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En Toulouse con Carlos Gardel

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CÉST DANS CET INMEUBLE QUI EST NÉ LE 11 DECEMBRE 1890 CHARLES ROMUALD GARDES, QUI DEVAIT DEVENIR CELEBRE DANS LE MONDE ENTIER SOUS LE NOM DE CARLOS GARDEL

Eso es lo que decía la placa de mármol adosada a la fachada de la casa del número 4 de la rue du Canon D´ Arcole de la ciudad francesa de Toulouse, donde fuiste a parar después de que manos amigas te animaran a liberarte de la modorra propia de tu enfermedad. Esta siempre ha sido, de por sí, lo que se dice un rollo. Una esclavitud para tu espíritu volandero, tan amigo de estar aquí y de huir a los cinco minutos a donde sea. No salías de tu habitual circuito Madrid- Hospital Sanchinarro-Candeleda-Madrid desde hacía casi un año, cuando por fas o por nefas, semana sí, semana tal vez, semana no, entrabas en fase de observación o tratamiento de las travesuras de tu tumor. O de tus tumores, que aún no tienes claro el número de jaimitos neoplásicos errantes por tu organismo.

-¿Será posible que, con coche nuevo desde enero,- te preguntabas- apenas hayas recorrido aún mil kilómetros de carreteras amarillas?

Tu sueño siempre aplazado: abrir el mapa de carreteras y no cejar hasta haber recorrido todas las comarcales y provinciales. Descubrir y contemplar horizontes.

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Así estaba tu pequeño mundo propio, desdibujado y chuchurrío, cuando esa otra realidad envolvente que impone la actualidad te desilusionaba cada día más. Desde las Elecciones Locales y Autonómicas tu percepción de la vida podría ser un largo telegrama que dijera más o menos esto. Qué lío, qué aburrimiento. Espe kaput. Rita Barberá ¿PP…ero para qué carajo sirve ganar unas elecciones si no te dejan tocar pelota? Pedro Sánchez, Carmena, Pablo Iglesias, Ada Colau, Ximo,y el resto de ejército de renovadores en plan Mister Proper de la política. Pactos. Regañinas. Desengaños. Fin de las mayorías absolutas. Qué pasará en Madrid. Quién gobernará en Valencia. Quién en Cádiz. Quién en Navarra, quién en Vitoria. Joder, cuántas Españas por reajustar. Municipios, autonomías, diputaciones…Menos mal que hay otros debates alternativos: ¿es Benítez el entrenador que necesita el Madrid? Esto sí es importante, caramba. ¿Hay que respetar a los que silban el himno nacional? ¿Es Piqué un provocador, un mal educado, un caballo de Troya nacionalista en la selección de España? Más comecocos populares. ¿Y el rollito del Premio Nobel con la inmarchitable Isabel Preysler?

El bombardeo de estas noticias rebotaba ya en tus frágiles meninges.

-Busca el mapa, que nos vamos –te dijeron.

En realidad no sabes si fue un viaje o una huida. Necesitabas cambiar de paisaje por unos días.

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Te has evadido por el sur de Francia, admirando con ojos de paleto todo lo que te gusta de ese país vecino. Te maravillan esas carreteras secundarias con sus bordes arbolados por gigantescos plátanos, tilos o fresnos. Y esas abadías, y esas casonas tan bien plantadas en el paisaje. Yo quiero esos campos tan ricamente cultivados, florecidos ya de colores y contrastes Me pido esos bosques tan frondosos. ¿Por qué no tenemos en España ríos como la Garonne? Estás tan flojo que apenas has hecho otra cosa que mirar y admirar. Como si fueras un niño, te dejaste viajar sin oponer resistencia ni molestarte en tomar notas. ¿Qué puedes añadir de Toulouse, de Albi o de esa encantadora Catedral de Nuestra Señora del pintoresco pueblo de Saint Bertrand de Cominges que te raptó a unos kilómetros de Saint Gaudens, que no haya contado mejor cualquier guía de viajes?

