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Crónica de una endemoniada ausencia

Modelo de bloguero después de tres semanas chupando banquillo

Modelo de bloguero después de tres semanas chupando banquillo

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Supones que esa ausencia tuya tantos días es fruto del desorden. Nunca has sentido tanto caos y disparate, interno y externo, en el mundo que ves por tu ventana y en ese trajín de célúlas más bien puñeteras ellas, que desde hace tres años bailan la conga por distintas zonas de tus entresijos. Nunca.

Fue desatar su ira desmesurada el verano 2015 y empezar a presagiar una serie de sucesos que te harían ver a la vida como algo cada vez más raro. Santo cielo, pero en qué se ha convertido este tiempo. Y todo sin que las trompetas del Apocalipsis anunciaran elecciones del Frente Popular, ni incendio del Expreso de Andalucía, ni la Mano Negra, ni la resurrección de Franco ni otra jaimitada más de Artur Mas para sorprender al pueblo estupefacto. A estos y otros iluminados se les dio la mano y se tomaron hasta el codo. Generosidad de esta democracia que nos hemos dado: el margen de credibilidad en la utopía que tan alegremente se concede a los visionarios.

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Durante días y días tu costumbre de vivir informado te trajo de acá para allá como un potro desbocado. Nombres como los de Grecia, Tsiripas, Varoufakis, Grexit, la Troika, enésimo Rescate griego, Angela Mékel, duodécimo segundo tocamiento cojonero del gobierno heleno, ahí te las den, Europa, se agolpaban en los titulares junto con los de otros héroes de nuestro tiempo: Casillas, Florentino Pérez, De Gea, Van Gall, Pedrito, otro Casilla, Keylor Navas – ¿pero hay algo más que el fútbol?- y, sobre todo, el de ese titán llamado Ramos, Sergio Ramos. ¿Se iba del Madrid? ¿Se quedaba en el Madrid?

Cada día de esta nefasta serie canicular era un desayuno de lisergia, confetis tontos o noticias macabras, guerras incansables, incendios devastadores, asesinatos siniestros como los que cuando eras niño voceaban en El Caso, tanta modernidad para esto. Lo que no era feo, intrascendente, estulto, repetitivo, frívolo, canalla, desalentador –la realidad virtual que nos cocinan a su gusto los medios- era casi peor, pues enseñaba la patita traidora de la realidad misma. Por la que se filtraba como una verdad a secas tu cáncer en su esplendor. Cada minuto tuyo era un acorde de la marcha patibularia con la que comienza el último tiempo de la Sinfonía Fantástica de Berlioz.

Qué acojone.

Pasabas casi todo el día medio drogado, te expresaba mal, te movías peor, recomponías tu visión del mundo después de un rato sobre las noticias y al final te sentías parte de una orgía siniestra que pintaba Francis Bacon. Además, calvo y desarbolado de rumbo alguno, sentías en el agosto más caluroso de los que hay noticia, auténtico frío. Del alma también quizás, pero desde luego del cuerpo.

Menos mal que la gilipollez de vez en cuando entretiene, despabila y te vuelve a enganchar a la realidad.

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Porque, entretanto, todas estas cosas pasaban mientras tú tratabas de reaccionar y literalmente no podías.

Un empleado de le Ayuntamiento de Barcelona malguardó un busto del Rey Juan Carlos y, luz y taquígrafos delante, en una especie de caja de Galletas Loste para retirarlo de la circulación con ostentación, ordinariez y alevosía. Como si a Barcelona, Cataluña, España, la Unión Europea y el orden mundial dependieran de ese rasgo de oportunidad política de la impar Ada Coláu. Siguieron numerosos testimonios iconoclastas, no siempre respetuosos con el carácter regenerador e impecablemente democrático que inspira a la memoria histórica.

-Que no se nos tache de demagogos, un respeto –advirtieron.

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Los nuevos regeneracionistas, probablemente a falta de mejores iniciativas, arramblaron con lo que les pareció.

– Ese de esa calle era un estraperlista de tabaco, enemigo del pueblo, que lo se yo-dijeron- Fuera calle y que se la dediquen a Dióscuro Tazones, que además de activista agrario era muy buen capador, y si capabas tres machos, uno de los testículos del tercer guarro te salía gratis.

Con tantos años de historia en cantidad de pueblos, comunidades, ciudades, aparecían efigies de supuestos viejos ilustres a los que había que ir poniendo en su sitio. Que era muchas veces fuera de su sitio.

En la Asociación de Activistas Podemitas o Así habían hecho un concienzudo registro de Reyes Godos, sacando como primera conclusión la de que había muchos, demasiados, quizás, y que aunque no tuvieran que ver con las monarquías que propiciaron la degeneración de Europa, que les sonaba más, reyes fueron. Un error en la ortografía fue el causante de que el rey Recadero fuera considerado bueno, pues al menos hacía recados gratis, sin que hasta el siglo XXI un Secretario General del Ayuntaminento reparase en que el verdadero rey supuestamente beneficioso para el pueblo no se llamaba Recadero, sino Recaredo. No obstante se salvó, porque el picapedrero que tenía que degradar al monarca godo desapareció envuelto en las brumas de la leyenda, y esa dualidad rey feudal / rey que hacía favores y recados le daba cierto perfume épico a la historia del nuevo régimen. Un poco lioso, pero conveniente al cabo para el momento germinal que se abría en el horizonte.

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Entretanto, en algunos lejanos pagos de las antiguas Españas, el CONSEJO ASESOR SUPREMO DE NECEDADES PODEMOS dio con otro rey godo llamado Wamba, contra el que no se encontró más cargo que haberse dejado narcotizar, tonsurar, vestir de monje y renunciar a la corona. A eso se añade en el expediente que el Auditor recordaba haber tomado de niño unos bollos rellenos de crema popularmente conocidos como wambas, mérito no identificable en muchas dinastías, y que justificaba la indulgencia de la memoria oficial, pues a qué pueblo verdaderamente sano no le iban a gustar las wambas de crema.

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En la España de dispàrate infernal de 2015 cabía casi todo. Un asesor más refinado quiso enchironar en las buhardillas municipales al rey Favila, pero cuando se enteró de que al monarca astur se lo comió un oso –despabila, Favila, que viene el oso- y de que Favila no era Fabiola de Bélgica, que salía mucho en el HOLA y esa sí era rea de lesa dignidad democrática, tuvo que rebobinar y replantear el asunto. Para compensar propuso impulsar la gastronomía del antiguo reino astur y reforzar el hecho identitario inventando él mismo la fabada Favila, en la que se sustituía al tradicional compango por carne de oso, menos grasienta y más sana que la del cerdo, pero los conservacionistas del plantígrado armaron la de Dios es Cristo, las glorias de nuestros fogones y los gastrónomos amenazaron con más programas de TV, radio y literatura sobre el buen yantar, los hermanos Ansón anunciaron causa general para una nueva cruzada ideológica y hasta la alcaldesa de Madrid no pudo reprimir su disgusto en público.

Es que me acuerdo de mi teddy- dijo reprimiendo con cierto rubor sus pucheritos de niña buena-El que mató a Favila no se cómo se llamaba, pero al mío le llamaba Trotskín.

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Crees recordar que este momento estelar para la historia de la humanidad ocurrió en lo peor de tu crisis. Pero no hizo falta tomar medidas más severas con el asesor audaz, porque en ese momento los biólogos del Ayuntamiento de Madrid declararon superpoblación y peligro de epidemia entre las tortugas de la Estufa de la Estación de Atocha. Y al infatigable reformista le nombraron Director del Programa Salvemos nuestras Tortugas con prohibición expresa de que volviera a mencionar a los reyes godos, incluso a los Magos, a Favila, a la fabada y, por si acaso, hasta al mismísimo Balloo.

Aún de vez en cuando enreda, y sale en las tertulias empeñado en borrar de los registros al Héroe de Cascorro. Las cosas.

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El exceso de información, los fenómenos revisionistas, o el cómo dar otra vuelta de tuerca más para crear un nuevo problema donde se atisbe solución alguna, fueron llenando los días más extraños de tu vida. Estás convencido –toquemos madera- de que aquella noche, hará unas dos semanas, el cáncer y las diferentes divisiones militares que te ayudan en la batalla te habían machacado. Al margen de la cantidad de majaderías innecesarias que escuchaste consciente o inconscientemente –en el pecado llevas la penitencia, por creer que vivir es estar informado- no puedes hacer la cuenta del número de píldoras, fármacos, parches de morfina, analgésicos, heméticos, laxantes, corticoides, antiinflamatorios, jarabes, inhibidores y otros elementos que componían tu dieta. Imaginabas que eras el balón de juguete de un bazar chino, que un niño rabioso agitaba, pateaba y acababa destripando. Y que te descomoponías en millones de partículas luminiscentes que se elevaban al cielo de la noche convertidos en una sopa de tapioca cósmica bastante asquerosita.

