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De boda en un pueblecito de los Cotswolds

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-Eso es como el que tiene un tío en Alcalá-escuchaba decir a sus mayores cuando hablaban de una quimera lejana.

Estaba también lo de hacerse castillos en el aire, que quedaba como más fino, más literario. Pero lo del tío en Alcalá resultaba más ingenuo, más castizo. Nunca le dijeron en cambio la segunda parte del aforismo: el que tiene un tío en Alcalá, ni tiene tío ni tiene ná. Cuando imagina uno que cuajó el dicho, Alcalá (se supone que de Henares) quedaba muy lejos de la Villa y Corte. Así las cosas, la frase se preñaba de razón..

-¿De qué sirve un tío que vive tan lejos que no te puede llevar al cine, al teatro o al fútbol alguna vez? –se preguntaba el aprendiz de duende- ¿Para qué quiere uno un tío que no le monta en moto, ni le sube al tiovivo, ni le invita a a merendar tortitas con nata al menos una vez en su vida?

Para ná. Un tío así no sirve de ná.

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Ahora, cosas de la edad y la globalización, el Duende ya no tiene tíos ni el Alcalá ni en ningún sitio, sino sobrinos lejanos. No por sangre, sino por distancia. Sobrinos que viven en Berlín, en Hannover, en Londres, en Edimburgo, en Niza, en Los Ángeles, en Shangái. También en Logroño, en Barcelona o en Oviedo.

 De la familia de su querida esposa, que es la quinta de siete hermanos y de la suya –él ocupa el mismo lugar en una lista de seis- se puede esperar cualquier cosa. A muchos de estos sobrinos a veces los ves  de bebés, cuando parecen una alubia con patucos de punto blanco, y no vuelves a saber de ellos hasta que te llega su invitación de boda. Naturalmente, tampoco se casan en Alcalá de Henares, sino en un pueblecito de otro perfil, y ligeramente más alejado. Por ejemplo, Oaksey, en el condado de Wiltshire, Reino Unido. Al borde de un parque natural inundado de pequeños lagos, bosques, deliciosos cottages sin enanitos de piedra artificial en sus jardines y amarillos campos de colza en flor. A este edén los ingleses llaman the Cotswolds.  El amor, como decía la canción de La perrita pekinesa, nada sabe ni de razas ni colores. Ni tampoco de dónde acabará uno poniéndose el chaqué o el vestido blanco para decir el sí quiero. Los novios eligieron este recóndito rincón, gracias a lo cual el Duende pudo perderse varias veces por sus encantadoras carreteras tan estrechas como mal señalizadas, desesperarse bucando en el mapa sus destinos y comprobar, una vez más, que nuca sabrá entenderse en la lengua de Shakespeare.

-Perdone-acabó por explicar en su precario inglés a los que abordaba para preguntarles dónde quedaba Oaksey – No  soy bri-tá-ni-co, y a-de-más es-toy al-go sor-do. Há-ble-me des-pa-cio y muy  cla-ra-men-te, please.

El please le quedaba maravillosamente. Como el inglés para sordos: el único que es capaz de entender en las conversaciones.

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A Isabel Spearman la conoció este bloguero en la canastilla, y luego le vio pasar de bebé a niña y de niña a mujer en Candeleda, a donde venía los veranos con su madre y sus hermanos para secarse, cargar baterías y disfrutar con el gazpacho, el jamón, los huevos fritos –con puntilla, y no a la inglesa- y las patatas fritas en aceite de oliva. En  Escocia, donde vivía,  Isabel parecía fundida a la grupa de un caballo, que montaba como una precoz amazona. Pero cuando llegaba a la España donde se crió su madre, hacía lo que ésta, que es lo mismo que tanto le gusta a los británicos y a los lagartos: tenderse al sol, cerrar los ojos y dejar pasar las horas. Luego la chica creció, se hizo muy guapa, muy lista y francamente exitosa. Ahora la criatura es la asistente personal de Mrs. Cameron, la mujer del primer ministro inglés. La chica  sabe lo que se hace, y además tiene un gusto personal exquisito.

-Para la entrega de premios en el orfanato que tenemos hoy -le dice- se ponga usted blusa camisera de Liberty, chaqueta de Carolina Herrera, falda tableada a juego y zapato oscuro. Y sólo besos y carantoñas a los tres premiados, que luego ha de inaugurar un hospital para ardillas en Richmond, y si se enrolla no le va a dar tiempo.

Rebosaba este orden y buen gusto en todo lo que caracteriza a una boda campestre en Inglaterra. Cielo plomizo y amenazante que, afortunadamente, no rompió en llanto, iglesia antigua, de piedra y verdín, rodeada de uno de esos cementerios donde dan ganas de ponerse a descansar eternamente ya mismo, vicario ceremonioso, adornos florales de estudiada sobriedad, señoras guapas, tules y sedas, pamelas, chaqués grises y negros, lluvia tan sólo de de pétalos de rosas sobre los recién casados (¡Qué inmenso error!: mientras escribe estas líneas el bloguero escucha de nuestro pontifex maximus en materia de modales y costumbres de gente bien, el inefable Josemi Rodríguez Sieiro, que eso es intolerable. Menos mal que los Spearman no escuchan Herrera en la onda).

A la salida, un cochecito de caballos tirado por un aguerrido pony que transportó a los novios  a una carpa en medio de un prado bellísimo. Una orquesta de jazz. Un servicio de té espléndido, que se podía tomar mientras se contemplaba el paisaje de los Cotswolds a través de las faldas transparentes de la inmensa carpa: aquello le daba al cuadro la pátina onírica de una pintura de David Hockney. Todo tan bonito. Se sospecha que la  abuela española de Isabel, que se llamaba Catalina, a la que tanto le gustaban esas cosas, sacó un periscopio invertido desde el más allá para espiarlo todo.

-¡Qué pena habérmelo perdido! –dicen que se escuchó bajo la espesa bóveda de nubes azulencas- Pero, pese a todo…`qué contenta estoy!

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Salvo el sector de infalibles de la rama española de esta familia, todos los demás asistentes a la boda eran británicos o de la órbita de la Commonwealth. Salvo a los propios Spearman, el Duende no conocía  a nadie. Mientras el vicario sermoneaba , se dedicó a espiar a las señoras y jovencitas guapas, y en ese menester dio con una cara no femenina que le sonaba de algo. Era el propio David Cameron, primer ministro del gobierno de Su Graciosa Majestad. No sólo se sentaba, como cualquier otro invitado, en las últimas filas. Sino que además tenía a su a cargo a un par de críos pequeños que, como todos los niños, se aburren mucho en las iglesias.

