Posts Tagged 'Gustavo Adolfo Bécquer'

El gratinado que enamoró a Bécquer

La exquisita sensibilidad de Bécquer no pudo resistirse a ciertos encantos terrenales...

La exquisita sensibilidad de Bécquer no pudo resistirse a ciertos encantos terrenales…

Cómo ibas a ser refinado si hasta ahora, confiésalo, no sabías lo que era el gratin dauphinois. Menos mal que para eso tienes amigos como los marqueses de Betanzos, que te invitan a cenar y te sorprenden con un delicioso strogonoff al que se añade como guarnición esta singularidad. La señora marquesa habla de la dauphinoise, porque sabe que la inventó una cocinera del Delfinado francés. Habla de ella con toda familiaridad, como si hubiera sido compañera de Demetria, el aya que la cuidaba de niña en el pazo de Sobredo, donde se crió entre un parque de tilos, castaños, tuyas y frondosos robles. Cuenta la leyenda que en el cenador de hierro fundido de aquel jardín encantador escribía un día en su diario cuando se le apareció el fantasma de Bécquer, tal vez enamorado de su fina estampa romántica.

-Permítame que le recite una de las rimas que he compuesto para usted-le dijo el célebre poeta sevillano.

-Se lo agradezco –respondió la joven sin descomponerse y sin apenas levantar la vista mientras tomaba notas- Pero yo soy más de Alfred de Musset, ¿sabe?…Y además no quiero que me distraigan, porque estoy apuntando una receta. Si, a pesar de lo que lo he dicho, se aparece usted otro día, le daré a probar…

La que con el andar de los años se convertiría en marquesa de Betanzos debió de caer en la cuenta entonces de que los fantasmas no comen.

-¡Qué tontería he dicho!-se corrigió- Bueno, ande, dígame la rima…

Por unos instantes, el fantasma de Bécquer se llevó una mano a bigote y se quedó pensativo mientras retorcía con los dedos sus finas puntas.

-No, por Dios, musa mía…-dijo el fantasma de cabello ensortijado, bigote y perilla- Mi rima prometía ser de las mejores, como usted se merece. Pero pasé tanta hambre en mi vida de digno poeta romántico, que nada me haría tanta ilusión como saciarme de su dauphinoise.

Una semana después el fantasma de Gustavo Adolfo despachó la dauphinoise de su anfitriona como si en lugar de una gloria de nuestra lírica hubiera hubiera sido en vida un cabo de carabineros. En su colección de Rimas y Leyendas no figura la dedicada A la señorita de Sobredo precisamente por esa circunstancia, pues a partir de entonces aquella visita espectral, que en principio a la joven le daba prestancia y hasta le hacía gracia, no se aparecía por compromiso con la poesía, sino únicamente para preguntar cuándo iba a hacer de nuevo aquel exquisito plato.

-Confieso que a veces la poesía/me importa un bledo/ Sólo aparezco/ por repetir la suerte de aquél día/ y probar la dauphinoise que me cocina/-no se si lo merezco-/la delicada rosa de Sobredo

Es posible que la rima perdida fuera más o menos así. Y es más que probable que la futura marquesa, siempre muy suya para todas las cosas, le dijera al fantasma que la rima le parecía lamentable, y que además la reafirmaba en su tesis de que donde esté Musset, que se quite Bécquer. El caso es que, aunque estos versos apócrifos no figuran en la obra capital del gran poeta sevillano, la dauphinoise que los motiva te dio a tí la oportunidad de valorar el alto grado de aprecio que te dispensan los marqueses de Betanzos y, de paso, la de romper el bloqueo mental que te había alejado de tu blog últimamente. En tu caso no se colaba tu espíritu, sino que aparecías tú mismo en carne mortal, como otros distinguidos invitados.