Desmayado sobre la cama a cualquier hora, con un ojo abierto pendiente de un crucifijo que un peregrino amigo pasó por el Camino de Santiago y el otro intentando pillar cacho en la vida que aún controlabas, caíste apresado en esa gelatina indescriptible que llamamos pesadilla, compuesta de ficción, claro, pero también de hechos reales. El telón de fondo ya está descrito, la sensación de caos. Lo novedoso es que desde hacía un par de días notabas cómo tu brazo derecho iba perdiendo fuerzas, al punto de hacerte ingrato hasta el movimiento de cepillado de dientes. Lo que al final terminaba de angustiarte era que tu amigo el marqués de Betanzos entraba en el sueño para interesarse por tu salud, cosa muy de agradecer, y para pedirte por favor que, dado que ibas a ir por Asturias, si no te importaba, le ayudaras a despachar un asunto familiar algo engorroso.

-Mira te dijo- es que los Betanzos, vistas las circunstancias hemos decidido desprendernos de dos iglesias que tenemos en Galicia. Así que si no te importa te doy las llaves, te acercas por allí, te haces cargo de ellas y ya hablaremos.

No fue más explícito, cuando como jurista lo es con largueza. No te explicó si debería dirigirme al ordinario del lugar -tampoco dijo de qué lugar se trataba-, a Patrimonio Eclesiástico o a la junta provincial de Podemos. No me dio tiempo ni a preguntar si tendría que hacerme cargo de las mudanzas y si necesitaba auditoría de la recaudación en cepillos ni inventario de todas las imágenes, muebles, obras de arte, cerería y demás equipamiento. Sólo sabes que en ese momento recuperaste el movimiento del brazo como antes de precipitarte en el siniestro abismo de este verano.

Seguramente era porque las noticias alumbraban el gran momento esperado: el heroico Sergio Ramos y el inmarcesible Florentino Pérez confirmaban que el futbolista no se irá del Madrid por la módica cantidad de nueve millones y medio de euros por temporada. Lo demás son tonterías.

Pero eso no era todo. El frío congelador que te dejó en la cabeza la última radioterapia se acababa, porque tu generosa hermana Paloma te había fabricado en un pispás un gorro de punto que, aparte del calorcito, te transmiten, como se puede observar, la elegante apostura del clásico refugiado albanokosovar.

Por lo demás, marchando una de bravas.

Las estrellas no piden contraseña

Estrellas 20131

Me gusta en las noches de verano/ tenderme en la parva de la era…

Tenías catorce años y escribías versos intimistas y melosos típicos de adolescente. No recuerdas casi ninguno más de ese poema, inspirado por una majestuosa noche de verano en el campo. Fue después de una gran caminata desde Arenas de san Pedro hasta el Monte el Rincón, y de haber pasado la tarde trillando con tus hermanos y tus primos. Cenasteis luego sobre la parva un gazpacho campesino–cucharón y paso atrás-, y algo de chorizo y queso. En el lebrillo de barro, los ingredientes navegaban como pecios desnortados sobre un pequeño mar de agua, aceite, y vinagre. Allí aún no se conocía la Turmix, porque entre otras cosas, no había llegado la luz eléctrica. Pescabais los trozos de tomate, pan, cebolla, pimiento y pepino con cucharas. Al movimiento de éstas, el mar del gazpacho giraba cada vez más rápidamente hasta formar un remolino. En él, como si fueran la sal, se reflejaban las estrellas. Resultaron lo más delicioso de la cena

Antes de dormir arrullado por los grillos/ me gusta imaginar que tú juegas al escondite conmigo/ entre las luciérnagas de una constelación –recuerdas que decían otros versos.

Pensabas en la chica que latía en tu poema mientras buscabas los porqués de la vida en aquel cielo oscuro rabiosamente estrellado. Seguramente ella apuntaba en su pecho como dos medios limones, mientras tú seguías siendo un zagal. No obstante lo cual, ensabanado en el frescor de la noche, acabaste durmiendo como un bendito. Tu vida no ha sido precisamente intensa ni aventurera. Por eso, cuando el sol despuntó, y sus rayos empezaron a calentar la mies que os había servido de colchón, sentiste que habías vivido una emoción inolvidable.

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Parva se llamaba a la mies que, previamente amontonada, se extendía sobre la era en forma de círculo para que dieran vueltas sobre ella dos mulos tirando de sendos trillos. Lascas de piedra incrustadas en la panza de estos trituraban la cosecha recién segada. Sobre la parva, ya tendida la noche, hablabais mirando las estrellas antes de caer rendidos por el sueño. Ahí el que sabía de la faena y marcaba los tiempos era Cheles, hijo de Jacinto el guarda, que más tarde sería su heredero en el cargo. Sabía mucho de campo, y creía que tú podías informarle de otras cosas a donde no alcanzaban sus saberes.

-Oyes, Luis –te preguntó- Y los del Polo Sur ¿tienen que andar con la cabeza para abajo?

-No , hombre- le respondiste con fingida autoridad

…¿Y cómo hacen entonces para sujetarse al suelo y no caer al espacio?

El sueño vino en tu ayuda, pedazo de ignorante. A ti sólo se te daban bien las letras y las humanidades, pero aunque ya conocías la ley de la gravedad eras incapaz de explicarla con propiedad. Tú sólo has servido para fantasear con lo inútil, hacer papiroflexia con el lenguaje y otras ocurrencias impropias de gente seria. Dormimos en la parva de la era, al raso, bajo el cielo abierto, y la respuesta quedó en el aire.

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Te amparas en la solvencia de la naturaleza porque hay muchas cosas de ella que te resultan fáciles de entender, mientras que en menos de seis meses has tenido que cambiar de coche y de teléfono móvil y te angustia pensar que te vas a morir sin saber manejar al cien por cien ni lo uno ni lo otro. En el volante de tu coche hay un conmutador que te ofrece seis datos del consumo: consumo medio, consumo por kilómetro, consumo desde la última parada, consumo del día…No has conseguido saber aún lo que gasta el coche, como tampoco cómo encontrar fácilmente el teclado numérico del móvil para algo tan sencillo como llamar a la tía Pepa. Adoras el lapicero, el cepillo de dientes, el cortaúñas, la navajita de pastor, el sacapuntas, el sacacorchos, que nunca van a ser atacadas por virus ni te van a exigir claves, contraseñas, PUKS o las odiosas actualizaciones.

Cierto que algunas de esas cosas que llaman aplicaciones te parecen admirables. Por ejemplo el Google Sky Map, que cuando orientas el teléfono al firmamento te dice en pantalla el nombre de los cuerpos celestes acotados por el objetivo. Pero estás marcado por tu época, y crees que nada te causará más impresión que la que recibiste al dormir sobre la parva de la era una noche de verano. Observemos, durmamos, soñemos. Ya harán poesía por nosotros las infalibles estrellas.

La imposible bata del hospital

Jack Nicholson en bata1

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Año de elecciones. Al personal estas cosas le llenan de excitación, porque piensa que es la enésima oportunidad que nos brinda la democracia para arreglar el mundo. O sea, su mundo.

-¿Qué hay de lo mío?-pregunta universal.

Todos tenemos nuestro “lo mío”, que luego, por adecentarlo, tratamos de conectar con los “lomíos” de la colectividad. Lo tuyo ahora, y perdón por dar el coñazo con la misma obsesión, se llama cáncer. Antes del enésimo paso por esos sofisticados aparatos con lo que te escanean, te resuenan magnéticamente, te radian, te contrastan, te inyectan isótopos retroactivos y te retratan los entresijos para recordarte que el cuerpo humano es demasiado complejo como para que todas las piezas funcionen a la perfección, te sentías una piltrafa. La madre que parió a esos protocolos preparatorios de las pruebas radiológicas. Ayune usted desde el día anterior, bébase una pócima de la bruja Piruja, ingiera a continuación litro y medio de agua, pase la tarde yendo y viniendo al cuarto de baño, abrácese al retrete, trague más pócima, y a continuación, otro litro y medio de agua, resígnese a ser un Manneken Pis con el pelo blanco, vuelva a sentarse como el Pensador de Rodin pero no precisamente para filosofar, siga depurando como pueda, mírese al espejo para darse un poco de pena.