Todo lo que no fue rodar en coche se devanó en pequeñas caminatas que, al cabo de no mucho rato, terminaban penalizando tu espalda. Pero ¡oh maravilla!: en la mayoría de  las joyas del románico que visitaste – sin palabras para la basílica de Saint Sernincuando pasabas al claustro había unas tumbonas en las que el visitante podía descansar mientras contemplaba los capiteles, meditaba al cimbreo de los cipreses del jardín, escuchaba el canto de los pájaros o, mejor aún, echaba una cabezadita buscando al Señor en el reparador duermevela.

Ya decías que lo tuyo ahora sólo puede ser turismo de baja intensidad.

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Siguiendo la moda actual, y por aquello de reducir gastos, una web de esas que ofrecen apartamentos en lugar de hoteles te dirigió a la misma casa donde por primera vez vio la luz Carlos Gardel, sobre cuyo lugar de nacimiento y verdadero origen aún se sigue especulando. La casa era un edificio de tres plantas dividido en cuatro o cinco apartamentos generosos que daban por un lado a la calle y por el otro a una especie de pequeña corrala en cuyo patio había unos veladores para sentarte y tomar una cerveza al aire libre. Como cabe suponer, la estética interior se había sometido a los simples cánones de IKEA, pero la propietaria del inmueble, una francesa llamada Sabine, hacía valer que el espíritu del divo aún habitaba entre aquellas paredes. Así que, aunque no eres un experto cantor de tangos, y antes de abrir las maletas, intentaste un último regateo del precio final gardelizando tu voz con la letra del mítico Volver.

Yo adivino el parpadeo/ de las luces que a lo lejos/ van marcando mi retorno…

Son las mismas que alumbraron/con sus pálidos reflejos/ hondas horas de dolor

Y aunque no quise el regreso/ siempre se vuelve al primer amor…

Sabine aplaudió encantada, como si tú cantaras bien y su apartamento se revaluase a la voz del ilustre tanguista, pero no rebajó ni un euro del precio final. Todo lo contrario, en tu primera noche soñaste que el propio Gardel se presentaba en tu habitación en compañía de su letrista, te despertaba, te cogía por las solapas del pijama y te amenazaba por ultraje a su memoria y por burlar sus derechos de autor. La aparición resultó sobrecogedora. Aqunque nadie haya reparado en ello el Gardel trajeado de oscuro que ha pasado a la memoria colectiva es muy parecido a Bela Lugosi, el precursor de Cristopher Lee en la encarnación cinematográfica de Drácula. Es lo que tiene este turismo de baja intensidad al que alcanzan tus achaques: vas buscando evasión, cultura y descanso y acabas huyendo de un trasgo que te recuerda que las nieves del tiempo platearon tu sien, que es un soplo la vida y que veinte años no es nada. La próxima vez, volver a Toulouse con la frente marchita, pero mejor a un hotel.

Dolores, dudas y merluza frita

Sólo tengo claro que no tengo nada claro...

Sólo tengo claro que no tengo nada claro…

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Te llama Homper para interesarse por tu salud cuando, antes de responderle, haces una cosa muy tuya, que es salir por la tangente con otra pregunta de tu cosecha.

-Oye, ¿tú cuando vas a hacer merluza frita qué orden sigues en el rebozo? ¿Primero pasas la pieza de merluza por el huevo batido y luego por la harina o al contrario?

Homper hace honor a su nombre y se convierte una vez más en el Hombre Perplejo. Pero es buen amigo, te conoce, y no te manda a hacer puñetas ni elude la respuesta. Dice que desde que vive solo no fríe pescado, porque el chisporroteo del aceite pone perdida la cocina y atufa hasta el hueco del ascensor, que no se sabe por qué los ascensores tienen ese poder para acumular los efluvios de las ollas vecinales. Y añade que cuando alguna vez su asistenta le fríe merluza se ausenta de casa y sale a pasear el perro de la vecina, que es enfermera y a cambio le pone las inyecciones cuando procede y le trae perrunillas de su pueblo.