Por cierto, que antes de que las redes sociales y otros pepitos grillos o moscas cojoneras se precipiten a prejuzgar con sorna los presuntos méritos del marquesado de Betanzos para exhibir tal título, debes aclarar que el señor marqués, insigne diplomático y abogado, es el único de tus amigos que todos los domingos tiene aún la costumbre de abandonar el jardín de su residencia –tan hermoso que cualquier día propiciará nuevas apariciones a la marquesa- y encerrarse en su despacho para estudiar fundamentos de derecho, consultar jurisprudencia y elaborar sus certeros y bien retribuidos dictámenes. Como si fuera un pasante meritorio de veintitrés años. El título más que una coña, que lo es, puede considerarse un despiste del todavía rey de España, que aún no ha reparado en el profundo calado de sus méritos para concedérselo de pleno derecho, pues de Betanzos es, y bastante más lustre daría al cuerpo de la nobleza que alguno de sus parásitos. Todos tenemos lapsus, y no vas a ser tan borde para reprochárselo al abdicante en esta hora.

-Lo siento mucho –dijiste tú, hablando de hora, para excusar tu necesidad de abandonar la divertida sobremesa- Pero es que a mí mañana a las ocho me espera la radio.

-No me digas –te dijo el marqués entusiasmado -¿Vuelves a Radio Nacional?

Os reísteis cuando aclaraste el equívoco. No era esa tu radio, sino la otra, la radioterapia, que te debían aplicar en temprana hora. Los miembros de tu club sois como los escolares con las matemáticas, que abrevian. Las mate, la quimio, la radio. Tú llevabas el cáncer con la ligereza de una migraña tonta, pero después de dos años de no pasar por talleres esta nueva convocatoria de la ciencia médica te tenía inquieto, ausente, inane para cumplir con tu blog. Se ha pasado, ya está, esperas volver a tu ritmo habitual cuanto antes. No hay mejor medicina que el cariño de los amigos. Ni nobleza más digna de títulos que la de los que sin ser grandes de España lo son de corazón.

A propósito, el gratin dauphinois es un plato de patatas en capas, cocinadas en leche y nata, con ajo, queso y algún otro aditamento, típico de la región francesa del Delfinado, en los Alpes. Aunque seguro que la versión que la marquesa de Betanzos preparó para Bécquer y para este bloguero llevará algún toque especial no fácil de averiguar.

 

 

El mal ojo de Paul Krugman

Si Krugman hubiera tenido ojo, habría dado al menos una receta contra la crisis como la de la tía Clota...

Si Krugman hubiera tenido ojo, habría dado al menos una receta contra la crisis como la de la tía Clota...

Va Johny Guitar, que no tenía el menor aspecto de ser Gustavo Adolfo Bécquer y le dice a Viena una de las frases más célebre de la historia del cine: Miénteme…Dime algo bonito…Dime que me quieres y que me has estado esperando todo estos años. Pero esta vez no era el pistolero retirado suplicando a su antiguo amor, por cierto, una mujer con cara de pérfida. Joan Crawford no valía para papeles de chica inocente, tenía cara de espía implacable, de madrastra despechada o de ama de llaves capaz de degollar por la noche con el cuchillo jamonero a un huésped ingrato para su señor.

-Miénteme -dice la tía Clota que decían los ojos de ZP cuando el Nobel Paul Krugman le revelaba su diagnosis sobre el estado de la economía en España- Pero el sabio éste le salió rana, y no estuvo nada fino. Es que no tiene ojo.

Discutieron tía y sobrino sobre qué desagrada más a la conciencia, si decir en estos casos una verdad irrelevante  u otra incómoda. Y ella dejó claro que aunque detesta no responder exactamente a lo que le preguntan, más le duele mentir como la pistolera de caderas seductoras que encarnó la Crawford.

-Hijo, toma nota para estos casos-le recordó al siempre estupefacto Homper- Es la receta de Beatrix, una de mis mejores amigas. En un bol mezclas caldo de pollo, ketchup, mostaza, una gran cucharada de miel. Puedes añadirle las hierbas aromáticas que desees, acaso salsa de soja, y tampoco le viene mal un vasito de jerez.   Sumerges en esa salsa las alitas de pollo, y las dejas macerando durante unas horas. Y luego las metes en el horno a alta temperatura hasta que queden churruscadas. Queda un poco absurdo, ¿no?, te preguntan una cosa y sales por peteneras, ¿dónde vas?, manzanas traigo. Pero te aseguro que Johny, Viena, y ZP el se hubieran chupado los dedos, y que con estas alitas de pollo a la maniére de la tía Clota el sabio ni hubiera mentido ni hubiera desairado a su anfitrión…

