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Verano en Madrid. Días insólitos (2)

Si Madrid le aburre a ras de tierra, levante la vista y mira en los tejados...

Si cree haberlo visto todo de Madrid, levante la mirada y observe en los tejados

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En la fraseología madrileñista de la que tanto tiran los culturetas siempre te llamó la atención la ocurrencia del marqués de la Valdavia. Hablas de aquel que dijo que Madrid en verano, con dinero y sin familia, es Baden-Baden. Como no conoces esta famosa ciudad de balnearios y tampoco estás sobrado de hacienda te faltan datos para avalarlo. Casi todos creerán que se refería al Rodríguez rumboso y golfete, que es lo que probablemente añoraba el marqués, pero también se puede aplicar a cualquier individuo solo, libre y curioso que disfruta del Madrid desahogado por la diáspora vacacional.

Si hubiera que encontrar la palabra para definir el encanto de Madrid en verano tú propondrías algo así como la insolitez ad libitum. O sea, te das cuenta de  que se te ha ido la familia, los amigos, de que  careces de esos planes digamos convencionales propios de una cierta edad, y de que te importa un pepino cómo te vean, porque no te vas a encontrar a nadie conocido. Y entonces te das a lo insólito. Otros tendrán más imaginación, o más ganas de juerga. A ti te basta echarte a andar, sudar la gota gorda y tomar nota de algunos detalles insignificantes que, quizás por eso, tanto te apasionan.

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Primer detalle, sábado a las tres de la tarde, mientras comías en un chiringuito en la Casa de Campo con tus compañeros de programa. Treinta y siete grados a la sombra y una abubilla revoloteando por los alrededores. ¿Cómo carajo puede estar así de contenta la abubilla, con el calor que debe de dar su vistoso plumaje?

Segundo detalle. Paseas por el Manzanares y contemplas en vivo y en directo la llamada Playa de Madrid Río, en realidad tres grandes óvalos de pavimento ligeramente hundidos en el suelo y cubiertos por cuatro dedos de agua   donde el personal medio empelotado espera la ducha que varios surtidores programados sueltan cuando les parece. A su alrededor, los bañistas se sientan en hamacas o toman el sol sobre sus toallas, como si en lugar de en el Manzanares redimido por la química y por la deuda municipal estuvieran en una playa de verdad. La gente parece feliz, y la chiquillada lo pasa en grande jugueteando con los chorros de agua. Qué escribirían Galdós y Arniches de estas nuevas estampas madrileñas. Aunque lo que realmente te sorprende es no ver en esta playa a las Koplowitz, a Fefé, a Josemi, a Beckham y a Ronaldo luciendo sus viriles musculitos o  a alguna figura del cine y de la aristocracia. Cuándo se dará cuenta la beautiful people de que ni las Baleares, ni Marbella, ni Sotogrande, ni Comillas pueden competir hoy en distinción y originalidad con esta refrescante sorpresa del Madrid moderno.

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Más detalles. El modelo de turista de camiseta, pantalón pirata y chancleta que abarrota las calles del centro de Madrid en verano acaba fatigando tanto que de vez en cuando es obligado esquivarlo y mirar a las azoteas. Donde a veces, por cierto, se descubren curiosas efigies que dan qué pensar. Tu amiga Lola, fotógrafa aficionada, te enseñó que en la cubierta del edificio de Alcalá 31 un gato rojo apuntando hacia la Puerta de Alcalá vigila la ciudad. ¿Estaba en los planos de Antonio Palacios, el famoso arquitecto que diseñó el proyecto? ¿Fue una boutade de los vecinos del rascacielos, quizás recordando que antiguamente a los madrileños nos llamaban gatos? ¿Oculta el felino una cámara espía?…Otro amigo te descubrió una vez que el del Retiro, al contrario de lo que normalmente se dice, no es el único homenaje escultórico a los ángeles caídos.