-La casa donde vivo es una sociedad de auxilios recíprocos- matiza- Pero estando como estás…¿por qué te preocupa tanto  la fritura de la merluza?

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Le dices que desde que te sacaron la tarjeta amarilla no lo puedes evitar, pero te pasas el día haciendo arqueo de casi todo: de tus haberes, de tus deberes, de tus quereres y de tus saberes. Lo primero te lleva poco tiempo, lo segundo te acaba atormentando la conciencia, y lo tercero y lo cuarto te entretienen bastante, pero a veces te descolocan. Por tu curiosidad natural peinas todos los días los medios y te das cuenta de que, al margen de la fe de horrores nuestros de cada día, la mayor parte de su contenido son noticias del futuro. Por ejemplo, se buscan futuros moradores para Marte. Por ejemplo los coches sin conductor circularán en el Reino Unido a partir de 2015. Por ejemplo, Fujitsu incorpora a sus celulares un sensor de huellas dactilares para saber si los están utilizando sus propietarios o no. Por ejemplo, la ciencia calcula que en 2045 podrá garantizarse la inmortalidad del cuerpo humano. Por ejemplo, si el calentamiento global llegara a derretir el manto de hielo de Groenlandia el nivel el mar subiría siete metros. Nadie sabe qué suerte correrán entonces los pobres osos polares. El horizonte en general es esperanzador por una parte, pero tan apocalíptico por otra que puede que en tres o cuatro décadas la humanidad tenga que asistir espantada a la aparición de las primeas patas de gallo de la Preysler.

Santo cielo! –se le escapa a Homper al otear lo que se nos viene encima.

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-Claro- confirmas- Por lo menos inquietante. Y como yo al menos ya he vendido todo el pescado y no tengo que ir de joven, ni de moderno, ni de estar à la page, me puedo permitir el lujo de caminar sólo sobre lo que se. Me siento más cómodo pisando suelo firme.

No te pones luego demasiado socrático, aquello de solo se que nada se. Algo sabes. Pero a la vejez viruelas, las sorpresas que te da la vida son tantas que muchas de las cosas más sencillas las ignoras, y otras que creías saber a ciencia cierta resulta que no son lo que creías. Sigues sin entender cómo el mar es una marioneta en manos de la luna, que tira de sus cuerdas o las recoge según le peta. Y aunque te lo han explicado mil veces tampoco entiendes por qué nuestro Catalina, que tanto nos complace y nos inspira, se ve más grande en el orto que cuando vuela en busca del zenit. Hace unos meses, en un debate bloguero de gran altura intelectual sobre el modo de administrarse el supositorio, la preclara periodista Begoña Ortúzar, con ese aplomo que le da haber nacido en Bilbao, mantenía que el curioso pequeño obús medicinal no debía introducirse en la retaguardia por su parte afilada, sino por la plana, sembrando en ti dudas que antes no tenías. La lógica y tu querida mamá te enseñaron a empujar por la base para que la puntita penetrase mejor por el mismísimo culito. Qué sinvivir que no haya unidad de doctrina al respecto.

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Algo parecido te ha pasado con el rebozo de la merluza. Tú jurarías que cuando entrabas en la cocina para jugar con Morito, el gato negro de la vieja casa de Serrano, y veías a Catalina -que por cierto, se llamaba como la luna- friendo pescado, el orden del rebozo era primero el huevo batido y después la harina. Has vivido toda tu vida en esa convicción. Y ahora que cuidan de ti tantos amigos marmitones y amigas cocineras te vienen a decir que no, que es justo al contrario, y que en tu casa comíais el pescado mal frito.

-Imagínate el disgusto- te lamentas a Homper- Ya no puede uno estar seguro de nada…

-Te comprendo- dice Homper con un gesto de resignación- Pero en fin, consuélate, no hay mal que por bien no venga. Si tu problema de hoy es que el rebozo de la merluza te está quitando el sueño, quizás eso quiere decir que no es tan mal como dices.

