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Otro protocolo inevitable

¿Por qué los supositorios no cumplen su objetivo como  el cohete que llegaba a la luna en la vieja película de George Mèliés?

¿Por qué los supositorios no cumplen su objetivo como el cohete que llegaba a la luna en la vieja película de George Mèliés?

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Según el historiador Troian Daritu, el siniestro Vlad Tepes, que inspiró a Bram Stoker la figura del Conde Drácula, aparte de almorzar sopitas de pan con la sangre de sus víctimas, empalaba a sus más encarnizados enemigos espetándolos por la retambufa en una estaca que se erigía al otro lado del foso de su castillo. Desde la torre almenada, el villano contemplaba el espectáculo con el mismo deleite sádico con el que Nerón veía arder Roma.

-¡Ahoras sabéis de verdad lo que es tomar por el mismísimo!- exclamaba Tepes lanzando estruendosas risotadas.

El ilustre canalla ni siquiera tenía la delicadeza de suavizar la punta con friegas de sebo.

En un orden menor de la escala de suplicios, last but not least, y quizás para reos de menor categoría, el monstruoso torturador reservaba algo que los galenos de su tiempo habían concebido como medicamento. A estos pobres desdichados les condenaba a supositorios.

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Todo esto te lo cuenta entre lamentos Homper después de haber recibido una llamada tuya que no ha podido atender.

-La culpa no ha sido de Vlad Tepes –se excusa- sino de Jaime Zorrilla, que es un médico excelente y un encanto de persona. No obstante lo cual me había prescrito para serenar esa caldera de Pedro Botero que me anida en el bajo vientre un antiespasmódico en forma de supositorio. En ello estaba. Sólo al recordarlo me pongo a temblar…

Y ordenadamente, sin perder la flema de quien pretende guardar la dignidad de su discurso, va desgranando los motivos de su escandalosa perplejidad ante los problemas que le planteó la aplicación del mencionado remedio.

-Yo de niño –explica- imaginaba que los supositorios eran como la nave espacial del Viaje a la luna, aquel ingenuo film de Méliès en el que un cohete lanzado desde la tierra se clava en el ojo de nuestro satélite. Mi madre cambiaba el ojo de la luna por el del culete y muy a mi pesar me introducía por ahí ese odioso invento. Era desagradable, pero entraba sin problemas. Ahora es difícil hasta despojar del supositorio la película de aluminio en la que viene presentado. Al quitarle su envuelta, se suelen desprender varios fragmentos de su cabeza. Y por último, cuando después de las fatigas previsibles, y sólo postrándote de hinojos en plan adoratriz y con el trasero en lo más alto crees que la nave ha alcanzado su objetivo, fuerzas misteriosas procedentes del averno intestinal la proyectan al exterior y te encuentras humillado, ofendido, con el culo aire y el antiespasmódico en el suelo riéndose de ti.

O sea, supositorios de espaldas al pueblo, como diría Doña María. O más propiamente de espaldas al culo, como precisa Homper.

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Cuenta Homper que en esos delicadísimos momentos lo llamó para interesarse por su salud la periodista y gran amiga suya Begoña Ortúzar, madre del doctor Zorrilla y chica bien de Bilbao de toda la vida. Y que aunque normalmente habla con ella de mística, de filosofía, poesía y otros asuntos trascendentes, no pudo evitar comentarle el enojoso incidente del supositorio rebelde.

-Eso es que te lo pones mal –pontificó sin dudar –Debes hacerlo al revés, introduciendo primero la base, más ancha, para que pasado lo más difícil se cierre el esfínter anal y allá no se escape nada.

A Homper le sorprendió esa teoría tanto como si le hubiera dicho que las balas penetraban por la parte achatada, que los obuses vuelan con la cabeza explosiva apuntando al artillero o que los barcos estaban hechos para navegar de popa. Homper creía que los supositorios eran fusiformes precisamente para abrirse camino más fácilmente en su procelosa y oscura trayectoria, y así se lo dijo a Begoña.

-De eso nada –remachó- En Bilbao que sepas que lo hemos hecho así siempre y nos ha ido divinamente.

Homper creyó por un momento que así como los bilbaínos dicen que nacen donde les da la gana, el hecho diferencial les permitía ponerse los supositorios donde y como les peta. Pero con toda humildad defendió que nunca jamás en su vida había escuchado semejante teoría. Es más, no dijo la palabra teoría, sino tontería, a lo que ella contestó con un whatsup en tono indudablemente airado: “Consulta en GOOGLE la forma correcta de ponerse un supositorio. ¡INCULTO!”.