Ni dentro ni fuera de la iglesia se veían maderos o escoltas, al menos indisimulados. Tampoco coches de respeto o de policía por los alrededores. Los habría, seguro, pero sin hacer ostentación. Eso llamó la atención  a los españoles, tan acostumbrados al boato del poder. Seguramente la democracia también es considerar que a un presidente hay que guardarle respeto, pero sin que pase de ser en una boda un invitado más. Bienaventurados los poderosos que saben ser discretos.

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Después de haber visto Ivanhoe, Robín de los bosques y Las cuatro plumas aquel duende casi impúber empezó creer que los ingleses eran clase especial preferente. Luego conoció mejor su historia, y su literatura, y su país, y por unos años creyó que el Reino Unido era su segunda patria, que le gustaba casi más que la primera precisamente porque ésta siempre se tomó poco en serio todo aquello que cualquier británico, sea de donde sea, respeta: Dios, patria, bandera, reina, himno, historia, honor, tradición, formas y maneras, autoestima. Y a él, tan inseguro, le gustaba tener referencias claras. Su imaginario de ídolos iba de Cromwell a Monty Python, pasando por Dickens, R.L.Stevenson, Chesterton, Emily Bronte, Bertrand Russell,  Agatha Christie, Chaplin, Woodehouse, Peter Sellers, Los Beatles y Bobby Charlton. Ah, claro, y Guillermo Brown, que era de mentirijillas, como el Quijote, pero menos chiflado y mucho más divertido.

Luego la vida templó su anglofilia. Cuando contrastó la apabullante puesta en escena del gran Imperio Británico con su implacable flema, fría y cruel hasta donde haga falta (Churchill es el mejor ejemplo) comprendió que gran parte de sus valores son la simple parafernalia del poder. Y que en el fondo su pueblo es, más que romántico y épico como luce, simplemente pragmático. En este viajecillo a los Cotswolds al Duende le impresionaron pequeños detalles, como ver que en los deliciosos footpath que siguen el curso de un joven Támesis recién nacido, y alrededor de los lagos, había numerosos carteles indicando que había que llevar a los perros con correa, y bastantes contenedores para depositar en ellos sus caninas caquitas. Es todo un Parque Nacional de muchísimas hectáreas, y uno diría que en plena naturaleza, pero lo cuidan como El Retiro. Al igual que custodian la memoria de sus héroes: en cualquier pueblecillo, un solemne memorial en recuerdo de los muertos en las dos guerras mundiales. En cualquier iglesia, o cementerio, en cualquier lugar, una placa, una lápida o un busto en honor de Jonathan Hopkins, Comandandante del Regimiento de Coraceros de Chippenham, caído en Jartún, o de John Sondeston, Lugarteniente de Infantería del IV Cuerpo del Ejército muerto en la Batalla del Somme. Luego, en el Reino Unido, como en todas partes, el muerto al hoyo y el vivo al bollo. Pero sin  descuidar las formas.

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¿Hay algo que aprender de estos  peculiares seres rubitos –ahora ya menos- que durante siglos mangonearon a gusto en el planeta y que difícilmete perderán su flema?. La formalidad, la pompa y la circunstancia no son, ni mucho menos, la osamenta de esa convención que pueden ser sus costumbres y sus creencias. Pero cuando aquéllas se diluyen, la conciencia colectiva también se desfleca, pierde su identidad y puede acabar desapareciendo. El último himno que, de los novios al primer ministro, cantaron todos los asistentes a la boda de la sobrina Isabel trenzaba religión y patria con una letra del poeta William Blake que, después de preguntarse si el Cordero Divino pastó en los verdes pastos de Inglaterra –cosa verdaderamente improbable- o si Jerusalén fue construído entre las oscuras y satánicas fábricas británicas –seguro que no- acababa con esta pintoresca afirmación: no cesará mi lucha mental / ni dormirá la espada en mi mano/ hasta que hayamos construído Jerusalén/ en la placentera y verde tierra inglesa. Eso sí que es voluntarismo, y no lo de Zapatero. Qué diferencia con los españoles, que jamás cantamos en las iglesias, y sólo nos juntamos para corear la dichosa Macarena o, como mucho, Asturias patria querida.

No es fácil lo de construir Jerusalén en Gran Bretaña, seguramente no se lo creen. Pero los ingleses lo cantan como si lo creyeran. Y, con todos los achaques que sufre el mundo, les sigue yendo bien. Como les irá a Isabel y a Mark, recién casados en un pueblecito de Wiltshire de cuyo nombre y de cuyo paisaje este duende curioso siempre querrá acordarse.

El Duende de verano (3) Más batallitas de Escocia

Valles verdes, horizontes lejanos, largas caminatas, posadas solitarias...

1 No aprendemos nunca

Bernard Garel-Jones había servido al ejército inglés en La India antes de instalarse en España. Buscaba aquí un clima más beneficioso que la humedad de las islas británicas para los delicados pulmones de su esposa. Primero vivió en Canarias, para fijar después su residencia en Madrid y abrir a principios de los años sesenta del pasado siglo en la Plaza de Salamanca una academia de idiomas que se llamó La Casa Inglesa. Bernard no presumía de lince en los negocios, pero mantenía  que una buena escuela para aprender su idioma sería suficiente para que él y su familia se ganaran la vida.

-Los españoles no aprenden inglés nunca- mantenía-¡Nunca!

Pasaron por su academia muchos alevines distinguidos de la sociedad madrileña. Y cuando creían dominar a la perfección la lengua de Shakespeare, Bernard testaba sus conocimientos presentándoles un simple titular de un periódico británico: Bride to be strangled in  well.

Puede entretenerse el lector en comprobar su nivel de inglés tratando de traducir esta muestra de los jeroglíficos con que a menudo nos sorprende la prensa del Reino Unido. No es fácil, ya se avisa. Pero aunque Bernard exagerase, es verdad que los españoles no parecemos particularmente despabilados para los idiomas extraños. Compárese a este respecto la rapidez con que los numerosos futbolistas eslavos afincados en nuestro país aprenden el castellano. Tan cierta es nuestra torpeza para el inglés es como que este es un idioma escurridizo, veleidoso y puñetero.

