francisco el Grande y, más al fondo, los edificios de  Telefónica, el Palacio de la Prensa y Bellas Artes aparecen y desaparecen como pecios que flotan en el horizonte envueltos en la bruma. El espeso celaje rebota las luces de la gran ciudad, dotando a la escena de una iluminación espectral. De vez en cuando la niebla se rasga en cortinas colgantes. En otros momentos, los grandes iconos de la arquitectura madrileña se coronan de penachos evanescentes.

El observador recuerda las atmósferas mágicas que pintó Turner. O las distintas versiones lloronas de la catedral de Rouen que recreó Monet. Pero esta exhibición, estos momentos milagrosos que de vez en cuando  brinda el cielo, se pueden ver sin salir de casa. También gratis, por supuesto.

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Nunca sabemos cuál será la próxima sorpresa. Estaba el bloguero transido por los grandes panoramas de aquel viaje de emergencia cuando de repente se ve poniendo el nacimiento con sus nietas, y advierte que el drama se avecina.

-Abuelo –pregunta Marina muy preocupada- ¿Y cómo vamos a poner esta gallina?…

La gallina, figurita de barro fetén, de las clásicas murcianas de toda la vida, ha perdido la peana donde hundía sus patas de alambre y no se tiene de pie. La niña está desconsolada, porque un nacimiento sin gallina no es lo mismo. Pero al abuelo se le ocurre partir una sección de un corcho de botella, hacer en ella una incisión a punta de navaja, ponerla sobre la mesa y clavar  a la gallina para que luzca erguida su cresta en el belén.

Y la niña sonríe.

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Poco después escucha el discurso de Mario vargas Llosa en la Academia Sueca que difunden todas las cadenas de televisión. Y comprueba estupefacto que este gran hombre  no sólo no parece el divo atrabiliario e impertinente que tanto se estila, sino todo lo contrario.

-Aprender a leer es lo más importante que me ha pasado-dice el Nobel.

Anota el  bloguero un pensamiento del escritor que guardará como oro en paño: al igual que escribir, leer es protestar contra las insuficiencias de la vida. Y le impresiona que se le quiebre la voz al hablar de su mujer, la bella prima de “nariz respingada”, que le critica diciéndole lo que más complace escuchar al novelista: Mario, no sirves más que para escribir…

El bloguero flipa, porque no acaba de creerse que aún se emitan mensajes de este calado.  Además de todo eso, entre cultas veras y finas bromas,  el escritor peruano proclama públicamente su amor y agradecimiento a España. España, casualmente nuestro país y también el suyo, al que tanto maltratamos  con huelgas y políticas disparatadas y del que tanto denigramos los que en ella nacimos…

Qué pasado de moda, pero qué emocionante y qué impactante Mario. ¿Cómo no vamos a acabar mojando con él? Definitivamente, aún en el caos se acaban encontrando postales y joyas preciosas.

Todo por el Mercedes

(Foto de Vedia)

La crisis será la crisis, pero a mí el coche que ni me lo toquen, le dijo a Hope el vecino humilde. Y Hope -el Hombre Perplejo- tuvo ocasión de comprobarlo anoche, cuando la Némesis de la atmósfera le dio a Madrid un repaso, para que se recuerde que nadie debe librarse de su mal genio.

En el Caribe sufren huracanes y ciclones, que son bastante más trágicos, pero lo de anoche en la capital fue como la apoteosis de la Furia dels Baus en versión meteorológica. La mundial, que dicen los castizos. El amplio panorama que se divisa desde el palomar del Duende no había skyline, que es como queda ahora bonito llamar al horizonte urbano. Sino un festival apocalíptico de efectos especiales de esos que sólo se ven en el cine y que tapaba por completo el cuadro habitual del Palacio Real, la Almudena y San Francisco el Grande. Bolera constante en el cielo -no esos estampidos secos de los rayos fulminantes, sino un tronar mitigado y continuo- cortinones de agua, ráfagas de metralla helada, viento que amenazaba con quebrar los árboles. Y, dentro de casa, la sensación de que el enemigo nos batía desde todos los frentes.

Teme el Duende las tormentas en campo abierto, pero nunca piensan que puedan ser peligrosas en la ciudad. Y su sueño, denso y pertinaz, suele vencerlas sin apenas alterarse. Pero la de anoche rompió apenas apagada la luz, y le fue imposible dormirse. Al poco de cesar el ataque de la tormenta, sonaron las sirenas. Cuántos pequeños desastres urbanos, qué marea de partes al mutirriesgo hogar. Estaba de Dios, porque Hope había lavado su Vespa y comido fuera, y apenas volvía a casa le sorprendió la primera manta de agua a las cuatro de la tarde. Al pequeño burgués siempre le llueve cuando lava el vehículo. Y tal vez por empatía, Hope pensó en ese vecino del barrio que no tiene garaje, pero sí un espectacular Mercedes, habitualmente reluciente, que, saltándose todas las normas de prohibición en una acera peatonal, aparca habitualmente delante del portal. Para que nadie se olvide de su poderío.