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Homper le hizo caso y, sorprendentemente, nunca te acostarás sin saber una cosa más, también se quedó perplejo al comprobar que en esa fantástico e ilimitado Internet donde cabe todo hay un vivo e interesantísimo debate sobre la forma idónea de conseguir que un supositorio cumpla correctamente su cometido. No sabe si también hay teorías sobre cómo cortarse las uñas, cómo partir la hoja de papel higiénico justo por la línea trepada o cómo hervir la coliflor sin provocar las protestas del vecindario, pero desde luego sobre la aplicación de los supositorios sí hay ya considerable jurisprudencia.

Y sin embargo, el Hombre Perplejo, víctima aún del caos en lo más ominoso de sus interiores, seguía sin saber a qué atenerse. La derivada era obvia: en estos tiempos de confusión y de debate por lo que sea…¿a qué esperamos para que la autoridad competente establezca e una vez por todas un Protocolo Específico sobre el modo de administrarse los Supositorios?

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Cerezas en el Paraíso

Es tan agradable pasear a la sombra de los cerezos mientras coges sus frutos y te los llevas a la boca que casi parece pecado...

Es tan agradable pasear a la sombra de los cerezos mientras coges sus frutos y te los llevas a la boca que casi parece pecado…

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Fue una suerte cantar con tu coro del CEU en el encuentro coral de Candeleda el pasado sábado. Al maestro, un músico riguroso que considera fundamental el ensayo de los domingos a las 20 horas, se le movió el corazón, y relajó por un día su disciplina karajaniana para suprimirlo. Demasiado apresurado volver a Madrid para esa hora después de una noche de canto y copas. Demasiado tentador el sol de junio y el paisaje de la zona como para no abandonarse al ocio. Menos mal: llevas tiempo diciéndole que jubilarse para tener que regresar el domingo a Madrid como si fueras un currante en activo no es jubilarse. A la música estás dispuesto a entregarle mucho: uno, tres, diez domingos al año. Pero la primavera es efímera. ¿Cuántos lunes te van a esperar los cerezos con su fruto bonito, pleno de color y reluciente?

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Te levantas y paseas entre los cerezos desayunándote cerezas frescas. Buscas el modo de adjetivar esa manera de ir cogiendo cerezas de uno y otro árbol, con la misma indolencia con la que en las películas de romanos aparecían picoteando frutos en sus banquetes los emperadores. Recuérdenlo, iban Nerón o Calígula, pasaban ante un frutero desbordante de color y de sabor y pellizcaban una uva o una cereza para masticarla después enarcando la ceja con evidente perfidia gestual mientras con la mano libre le tocaban una teta a la favorita de turno y con el pensamiento contaban los cristianos que devorarían sus leones en el circo. Cómo eran de perversos aquellos romanos de película.

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Josep Pla decía que lo fundamental para el escritor es saber adjetivar. Tú lo primero que piensas es en coger cerezas y comértelas a capricho, pero en ese momento te salta a la memoria otro modo adverbial que se le ocurrió al letrista de aquel himno religioso a la Virgen que cantabais en el colegio durante el mes de mayo: Venid y vamos todos/ con flores a porfía/ con flores a María/ que madre nuestra es. Cantabais como loritos: ¿se preguntó alguien alguna vez qué significaba a porfía? Tiras de diccionario y anotas: con emulación o competencia. O sea, que llevabais flores a la Virgen para ser igual o más que el más rico o piadoso de la clase, a ver qué se iban a creer los demás…Las tonterías que se escriben a veces por completar una rima.

Así que tú te das un paseo matinal robando cerezas y no porfías con nadie, te las comes a capricho, que está mejor dicho. Y dando gracias a Dios de que este fruto sea, como los higos, de los pocos que produce tu terruño que salen tan sabrosos y bonitos como los que podrías comprar en el superdel Corte Inglés.

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Por cierto, que hablando de Dios, te imaginas por un momento que si hubieras sido El en el momento de escribir el guion del pecado de Eva, en lugar de encargarle a la serpiente que le invitara a morder la manzana, le hubieras ofrecido cerezas, que son mucho más sensuales.

-Muerde, bonita –le diría el maligno travestido de reptil- que te vas a enterar de lo sabroso que es el pecado.