A lo mejor. A lo mejor. Pero por favor, si alguno de tus lectores de verdad te aprecia, que te confirme al menos que las cortinas de la ducha tienen que caer por dentro del borde de la bañera, y no por fuera. No vaya a ser que también en eso estés equivocado.

El álbum de los momentos embalsamables

Momentos así hay que guardarlos como sea...

Momentos así hay que guardarlos como sea...

Mientras no se resuelva lo del acelerador de partículas y la ciencia no nos asegure  la inmortalidad,  habrá que ir pensando en cómo perpetuar lo bueno de la vida.

Roberto Casarrubio era un compañero de trabajo del Duende que dibujaba  como Leonardo y pintaba como quien quisiera. Se enamoró de Bárbara, nacida en Alemania y dueña de un rostro luminoso como el reflejo del atardecer en una jarra de cobre. Entre anuncio y anuncio- entonces en la publicidad había artistas que concebían una página como un cuadro- Roberto miraba a su bella pareja y pintaba en expresionista. El Duende se acuerda de él cada vez que visita el Thyssen. Si el arte no estuviera tan indispensablemente ligado al marketing, podría estar ahí.

 Roberto vivía en un estudio abuhardillado, y tenía una perra a la que amaba casi tanto como a Bárbara. El pobre animal perdió un colmillo, y el bueno de Roberto se gastó cincuenta mil pesetas de la época en implantarle otro de oro. Como la perra carecía de la coquetería de  la Preysler,  era feliz luciendo su dentadura de Epulón canino. Roberto además decidió aprender a tocar el violonchelo pasados los cuarenta años, e incorporó a la familia un mono. No se sabe si también los vecinos, pero Bárbara, la perra  y el mono convivían muy contentas con aquel genio. Porque Roberto, además de sensible y superdotado,  era un amigo entrañable y divertido al que se le ocurrían ideas muy originales.

-Qué maravilla de niños-dijo un día que vio a los hijos del Duende, entonces aún tres criaturas rubias y angelicales- ¿Y si les echamos el fijativo ese que tenemos en el estudio para que se queden así?

El fijativo era un barniz que se espolvoreaba sobre los bocetos a lápiz y pastel para evitar que se difuminasen. Siempre que el Duende  vive momentos especialmente gratos para los sentidos, lo echa de menos. Le sobra la máquina del tiempo de H.G. Wells, porque no le interesa ni revivir el pasado ni asomarse al futuro. Su vida fluye tan veloz que todo es un presente en escapismo constante. Salvo que lo atrapemos con el fijativo del amigo Roberto y lo conservemos con la fragancia de la vida.

Domingo 11 de octubre de 2.009. En el campo. Ha llovido algo, y el pasto empieza a retoñar. Días luminosos. Aunque ya amarillean algunas hojas, los árboles parecen haber recobrado súbitamente algo del ya lejano verdor primaveral. ¿Su canto del cisne?…Temperatura deliciosa. Escribo el post por la tarde, al aire libre, escuchando el rumor de la fuente: un chorrito culebrino y juguetón que asoma entre una cortina de romeros florecidos. Los madroños empiezan a exhibir sus bolitas coloradas, mientras en el bancal de arriba lucen, amarillos, los membrillos. Vocecillas de las niñas, que siguen jugando, incansables, con los cachorros. De vez en cuando, un erizo de castaña que impacta sobre la hojarasca del suelo. De cuando en vez, el aleteo de los rabilargos, que aún acuden a rapiñar las últimas uvas de la parra. Recuerdos de mi madre, de algún amor, destellos fugaces de otros momentos felices. Esto pide un verso, pero lo que de repente suena son los acordes de un Bach básico que aporrea Juan desde el piano del salón. La felicidad debe de ser un mosaico de percepciones semejantes. Esto no pide un verso, pide que vuelva Roberto con su fijativo y empecemos a componer el Álbum de los momentos embalsamables.