A todas éstas el Duende recibe un correo de Ana Macías. Hace mucho que no escribes, Duende. Y el Duende, conciencia atormentada por unos días de engorroso silencio, madruga antes de echarse a la calle para cumplir sus deberes. Y certifica en su blog que la amiga de la tía Clota y la tía de Homper están cargadas de razón. A diferencia del Nobel de Economía y del presidente del Gobierno ellas tienen una receta ‘para quedar bien en tiempos de crisis. Qué mal ojo tienen algunos…

El acerolo, el almendro y la mimosa

Sequa en el ro Tinto
(Foto de R. Durán)

La primavera ha venido, nadie sabe como ha sido, escribió Machado. Lo decía tal vez desde Soria, que es bastante más tardía que Córdoba o que mi pueblo de asueto, Candeleda, que está en la llamada Andalucía de Ávila. (Entre paréntesis, se pasó la moda de las pegatinas con slogans turísticos en la trasera de los coches, pero, entre la ironía cazurra, la cursilería y lo pretencioso, los había inolvidables: Sepúlveda, la costa del cordero. Santiago de Compostela, donde la lluvia es arte. Torrevieja, blanca de sal  morena de soles… ¡Cuánto Gustavo Adolfo Bécquer suelto!.Casi prefería aquél tan lírico de No me toques el pito, que me irrito).

El invierno no se ha ido, pero la primavera asoma, coqueta, casi desde que se traspuso el nuevo año. A lo mejor es otro capricho más del cambio climático. La lucha contra el cambio climático ya se ha convertido en bandera del ciudadano responsable. Sin embargo aún no le  ha colgado nadie al adversario político ni la preocupante mutación atmosférica ni la sequía. Nadie es culpable de ésta, al menos directamente. Y como no sirve de arma arrojadiza, no sale en los papeles todo lo que debiera. Pertenece a ese género de peligros subyacentes que, como la aluminosis de los edificios, sólo despunta cuando es causa de catátrofe o cuando no hay nada con qué llenar un minuto de telediario. Al pueblecito, asustarle lo justo, mandan los manuales de campaña electoral.

Al contrario que el buen político, cuyo deber patriótico es el optimismo, el Duende piensa que cualquier alarmismo en este punto es bueno, pues la gente sólo consume menos agua cuando le ve las orejas al lobo. En 1992 Madrid vivió una gran sequía. La agencia de publicidad del Duende recibió el encargo de comunicar una campaña de ahorro. No asustó, simplemente informó. Y con sólo recordar el gasto descomunal y las reservas reales se consiguió rebajar el consumo en un  diez por ciento. Mientras no llueva, esto es lo que hay -cerraba un slogan sobre la imagen casi dramática del embalse de Pedrezuela  a un tercio de su nivel habitual. A alto staff del Canal de Isabel II le costó ser tan realista, pero quizás no sea casualidad que, a partir de entonces, los periódicos y muchos informativos de TV dan cuenta diaria en unos pequeños gráficos de nuestras reservas de agua. Si se comunica el estado de la tesorería de la Seguridad Social, ¿por qué no la despensa del agua, que es aún más necesaria?

Con agua o sin ella, el milagro de la primavera corre a presentar sus primicias cual si fuera un diseñador de la Pasarela Cibeles. El Duende, que es un voyeur verde -interprétenlo en el sentido ecologista del término- ya ha avistado la flor del almendro, la de la mimosa y, este año, las hojas de un acerolo que alguien le regaló y que plantó en el monte con la esperanza de que fuera valiente, medrase y recuperase en su fruto un viejo sabor de infancia. El Duende no lo cata desde 1955. Pero no lo olvida, porque la memoria de los gustos y los olores es la más fiel. Ya ha estallado el aroma y el vistoso amarillo de la flor de la mimosa, capaz de transformar a un árbol áspero y feo en una especie de jaula de oro para criaturas de un cuento de Andersen. El otro día, en el restaurante de la Posada de la Lola, leyó el Duende un jocoso grafitti  enmarcado junto al triángulo más famoso de nuestros logotipos comerciales. Decía así: La primavera dice que está hasta las pelotas del Corte Inglés. Está en su derecho, porque abusan de ella. Pero que no nos falle a los demás. Que, pese al cambio de clima, podamos decir que ha venido, aunque nadie sepa como ha sido.


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