No está bien enmendar la plana al Creador, pero el cambio es de sentido común. Comerse una manzana siempre da cierta pereza. Sin embargo es imposible sentir las cerezas en los labios y morderlas después, tan rojas, dulces, y mórbidas, sin pensar que estás besando. A porfía, a capricho o a esa chica que te gusta tanto.

 

El vaso de Nerón y otras joyas de nuestra cultura

De las extravagancias de Nerón cualquier escritor audaz puede hacer un best seller...

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Una arqueóloga descubre entre las piedras sillares de un viejo molino un pequeño cofre que contiene un vaso de vidrio y en su interior un parche para ojos tuertos. El vaso lleva grabado la letra N, mientras que en la cinta del parche se adivinan las iniciales A.M. C. El extraño hallazgo excita la curiosidad de Genarina, que en realidad buscaba en la zona  restos iberos. Genaranina está obsesionada por la incidencia de los fenómenos paranormales en el curso de la historia, de manera que se pone a a investigar y después de dos décadas tirando del hilo llega a la conclusión de que el vaso, que por la calidad de su vidrio se puede datar en el siglo I de nuestra era, es el que usaba Nerón para guardar sus lágrimas. Desde Quo Vadis, efectivamente, toda la humanidad sabe que el emperador, aunque fuera cruel, también era llorica.

Por otra parte, el parche de ojo resulta ser el de Ana Mendoza de la Cerda, Princesa de Éboli. La coincidencia  parece un absurdo, pero Genarina sigue estudiando el caso y un día comprende que Nerón, arrepentido de haberse portado tan mal con los cristianos de Roma, fue abducido por las fuerzas del bien residentes en Paramia, una estrella situada a tres millones de años luz, y realizó un viaje astral de quince siglos para entrar en contacto con esta afamada tuerta, a la sazón amante de Antonio Pérez y muy cercana al rey Felipe II. La princesa había ofrecido al rey prudente los servicios de un Nerón reconvertido para hacer una Contrarreforma en toda la regla, con el rigor y la severidad que exigía la herejía luterana. Una labor para la que el desalmado emperador romano, que sólo tendría que cambiar la dirección de su innata vesania, era el baranda indicado. El papa y el católico rey de las Españas se encomendaron a Dios y dieron el visto bueno, porque, como subraya el propio libro, “el fin hay veces que justifica los medios”.

Pero la CIA, que desde hace diez años ha rehabilitado en secreto la máquina del tiempo de H. G.Wells, media en el asunto. Tiene reservada para la intrépida pareja la misión de infiltrarlos en La Meca  y generar desde allí una célula de activistas que acabará con Al Quaeda. El hombre clave es su agente Brad Trochows, educado a los pechos de la Stasi y más tarde de de Putin  y vendido a los a yankis por un duplex en la Quinta Avenida, un paquete de acciones de Walt Disney Produccions y la colección de bragas de Mae West que ha cedido generosamente para el soborno el rijoso millonario Alistair Sobornes. (A cambio, todo hay que decirlo, éste obtendrá la licencia de explotar una mina de diamantes en la Libia de Gadaffi, a punto de caer). Sin embargo, cuando Brad inicia el conjuro utilizando el vaso de Nerón, un inoportuno estornudo le provoca un movimiento brusco, el vaso cae y la joya arqueológoca queda rota en mil pedazos, dando al traste con la operación.

La solapa del libro advierte que es “el nuevo fenómeno editorial de la novela de historia-ficción, un original e inteligente recorrido por las zonas más oscuras de la historia de la humanidad trenzada con una apasionante trama de intrigas, espionaje y misteriosos asesinatos ”, y asegura que ahí se desvelan las claves del amor lésbico que se sospecha que mantuvo Cleopatra con la cocinera de Marco Antonio, de la emboscada que acabó con Viriato, del asesinato de Rasputín y de la extraña muerte de Michael Jackson, aparte de apuntar pistas solventes para resolver el viejo problema de la cuadratura del círculo y de la piedra filosofal. Todo por sólo veinticuatro euros.

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El vaso de Nerón, que así se llama la novela, está firmada por Adriana Nevol, pseudónimo de Petra Gómez, periodista muy de izquierdas que pasó diez años de corresponsal en Moscú y veinte años predicando el marxismo-leninismo hasta que comprendió que la cosa ya no vendía un clavel, y que la mayoría de sus coleguis ponían un dedo al azar en el calendario de la historia, elegían un personaje más o menos conocido, investigaban en todo aquello que nadie había investigado nunca y que parecía poco probable que fuera investigado y se ponían a escribir una novela histórica que el público recibía con entusiasmo.