Un slogan original

Le hacen una entrevista al Duende para uno de esos reportajes nostálgicos que rememoran la España de estos últimos treinta años. Ya se sabe, la publicidad de la época, y en ese capítulo, cómo no, las infatigables muñecas de FAMOSA que se dirigen al portal/ para hacer llegar al niño/ su cariño y su amistad. Fue el Duende, confesémoslo paladinamente, quien perpetró ese crimen de lesa sintaxis. Si Lázaro Carreter hubiera tenido los dardos a mano, nos habríamos enterado. Pero da igual, peor fue el Naranjito, y la Ruperta, y el premio de la Eurovisión que ganó Salomé, y el tupé de Manolo Escobar, y todos somos teselas del mismo mosaico de recuerdos. Grandeza y miseria del Duende, que no sabe ya si encargar la leyenda de lo único que recordarán de él cuando se haya largado con las bromas otra parte. HIC JACET AUTOR VILLANCICAE FAMOSAE MUÑECARUM. En latín, aunque sea macarrónico, queda mucho más noble (por cierto, Ángelus Pompaelonensis, puedes corregirlo).

La cosa es que entre col y col cuelan una pregunta comprometida. ¿Y qué slogans le han impresionado a usted? Y el Duende contesta que lo malo de ser publicitario es que distingues entre la verdad y el slogan, que sólo es eso, un broche que se puso de moda cuando la publicidad o la propaganda eran más ingenuas. Ahora crea sensaciones, o sea, no dice nada, pero lo dice muy bonito. Tan bonito, que si coges el mismo spot y le cambias la marca final te sirve para un operador de telefonía, para una marca de coches, para una de relojes, para un cosmético, para una consejería de servicios sociales de la comunidad autónoma correspondiente, para un canal de televisión o para un centro comercial. Si está la Preysler y vemos bombones dorados en pirámide sabemos que es Ferrero Rocher. Si saliera un toro con un par, sabríamos que era Osborne, que ahora iría directamente al matadero. Si viéramos un perro escuchando una vieja gramola sería La Voz de su Amo, cuyas cajitas de agujas para el pikú, son, por cierto, piezas de colección. Pero estos tres ejemplos son historia. Ahora la publicidad mola más si no se entiende y no se identifica, porque los creatas guay no se conforman con ser publicitarios, y aspiran a ser directamente genios. Eso es lo malo, que todos acaban imitándose, y se alejan de un consumidor que retiene sólo lo justito. O sea, las curvas de la botella de Coca-Cola, el logotipo del triángulo verde de El Corte Inglés, el calvo de la Lotería -cómo no, prejubilado- el abrazo del turrón que vuelve a casa por Navidad y, por qué no decirlo, las muy cristianas muñecas del villancico. Ay, que se le saltan las lágrimas al Duende pensando que ni Frank Capra lo hacía tan bonito.

Pero ¿qué slogan le hace cambiar a uno? Cuando no hay que decir casi nada, se abona uno al El valor de las ideas del Banco Santander. Puede parecer el clásico slogan de recurso, el que se pone cuando no hay nada que decir. Pero en este caso será escrupulosamente certero si confirma que este banco tiene al menos dos ideas de gran valor. La primera, forrarse todos los años. Y la segunda, duplicar el forre del año anterior. Más aún le irrita al Duende el predicado de un miniqueso de bola que se anuncia antes de los partidos fútbol televisados como El queso oficial del Real Madrid. ¿Cómo es la oficialidad de un queso? ¿No lo podemos tomar los del Atleti? ¿De verdad que esa chorrada vende algo?

En medio de la vaguedad de la mayoría de los slogans -casi todos valen para casi todo- y de la endeblez de otros muchos, le produce cierta ternura al Duende el sencillo mensaje escuchado en una persistente campaña radiofónica de una fábrica de alfombras que, con una marca tan poco sofisticada como Los Fernández, se atreve a decir de ellos: ¡Son muy amables! Pues bravo por los Fernández. Porque en un país donde la amabilidad es virtud en declive -raro es que todavía no la consideren casposa- y donde a veces pides un pincho de tortilla y el camarero te mira como si le hubieras faltado a su madre, recordar que quien quiere vender algo debe, ante todo, sonreir es no sólo inteligente. Sino, sorpréndase, también original. Y ahora mando al Duende a por una alfombra para que todos los días se ponga a mis pies y me ceda el paso.