El Duende reconoce que no habla ningún idioma extranjero. Sólo imita bastante bien su música, su sonido, y a fe que le gusta recrearse en ello. Pero es consciente de sus limitaciones cuando trata de entender cualquier película de habla inglesa que no esté protagonizada por actores de la escuela de John Gielgud, Michael Gambon, Ian Holm y otros maestros de la dicción. Sólo empieza a cazar la lengua de la calle cuando tiene que acabar su viaje, así que probablemente morirá, como otros tantos españoles, sin hablar nunca medianamente bien el inglés.

2 Buen tiempo en el Pico de los Españoles

Se entendía, no obstante, lo justo con su guía como para coincidir en que hacer senderismo por las Highlands escocesas bajo el sol,  a 19º y sin nube alguna en el amplio horizonte, fue un regalo. La suerte añadida es que en esas latitudes los días de verano son tan larguísimos que puedes subir montañas, perderte, vagar sin rumbo –como así fue- rectificar, dar con el camino perdido y regresar al hotelito para estar tomando una pinta de cerveza  a las ocho de la tarde. Y con tres horas aún de luz solar antes de comprobar, oh maravilla, que en el cielo escocés también pueden lucir las estrellas.

Todo esto ocurría en un lugar llamado Glen Shiel, un valle largo y verde, sólo pasto, brezo, helechos y casi totalmente desnudo  de árboles, donde se libró en el siglo XVIII una batalla entre los clanes escoceses que apoyaban a Jacobo III para el trono de Inglaterra y  Jorge I de Hanover que estaba en sentado en él y no estaba por la labor de cederlo. Por aquello de debilitar algo a la que ya pintaba como primera potencia del momento, la España de Felipe V decidió enredar apoyando a los revoltosos, entre los que, al parecer, estaba nada menos que el famoso Rob RoyY allá que mandó un pequeño contingente de soldados, esperando que con Jacobo como nuevo rey las cosas le fueran mejor a nuestra patria y recuperase así migajas de la hegemonía perdida.

Tristemente, a los aliados nos dieron para el pelo. Entre eso, y que el balance de víctimas no superó los cien muertos, nadie teníamos ni idea de que nuestros gloriosos ejércitos también habían peleado en  Escocia. Tampoco podíamos imaginar qué diablos pintábamos allí: cosas de la `política, igual que siempre. Glen Shiel se extiende de este a oeste. Los españoles se apostaron en una montaña que queda en el lado norte del valle, y que hoy lleva el nombre de peak of the Spaniards, único honor que les quedó a nuestros muertos en combate.

El viajero se enteró de todo eso tras haber coronado la cumbre, a la que se accede a pie, cómodamente, sin tener que ayudarse tan siquiera con las manos. Desde allí se divisaba un panorama hermosísimo. No sospechaba el viajero que hubiera tantísimas montañas en las Tierras Altas de Escocia. A vista de pájaro el panorama puede parecer el de unos pequeños Alpes verdes. Triste que los soldados españoles ascendieran hasta su pico sólo para morir o ser hechos prisioneros. De  haberlo sabido a tiempo, les hubiera dedicado una oración. Pobres compatriotas, caídos por la patria sin conseguir apenas mención en nuestra memoria histórica. Lo que le gustaría a don José Bono decir que la bandera de Ejjjspaña también hizo patria en Ejjjscocia. Lástima que todo quedara en otra batallita perdida.

Por cierto, que mucha novela de Walter Scott y mucho biopic heroico en el  cine, pero la Wilkipedia asegura  que Rob Roy salió de naja cuando lo vio todo perdido sin dar la cara, como se espera de un caudillo legendario. Así se escribe la historia. Eso sí: ¿sabemos quién cuenta la verdad?

3. Hoteles con el té en la mesilla de noche

La noche de la gran marcha por el campo de batalla, el profesor MacCrorie y este duende durmieron en Cluany Inn, único establecimiento hotelero en muchas millas a la redonda. La posada resultaba a primera vista tan solitaria e inquietante como aquel motel de carretera que regentaba Norman Bates.  Por dentro, como casi todos los hoteles modestos del Reino Unido, ambienta al viajero en una confortable atmósfera  de lavanda, perfume de margarina y de brown sauce y esencia de moho de libro viejo.

Las habitaciones de estos hoteles parecen a menudo decoradas por una prima de Agatha Christie estilista. No ha habido concesiones a la modernidad.  En ninguna habitación de ellos faltó, lamentablemente, la moqueta. Ni tampoco, afortunadamente, esa kettle con provisión de de te, chocolate o café soluble, a menudo acompañado por tres galletitas, para que el viajero pueda tomarse un primer desayuno o una discreta merienda en su habitación. Ese detalle le reconcilia a uno con la hostelería británica, manifiestamente mejorable en su cocina a partir de la hora del apetecible breakfast. Los herederos del Imperio han saqueado para sus museos pirámides, templos griegos y restos arqueológicos de medio mundo. Pero han sido incapaces de hacer suya alguna gracia gastronómica foránea que pueda alternar con su roast beef  con verduras hervidas y su sheperd´s pie. Supone uno que siempre se sintieron demasiado superiores como para admitir que otros puedan tener mejor gusto que el suyo.

En el cajón de todas las mesillas de noche siempre esperaba una Biblia. Al huésped de aquel Cluany Inn le hubiera gustado leer algún texto sagrado antes de dormirse, por si luego aparecía la madre de Norman Bates y le apuñalaba como a la bella viajera de Psicosis. Mejor tener algo que comentar con  Dios por si a uno le asesinan una noche de verano.  Pero no lo hizo: estaba tan cansado, que después de la ducha sólo pudo cerrar los párpados  y soñar que, entre el deporte, la naturaleza y la historia, había vivido una jornada inolvidable.

Encuentro estimulante con Javier Reverte

No todos los grandes escritores tienen interés al margen de su obra. Pero Javier M. Reverte sí.