-Porque desengáñate, Petra-le dijo la ejecutiva de su editorial-La literatura pura es como agua que se escurre entre los dedos. Y la gente quiere aprender, aunque sólo sean tonterías.

La editorial apostó fuerte por El vaso de Nerón,  y hasta produjo un spot para la tele en la línea de esos trailers de películas de Hollywood que mezclan mitos, historia, verdad, ficción, churras, merinas, sinfonía de efectos especiales, algún guaperas como Johny Depp y Angélica Jolie y luego arrasan en taquilla.

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Al siempre susceptible Homper también le impresiona la manga ancha  con que ahora se cocina  la cultura que nos invade. Digamos que de este vale todo espiga como positivo el “algo queda”. Del famoso fenómeno El código Da Vinci él no entendió casi nada, y más bien le pareció una patraña o, como dice el castizo, una paja mental. Pero evidentemente sale a la palestra Leonardo y el supuesto misterio de su Última Cena.

Menos da una piedra-se dice.

Y la transversalidad como método, que tanto vale para la educación como para la divulgación o la creación literaria O sea, empezar hablando del parche del ojo de la Princesa de Éboli y acabar, no se sabe cómo, en la lucha contra el terrorismo islamista. Amplitud de miras, curiosidad, imaginación y audacia sin límites para encontrar un hilo conductor más o menos verosímil y saltar sin barreras de un asunto a otro. El resto debería ser calidad. Pero más probablemente es promoción o pura suerte.

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Preocupado de que su estupefacción permanente acabe arrojando un saldo negativo o pesimista de su visión de las cosas, Homper se permite recomendar dos nombres de escritores que, lejos de la frivolidad voluntarista de Petra Gómez (perdón: de Adriana Nevol) hacen de sus escritos un viaje cultural siempre instructivo y a menudo fascinante.

Uno es Antonio Muñoz Molina, que hasta en sus artículos de crítica literaria –léase La fiesta interrumpida en el suplemento cultural de EL PAÍS de este último sábado- entretiene, deleita y enseña. Otro es Andrés Trapiello, un verdadero superdotado que tanto escribe poesía y gana premios de novela  como es capaz de elaborar en Las armas y las letras un magnífico ensayo histórico sobre nuestra guerra civil. No la cuenta él, la cuentan los periodistas y escritores, muchos de ellos desconocidos para el gran público, cuyos trabajos ha glosado con la curiosidad y el rigor de un auténtico erudito. Cuántos mitos destruye su investigación, y qué sorpresas se lleva uno leyéndolo con detenimiento. Homper ha encontrado con este libro mucho más placer que con muchos best-sellers. Pero tampoco se dejen llevar por sus consejos. Hay que descontar que, además de Hombre Perplejo, es algo rarito…

 

Suicidio aplazado

Felices cámaras aquellas en las que aparecía el pajarito y sonaba un "click"...

Felices cámaras aquellas en las que aparecía el pajarito y sonaba un "click"...

Por suicidio inmediato, vendo cámara digital SAMSUNG L73.  El Hombre Desesperado- había intentado una y otra vez entender las instrucciones de manejo de aquel ingenio que, a decir de su hijo, era lo más fácil de manejar del mundo. Imposible.

Para empezar, el manual de instrucciones  decía Leia com atençao este manual antes de usar a nova câmera. El Hombre Desesperado no creía en la unidad ibérica, que ahora ronda en el pensamiento de algunos politólogos ilustres. Por tanto le molestaba que una cámara japonesa se adelantara a los acontecimientos y eligiera el portugués como idioma oficial de sus explicaciones. A decir verdad, entendía casi todas las palabras. Pero le cabreaba que una cámara japonesa comprada en el Corte Inglés le hablara en portugués. Y además no entendía lo que querían decir. Era dramático: todo, desde la explicación de lo que era ese aparato a las instrucciones de uso, le parecía tan rematadamente mal expuesto y peor escrito que no entendía ningún manual.

Anotó en su Moleskine de puño y letra: no puedo seguir viviendo en un mundo para el que soy tan inútil. No aguanto ni un minuto más sentirme el más gilipollas del planeta. Quiero desaparecer, que es una de las pocas cosas para la que no necesito manual de instrucciones.