Y, por favor, ríase. Acuérdese también de la mamá del autor de este protocolo diabólico que parece pensado para hipopótamos. Y piense que hasta los más ilustres próceres se han visto, se ven o se verán algún día en el mismo ridículo trance: mierda eris et in mierda reverteris.

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Hoy luce un día radiante, has dormido bien, podías desayunar, y lo has hecho con apetito.   Estás tentado de pedir que alguno de tus lamentos tenga acogida en los programas de los partidos que concurrirán en las numerosas elecciones que se avecinan, pero tu “lomío” se queda en muy segundo término. Primero, porque te da vergüenza priorizar a tu ombligo mientras aún retumba la tragedia de Nepal. Segundo, porque te sonríes interiormente recordando que, en medio de la preocupación y el desasosiego, has superado al menos el oprobio de la bata de hospital, esa inútil pieza con dos cintajos a la espalda que nunca consigues anudar para cerrarla.

Tuviste que salir de la sala de máquinas para una emergencia y, cuando te diste cuenta, estabas repitiendo el numerito de Jack Nicholson, que, de la misma guisa, enseña su trasero al respetable en una de las secuencias más hilarantes de Cuando menos te lo esperas. Por pura curiosidad, huroneaste luego en internet y, pásmese el personal, alguien ha subido una guía para usar adecuadamente esta joya de la moda hospitalaria que, al parecer, data de los años 20 del pasado siglo. Hay gente para todo, pero pasarán más de mil pruebas, muchas más, antes de que aprendas a usarla, si es que algún día logras la hazaña. Entretanto, y una vez que a pesar de tu pudor la ciencia médica ya ha profanado tu intimidad de cintura para abajo, sólo te queda implorar al modo catalán aquello de ¡salut y força al canut!.

Terapia con la Venus del espejo

 

venusdelespejo

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Dice Homper que su historia corresponde fielmente a nuestro tiempo, donde los antiguos como vosotros no sabéis si camináis sobre la realidad o sobre la ficción. Vuestras vidas se han rebozado de trampas virtuales (los grandes adelantos tecnológicos, el auge de las redes sociales, los videojuegos, por ejemplo) y son como croquetas en cuya bechamel es difícil separar lo uno de lo otro, lo que es de verdad de lo que no deja de ser una hipótesis tan eficazmente representada que acabas creyéndola como cierta

-El caso es que me colé en la alcoba de La Venus del Espejoexplica después de comentar la gran exposición de Velázquez en el Grand PalaisEra mi debilidad de siempre, qué belleza curvilínea, y ahora que uno no está para desaprovechar oportunidad alguna y que los años le han quitado la inhibición, le di un toque en el hombro y volvió su rostro. Era hermosísima, como se insinúa en el cuadro: su cara, sus pechos, su monte de Venus, con esa floresta natural que la depilación quiere hacernos olvidar, qué error…

Le dije que perdonara la impertinencia.

-Ningún problema –me respondió la Venus sonriente- Tantos siglos dando la espalda al respetable que ahora me encanta darme la vuelta y ver al público de frente, y no reflejado en el espejo.

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Dice Homper que tendió sus brazos abiertos hacia él para abrazarlo, y que en ese momento el angelito que en el cuadro parece sujetar el espejo salió volando discretamente, para no cohibirlos. Se abandonó entonces entre en las blancas y mórbidas carnes de la Venus, y ésta, que por algo es la diosa del amor, le estrechó contra su cuerpo muy efusivamente, como si en lugar de un intruso el anciano enfermo fuera un bebé que busca refugio en el regazo de su madre.

Homper precisa que lo de anciano y enfermo vale, pero que en lo más íntimo y delicado de su maltrecho cuerpo notó una reacción nerviosita y agradable nada infantil, más bien emparentada con lo que dijo la opulenta Mae West ante un hampón que la devoraba con la mirada. ¿Llevas una pistola en el bolsillo o es que te alegras de verme? Homper insiste en que se alegraba muchíiiiisimo de verla y de tocarla, no a May West, sino a la diosa velazqueña. Sin embargo, al poco de arrebujarse y hozar a gusto en su carnalidad se le cruzó la visión del atlas anatómico del cuerpo humano, que mira casi a diario para saber dónde quedan sus males y repasar el corazón, las arterias, los pulmones, las vértebras, los riñones, el uréter derecho, la vejiga, el páncreas, el meato urinario, el esternocleidomastoideo y todo eso que tanta grima da pensar que llevamos dentro. Dos pensamientos fugaces se le cruzaron entonces, a saber: primero, si el hombre es creación de Dios no se entiende cómo al todopoderoso se le ocurrió una ingeniería de huesos, músculos vísceras y demás casquería tan sumamente complicada y caprichosa. Segundo, sea obra de Dios o del evolucionismo, cómo es posible que ese truculento ninot orgánico quede tan favorecido cuando se envasa en un cuerpo como el de la Venus del Espejo.

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Las lucubraciones del hombre perplejo y las tuyas por ahí se andan. Cada loco con su tema. Hace tan sólo unos meses creías que tu tratamiento iba poco a poco ganando batallitas. Ahora los partes de guerra anuncian más bien que la munición lanzada sobre el enemigo no consigue los efectos previstos. La solución es un estudio genético para saber si las células cancerosas que campan por sus respetos están mutando a otras formas más atacables, que al parecer hoy día la ciencia tiene respuestas para casi todo.

-¿Y cómo serán esas células mutantes?-te preguntas- ¿Mutarán a mejor o a peor? ¿Serán más guapas, más amables, más simpáticas?

Como la curiosidad aún tira de ti y el mundo que te rodea sigue trenzando realidad con ficción, te acuerdas de aquella estupenda película de Richard Fleischer que se llamaba El viaje alucinante, en la que un científico consigue reducir al ser humano a un tamaño microscópico para introducir a varios expertos en el interior de un cuerpo enfermo y arreglar los entuertos a los que no llegan ni los cirujanos ni el fármaco más milagroso. Qué oportunidad. Le pides al profesor Bennet, que así se llamaba el sabio, que te jibarice al máximo, y emprendes un viaje apasionante por tus propios interiores para ver cómo mutan, si es que mutan, las dichosas células. ¿Cambiarán de larva a mariposa? ¿De sapo a príncipe? ¿De judoka a travelo? ¿Acabarán siendo cucarachas, como le pasó al pobre Gregorio Samsa?

Lo único que constatas es lo intrincado, inquietante y asquerosito que es el cuerpo humano por dentro. Te encuentras con células que no sabes si son buenas o malas, mutantes o no mutantes. Todas te parecen iguales, porque no entiendes un carajo, y acabas concluyendo que es mejor abandonar estas aventuras y tentar la suerte de Homper, por si a la Venus del espejo le siguen gustando los enfermos maduros y le da por darte conversación.

Dolores, dudas y merluza frita

Sólo tengo claro que no tengo nada claro...

Sólo tengo claro que no tengo nada claro…

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Te llama Homper para interesarse por tu salud cuando, antes de responderle, haces una cosa muy tuya, que es salir por la tangente con otra pregunta de tu cosecha.

-Oye, ¿tú cuando vas a hacer merluza frita qué orden sigues en el rebozo? ¿Primero pasas la pieza de merluza por el huevo batido y luego por la harina o al contrario?

Homper hace honor a su nombre y se convierte una vez más en el Hombre Perplejo. Pero es buen amigo, te conoce, y no te manda a hacer puñetas ni elude la respuesta. Dice que desde que vive solo no fríe pescado, porque el chisporroteo del aceite pone perdida la cocina y atufa hasta el hueco del ascensor, que no se sabe por qué los ascensores tienen ese poder para acumular los efluvios de las ollas vecinales. Y añade que cuando alguna vez su asistenta le fríe merluza se ausenta de casa y sale a pasear el perro de la vecina, que es enfermera y a cambio le pone las inyecciones cuando procede y le trae perrunillas de su pueblo.

-La casa donde vivo es una sociedad de auxilios recíprocos- matiza- Pero estando como estás…¿por qué te preocupa tanto  la fritura de la merluza?

