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Si los sueños pudieran contarse en recetas se diría que son como una ensaladilla rusa. Mezclas una obsesión de siempre con una preocupación de ayer y con un deseo sobrevenido, añades la frustración de tu vida, la maceras en ilusiones pendientes y lo sazonas al final con la cara de alguien a quien hace tiempo no veías y ya está el sueño. Alguno de ellos resulta delicioso, aunque hay otros a los que se les corta la mayonesa de la ensaladilla y le dejan a uno muy mal cuerpo.
En su último sueño el Duende habló con una de esas mujeres amigas que siempre se merecen más de lo que les da la vida. Es lista, educada, competente, simpática y guapa. A lo que habría que gregar que además es decente. Aunque parezca mentira, no siempre esta suma de virtudes te facilita la promoción profesional. El último factor incluso puede ser contraproducente cuando hay por medio un jefe que confunde la meritocracia con la entrepierna.
-No puedo más de actualidad-le confesó Alicia, que es la amiga del sueño-Voy a cerrar los ojos y los oídos hasta que no aparezca en el horizonte alguna buena noticia.
No entró en detalles sobre el rescate, Bankia, la recalificación de Moody´s y otras carcomas de la patria, porque seguramente no quería derivar en pesadilla. Sólo comentó, demostrando ser buena observadora incluso en sueños, que Rajoy debería de cambiar de peluquero o de asesor de imagen.
-Quizás de ambas cosas –precisó- Porque al presidente se le puede perdonar su ese deshilachada, un accidente de bicicleta que te parta la lengua lo sufre cualquiera. Pero lo que no se le puede pasar por alto es que lleve el pelo tan mal teñido como un actor secundario de comedia barata.
En los sueños también surgen comentarios certeros, como este. Puede parecer extraño, pero más raro aún fue que la heroína le invitara a hacer con ella lo que más le apeteciera. Y que entonces el pobre soñador, en lugar de aprovechar la ocasión para resolver asuntos pendientes, se vistiera de tuno para rondar a la bella Alicia. Era el tuno más ridículo, el de la pandereta, ese que hace volatines como un hechicero mientras ondea la capa con las cintas de colores alrededor de la chica. Santo cielo, qué bochorno. Claro que los sueños también tienen anclaje en la realidad. El Duende confiesa que de niño era tan ingenuo que creía que lo más importante que se podía hacer en la vida era ser miembro de la Estudiantina y cantarle Clavelitos a la chica que te gustaba. Y el tuno que no pudo ser apareció, para su vergüenza, aquella noche ciertamente inolvidable.
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También fue premonitorio, como lo son otros sueños.
Por esos caprichos de la fortuna, e igualmente por gracia de la música, el Duende y sus compañeros del Coro del CEU se tendrán que vestir de mamarrachos parecidos la semana que viene, en la cripta de la Catedral de la Almudena y en la ciudad burgalesa de Lerma, donde se celebrarán sus conciertos de fin de temporada. Este curso el coro habían tocado el cielo cantando nada menos que el Paulus de Mendelssohn y el Mesías de Haendel, pero llegaron las vacas flacas y para el final del ciclo, menguado de voces, porque muchos miembros de la coral o están de exámenes o están sólo para los programas vistosos, y sin apenas presupuesto para instrumentistas, el director puso los ojos en la música renacentista. O sea, en una ensalada musical del compositor Mateo Flecha y en unas joyitas del llamado Cancionero de Upsala, El maestro José María Alvarez Muñoz , que se formó en Moscú y en Alemania, es un director de sensibilidad exquisita, vastísima cultura y una empatía privilegiada para comunicar sus ideas musicales y entusiasmar a sus músicos y a sus cantantes. Pero como todas las grandes batutas, tiene sus raptos de genialidad y de ira que acaban desconcertando a sus pupilos.
A cuenta de lo primero se empeñó en ambientar el concierto vistiendo a su grupo tal que figurantes renacentistas. Esto sí que es el tinglado de la vieja, y además grotesca, farsa. Como el presupuesto es escuálido, los trajes de época son en realidad disfraces made in China de a diez euros en un bazar de Cuatro Caminos, y de esta pintoresca guisa verá el público al coro universitario del CEU interpretando un programa bastante más difícil de cantar que todo lo que habían acometido hasta la fecha.
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Porque esa es otra. Esa música no es nada fácil para un conjunto aficionado, dato que el bueno de maestro olvida a veces, y cada error en las entradas o en la afinación le hace destapar la caja de los truenos. Es fama que un genio de la batuta como Toscanini era casi un torturador, y que el divino Von Karajan resultaba sencillamente insoportable. José María tiene sentido del humor y otro estilo: cuando alguien patina en las entradas su improperio favorito es pedazo de atún, insulto simpático que sólo se decía en los tebeos antiguos. Lo malo es que uno, que fue bastante gamberro a lo largo de su vida, se desinhibió precisamente en la radio porque la radio no la veía nadie, y así preservaba su imagen y su honorabilidad, y ahora está obsesionado pensando que le van a ver ataviado como Manolo Gómez Bur, Juanito Navarro o Quique Camoiras, que en paz descansen, en La venganza de Don Mendo y esas otras comedietas de época con decorados de papel que antes se hacían en TVE o que aún se recuerdan en Cine de barrio.
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Lo malo es también que, aunque el epíteto sea inocuo, uno no está acostumbrado a que le llamen pedazo de atún, y menos cuando le obligan a salir a escena vestido de adefesio. Y corre riesgo de ponerse nervioso y de perder los papeles. Lo malo es que entre las joyitas del Cancionero de Upsala que se van a cantar está Teresica hermana, una pieza donde a la protagonista se le dice que si a tí te pluxiese / contigo durmiese / una noche sola / yo bien dormiría / mas tengo gran miedo/ que t´empreñaría. Lo malo, es que, si se piensa que Teresica es o una monja o una hermana de sangre, la letra suena regular en la cripta de una catedral, y el Duende está que no le llega la camisa (o el jubón) al cuerpo imaginando que asiste el cardenal Rouco y que echa el anatema al coro por incitación al incesto o al amor sacrílego. Cosas veredes.
Pero eso no es todo. Lo peor es que el disfraz de noble renacentista que le corresponde al menda viene sin calzas, y que hay que comprar unas medias o leotardos que las suplan, y que uno se debate entre las dudas sobre su color, si negras, azules, de torero o de color púrpura, y el temor por el calor de embutir sus intimidades en nylon justo el fin de semana que empieza el verano. Resumiendo, vestidos de comparsas ridículos, nerviosos, quizás desafinando, insultados, con los huevos cocidos y, a más de cornudos, puede que hasta excomulgados. Lo que hay que hacer por amor a la música. Puesto a estrafalario, este duende prefiere volver al sueño de Alicia vestido de tuno y cantarle aquello de cuando la aurora tiende su manto y el firmamento viste de azul…
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