-Fíjate en ese ángel –te dijo señalando al Ícaro estrellado contra el tejado de la casa que ocupa la esquina de la calle Milaneses con Mayor- No se conoce tortazo semejante en la historia de la imaginería. ¿Por qué lo habrán plantado justo ahí?…

Tantos porqués sueltos como se encuentran por las calles y rincones de la capital.

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La falsa acacia o acacia bastarda no es seguramente el árbol más elegante y monumental de nuestros jardines, pero a ti te dejó un dulce recuerdo de infancia, el pan y quesillo, que era su pequeña flor blanca y arracimada. La arrancabas de sus ramas y la comías como si fuera un maná fresco y afrutado. Enseñanzas de la gente del campo. Ahora, cuando sus flores blancas amarillean y caen, este árbol te ofrece otro rasgo insólito en el que no repara mucha gente, pero, que seguramente habrá glosado algún poeta local desconocido.

¿Madrid nevado en verano?…/ Tiene gracia./ Tantos años paseando/ y no había reparado/ –qué falta de perspicacia-/ en esa nieve amarilla/ que ponen las florecillas/ ya caídas de la acacia

Lo comprobaste en el Paseo de Rosales. No es blanca, como la nieve de verdad. Ni forma una capa espesa, como la mayoría de las nevadas que caen en Madrid. Pero la nieve amarilla de la falsa acacia le da a determinados rincones de la ciudad un aire de decorado romántico nada pretencioso.  Una estética sugerente y evocadora muy del gusto, por cierto, de los que buscáis lo insólito incluso en lo que está al alcance de casi todo el mundo.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

El jardín de las sevicias

Cualquiera de los monstruitos de verano que uno se encuentra por el centro de Madrid podría tener cabida en los delirantes paisajes del BOSCO...

Cualquiera de los monstruitos de verano que uno se encuentra por el centro de Madrid podría tener cabida en los delirantes paisajes del BOSCO…

De vez en cuando el Creador enfocaba el catalejo a las playas de Río, de la Costa Azul y de California. También echaba un vistazo a las de los buenos hoteles de Marbella, de la Costa Brava, de las Baleares y de Comillas, donde igualmente abunda la gente guapa. No era picardía, injustificable en su caso. Era para consolarse.

-Quiero recordar que yo no hice el ser humano tan feo como se empeña en mostrarse cuando llega el verano- pensó mientras valoraba los cuerpos esculturales que se paseaban por allí.

El día anterior no había hecho más que disfrazarse de ciudadano perplejo y andar por el centro de Madrid. Santo cielo, qué espectáculo. Sabía que el concepto de belleza no es único ni universal, que las modas van conformando distintos estilos, y que para muchos la libertad y la comodidad del propio cuerpo están por encima de la estética. Pero no podía sospechar que con los calores, la modernidad liberase en tal forma su afición por el despelote y el feísmo. Pantalones piratas, calzones de lycra más y más cortos, chandals, barrigas al aire, camisetas de baloncesto, tatuajes hasta en los sobacos, crestas de puerco espín o penachos como el del casco de Escipión el Africano en las cabezas, gorduras prietas, morbosidades desparramadas, aretes y pendientes, sospechaba, hasta en la punta de la minga y en las simas del monte de Venus, torsos musculados y rostros pintados de arco iris predicando el orgullo Gay. En los pies, o deportivas o sandalias fraileras o chancletas. Mayormente chancletas. Daba igual que te asomaras al hall de un hotel de lujo, al estanque del Retiro, al ábside de San Francisco el Grande, a las salas del Museo del Prado o al Corte Inglés. Por doquier, el desprecio al decoro y también al prójimo, puesto que no a todos los que no son como nosotros les parece bien que el personal se luzca en la calle como si estuviera en el solárium de su casa.