Las lágrimas de la cebolla

Cebolla

(Foto de Timsnell, con algunos derechos reservados)

Cortaba el Duende cebollas para hacer su salsa y le rodaban dos lagrimones por las mejillas. Se acordaba entonces de las mujeres que habían alimentado su juguetona vida. De su madre, de su esposa, de Catalina, de Cirila. De las muchas mujeres que habían llorado por él y por tantos que se sentaban a la mesa. Recordaba lo efímero del placer para tan largo esfuerzo, o al menos eso aparentaban los comensales: horas de sartenes y cacerolas para conseguir, como mucho un qué bien te ha salido, qué bueno estaba, a lo mejor hasta gracias. Se acordaba de las quejas de doña María, siempre lamentando que unos lleven la fama y otras, las de siempre, carden la lana. Y, como colofón, de lo que le dijo mamá a Boabdil cuando salió de Granada con las orejas gachas: llora como mujer lo que no has sabido defender como hombre.

E imaginaba luego lo que habría sido este otro capítulo de un mundo al revés. Por ejemplo una enciclopedia sin apenas grandes hombres, y sí en cambio muchas grandes mujeres Y donde éstas configuraban una historia de las ciencias, de las artes y de la cultura en la que sólo ocasionalmente asomaba una gloria con barbas. Un suceso de gran impacto mediático daba ocasionalmente la vuelta a la tortilla. En un mundo diseñadodo por Palladias, Iñigas Jones, Venturesas Rodríguez y Rafaelas Moneo, aparecía un tipo raro con un edificio que recordaba al hombre de lata del Mago de Oz desventrado, y por semejante ocurrencia desplazaba a segundo lugar a las arquitectas de toda la vida. O sea, el triunfo del recién llegado, y la omisión de las que tanto se lo curraron. Qué injusticia.

Como en la realidad, solo que invirtiéndose los papeles. La mujer pasó de no contar como el hombre a contar algo en casi todo, pero menos en lo que siempre había sido lo suyo sin merecer por ello elogio alguno. La moda, la alta costura y la cocina, tradicionales feudos femeninos, parecen ahora inventados por el hombre. Y doña María, la verdad, se mosquea. Siglos de hilo, aguja y dedal, tantas generaciones de mujeres alimentando los fogones y dándole juego a las perolas para que ahora vengan el machismo de espaldas al pueblo y se corone de gloria. El mejor modista es Giorgio, el que hace los zapatos de mujer que despepitan a la Preysler y a Victoria Beckham se llama Manolo. Y las estrellas Michelin se las llevan Ferrán, Juan Mari, Pedro y Martín. Tócate las narices, María, ¿por qué lo han permitido las mujeres?

Lo planteó así Doña María en un foro sobre el reparto de responsabilidades en la sociedad actual, y una feminista aventajada del Instituto de la Mujer le corrigió con mal disimulada suficiencia: no es ese el debate, mujer, no es ese el debate. Está bien que compartan las tareas del hogar, pero lo importante es que copemos los puestos de responsabilidad que ahora sólo detentan los hombres. Y doña María dijo que ni sabía lo que significaba debate, pero que cuando ella hacía almóndigas éstas sólo eran un segundo plato, y ahora un cocinero de postín con la misma receta, la misma salsa y más cuento no hace almóndigas, sino cultura. Y que aunque no sea pogresista eso de los fogones, vaya tontuna la de haber convertido a los hombres en los dioses de la cocina. ¡Con lo cultas que éramos nosotras sin darnos tanto pisto!…

Y esa es la cosa. Nada tiene que ver el culo con las témporas, y aunque el objetivo sea la paridad entre sexos, también es pena que cuando doña María llora, no sea sólo por la cebolla. Sino porque entre lo que le vedan y lo que ella misma se niega, la vida-lo cantaba Julio Iglesias– sigue más o menos igual.


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