Un ajuste de cuentas con J.S. Bach, finalmente no del todo asesinado. Un pleito en ciernes con un vecino de aquellos que el vulgo llamaría tocapelotas. Un reencuentro con la pandi de la adolescencia, en la que nos preguntábamos directamente por los nietos sin saber siquiera a ciencia cierta cuántos hijos tenía cada quisque. El fiasco de ver perder a España ante esos tíos tan opacos y aburridos que, según Harry Lime, el villano de El tercer hombre, sólo han aportado a la civilización el queso con agujeritos y el reloj de cuco Una contusión en el tobillo con el esquinazo de la cama por quererla hacer precipitadamente, magna putada de dolor inolvidable. Labores de  abuelo/canguro, inevitables por otra  parte. Los pocos compromisos profesionales que le quedan. Un cocktail en el Ritz al que le invitaron los amigos de Terras Gauda, criadores de un excelente vino del Rosal y otros asuntos personales ocuparon la semana de este bloguero. El caso es que, por fas o por nefas,  apenas salió a pasear con el cazamariposas de asuntos varios, elemental para su afán de duende. Y así le ha lucido el pelo.

También planeaba sobre él ese sol obstinado que a veces abrasa sus ilusiones: no te empeñes, colega, nunca pasa nada, y seguramente ya has dicho y escrito todo lo que tenías que escribir. O sea, el fantasma de la nada existencial, la náusea sartriana, el eco de la pregunta angustiosa que uno se hace cuando abre la gatera de su blog y mira dentro: ¿hay alguien ahí? Lo comentaba con Wallace, un viejo amigo que solía visitar este diván de psicoanalista barato y que se personó en el concierto de marras. Tarde o temprano todos acabamos encogiéndonos de hombros y pasando. Nunca pasa nada.

Y sin embargo pasó. Deambulaba el Duende por el aeropuerto de Bilbao cuando apoyado en un velador y ante una copa de vino blanco vio un rostro que le era vagamente familiar. Aquello de ¿dónde di con  este hombre alguna vez? Lo había visto en las contraportadas de muchos libros y en directo, presentando sus novedades literarias en los estudios de la SER, RNE y, muy recientemente, en la COPE. Y de repente se cayó del guindo. Aquel hombre de cabello cano revuelto, ojos claros y machadiano torpe aliño indumentario que me reconocía era uno de sus ídolos literarios. O más que eso, un maître á penser y, sobre todo, un maître á vivre, que dicen los franceses.

El duende que escribía poesías a su madre por el día de la ídem había querido ser después sucesivamente escritor como Salgari , Julio Verne, Agatha Christie, Charles Dickens. Joseph Conrad o García Márquez. También quedó deslumbrado en su día por Gerald Brenan, más próximo al hombre del aeropuerto. Pero desde su reciente madurez, cosa de ayer mismo, sólo soñaba aunar la escritura de la imaginación con la de la vida misma, viajes y pluma. O sea, lo que hace Javier Martínez Reverte, más conocido como Reverte el bueno. Leyó el bloguero su  muy famosa y vendida Trilogía de África y quedó literalmente fascinado por ese modelo de libros que unen documento y novela, aventura e historia, épica y lírica y subyugan como ninguna otra cosa al lector curioso. Comprendió entonces el Duende que eso era exactamente lo que hubiera querido hacer y escribir.

-No conozcas jamás a un creador en persona-le recomendaron a uno hace tiempo- Porque todo lo mejor de él lo ha volcado ya en su obra, y luego no tienen el menor interés.

Suele ser cierto. Con excepciones. Javier Reverte es  natural y simpático. Tan modesto, que si le dicen a uno que es representante de chuches, se lo cree. Le invitó a una copa, le llevó de Barajas a Madrid en el coche con chófer que su editorial pone a su disposición, y habló más de otros libros que de los suyos. Por ejemplo, del titulado Soldado de poca fortuna que escribió un tal Jesús  Martínez Tessier, casualmente su padre, que después de perder la Guerra Civil como soldado republicano perdió la Segunda Guerra Mundial como soldado de la División Azul.

Además, al contrario que otros revertes de mucho pisto, Javier es humano. Cuando el Duende le tarareó Se ha cortao el pelooooo, ¡la novia de Reverteee!…él continuó la copla dedicada a su homónimo más famoso, el torero sevillano Antonio Reverte, que inventó el quite de la revertina. Tan accesible y básico parece este gran escritor que vive cerca de un Corte Inglés y le gusta el fútbol. Aunque, qué lástima, sea del Real Madrid. Pero es humano al cabo, insisto,  y como buen conocedor de las flaquezas del prójimo no se molestará que el menda le recuerde que quedó en regalarle no un libro suyo, sino el de su padre, ese luchador que vivió del periodismo porque, después de haber perdido dos guerras, estaba claro que no podría ganarse la vida como soldado. Así se lo contó a este escribidor Javier Reverte, o sea, Reverte el bueno. Y así lo hace constar en un post cuyo verdadero sentido se puede resumir parafraseando otra copla: Me debes un libroooo/No te lo perdono….

Las inmarchitables flores de mayo

Va uno de aquí para allá buscando dónde cantar  y acaba parando en  la Sociedad Bach. Ya se pueden imaginar, ahí no se  canta por soleares, ni  Clavelitos, ni coros de zarzuela. Todo Bach. Lo cual es maravilloso en teoría, pero casi imposible en la práctica porque el Duende tiene poco trabajado el diafragma, y para recrear la música vocal del Viejo Peluca tan importante es esto como el chorro de voz. Claro, que todo es relativo. La música recompensa incluso al que la maltrata.

Y canta en una pequeña iglesia protestante que se ubica en una de las zonas más guay de la capital, en el Paseo de la Castellana 12, a cincuenta metros del famoso Embassy, tantas veces mencionado en El tiempo entre costuras, y a otros tantos del Hotel Tryp Fénix, que el Duende vio construir cuando iba a jugar a la Castellana y que ya debe estar en el catálogo arquitectónico de protección especial. Jo, qué viejo es uno, que hasta vio nacer edificios históricos. Ahí, equidistante, se alza una diminuta iglesia neorrománica a la que se accede por un patio ajardinado. La iglesia tiene adosada una vivienda sólo separada de la gran avenida madrileña por un diminuto jardín. Y en ella viven el pastor y su esposa, que deben de gozar, quizás sin saberlo, de una de las residencias más caras de Madrid, lo que el vulgo conocería como un chalé en la Castellana. Hay curas que viven como un cura. Y éste, en particular, con el  buen nivel de aquellos  vicarios que salían en las novelas de Agatha Christie. Si  su señora en cuestión se pareciera, además, a Michelle Pfeiffer, un suponer, el Duende hubiera apostado por ser cura. Otro argumento más para revisar la vieja norma del celibato eclesial, que tantas turbulencias está provocando.