En la redacción de su improvisado testamento, una luz le iluminó. Pensó que a pesar de su baja autoestima, su muerte no debería ser en balde. Así que, dominando por un momento su obcecación, tomó la pluma y añadió: si a pesar del suicidio inmediato, Dios me indulta  y me concede la gracia de sentarme a su lado, le convenceré de que incluya en su lista de condenados sin remisión posible a todos los redactores de instrucciones de los aparatos modernos. A todos.

Se consoló pensando que al menos esos sutiles malvados arderían en las calderas de Pedro Botero con las almas de todos los villanos que en el mundo han sido, desde NerónGilles de Rais hasta el inventor de los muebles de metacrilato y el compositor de  Macarena. Y a continuación se dirigió al botiquín para coger la caja de barbitúricos.

No pudo ingerirlos. Una semana antes su lupa se había hecho pedazos al estrellarse contra el suelo de la cocina. Y su vista, ya fatigada quizás por  haber visto tantas muestras de la estolidez humana, no alcanzaba a leer las diminutas letras del prospecto. Editores de prospectos de fármacos  en letra microscópica, anotó en su testamento como adenda: otros que deben ser arrojados al fuego eterno.

Así que, incapaz de saber cuántos barbitúricos necesitaba para despedirse de la vida sin excesos, reprimió la ira de haber perdido las fotos de su último viaje –un desastre más en su vida- y decidió aplazar el suicidio para mejor  ocasión.

Vivan las madres y los bebés de agosto

Embarazada

Embarazada

(Foto de Dennster)

¿Hasta qué punto es presentable colonizar la atención de los demás con asuntos propios?¿No pecamos de egoísmo los blogueros? ¿No sería más lógico escribir posts a la carta, según el gusto que alternativamente vayan marcando los lectores?

Apunta estas cuestiones el Duende desde un lugar de la naturaleza tan retirado, tranquilo y agradable para la vista que casi forzosamente se olvida del resto del mundo. Está pasando en el Mas del Puig, una masía perdida en la cordillera prepirenaica del norte de Barcelona. Desde aquí sólo se divisan olas de montañas cubiertas de pinos negros y valles donde abundan los robles, los nogales, los avellanos y los fresnos. Hacia el sur, imponente, más allá del antiguo pueblo minero de la Pobla de Lillet, se yergue el Pedraforca, una inmensa mole de piedra que marca el punto más alto de la contornada. En lugar de la horca que sugiere su nombre, uno hablaría de una inmensa muela erosionada en su mitad. A sus pies hay una placa dedicada al izard, que en catalán significa rebeco. Es el orgullo de la fauna local.

No un rebeco, sino una cierva y su bambi fue lo primero que ha visto moverse el Duende cuando asomó por la ventana esta mañana. Ramoneaban apaciblemente en el pasto. Es siete de agosto, pero la hierba aún está verde en estos pagos. Por el fondo del valle se escucha el tímido correr del agua. Es un torrente tributario del joven Llobregat, nacido unos kilómetros más al norte. Al margen de ese tímido rumor, se escucha sólo el graznido de un cuervo. El resto es silencio, porque aunque el sol ya despunta por la cresta de saliente aquí no se ha levantado nadie.

En estas condiciones uno tiende a ser egoísta. Anoche, cuando gran parte de España se cocía y en Zuera y Honrubia se chamuscaban – ya verán cómo empiezan a salir ahora los pirómanos acomplejados que no quieren ser menos que el Nerón de ayer-, aquí el termómetro marcaba quince grados. Demasiado contraste. Así que por solidaridad uno tuvo que acordarse de quienes deben de estar pasando la fatiga de ser madre en verano. Ahora que, gracias a la ciencia, hasta los hombres podemos parir, está uno más obligado a rendir homenaje a las bravas madres de agosto. ¡Parir con estas calores!…En ese afán han coincidido dos sobrinas del Duende y su nuera Sara, que lleva en sus entrañas a la primera hija de Juan, el jefe de mantenimiento de este blog. Que salga bien. Si el amor al hijo es proporcional al sofoco de su nacimiento, esta chiquilla, Camila, va a ser muy bien querida.

Pero no se preocupen si le ven en la piel una mancha helicoidal. Es muy posible que la niña traiga el antojo de un ventilador.


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