1
Según el historiador Troian Daritu, el siniestro Vlad Tepes, que inspiró a Bram Stoker la figura del Conde Drácula, aparte de almorzar sopitas de pan con la sangre de sus víctimas, empalaba a sus más encarnizados enemigos espetándolos por la retambufa en una estaca que se erigía al otro lado del foso de su castillo. Desde la torre almenada, el villano contemplaba el espectáculo con el mismo deleite sádico con el que Nerón veía arder Roma.
-¡Ahoras sabéis de verdad lo que es tomar por el mismísimo!- exclamaba Tepes lanzando estruendosas risotadas.
El ilustre canalla ni siquiera tenía la delicadeza de suavizar la punta con friegas de sebo.
En un orden menor de la escala de suplicios, last but not least, y quizás para reos de menor categoría, el monstruoso torturador reservaba algo que los galenos de su tiempo habían concebido como medicamento. A estos pobres desdichados les condenaba a supositorios.
2
Todo esto te lo cuenta entre lamentos Homper después de haber recibido una llamada tuya que no ha podido atender.
-La culpa no ha sido de Vlad Tepes –se excusa- sino de Jaime Zorrilla, que es un médico excelente y un encanto de persona. No obstante lo cual me había prescrito para serenar esa caldera de Pedro Botero que me anida en el bajo vientre un antiespasmódico en forma de supositorio. En ello estaba. Sólo al recordarlo me pongo a temblar…
Y ordenadamente, sin perder la flema de quien pretende guardar la dignidad de su discurso, va desgranando los motivos de su escandalosa perplejidad ante los problemas que le planteó la aplicación del mencionado remedio.
-Yo de niño –explica- imaginaba que los supositorios eran como la nave espacial del Viaje a la luna, aquel ingenuo film de Méliès en el que un cohete lanzado desde la tierra se clava en el ojo de nuestro satélite. Mi madre cambiaba el ojo de la luna por el del culete y muy a mi pesar me introducía por ahí ese odioso invento. Era desagradable, pero entraba sin problemas. Ahora es difícil hasta despojar del supositorio la película de aluminio en la que viene presentado. Al quitarle su envuelta, se suelen desprender varios fragmentos de su cabeza. Y por último, cuando después de las fatigas previsibles, y sólo postrándote de hinojos en plan adoratriz y con el trasero en lo más alto crees que la nave ha alcanzado su objetivo, fuerzas misteriosas procedentes del averno intestinal la proyectan al exterior y te encuentras humillado, ofendido, con el culo aire y el antiespasmódico en el suelo riéndose de ti.
O sea, supositorios de espaldas al pueblo, como diría Doña María. O más propiamente de espaldas al culo, como precisa Homper.
3
Cuenta Homper que en esos delicadísimos momentos lo llamó para interesarse por su salud la periodista y gran amiga suya Begoña Ortúzar, madre del doctor Zorrilla y chica bien de Bilbao de toda la vida. Y que aunque normalmente habla con ella de mística, de filosofía, poesía y otros asuntos trascendentes, no pudo evitar comentarle el enojoso incidente del supositorio rebelde.
-Eso es que te lo pones mal –pontificó sin dudar –Debes hacerlo al revés, introduciendo primero la base, más ancha, para que pasado lo más difícil se cierre el esfínter anal y allá no se escape nada.
A Homper le sorprendió esa teoría tanto como si le hubiera dicho que las balas penetraban por la parte achatada, que los obuses vuelan con la cabeza explosiva apuntando al artillero o que los barcos estaban hechos para navegar de popa. Homper creía que los supositorios eran fusiformes precisamente para abrirse camino más fácilmente en su procelosa y oscura trayectoria, y así se lo dijo a Begoña.
-De eso nada –remachó- En Bilbao que sepas que lo hemos hecho así siempre y nos ha ido divinamente.
Homper creyó por un momento que así como los bilbaínos dicen que nacen donde les da la gana, el hecho diferencial les permitía ponerse los supositorios donde y como les peta. Pero con toda humildad defendió que nunca jamás en su vida había escuchado semejante teoría. Es más, no dijo la palabra teoría, sino tontería, a lo que ella contestó con un whatsup en tono indudablemente airado: “Consulta en GOOGLE la forma correcta de ponerse un supositorio. ¡INCULTO!”.
4
Homper le hizo caso y, sorprendentemente, nunca te acostarás sin saber una cosa más, también se quedó perplejo al comprobar que en esa fantástico e ilimitado Internet donde cabe todo hay un vivo e interesantísimo debate sobre la forma idónea de conseguir que un supositorio cumpla correctamente su cometido. No sabe si también hay teorías sobre cómo cortarse las uñas, cómo partir la hoja de papel higiénico justo por la línea trepada o cómo hervir la coliflor sin provocar las protestas del vecindario, pero desde luego sobre la aplicación de los supositorios sí hay ya considerable jurisprudencia.
Y sin embargo, el Hombre Perplejo, víctima aún del caos en lo más ominoso de sus interiores, seguía sin saber a qué atenerse. La derivada era obvia: en estos tiempos de confusión y de debate por lo que sea…¿a qué esperamos para que la autoridad competente establezca e una vez por todas un Protocolo Específico sobre el modo de administrarse los Supositorios?
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