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Le dices que desde que te sacaron la tarjeta amarilla no lo puedes evitar, pero te pasas el día haciendo arqueo de casi todo: de tus haberes, de tus deberes, de tus quereres y de tus saberes. Lo primero te lleva poco tiempo, lo segundo te acaba atormentando la conciencia, y lo tercero y lo cuarto te entretienen bastante, pero a veces te descolocan. Por tu curiosidad natural peinas todos los días los medios y te das cuenta de que, al margen de la fe de horrores nuestros de cada día, la mayor parte de su contenido son noticias del futuro. Por ejemplo, se buscan futuros moradores para Marte. Por ejemplo los coches sin conductor circularán en el Reino Unido a partir de 2015. Por ejemplo, Fujitsu incorpora a sus celulares un sensor de huellas dactilares para saber si los están utilizando sus propietarios o no. Por ejemplo, la ciencia calcula que en 2045 podrá garantizarse la inmortalidad del cuerpo humano. Por ejemplo, si el calentamiento global llegara a derretir el manto de hielo de Groenlandia el nivel el mar subiría siete metros. Nadie sabe qué suerte correrán entonces los pobres osos polares. El horizonte en general es esperanzador por una parte, pero tan apocalíptico por otra que puede que en tres o cuatro décadas la humanidad tenga que asistir espantada a la aparición de las primeas patas de gallo de la Preysler.

Santo cielo! –se le escapa a Homper al otear lo que se nos viene encima.

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-Claro- confirmas- Por lo menos inquietante. Y como yo al menos ya he vendido todo el pescado y no tengo que ir de joven, ni de moderno, ni de estar à la page, me puedo permitir el lujo de caminar sólo sobre lo que se. Me siento más cómodo pisando suelo firme.

No te pones luego demasiado socrático, aquello de solo se que nada se. Algo sabes. Pero a la vejez viruelas, las sorpresas que te da la vida son tantas que muchas de las cosas más sencillas las ignoras, y otras que creías saber a ciencia cierta resulta que no son lo que creías. Sigues sin entender cómo el mar es una marioneta en manos de la luna, que tira de sus cuerdas o las recoge según le peta. Y aunque te lo han explicado mil veces tampoco entiendes por qué nuestro Catalina, que tanto nos complace y nos inspira, se ve más grande en el orto que cuando vuela en busca del zenit. Hace unos meses, en un debate bloguero de gran altura intelectual sobre el modo de administrarse el supositorio, la preclara periodista Begoña Ortúzar, con ese aplomo que le da haber nacido en Bilbao, mantenía que el curioso pequeño obús medicinal no debía introducirse en la retaguardia por su parte afilada, sino por la plana, sembrando en ti dudas que antes no tenías. La lógica y tu querida mamá te enseñaron a empujar por la base para que la puntita penetrase mejor por el mismísimo culito. Qué sinvivir que no haya unidad de doctrina al respecto.

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Algo parecido te ha pasado con el rebozo de la merluza. Tú jurarías que cuando entrabas en la cocina para jugar con Morito, el gato negro de la vieja casa de Serrano, y veías a Catalina -que por cierto, se llamaba como la luna- friendo pescado, el orden del rebozo era primero el huevo batido y después la harina. Has vivido toda tu vida en esa convicción. Y ahora que cuidan de ti tantos amigos marmitones y amigas cocineras te vienen a decir que no, que es justo al contrario, y que en tu casa comíais el pescado mal frito.

-Imagínate el disgusto- te lamentas a Homper- Ya no puede uno estar seguro de nada…

-Te comprendo- dice Homper con un gesto de resignación- Pero en fin, consuélate, no hay mal que por bien no venga. Si tu problema de hoy es que el rebozo de la merluza te está quitando el sueño, quizás eso quiere decir que no es tan mal como dices.

A lo mejor. A lo mejor. Pero por favor, si alguno de tus lectores de verdad te aprecia, que te confirme al menos que las cortinas de la ducha tienen que caer por dentro del borde de la bañera, y no por fuera. No vaya a ser que también en eso estés equivocado.

La cirugía del estropicio

Quod natura non da, cirugía plástica no siempre prestat...

Quod natura non dat, cirugía plástica no siempre prestat…

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Sobre la cubierta de un espléndido yate anclado en el Caribe dos hombres de mediana edad conversaban mientras bebían daiquiris. Uno de ellos, corpulento y de edad más que mediana, lucía una guayabera que disfrazaba su curva de la felicidad, y coronaba su cabeza con un sombrero de Panamá. Era el doctor Kropowitzi, psiquiatra de las más deslumbrantes estrellas de Hollywood y de buena parte de la beautiful people neoyorkina. El otro, con torso desnudo modelo metrosexual, era el propietario del yate. Se trataba de Lester Digott, cirujano plástico especializado en transformar el rostro de las beldades del cine a la medida de sus deseos. Sólo cubría su cuerpo con un Rolex de oro en la muñeca derecha, con un taparrabos amarillo de lunares verdes y con la clásica gorra de patrón. Mientras Kropowitzi exponía lo que según él podría considerarse una auténtica explosión de la crisis de identidad de la mujer cuando se asoma a la cuarentena, Digott escuchaba muy interesado y alargaba las copas vacías a una muñequita medio en pelotas a la que abrazaba por su cadera para que las rellenara debidamente y no decayera en ningún momento la conversación.

-No falla –afirmaba Kropowitzi- A partir de una cierta edad ellas sobre todo empiezan a aburrirse de su cara y a detestarse. Yo trato de ayudarlas, hago todos los esfuerzos para que valoren  su personalidad y confíen en su expresión, pero no hay remedio, mis pacientes, hombres o mujeres, quieren cambiar de cara y ser otros.

Lester Digott retiró la copa vacía y puso en las manos del psiquiatra el quinto daiquiri de la tarde.

-Deje que lo sean –barboteó entre regüeldos al cohólicos al tiempo que chocaba la copa de Kropowitzi con la suya propia-Y ahora hablemos de negocios.

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Entre los vapores de su borrachera, el doctor Kropowitzi recordaba sus años en el Actor´s Studio de Nueva York, cuando soñaba que algún día se ganaría la vida como actor y estudiaba el Método Strasberg. Su trabajo en los últimos tiempos consistía en  profundizar en los más escondidos registros de la psicología del paciente para encontrarle una nueva identidad que le permitiera a Digott moldear el nuevo rostro adecuado a  la misma.  En eso y en poner la mano. Los resultados demostraron que aunque como psiquiatra Kropowitzi pudiera ser discutible, como actor resultaba muy convincente. Después de un intenso tratamiento en su diván, aquellas señoras estupendas que empezaban a cansarse de su cara asumían que eran libres como un ave, sensibles y delicadas como una crisálida, felinas para seducir o refrescantes como las frutas de un retrato de Arcimboldo.

Quiero huir de mí y ser otra- acababan confesando.

Tras lo cual, una buena suma de dólares, el bisturí del mago Digott hacía el resto. Una serie de blefaroplastias, cantopexias y otros estiramientos musculares asombrosos conseguían dar a las inconformistas una nueva cara de rapaz, de mariposa, de tigresa de Bengala o de cereza californiana, según los gustos. Milagros estéticos de nuestro tiempo que estaban sorprendiendo al mundo. A la cara de René Zelweger, que antes de dar el paso irradiaba simpatía y gracia, y a la otrora excitante Uma Thurman, aquella psicosis de cambio las estropeó para siempre. Pero en cambio a una mujer de Picasso que huyó de su lienzo para arreglarse, le implantaron una nueva nariz en la frente y otra teta más en la barbilla y quedó mucho más abstracta. También a Lupe Sinsorgo, una de las protagonistas de La noche de los muertos vivientes le desgarraron  los músculos faciales, le sacaron un ojo que le quedó colgando sobre la mejilla, le tiñeron la piel de color cárdeno y le mordieron tres cuartos de oreja. Un éxito de operación, porque  la criatura acaba de ser elegida Miss Zombi 2015.

Tenía razón don Hilarión: hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad. Y el  negocio de la cirugía plástica, lo que más. Una barbaridad, una bestialidad, una brutalidad.

Una duquesa para la eternidad

Milagrosamente, aquella mujer que ya había dejado muy atrás sus mejores años, seguían encandilando al pueblo en tal manera que este quería inmortalizarla a goda costa...