Canta el Duende en alemán sin apenas conocer nada de esta lengua. No hace falta ser gallina para saber cuándo están los huevos frescos, ni  tampoco  germanoparlante ni teólogo para imaginar que las letras de Bach no eran las de Perales ni de las de Café Quijano. Ven, Señor a mi alma, oh, Jesús, mi amigo, redímenos Dios mío, de nuestras miserias, haz que el cielo nos espere… Y cosas así. Con un pensamiento de tres palabras, Bach era capaz de anticipar muchos minutos de gloria. Pero entretanto canta con palabras desconocidas todas esas cosas…¿qué hace el Duende? Mirar. Se mira mucho en un coro.

Sería tonto negar que el Duende mira a sus compañeras. Pero a fe que en esta diminuta capilla neorrománica de la Castellana también ha mirado los frescos y mosaicos buscando a la imagen de la Virgen, que no está. Normal en una iglesia protestante. Quién  ha visto y quien ve a este coreuta (me dicen que es así como debe decirse en plan fino del que canta en un coro). De niño, en el cole, llegaba el mes de mayo y la Virgen María se coronaba reina de sus días. El Duende y sus compañeros  montaban bajo la tapa del pupitre un diminuto altar con una imagen de la Virgen del Pilar –la de Fátima también tenía mucho predicamento, especialmente si era fosforescente- rodeada de diminutas flores. Venid y vamos todos/ con flores a porfía/ con flores a Maríaa…/¡Que madre nuestra es!…Mayo era el mes de las flores. Como para recordárselo a uno de esos Observatorios de  la Laicidad que tanto hacen levitar a nuestros gobiernos.

Aprovéchenlo, porque mayo sigue siendo el mismo. Desde el lugar donde el Duende escribe ve las primeras rosas, las calas, las lilas, las glicinias colgando de la parra, los lirios. Aún hay frutales que conservan su flor blanca o morada, el aire empieza a perfumarse con el impagable aroma del azahar de los naranjos, mientras que en el campo motean las margaritas, las jaras, los romeros, los brezos, las retamas amarillas y blancas, las amapolas y las últimas peonías, amen de muchas otras especies que uno es incapaz de bautizar.

Esta vez canturrea uno por dentro no sólo a Bach, sino a Joan Baez. ¿Dónde han ido todas las flores? A María entonces, a todas las marías que pasaron por el corazón después. Al album de los recuerdos delicados que, gracias a los colores y los aromas que se renuevan cada mes de mayo, permanecen immarchitables.

El Rey de las buenas intenciones

Un rey inflamado de patriotismo quiere servir de componedor. Pero no todos le entienden...(Caricatura de ENEKO prestada de su blog en 20 Minutos)

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Estaba el hombre tan decepcionado por el fracaso de su oferta, que había pedido a su secretaría que le pasaran cualquier llamada solicitando audiencia.

-Tanto poder arbitral, tanto poder arbitral…-suspiraba mosqueado ante el espejo- ¡Con lo bien que lo haría yo y lo que ganaría España!…

El caso es que le pasaron la llamada. Y la pareja desavenida que se había atrevido de marcar el teléfono de palacio se quedó tan sorprendida como esperanzada cuando el mismísimo Rey de España aceptó escucharles para dirimir sus diferencias.

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Las de Alberto y Elisa no eran nada del otro mundo. Sino más bien las  de muchas parejas burguesas que conviven desde décadas. Él, naturalmente, se comunicaba sobre todo con las perdices, la bola de golf y sus compañeros de abono en el fútbol. También era particularmente locuaz con Lupita, de Recursos Humanos,  una compañera rubia y torneada a la manera de una potente Anita Ekberg, que presumía de dormir desnuda en unas sábanas estampadas con la imagen de Che Guevara.  Sólo un vacile, porque es muy simpática –aclaraba el hombre para ahuyentar cualquier sospecha.

Su mujer a su vez hablaba mucho con amigas. Las tenía de encuadernación, de restauración, de pilates, y del curso de conferencias sobre Carlos Martel, a quien, según alguna de esas amigas poco ilustradas, se debía el invento del papel martelé. Ambos estaban seguros de que se querían. Y por consejo en el que coincidían sorprendentemente tanto sus amigos más progres como el padre Arteta, director espiritual que les guió para sacramentar su unión, seguían practicando asiduamente el sexo. Sin embargo los resultados no eran satisfactorios.

-Yo creo que esto un desastre- se quejaba él- No te veo motivada.

-Tú, que eres un egoísta- protestaba ella- No piensas más que en ti…

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Con estas credenciales, y vestidos correctamente como marca el protocolo, fueron recibidos por el Rey, que pidió que expresaran con sinceridad los motivos de sus desavenencias para llegar más fácilmente a un arreglo. Así, el Jefe del Estado se enteró de que Laura Alejandra, la hija mayor del matrimonio, había estudiado arte dramático a pesar de que el padre la veía más como TAC. Su madre le comió el coco, Señor-explicaba él-. Ha acabado la carrera hace tres años y sólo ha podido hacer de aldeana de relleno en Fuenteovejuna. Y es que Elisa se pasó, como se pasó seis pueblos en el presupuesto de las cortinas..¡Seis mil euros!…Ella por su parte no le perdonaba que se metiera en la cama con una camiseta de los Lakers de Gasol ni su resistencia a internarse una noche en el hospital para que le diagnosticaran la apnea que, frecuentemente, le despertada a ella sobresaltada de su sueño poscoital.

-Hum- farfulló el Rey- No se qué deciros…Los hijos, las cortinas, la camiseta…A mí me va más el pijama de popelín y el batín de seda, tipo Cary Grant , pero una de nuestras grandezas es la diversidad de los hombres de España. Eso sí, lo de los ronquidos y la apnea deberías de mirártelo, hombre- dijo dirigiéndose Alberto- Claro que…¿cómo decís que os lleváis tan mal si seguís durmiendo juntos?…

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No hubo más remedio que entrar en detalles. Elisa se quejaba de que Alberto se comportaba como un funcionario del sexo incapaz de esmaltar las noches de amor con una sola palabra romántica. Para suplir esa carencia de sensibilidad y de fantasía -le explicó a Su Majestad- ella había instalado junto a la cabecera de su cama un atril de brazo articulado que terminaba en una placa de metacrilato sobre la que se ponía el libro abierto.

-Está muy bien pensado, Señor-le decía al Rey que la miraba con los ojos muy abiertos-, porque así él va a lo suyo en silencio, como le gusta,  mientras yo sigo leyendo la trilogía de MilleniumEs tan apasionante que no se puede dejar uno sólo instante, ¿no, Majestad?