Abre el día, además, con negros presagios económicos. Dicen que Pedro Solbes no descarta ya la recesión- se va a enterar de lo que vale un peine cuando la vicepresidenta de la Vega le eche una bronca, por mal pensado. Y que el sector automovilístico se hunde. Así que hay que cuidar el coche, por lo que pueda pasar. Como el vecino de Hope, en el que éste pensaba anoche cuando huevos de paloma de hielo granizaban del cielo. ¿Qué sería de su Mercedes?

La respuesta, esta mañana, cuando amanecía el día después y se podía abrir la ventana para percibir el agradable olor de la tierra mojada. Hope bajó la vista y pudo ver que el flamante coche había dormido bajo un manto de edredones, toallas de playa y colchas que le protegieron de la granizada. Todo por el Mercedes. Al coche, ni un arañazo, no vayan a pensar que por culpa de la crisis uno pierde categoría.

Una visión nocturna de Madrid

Madrid noche

(Foto de R. Duran)

Le ronda la gripe al Duende, todo hay que decirlo. Y se hubiera zambullido en la cama de no ser porque su conciencia le recuerda que ni un día sin post, aunque sea para faena de aliño. En la habitación contigua espera el televisor, que pasa los días sin abrir los párpados. Pero desde donde teclea el Duende se ve por la ventana un espectáculo más sugerente que lo que pueden ofrecer las cadenas. Es la fachada oeste de Madrid bajo la luna, que está mediada. Iba a decir Madrid bajo la media luna, pero enseguida me autocorrijo, tan atormentados como estamos por la semántica dudosa. Una de las noticias más tenebrosas del día es que a una pobre maestra la han detenido en Sudán porque sus alumnos habían dado el nombre de Mahoma a un osito de peluche. Algunas de las civilizaciones con las que hay que aliarse para viajar en el mismo barco invitan a tirarse por la borda. Sálvese el que pueda.

El panorama, de día, es un cuadro de Antonio López. Si fuera rectangular, largo y estrecho, el lienzo recogería desde la sierra hasta los nuevos barrios que se extienden hacia la carretera de Valencia. Entre medias, de izquierda a derecha, la llamada cornisa imperial de Madrid, con un núcleo monumental -el Palacio Real, la Catedral de la Almudena y San Francisco el Grande que domina el cuadro. Por detrás, la línea del horizonte siluetea todos los edificios relevantes de la capital. Desde los cuatro rascacielos que se sacó de la manga Florentino Pérez al Faro de la Moncloa, la Torre Picasso, el edificio España, la Torre de Madrid, el Palacio de la Prensa en Callao y el Círculo de Bellas Artes. A la derecha de éste aún se distingue el Pirulí, y las dos torres -la de Valencia y la otra de ladrillo rojo, que no se cómo se llama- que custodian el parque del Retiro desde su flanco este. Entre innumerables tejados, se alcanza a divisar la cresta de su espesa arboleda.

Pero ahora es de noche. Sobre la franja oscura del Campo del Moro, el Palacio Real iluminado por potentes focos parece un inmenso busque fantasma que flota en el espacio. La Almudena y San Francisco el Grande apagaron su iluminación hace media hora. El Palacio lo hace ahora mismo; ya está bien de gastar kilowatios. Sólo lucen la luna, las farolas públicas, algunas de esas oficinas que despilfarran la energía nadie sabe por qué y muchos hogares que aún no se han ido a la cama. El Duende siempre tuvo vocación de diablo cojuelo, y, si volara, ni la misma gripe que le asedia le impediría levantar cada noche unos cuantos tejados y espiar a los madrileños que cobijan. ¿Quiénes son? ¿Cómo viven? ¿Qué piensan? ¿Cómo decoran sus casas? ¿Qué clase de libros y discos llenan sus estanterías? ¿Serán del Madrid o del Atleti? ¿Tendrán acaso una sopera de Lladró en el centro de la mesa del comedor? ¿O un reloj de cuco? ¿O un acuario? ¿O un azulejo en la puerta con la leyenda de Dios bendiga cada rincón de esta casa? ¿Habrá por casualidad alguno que sea lector del Duende?…

Demasiadas incógnitas para un Duende abatido por la modorra. En breve se acurrucará entre las sábanas, y tal vez sueñe alguna respuesta para su imbatible curiosidad. Al fin y al cabo, burla burlando, gracias a ella hemos cumplido el compromiso de llenar un post. Buenas noches a todos, que mañana será otro día.


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