Milagrosamente, aquella mujer que  había dejado muy atrás sus mejores años, seguían encandilando al pueblo en tal manera que este quería inmortalizarla como fuera…

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Marga daba gracias de vez en cuando a la memoria de sus abuelos, que le contaban cuentos. Los niños con abuelos reciben la suerte extra de tener más padres. Si además de eso, los abuelos son de los que cuentan cuentos, más padres con premio gordo. Los primeros cuentos que recordaba Marga eran los de la abuela, que se nutrían del acervo clásico. Pero a eso de los siete u ocho años le empezaron a gustarle más las historias del abuelo, que dejaban de presentar la vida en amables colorines infantiles y se llenaban de emociones, intrigas y sufrimientos entre nieblas, sombras y hasta noches siniestras. Le gustaban especialmente los cuentos de miedo, que despiertan un morbo especial cuando se aproxima la adolescencia. El abuelo lo mismo le hablaba a Marga de un tal Ulises y Polifemo que del Conde de Montecristo, de Maese Pérez el Organista o del avaro Mister Scrooge. Sin embargo la que más la impactó, por lo cerca que quedaba el mito, fue la historia de la hija del Doctor Velasco.

-¿No sabeis? –les contaba luego a sus compañeras de colegio- El doctor Velasco tenía una hija de catorce años a la que adoraba. Un día se puso enferma, su padre se equivocó en las medicinas que tenía que darle y la pobrecita se murió. Y el médico se volvió tan loco de dolor, que disecó el cuerpo de su hija y siguió viviendo con ella en casa. La niña creo que le quedó guapísima.

-¿Y la llevaba al colegio? –preguntaron sus compañeras.

-No, pero al teatro sí. Dicen que le encargó un traje de novia, se lo puso, la subía a un coche de caballos y se iba con ella al palco de la ópera.

Lo que más le impresionaba a Marga, como también a sus amigas, es que esa historia no había pasado en la brumosa Inglaterra de otros cuentos o en los Balcanes. Sino en Madrid, y precisamente en el mismo lugar que la clase había visitado en una de las visitas culturales extraordinarias que programaba el colegio. La hija del doctor Velasco, en vida y ya muerta, habitó con sus padres en lo que hoy es el Museo Antropológico del que el famoso médico fue director.

-Jo, qué fuerte- decían las niñas.

2

Los cuentos o leyendas suelen ser fantasía, pero dan ideas. Marga ya era mayorcita, y como tantas mujeres en la edad mediana, padecía en sus propias carnes el mal momento que tocaba vivir. Había estudiado filología inglesa y periodismo para acabar ganándose la vida como vendedora de perfumería hasta que llegó la crisis, cuando un ERE sólo le dejó unos pocos euros y la calle para correr. Marga a pesar de todo tenía buena cabeza, y creía que el sentimiento colectivo de la población agravaba sus miserias por el sistemático martilleo al que el Gran Hermano le sometía a diario.

-Nos manipulan –se quejaba mientras tomaba café con las mismas amigas que compartían sus cuentos- ¿Quién decide lo que debe decir el Gran Hermano para acojonar al personal?…¿Por qué un escándalo o un agravio se tapa con otro?…¿Cuándo conviene destapar éste? ¿Es más rentable para el poder que vivamos asustados que tranquilos?…

Y repasaba el memorial de desastres que venía flagelando al personal en los últimos tiempos. Empezábamos a levantar cabeza después de la ruina y las amenazas de rescate cuando se inició la comedura de coco del secesionismo catalán. Vino después el mea culpa de Pujol, afloró el escándalo de las tarjetas de BANKIA y Más y sus secuaces dejaron las portadas y las cabeceras del telediario. Vivíamos seriamente preocupados por el referéndum de Escocia cuando saltó la amenaza del Ébola y durante unas semanas nos cambiaron el chip de la angustia. El Ébola cedió protagonismo al caso Púnica. Púnica le pasa el relevo al sondeo del CIS y este a Podemos. Y entretanto, un pequeño Nicolás que no sabemos si es granuja o caradura, famosos encarcelados, fábricas de embutidos que arden…Una mancha de mora, dice el refrán, con otra mancha se quita.

3

Se durmió, pese a todo, ante el televisor con su ración de angustia diaria, y al despertar de la siesta comprobó, oh maravilla, que una serie de tertulianos se deshacían en elogios y hablaban de un mundo feliz. El objeto de sus consideraciones era la Duquesa de Alba. No era el asunto que más le interesaba a Marga en sus circunstancias, así que buscó con el mando del televisor otro canal, pero en éste también otros periodistas y comunicadores contaban maravillas de la Duquesa de Alba. Siguió zapeando y los Peñafiel y demás pontífices del llamado periodismo social seguían poniendo por las nubes a la duquesa Cayetana. En esa hora parecía que nada importaba más al país que la duquesa del pueblo, como la titulaban para subrayar su llaneza y su espontaneidad. La televisión y la radio dedicaban la tarde a quien, aunque sólo fuera por lo bien que enterramos en España, ya daba por muerta Marga.

-No hay mal que por bien no venga- pensó al confirmarse la noticia al día siguiente- Por unos días no nos darán la vara recordando nuestras miserias y dedicaremos nuestra atención a esta mujer irrepetible.

Se acordó entonces de la leyenda de la hija del Doctor Velasco. E imaginó que el sufrido pueblo, tan necesitado de iconos que pusieran ungüento en sus llagas, pedía a voces una Cayetana embalsamada para que su estampa inmortal siguiera acompañando, genio y figura, al incierto devenir de la historia de España.

 

Ebolizados

1

Querías pasar un fin de semana viendo llover y buscando setas. Sin embargo, en una de las vigilias que programa tu sueño quebradizo, la luna, menguante pero aún atractiva como esas mujeres maduras que hacen hermosas hasta sus patas de gallo, te sorprendió en lo alto y fijó tu mirada tras el cristal de la ventana. No era la suya una aparición diáfana, sino espectral, entreverada de ominosos nubarrones. En lugar de adjetivos, nombres que ilustran mejor el cuadro: Caspar Friedrich, Turner, Tim Burton. Noche, o ya madrugada, rigurosamente romántica, tenebrosa, sobrecogedora. Antes le decíamos de miedo. Ahora se emplea más lo de gótico.

Y a ti, arrebujado entre las sábanas, te gustaba. Hace tiempo que tu vida es ya ir engastando momentos así, como si fueran las cuentas de un collar único. ¿Cuándo volverás a ver justo esa insólita versión de la noche, con esa nube caprichosa que por unos segundos le pone a la luna las barbas de un Papá Noel? Nunca. En un abrir y cerrar de ojos, las guedejas de las barbas se han difuminado, y otro nubarrón sombrío y espeso como el ala de un buitre eclipsa a la reina de la noche. Luego esta reaparece. A continuación se vela con tules gaseosos. Como el mar en el constante batir de sus olas, como el fuego que se devana en llamas imprevisibles, una noche borrascosa con luna al fondo jamás repetirá espectáculo.

Lo disfrutas a conciencia dispuesto a entregarte nuevamente a un último sueño antes de que amanezca. Y en estas, mal de la sobreinformación a la que estamos expuestos, piensas en la enfermera Teresa Romero, que a esas mismas horas en que tú desmigas los secretos de la noche se debate entre la vida y la muerte. Vivimos a impulsos de lo que nos pautan los medios. Ahora estamos ebolizados. Y la valiente auxiliar de enfermería ni siquiera hallará el consuelo de entretenerse contemplando los cambiantes visajes de esta luna de otoño.

2

Siempre has tenido predilección por las palabras esdrújulas, especialmente si estas incluyen la letra L. Rúcula, brújula, pínula, ménsula, pídola, tórculo, fámula, párvulo, sémola. A veces crees que los sonidos de las palabras condicionan sus significados. Por eso te choca que una palabra hermosa como ébola, que quedaría la mar de bien en un soneto de amor, designe a una enfermedad tan mortífera como la que trae de cabeza a España. Luego te enteras de que Ébola es el nombre del río africano, afluente del Congo, en el que por primera vez fue identificado el dichoso virus. Te imaginas el lugar, tan lejos de esta civilización urbanita que de cuando en cuando descubre alarmada las inopinadas gateras por las que se nos fuga el estado del bienestar. No aparecen navegando por el río en piragua la Baronesa Dinesen con su Robert Redford de rigor, sino un grupo de negritos que poco después serán incluidos en su larga lista de víctimas.