-Demonios –dijo Dios llevándose las manos a la cabeza- ¿Y qué reservan ahora para la intimidad?…

Eran los encantos del verano, ya anticipadas por el Bosco en algunos de sus cuadros más famosos. Cualquiera de los guiris y paseantes que atiborran el centro de Madrid estos días de verano con el atuendo que imponen los tiempos podrían figurar perfectamente entre la chusma burlesca, los trasgos imaginarios y otros monstruos que aparecen camuflados en ese paisaje apocalíptico que es, por ejemplo, El jardín de las delicias.

-Eso sí –precisó el Creador visiblemente escandalizado- Teniendo en cuenta que esa carnavalada demuestra demasiada crueldad con la estética ciudadana, habría que llamar a este cuadro El jardín de las sevicias.

Lo ve el bloguero y de verdad que añora el bendito invierno. Tan frío, es verdad, pero tan digno tapándolo casi todo.

Piratas de antaño y piratas de ogaño

Desgraciadamente, ahora los piratas no son héroes de película...

Piratas de Somalia…Tan lejos de los de las películas y del Pirata Garrapata, que el Duende no leyó porque cuando nació ya se le había pasado la edad de la fantasía, pero que le hacía mucha gracia tan sólo con escuchar su nombre. En el duermevela del Telediario, y a cuento del fin del secuestro del Alakrana, se imaginaba en la piel del hijo pequeño de uno de sus tripulantes.

Qué bien que hayas vuelto, papá. Porque esos piratas no se parecen al prota de Piratas del Caribe, ¿no?…

Y el pescador le abrazaba. Los  piratas ya no son lo que eran, y los pescadores tampoco son como el capitán Akab o el entrañable portugués pelirrojo que interpretaba Spencer Tracy en Capitanes intrépidos. Pescar era una profesión de hombres duros y ahora, en determinadas aguas donde el derecho parece que mira a otro lado y se pone a silbar, es más que un riesgo. Casi una heroicidad. Así pasó que los mismos canallas  que consiguieron convertir la navegación aérea en un infierno, ahora se valen de ellos para hacer chantajismo en el mar. Aunque al final casi debamos darles las gracias porque el hijo del pescador haya vuelto a ver a su padre.

-No entiendo cómo se puede dudar de la necesidad de pagar en estos casos –decía la esposa de una de los rescatados.

Sólo unos pocos lo dudan. Quizás de lo que dudan muchos es de la utilidad del estado de derecho cuando se empeña en abrir casi siempre una vía de escape a los que se ciscan en él. Y cuanto más canallas sean, más respeto y más consideración. Cuidadín cuidadín, al criminal regañarle lo justito para que no se nos cabree más, no sea que salgamos de Guatemala para entrar en Guatepeor.

-Enésima contradicción de la vida moderna –anota Homper en su  Moleskine de perplejidades y estupefacciones- El poder es exigente, intolerante e incluso arrogante con el pillo, pero exageradamente comprensivo con gran delincuente. Y el celo del estado de derecho suele ser inversamente proporcional a la gravedad moral de la acción de su enemigo.

Pero, con todo lo que refunfuña su alter ego,  está alegre el Duende. Y eso que nunca navegó más que en las barcas del Retiro, en un chinchorro por la ría de Cubas y en los veleros de un par de amigos que le invitaron a ver las Baleares desde el mar. El resto fueron sólo singladuras y travesías de Salgari, Verne, Twain, Stevenson, Conrad, Kipling y hasta Agatha Christie, que nos mandaba de crucero por el Nilo y nos preparaba asesinatos de mentira por sólo cinco pesetas que valían sus novelas. Está contento, piensa en el chaval, en su madre, en las familias de todos los que han padecido este horroroso secuestro. Serena, resignadamente contento.

Y entretanto el mar seguirá eternamente batido, toujours recommencé, -como decía el único poema de Paul Valery que uno recuerda. Qué sabio es, siempre en movimiento para que no se registre en su superficie huella alguna de las múltiples  fechorías que en él se han perpetrado a lo largo de la historia. Qué prudente, borrar todo rastro de los piratas de ogaño.


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