El Rey confesó que no la había leído, que desde que era rey sólo leía informes y cosas pesadísimas, pero que lo que a él le entretenía de verdad eran las novelas de Agatha Christie y las del Oeste de Marcial Lafuente Estefanía.

¿Y tú como llevas lo de la novela ésa?- le preguntó a Alberto.

-Bastante bien, Señor…Pero al final ha sobrevenido la crisis…¡Es tan larga!

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El Rey se iba quedando tan turulato que ambos se afanaron en explicarle la extrema dificultad de pasar páginas en plena coyunda. Es casi más difícil que hacer el amor en un Simca 1000bromeó Elisa para quitarle hierro al asunto. Al principio, y puesto que el metacrilato sobre el que posaba el libro abierto quedaba  aproximadamente detrás del hombro derecho de Alberto, era éste el que, a instancia de Elisa, hacía un alto en los vaivenes del amor  para levantar el libro, pasarle la página y ponérselo cómodo a la lectora.

-Pero hubo un momento en que Alberto se negó- explicaba Elisa visiblemente contrariada.

-Demasiado humillante, Señor, ¿no le parece?-protestó el aludido- Aguanté el primer tomo, pero cuando llegamos a la chica del bidón de gasolina…

-¡Jo, qjué resistencia!- se limitó a decir el monarca mientras movía la mano expresivamente.

-No importa, Majestad -terció Elisa- No soy una mujer orgullosa, y para mí el amor lo es todo. Así que decidí pasarlas yo. Era más incómodo, pues tenía que estirar los brazos y actuar con él encima, y mire vuestra majestad cómo está de gordo…Pero lo intenté. Lo que pasa es que, con los nervios, el borde de las páginas me resbalaba en las yemas de los dedos…

-Ya entiendo –aclaró Su Majestad- Yo debo hacer un esfuerzo por entender los problemas de todos los españoles.

-Pero no se si entenderá lo mío, Señor –intervino Alberto-Porque ella, para arreglarlo, se puso en dedil de goma…Un dedil como el que llevaban los antiguos cobradores del autobús para agarrar aquellos minibilletes impresos en papel Biblia. ¿Se acuerda, Señor?…

-Bueno- se excusó el Rey- Es que yo en España no he viajado mucho en autobús urbano…

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-Pero lo entenderá, Señor –continuó Alberto, crecido por el interés que parecía mostrar el Rey- Entenderá lo que me pasa…Resulta que el dedil me trajo la memoria del cobrador del 27, que era el autobús que tomaba yo para ir a la universidad…Era un tipo sucio y grasiento, con una nariz punteada de espinillas y una dentadura, muela de oro incluída, en la que se incrustaba siempre un palillo casi verde por el uso y el abuso…Te subías, abría la cartera de chapa, atrapaba un billete del taco que sujetaba una goma, lo sacaba, cerraba la cartera con estrépito y voceaba al conductor con voz aguardentosa: ¡Agita la mercancía, Marcelino, que vamos pa Arguelles!…

-Ya…-dejó caer el Rey  mientras sus dedos tamborileaban sobre el brazo de su sillón y su expresión daba pistas de que su paciencia se acababa- El pueblo llano, que es muy ocurrente… ¿Y qué?…

-Pues que me estoy viniendo abajo, Señor- confesó Alberto bajando la cabeza avergonzado- Debe de ser el rollo de Freud, o algo así. Pero el caso  es que el dichoso dedil de goma me inhibe la líbido…

-Mariconadas, majestad –interrumpió Elisa visiblemente irritada- ¡Si es que ya no quedan hombres en España!…

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El Rey la calmó como pudo proclamando que, según sus noticias, y a pesar de la crisis, el ratio de hombría nacional seguía recibiendo excelente calificación. Luego animó a Alberto a que superase su problema. Y finalmente  agradeció a ambos su esfuerzo por mantener la unidad familiar y `la confianza  depositada en su poder arbitral. Les prometió estudiar el problema y dijo que les llamaría para darles sus conclusiones. Lo cual fue una especie de bálsamo para calmar momentáneamente la crispación latente en la pareja. Esta se despidió muy agradecida y, a pesar de enzarzarse a continuación en una pelotera sobre el dedil y el turno de pasapáginas de esa noche, se quedó encantada del comportamiento del monarca.

Apenas hacía un minuto que se habían  marchado Elisa y Alberto, cuando entró  en la sala el secretario y depositó en las manos del Rey un nuevo dossier.

-Señor –dijo el funcionario- Le recuerdo que a continuación recibe a la  Asociación de Amigos de la Capa. Ya sabe, parece que no se ponen de acuerdo en la reforma de sus estatutos…

El Rey dibujó un gesto de fatiga y suspiró. Pero pronto sonrió  esperanzado.  Inflamado de patriotismo, se consolaba pensando que, al menos  en temas de capa y espada, España sí apreciaría su competencia y sus buenas intenciones.

Piratas de antaño y piratas de ogaño

Desgraciadamente, ahora los piratas no son héroes de película...

Piratas de Somalia…Tan lejos de los de las películas y del Pirata Garrapata, que el Duende no leyó porque cuando nació ya se le había pasado la edad de la fantasía, pero que le hacía mucha gracia tan sólo con escuchar su nombre. En el duermevela del Telediario, y a cuento del fin del secuestro del Alakrana, se imaginaba en la piel del hijo pequeño de uno de sus tripulantes.

Qué bien que hayas vuelto, papá. Porque esos piratas no se parecen al prota de Piratas del Caribe, ¿no?…

Y el pescador le abrazaba. Los  piratas ya no son lo que eran, y los pescadores tampoco son como el capitán Akab o el entrañable portugués pelirrojo que interpretaba Spencer Tracy en Capitanes intrépidos. Pescar era una profesión de hombres duros y ahora, en determinadas aguas donde el derecho parece que mira a otro lado y se pone a silbar, es más que un riesgo. Casi una heroicidad. Así pasó que los mismos canallas  que consiguieron convertir la navegación aérea en un infierno, ahora se valen de ellos para hacer chantajismo en el mar. Aunque al final casi debamos darles las gracias porque el hijo del pescador haya vuelto a ver a su padre.

-No entiendo cómo se puede dudar de la necesidad de pagar en estos casos –decía la esposa de una de los rescatados.