Estas dramáticas Memorias de África, no hay mal que por bien no venga, han provocado una de las reflexiones más lúcidas que, pásmese el personal, viene de esa especie en proceso de demonización que es la de los políticos, incluso aunque sean honrados. El diputado Eduardo Madina se escandalizó de que el sacrificio de Excalibur, el perro de Teresa Romero, hubiera levantado un vendaval de reacciones en las redes sociales invitando a echarse a la calle a los animalistas, por aquello de que el fin no justificaba tal medida de precaución. Y no tuvo empacho en recordar en un tweet que estas mismas almas sensibles podrían haberse manifestado antes por las más de cuatro mil muertes que el ébola ha dejado ya en África. Lo de siempre, árboles que no nos dejan ver el bosque. Y, por fortuna, de vez en cuando una ráfaga de ese céfiro extraño llamado sentido común.

3

Lo tuyo no es ébola, pero también ha arreciado este otoño, y te ha dejado sentir por primera vez lo muy desagradable que es sentirse mal. Pequeños alifafes, nada totalmente insoportable, servidumbres del cuerpo, por dentro y por fuera. Como si Atlas hubiera descargado sobre tus espaldas todo el peso del mundo y, al mismo tiempo, un volcán en erupción se te hubiera comprimido en largo y proceloso tracto digestivo. Qué suerte poderlo contar, y lamentar que al final sólo estés descolocado, te sientas extraño, y veas pasar los días posteriores a la quimioterapia sin saber qué hacer, y sin fuerzas apenas para contarlo.

Hundido en tu sillón mientras ves pasar las horas exánime, se te ocurre pensar entonces en los que a veces se asoman a tu blog en busca de una sonrisa, cuando no está precisamente el horno para bollos. Y también en los miles y miles de personas que, sin ir más allá de tu ciudad y quizás de tu barrio, luchan también por sentirse a gusto con su cuerpo. Adviertes de que, afectado por la psicosis desmadrada que nos aflige, tú también estás ligeramente “ebolizado”.

Aún así, sursum corda. La mañana no puede ser más gris y lluviosa, pero anuncian claros para la tarde, y a final verás cómo brilla el sol.

Tránsito al otoño

El camino hacia el otoño es prometedor. Aunque, en tus circunstancias, este año el tránsito se adornara de ciertos matices especiales que...

El camino hacia el otoño es prometedor. Aunque, en tus circunstancias, este año el tránsito se adornara de ciertos matices especiales …

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-Hay que agradecer que, con el tajo que tiene, al Señor no se le olvide traer el otoño –se te ocurre al ver amanecer el primer día de la nueva estación.

Tienes tus dudas, claro. No te queda claro si es el Dios que te inculcaron en el colegio, el creacionismo, el evolucionismo o cualquier Deus ex machina que venga a resolver los múltiples papelones pendientes. De orden universal, como el Yihadismo, o el conflicto ucraniano (a ti te gusta más que decir ucranio), o la crisis, que no se despeja, o la amenaza del Ebola, o la melopea empalagosa de los nacionalismos. Jesús, qué empacho. A estas alturas de la civilización y todavía discutiendo que lo más importante es ser como son. No exentos de vicios y de corrupciones, como cada quisque. Pero etiquetados con la denominación de origen que les hace levitar. ¿Se acordarán de los viejos vinos en odres nuevos? ¿Dejarán de dar la tabarra y de sentirse agraviados si mañana despiertan convertidos en lo que quieren ser o vestidos de lagarteranas?

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Menos mal que viene el otoño. Sabina dice atinadamente que sólo dura lo que tarda en llegar el invierno, y en general –los poetas y los románticos tienen buena parte de la culpa- se asocia este tiempo a la decadencia, a la vejez, a lo triste y a lo crepuscular. Sin embargo para ti, que vives en la España donde el pasto amarillea a partir de junio, el otoño es una segunda primavera. Ha venido puntualmente, en algunos lugares con estrépito, y bien lo sientes por los que han sufrido sus excesos. Pero en medio de la zozobra general y de tu angustia particular te ha anima ver llover, correr los regatos y arroyos que hace días penaban el severo estío, retoñar la hierba, abrirse los erizos de las castañas y oxigenarte con el impagable aroma de la tierra mojada. Es otro testimonio de la vida de la naturaleza, felizmente al margen de los designios del hombre. La tierra se pondrá amorosa, y pronto nos ofrecerá, por ejemplo, setas, que no saben si serán níscalos o rovellons, ni falta que les hace.

Caminamos.

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No ha sido tu mejor semana, y de ahí el abandono momentáneo de tu blog, con la mala conciencia que te genera abandonar tus hábitos.

Entretanto, dejaste atrás la última noche del verano, quizás la más aciaga desde que te declararon tocado por el cáncer. Los médicos que te cuidan se obsesionan tanto en combatir al enemigo principal que a veces olvidan advertirte de los daños colaterales. Uno de estos, acaso el más vergonzante y motivado por la química que debe de acumular tu organismo, afectaba a la fontanería digestiva, y te tuvo en vilo el domingo a la hora del sueño. En esa noche siniestra, entre sofocos y estertores de impotencia, te permitiste preguntarle al Creador, tan sabio y todopoderoso cual es considerado, cómo no se le ocurrió inventar un aparato excretor más sencillito para el cuerpo humano en casos límite. Vamos, algo que permitiera aliviarse a uno con un movimiento tan sencillo como bajar una palanca para tirar una caña, servir un helado de cucurucho o ponerse un café de máquina. Si tú fueras Dios ya estaba marchando el nuevo diseño.

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La lucha contra esta adversidad en la noche, visita incluida a las urgencias del ambulatorio del pueblo y aplicación de remedios poco honorables para la retambufa, fue una larga secuencia tragicómica que algún día deberías transformar en cuento. Todo es dolor  o risa, según se mire. Se pasó el mal trago, y ahora lo recuerdas como una simple anécdota. Además, no hay mal que por bien no venga. En tu obsesión desesperada por salir cuanto antes de aquel malhadado trance, se te ocurrió especular sobre si la Divina Providencia, con el trajín que se trae, tendría hueco para atender a tus plegarias.

-Señor, Señor –debiste de implorar en la menos devota de las posturas posibles- Pasa de mí este cáliz, y perdón por la comparación.

Te consta que la misericordia de Dios es infinita. Hoy puedes contarlo riéndote de ti mismo, y agradecido por esta mañana gris y suave de prometedor otoño. Sic transit.

Un esclavo de nuestro tiempo

Habrá un momento en que la conjura entre la obsesión por la seguridad y el progreso tecnológico nos pida claves y contraseñas hasta para desabotonarnos la bragueta...

La conjura entre la obsesión por la seguridad y el progreso tecnológico nos acabrá pidiendo  claves y contraseñas hasta para desabotonarnos la bragueta…

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Diego, sesenta y seis años, un hombre superado por los acontecimientos. Mira que con sus años creía haberlo visto todo, y que estaba convencido de que este mundo de las nuevas tecnologías le desbordaba, y que imploraba de vez en cuando el consabido que lo paren, que me apeo. Pasando de todo. ¿De todo? No era posible. Lo constató cuando después de varios años de haber abandonado su antigua vida de crápula volvió a encontrarse con un romance de los de película, de esos que surgen de la manera más tonta, entre un hombre mayor que lleva dos trajes al tinte y una encantadora dependienta que se llamaba Miren, era de un pueblo de Arkansas y trabajaba allí para ayudarse a pagar sus estudios en España.

-Muy guapo y elegante con trajes limpios –le dijo luciendo una fila de dientes grandes y blanquísimos mientras se los entregaba colgados en sus perchas de alambre y envueltos en sus fundas de plástico.

Al principio se limitó a agradecérselo con una sonrisa. La chica le hacía gracia, qué carambas. Luego la cosa se complicó, quiso pagar con su tarjeta de crédito, y de repente, al solicitar esta su PIN se le evaporó el recuerdo de aquellos cuatro números que de tantas veces como los había tecleado creía ya inolvidables. Eso originó un largo diálogo entre él y Miren, empeñada en solucionarle el problema a toda costa. Afortunadamente no había más gente en la tintorería, lo cual propició que ella ofreciera toda esa retahíla de consejos elementales que se le ocurren a cualquiera, pero que se agradecen especialmente cuando vienen de una joven rubia y de hechuras apretaditas que huele a hierba recién cortada.

-No preocuparse- le decía- Probar otra vez.