Sólo unos pocos lo dudan. Quizás de lo que dudan muchos es de la utilidad del estado de derecho cuando se empeña en abrir casi siempre una vía de escape a los que se ciscan en él. Y cuanto más canallas sean, más respeto y más consideración. Cuidadín cuidadín, al criminal regañarle lo justito para que no se nos cabree más, no sea que salgamos de Guatemala para entrar en Guatepeor.

-Enésima contradicción de la vida moderna –anota Homper en su  Moleskine de perplejidades y estupefacciones- El poder es exigente, intolerante e incluso arrogante con el pillo, pero exageradamente comprensivo con gran delincuente. Y el celo del estado de derecho suele ser inversamente proporcional a la gravedad moral de la acción de su enemigo.

Pero, con todo lo que refunfuña su alter ego,  está alegre el Duende. Y eso que nunca navegó más que en las barcas del Retiro, en un chinchorro por la ría de Cubas y en los veleros de un par de amigos que le invitaron a ver las Baleares desde el mar. El resto fueron sólo singladuras y travesías de Salgari, Verne, Twain, Stevenson, Conrad, Kipling y hasta Agatha Christie, que nos mandaba de crucero por el Nilo y nos preparaba asesinatos de mentira por sólo cinco pesetas que valían sus novelas. Está contento, piensa en el chaval, en su madre, en las familias de todos los que han padecido este horroroso secuestro. Serena, resignadamente contento.

Y entretanto el mar seguirá eternamente batido, toujours recommencé, -como decía el único poema de Paul Valery que uno recuerda. Qué sabio es, siempre en movimiento para que no se registre en su superficie huella alguna de las múltiples  fechorías que en él se han perpetrado a lo largo de la historia. Qué prudente, borrar todo rastro de los piratas de ogaño.

¿Por qué me olvida Radio la Colifata?

Radio la Colifata 

Una de las asiduas de este blog que no puede permitirse el lujo de ser antisistema y que conoce al dedillo el oscuro pasado colaboracionista del Duende ha soltado la liebre. Habla de una tal Sra. Rushmore, y de una pintoresca emisora de radio argentina llamada Radio la Colifata. En principio, todas las señoras le interesan al Duende, y también lo que afecta a cualquier radio. Como decía el corrido mejicano, arrieros somos, y en el camino andamos. Ángela, que es como se llama la comentarista,  sugiere que ponga atención en ambos. Y avanza los oportunos enlaces de internet para que se entere el Duende de qué estamos hablando. 

No es sin embargo la Sra. Rushmore la que más puede estimular a éste. Bajo este nombre de personaje de Ágata Christie opera una agencia de publicidad conocida por sus atrevidas y originales campañas. Algunas de ellas, muy premiadas, para el Atlético de Madrid. Esto en principio debería de despertar todas las simpatías del Duende, pero olvidado su pasado publicitario, preferiría que su equipo hiciera peores campañas y mejor fútbol. Y que le perdonen el Kun Agüero y Diego Forlán, dos futbolistas que son lo mejor que ha pasado por el Manzanares desde los tiempos de Gárate. Por si el Atleti, a pesar de sus joyitas,  resulta tan sospechoso en su calidad de cliente como lo es en su eterna aspiración de equipo importante, la señora se ha buscado alternativas más fiables. Y una de ellas ha sido  enganchar la cuenta de una bebida de Coca-Cola que ahora se asoma a TV anunciando Radio la Colifata.

Colifato en lunfardo es loco, y Radio la Colifata  quiere decir sencillamente Radio la Loca. Aunque hace unos años nos tragamos lo de Cacao Maravillao, y todo quedó en un artificio para demostrar que la ansiedad del consumidor de televisión puede crear un producto que no existe, Radio la Colifata sí existe. Y es el invento de  Alfredo Olivera, un psiquiatra del Hospital Neuropsiquiátrico de Buenos Aires, para rehabilitar a sus pacientes. El spot  de Aquarius que cuenta la historia de este galeno y de su singular emisora donde colifatos y colifatas son los locutores, es una propuesta  generosa. No dedica una sola palabra a vender su producto, sino un mensaje muy en la línea del, digamos, positivismo crítico en boga. Las burbujas de los productos de Coca-Cola ya no ofrecen ñoñería de la América rica y bobalicona, sino simpatía, ternura y naturalidad. Lo dicen los protagonistas del spot: los colifatos queremos que todo sean felices, el mundo está loco. Aunque, por si acaso, el último chiflado, más sensato, encierra los pájaros en la jaula y puntualiza: No…¡El ser humano es extraordinario!

Pide mi muy querida  Ángela que, como creata que trabajó para Coca-Cola y como Duende de la Radio se moje el susodicho y ponga nota al spot. Y el susodicho refunfuña y tiene que expresar su indignación porque ni Marcos de Quinto, presidente de Coca-Cola, ni Miguel García Vizcaíno, fundador de la agencia, con quien además comparte devoción colchonera, hayan contado con él. Podrán excusar que no está del todo colifato. Pero el Duende entonces utilizará al revés el mismo argumento que empleó Víctor Mature en el Hotel Ritz cuando le negaban la admisión porque  aquel establecimiento tan distinguido no aceptaba actores. Puedo aportarles -dijo el fornido galán- cientos de críticas que me han negado siempre esa condición, así que dénme habitación y déjense de tonterías.

 Lo mismo el Duende. Veinte años escuchando de sus compañeros de la radio que estaba loco y ahora nace Radio la Colifata y va a resultar que no le fichan por cuerdo. Vamos que vamos.

Días tontos en Los Arándanos

Agatha Christie

Confiesa el Duende que de todas sus lecturas ningunas le atraparon como las novelas de Ágatha Christie. Era entonces un adolescente, y empezaba a descubrir los encantos de la literatura. Algunos de esos best sellers -aún no se había extendido ese término- como Diez negritos o Tres ratones ciegos los sorbió de un tirón antes de cerrar los ojos al alba Aquellas novelas siempre bien urdidas fueron, junto a las aventuras de Guillermo Brown de Richmal Crompton -pseudónimo bajo el que se ocultaba otra mujer- su primer peldaño en las letras después de desasnarse con los tebeos. En algún tiempo se hizo publicidad de éstos diciendo justamente eso: donde hay un tebeo luego habrá un libro. O no es verdad, o es que desde hace varias generaciones tampoco se leen tebeos. Quizás debiera reformarse el slogan: donde hay una videoconsola luego habrá un internauta. Y, con suerte, un blogger algo más despabilado que el que suscribe.

Uno de los detalles que más facilitaba el disfrutar de aquellas novelas es que Ágata Christie presentaba a todos sus personajes antes de iniciar la novela. En un listado por orden alfabético, resumía en tres pinceladas su perfil. Abergold, John: cuarto conde de Macfriars. Casado con Pryscilla de Wild, vive en su castillo de Devonshire dedicado a la cría de caballos pura sangre. Anyone Dupré: ama de llaves del juez Malone, que entró al servicio de éste por una recomendación del general Troellope. Ashley, Brigitte: amante de Sullivan, el administrador del mayor Brady. Y así. Estas guías deberían de ser obligatorias en toda novela con más de cuatro o cinco personajes. Facilitan el control de la situación narrada al lector de frágil memoria que, conociendo mejor el who is who, así puede concentrarse en componer el tipo de los personajes. El Duende no podía avanzar en la novela sin antes ponerle cara a cada personaje. Y el catálogo de éstos le servía de guía perfectamente. Lástima que el ejemplo de Ágatha no cundiese. Como muchos otros inventos útiles, cayó en desuso y hoy casi ningún novelista se molesta en avanzar el elenco de actores de su relato. Dar facilidades al personal debe de ser síntoma de poca fe en el talento propio.

Al Duende le gustaría tener un fichero así de todos los que comentan habitualmente este blog. Le cuesta mucho elaborar un perfil de cada quisque. Agradeció mucho las sucintas biografías que le mandaron, pero se le enredan los datos, pone a José Ramón en Galicia, y a Zoupon en Mallorca, y a Lola en la sierra de Guara. A Ángelus donde Wallace, y a Gervasio le hace arquitecto…o así. Exagera, claro. Con Bob no le pasa eso, porque es inconfundible. Pero no responde más ceñido a los comentarios de los demás porque cree que, con los muchos que ya ha recibido, un Maigret no muy avezado ya hubiera elaborado una ficha exacta de cada personaje. Lo que no es el caso.

Así que disculpen que no responda a las muchas cuestiones que se le plantean. Entre otras, una actualización del diario de esa gladiadora de hogar que es doña María, la dama del bloque Los Arándanos.. Se la demandan bastantes lectores. Pero ella, como el Duende, también es algo ciclotímica. Y hay días como hoy que, a falta de guías, nomenclator o vademécum como los que se trabajaba Ágata Christie, no sabe por donde se anda.

Más pequeños paraísos

Olivetti Roja

 (Foto de The Tourist)

No está tan seguro el Duende de que les guíe a los políticos solamente el afán de poder. O se lo va a creer ingenuamente, al menos por esta noche, porque bastante caña les estamos dando últimamente. Algunos lo explican fatal, pero la parte sana del animal político es que se siente capaz de transformar la realidad a su alrededor. Muchos la empeoran, desgraciadamente, pero las buenas intenciones, como el valor al soldado, se le supone. Los demás tenemos un hijo, plantamos un árbol o escribimos un libro. Cuando se acuñó esta  trilogía aún no había nacido internet ni existían los blogs. Ahora, un comentario como los que los lectores ofrecen al Duende también sirve de pequeño libro. Augusto Monterroso escribía cuentos mucho más breves

Dos de los amigos recientes del Duende que no se conforman con cualquier cosa son Paco Gil y Jesús Solís. A uno le conoció hará un año, y al segundo lo encontró a finales de enero en el feliz cumpleaños del Candil de la Sierra. No se conocen entre sí, pero son vidas paralelas, de esas que envidia el Duende por concretarse en resultados. Ambos son de edad parecida, esa que Ágatha Christie en sus novelas definía como la mediana edad. Paco, del que ya hablamos en una ocasión es de Candeleda, provincia de Ávila, y Jesús de Peñafiel, en Valladolid. Paco es hijo de un maestro, se hizo matemático, fundó un colegio en Madrid, y es un apasionado divulgador de las bellezas de su región, alimentando con ellas varias páginas web y poniendo en marcha algunas iniciativas turísticas y culturales muy interesantes. Jesús nació de una familia muy modesta, y sólo pudo estudiar el bachillerato elemental. Se puso a trabajar a los catorce años, se trasladó a Barcelona y a base de tesón e ingenio, y después de haber creado veinte empresas se ha retirado en su pueblo, donde guarda como un tesoro una impresionante colección de libros, incunables y manuscritos antiguos. También tiene una bodega muy singular de la Ribera del Duero, pero su pasión es la bibliofilia, en la que ha encontrado largamente el saber que tanto echaba de menos. En realidad ya ha transformado tanto su realidad que ahora se puede permitir el lujo de dedicarse a leer, a pasear con su perro por los pinares de Peñafiel y a cocinar, por cierto, con mano maestra. Se basta con el rabillo del ojo para vigilar esa bodega que es, además, otro hobby.

El Duende siempre ha admirado a la gente con iniciativa y que sabe crear cosas. Cosas que se ven, que se tocan, que funcionan y que, a su vez, generan vida a su alrededor. Él es de estirpe contemplativa, divagadora, funámbula siempre en el cable de la duda, pelín apocada. Un desperdicio para el PIB. Cuando tenía veinticinco años lo único notable que había hecho es una pequeña colección de juguetes de hojalata, y un librillo de cuentos inspirados por ellos e ilustrados de su propia mano. Los tecleó en una vieja Olivetti. Su mérito es que lo hizo en su totalidad en horas de trabajo, y nadie a su alrededor se percató de ello.

Ahora Paco Gil ha tenido la humorada de teclear otra vez los cuentos en su ordenador, escanear las ilustraciones -es un ejemplar único- y subirlos a este blog por si alguien quiere conocer otros pájaros de la cabeza del Duende que aún no habían revoloteado por aquí. El libro se tituló Paraíso de hojalata, aunque el auténtico paraíso es haber encontrado a estas alturas de la vida tantos amigos que hacen de su espíritu inquieto y creador un excelente argumento para relacionarse con los demás.

Y otro  día hablará el Duende de Wallace 97 y de Julián 29. Han leído estas historias y les han gustado. Es lo malo, cualquier día el Duende se siente como Max Estrella y se nos pone estupendo. 

(Podéis ver el Paraíso de hojalata pinchando en la imagen de la moto de hojalata, en la esquina superior derecha de este blog)


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