Probó varias veces. Tarjeta bloqueada. Tuvo que salir sin sus trajes limpios, buscar una sucursal de su banco, hacer un talón de ventanilla, que sólo le exigía mostrar su DNI y firmar, y llevarse dinero en metálico para pagarle a Miren y retirar sus trajes Tres días después se encontraron en la parada del autobús. Ella salía de su media jornada, iba en la misma dirección que Diego, ambos descendieron en la misma parada. El le invitó a una Coca-Cola, aunque ella acababa de descubrir el Madrid castizo y prefirió un vermú. Era raro que a esas alturas de la vida, a este abogado retirado que ahora dedicaba su tiempo libre ayudando al Colegio de Huérfanos del Ferrocarril volviera a sentir mariposas en el estómago por culpa de una mujer, y menos si esta aparenta al menos cuarenta años menos que él. Pero estas cosas pasan en la películas, y a veces lo que pasa en las películas ocurre en la vida misma.

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Sin embargo lo que no pasa ni en las películas es lo que le sucedió a Diego en su primera noche de amor con la tintorera. Cuando después de las tradicionales maniobras preparatorias el viejo abogado se adentró en las intimidades de Miren y pretendió bajarle las bragas, encontró un inesperado obstáculo en forma de extraño aparatito del tamaño de un mando a distancia de garaje. Se quedó paralizado. Tampoco se inmutó Miren, hermosa en su semidesnudez de esfinge muda. El pobre hombre no veía mucho en la penumbra, pero de repente aquel extraño broche que cerraba el acceso carnal a su amada se iluminó como la pantalla de un teléfono móvil y mostró este mensaje: INTRODUZCA SU CLAVE.

Diego se quedó literalmente aterrado. Cuando pudo reaccionar, cogió sus pantalones y sus zapatos y salió corriendo del hotel como alma que huye del diablo.

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Que paren el mundo, que me apeo – se decía mientras vagaba por la ciudad dormida sin saber a dónde ir. Aquel soplo de aire fresco que supuso en su día el descubrimiento de Miren acababa ahora en una amarga meditación sobre el signo de los tiempos.

-¿Adónde llegará esta obsesión por el control y la seguridad de todo? ¿Habrá límites para la audacia y la impertinencia de la tecnología?…¿Llegaremos a hablar de la gilipollez global a la que nos conducen los excesos del progreso?…

Siguió paseando sin rumbo hasta que amaneció. Pasó ante la iglesia de la Santa Cruz, donde precisamente fue confirmado tras su primera comunión. ¿Cuántos años hacía ya que no se confesaba? Ni se acordaba. Fue hijo de una educación religiosa, casi un integrista, hasta que la vida le convirtió en un escéptico.

-Las cosas cambian, claro-se lamentó recordando el fiasco de Miren- Pero ahora a falta de nadie en quien volcar mi angustia…¿por qué no contárselo a un cura, que al fin y al cabo tiene que escuchar a quien se le acerque? A lo mejor encuentro ahí un amigo, o un piscólogo, que falta me hace.

Se aproximó al confesionario. Y cuando estaba a un paso de arrodillarse ante una de sus celosías laterales, se descorrieron unas cortinillas que ocultaban un monitor en cuya pantalla táctil se podía leer el siguiente aviso:

INTRODUZCA SU TARJETA DE BUEN CRISTIANO Y SU PASSWORD Y SELECCIONE EL IDIOMA EN EL QUE DESEA SU CONFESIÓN

4

Lo siguiente fue dirigirse corriendo al Viaducto, trepar con muchas dificultades por las mamparas de metacrilato que disuaden a los suicidas, asomarse al vacío y dejar caer su cuerpo para estrellarse contra el duro asfalto de la calle de Segovia. Entró entonces en ese túnel que conduce a la luz y a la paz absoluta descrita por los que han regresado del más allá. Y cuando, a pesar de su última decisión, Diego sospechaba que Dios había hecho la vista gorda y le iba a recibir en su seno, sobre la misma nebulosa del paraíso se dibujó este mensaje:

BIENVENIDO AL CIELO. PARA DISFUTAR DE LA GLORIA ETERNA, INTRODUZCA SU GRUPO, USUARIO Y CLAVE Y ESPERE

No le dio tiempo a caer en un estado de histeria porque en ese momento despertó de su pesadilla. Y eso explica que al entrar su asistenta para hacer la casa como todas las mañanas, le sorprendiera llorando de la emoción delante de un cepillo de dientes, un cortaúñas, un lapicero, un sacapuntas, y los platos y cubiertos del desayuno, a los que el pobre abogado desnortado agradecía su sencillez y su fidelidad.

-Gracias, gracias por seguir pensando en el ser humano- les decía Diego como si aquellos objetos pudieran entenderlo- Gracias por funcionar sin pins, contraseñas, paswords, claves y otras putaditas que nos impone la esclavitud del progreso.

La asistenta lo miró pasmada.

 

 

 

Un pis maravilloso

Hay mecanismos para activar la memoria olfativa que nunca fallan...

Hay mecanismos para activar la memoria olfativa que nunca fallan…

1
Ubaldo había conseguido en la Escuela de Policia Científica las mejores calificaciones. No sólo dejó allí pruebas de su responsabilidad y competencia, sino también de su fino olfato y de su inteligencia deductiva. Ubaldo Pérez Angoy acabó siendo para su promoción Deducator. Procesaba los datos e hilvanaba los indicios como ningún otro. Naturalmente, acabados sus estudios, su permanencia en el cuerpo no fue muy larga. No hacía falta ser ningún lince para percatarse de que ningún funcionario como él medianamente honrado dejaba de ser, como mucho, un puto policía. De modo que un día fue requerido por un importante hombre de negocios de esos con pasaporte panameño y varias sociedades cuyo objeto social no viene a cuento, domiciliadas todas ellas en las islas y paraísos más exóticos del mundo, y no tuvo más remedio que cambiar de vida.
-Creo que voy a tener que comprarme una trinchera –le dijo a Flora, su mujer un día al volver a casa- De esas más propias de otro tiempo- añadió mientras encendía su cigarrillo y sonreía a lo Bogart– Y un sombrero, para terminar de componer el tipo.
-¿Y eso?-inquirió ella después de besarle en los labios- A mí me gustaba más Robert Mitchum.
Ubaldo puso cara de interesante, ahuecó su boca y fletó dos o tres anillos de humo que se disiparon al estrellarse contra la cara de Flora.
-Se acabó la miseria- dijo insinuando una levísima sonrisa- A partir de ahora en lugar de un puto policía tu marido será un puto detective, pero bien pagado.
2
Habían transcurrido cuarenta y dos años desde que unos huevos escalfados con espárragos trigueros sellaron su amor en una casa rural de La Alcarria donde unos amigos le habían invitado a pasar el fin de semana. Deducator había barajado muchos otros factores que podrían haberle llevado a la conclusión de que Flora, también invitada, iba a ser la mujer de su vida. Quizás su perfil tan bien dibujado, su cabello castaño cortado como entonces se decía a lo garçon, su tipito menudo, pero con las curvas precisas y perfectamente macizadas, su conversación, espontánea y fresca, el generoso candor con el que se ofrecía para hacer esas pequeñas tareas del hogar que tanto aburren a los demás, su voz… Cómo cantó con la guitarra al calor de la chimenea aquel bolero de Lo dudo, lo dudo, lo dudo mientras le miraba a los ojos. Él pasaba por ser un poli de buena planta y había salido con muchas chicas frente a las que blindaba sus sentimientos. Sin embargo ella le acabó conquistando aquel fin de semana.
Se dio cuenta en el almuerzo del domingo. Flora había preparado unos huevos escalfados con un manojo de espárragos trigueros que habían cogido esa misma mañana mientras paseaban por el campo. Los sirvió directamente desde la sartén. Primero a los dueños de la casa y a otra pareja de amigos, luego en su propio plato, en el que depósito el huevo menos lustroso y apenas tres puntas verdes. Y finalmente los dos mejor presentados con abundante guarnición de trigueros, en el plato de Ubaldo, que era el nuevo de la pandilla.
-Toma, a ver si te gusta- le dijo mientras le servía mirándole con una intensidad que a él se le antojaba irresistible- Que esto tiene muchas vitaminas, y a ti te harán falta para tus investigaciones…
No fue un hallazgo intelectual de los que habían justificado su apodo de Deducator. Pero desde luego aquel día dedujo que él le gustaba a Flora, que Flora le gustaba a él y que, al margen de sus encantos de mujer, buena parte del porqué era algo tan poco romántico como unos huevos escalfados con trigueros. La vida ofrece a veces este tipo de sorpresas. Una pequeñez puede condicionar tu futuro. No una batalla, ni un gordo de la Primitiva, ni salir vivo de un accidente de aviación, ni encontrarte a los treinta años con que tu orientación sexual no es la que te pide el cuerpo y sales del armario. Esta vez fue un plato de huevos escalfados con espárragos lo que cambió el rumbo en la vida de Ubaldo Pérez Angoy.
3
Durante casi cuarenta años, las deducciones -no del todo inocuas- del antiguo policía convertido en detective le rindieron pingües beneficios. Unas veces su investigación le llevaba a deducir que a este o aquel concejal de un pueblo de la costa le urgía cambiar de coche, porque iba a ser padre de trillizos. Otras, que al diputado Zutanito, famoso por ser un padre ejemplar de numerosísima familia y coleccionista de vírgenes románicas, le encantaba reunirse en el jacuzzi de un apartamento de lujo con tres mulatitas para hablar de sus cosas. En ocasiones deducía que la esposa del que concurría con su jefe en la misma licitación de obra pública se la pegaba a su marido con el garajista. Flora no estaba enterada al detalle de los trabajos de su marido, ni tampoco ponía demasiado interés en ello. Al fin y al cabo todo revertía en beneficio de la familia, que desde que Deducator dejó el cuerpo de la Policía había conseguido mejorar de casa, dar buenas carreras a sus hijos y gozar de una posición económica y social relevante.
-Te quiero, Ubaldo- le decía aún a sus sesenta y tres años mientras cenaban a la luz de la luna en la terraza de su apartamento de Pollensa.
Deducator se dejaba besar en los labios, quizás para no olvidar que era un detective seductor como los que hacían Bogart o Robert Mitchum. Luego, embelesados los dos por la brisa y el sonido de las olas rompiendo contra el malecón del puerto, cenaban lo que amorosamente había preparado ella. Ahora ya no había en la mesa huevos escalfados con espárragos, sino caldereta de langosta y una cubeta de hielo en el que se enfriaba una botella de Domaine Chaillon de Briailles, un blanco que, al decir de un colega del boyante detective, tenía bouquet, retrogusto, aromas almendrados y esas gilipolleces que tanto preocupan a los ricos sobrevenidos.
4
Sólo un poco después el panorama de Ubaldo, de Flora y de su familia feliz se nubló. El antaño lúcido detective fue perdiendo facultades. Despistes, olvidos supitaños, frases interrumpidas. De repente largos silencios buscando angustiosamente esa palabra fácil que no aparecía. Segundos tragando saliva que se le hacían largos. Frases inconexas…
Deducator dejó su trabajo. Flora le puso en manos de los médicos. En esos momentos confusos en los que la ciencia aún no sabía si su mal era una primera fase de la demencia senil o de un Alzheimer, el propio Ubaldo se defendía poniendo en juego mecanismos sencillos para ejercitar su memoria. Se concentraba en el número 28 y en la percepción del color verde botella, que era que pintaba el portal de su casa. Se concentraba en la enorme vaca de fibra de vidrio con ruedas que asomaba por la puerta de la tienda de moda. No le interesaba nada ésta, pero sabía que al lado quedaba el estanco, donde entraba siempre disparando con las manos como si fuera un vaquero, para no olvidarse de que el tabaco que venía a comprar era Marlboro. Y, por Dios, en el único paseo cotidiano que aún le dejaban hacer solo, detenerse en la floristería, mirar a las rosas, a las caléndulas, a las orquídeas o a las ponsetias y después cerrar los ojos y tratar de agarrar con sus palabras lo más importante de su vida.
-Flora, Flora, Flora…
5
Sin embargo la enfermedad siguió su curso, y llegó a ese momento terrible en el que él no sólo no podía salir solo de casa, sino que ni siquiera era capaz de recordar los nombres de los suyos. Deducator acabó sepultándose en un sepulcro de silencio. Estos trances acaban a veces matando a una familia, pero a menudo, en su marcha destructora, descubren también almas heroicas que neutralizan sus efectos. Flora resultó ser una de ellas. El dolor de la enfermedad de Ubaldo no sólo no melló su ánimo, sino que lo fortaleció. Cuanto menos Ubaldo parecía él, más ternura, encanto y sonrisas derramaba ella.
-Hoy te voy a hacer uno de tus platos favoritos que hace mucho tiempo que no tomamos- le decía ella acariciando su mano mientras le ayudaba a hacer el rompecabezas de cada día.
Se lo comió el viejo detective tan a gusto como de costumbre. Por supuesto, sin decir una palabra. ¿Cuánto hacía que no la decía?…Pero todo cambió cuando a media tarde fue al cuarto de baño, levantó la tapa del retrete y se puso a hacer pis. Algo de anzuelo debe de tener la memoria olfativa para pescar recuerdos en el olvido, y desatar a partir de ellos procesos de recuperación de la mente. Algo especial igualmente deben de ser el ácido asparagúsico y el metanetiol para añadir un olor inconfundible al pis que se hace después de haber comido espárragos. Y también algo aún quedaba de lógica en la confusa mente del pobre Deducator. Pues el hecho es que, después de rematar la faena y lavarse las manos, como está mandado, salió del cuarto de baño, cerró la puerta y buscó por el pasillo a esa mujer extraña que le acompañaba en casa.
-Tú…-titubeó Ubaldo mientras extendía sus brazos hacia Flora y trataba de despertar a su lengua dormida-Tú…Tú…¿eres la que me hacías huevos escalfados con espárragos?
Ella asintió, avanzó unos pasos, lo acogió entre sus brazos y lo estrechó contra sí. No se daba cuenta de ello, pero sonreía emocionada. Y con los ojos cerrados, se ilusionaba pensando que a lo mejor cualquier día volvía a llamarle Flora.

Diabólica maleta

mALETAS DIABOLICASLa sacas del armario, la abres, extiendes, a su alrededor lo que tienes que meter en ella y te sientas a pensar esperando que el Espíritu Santo te ilumine. Te acuerdas del sabio Berzgast. Precursor de la teoría del Big Ban, fue además quien oficiosamente le sopló a Higgs el hallago que revolucionaría la física moderna.

-Acabo de descubrir una partícula subatómica que va a hacer furor- le dijo al famoso físico que bautizó al bosón- Como he quedado con Dora para ir al baile y me da pereza acercarme al Registro de Patentes, te regalo el hallazgo.

Modorek Berzgast era así de modesto. Cuando el mundo anunció gozoso que por fin se había solucionado el celebérrimo problema matemático de la Conjetura de Poincaré, su tía Matilde, fallecida en 1958, reveló a través de una médium de Budapest que en una lata de leche en polvo americana que ella guardaba en la alacena de su cocina había un rollo de papeles que su sobrino le contó que eran importantísimos. Localizaron la lata y efectivamente, allí había seis cuartillas enrolladas con el diabólico formulario que había traído locos a los que años más tarde se apuntaron el descubrimiento, y que definitivamente resolvía la dichosa conjetura.

Modorek Berzgast se desayunaba raíces cuadradas y neutrones con mermelada, guardaba en su cerebro los nombres y números de teléfono de todos los habitantes de Zurich, según el censo municipal de 1954, y era capaz incluso de entender las facturas de la luz. Muerto en 1992, su fantasma resucitado fue capaz incluso de montar muebles de IKEA sin error, quitar a mil CD su endemoniada funda de papel plástico y encararse a quinientos abrefáciles de distintos productos con éxito, limitándose a seguir las indicaciones del envase.

La Academia de Suecia  barajó otorgarle el Nobel de todas las ciencias, pero la propuesta no fraguó por no desanimar al resto de los sabios. Morodek Berzgast era un monumento vivo a la inteligencia teórica y práctica. Justo lo que más admiras tú.

-Y sin embargo, oh, paradoja, nunca he sabido hacer una maleta- dejó escrito Berzgast en su dietario el día antes de suicidarse por hipotermia en un frigorífico de pollos congelados.

Te acuerdas de él, mientras te torturas intentando priorizar lo imprescindible para permanecer siete días en Alemania. Santo cielo, qué miedo al error y al olvido. Y cuánto envidias a los que saben hacer maletas. La tensión mental de hoy se debe a que vas Eisenach a cantar con tus compañeros del Bach Estudio la Pasión según san Mateo de J.S. Bach. Nunca has aspirado a la mitad de gloria de Modorek Bertzgast, pero como coincides con él en la única laguna de su sabiduría, muy de mañana, junto a la maleta abierta, dejaste un folio con un aviso rotulado a gruesos trazos:

OJO, NO OLVIDAR LA PARTITURA

Llevas dos horas haciendo la maleta y aún no atreves a cerrarla.

 


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