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Cosas que tirar y otras cosas que guardar

...Hay cosas que se deben guardar por lo que que te recuerdan y lo que te ayudan a ser feliz...

Hay cosas que se deben guardar por lo que que te recuerdan y lo que te ayudan a ser feliz…

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Deambulas por tu pequeño palomar, como cualquier día que amanece, y después de mirar el despuntar del sol mientras tomas el café pones tu mirada en uno de esos objetos conmemorativos con pedestal de mármol  que algún día te entregaron con las mejores intenciones. No lees el mensaje grabado en la plaquita correspondiente, por no ofender los buenos sentimientos de quienes te querían homenajear. Te imaginas entonces que eres Kant, que el objeto es una piedra cualquiera, y que la placa en realidad dice: Al maestro Emmanuel Kant, para que no busque más la piedra filosofal. Congreso de Königsberg 1802. Piensas que la piedra del ilustre pensador también acabaría cubriéndose de polvo, y que un día cualquiera, después de mucho balanceo entre el empirismo y el racionalismo, detendría sus ojos en ella y se preguntaría.

-¿Para qué carajo quiero esto en mi biblioteca, si sólo sirve para recordarme lo que recuerdo perfectamente y encima me ocupa unos centímetros cuadrados en la biblioteca?

Imaginas también que por las calles tranquilas de la ciudad prusiana donde nació y de la que nunca se movió pasa el afilador. Das por supuesto que este afila bien los cuchillos, pero que desafina notoriamente cuando canta el afiladoooor, como supones que harían en su tiempo los afiladores prusianos. Y comprendes perfectamente que, por puro ejercicio de la razón pura, el gran filósofo cogiera la piedra filosofal de su anaquel de sabiduría y se lo arrojara por la ventana al mal Caruso.

Perdone, pero es puro pragmatismo –le diría- De una parte, me libro de una inutilidad por la que también hay que pasar el plumero. Y de otra, espero corregir así su mal oído, que va en detrimento de su noble profesión.

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Te salen las ínfulas de tirano que todos llevamos dentro y piensas que si fueras rey absoluto mandarías al destierro a todos los que idean, promueven, fabrican o entregan los objetos conmemorativos o trofeos inútiles y generalmente horrorosos. Ya sean estatuillas, monolitos, metopas, placas o cualquier otro elemento de tortura visual y de castigo para el trapo del polvo.

Recuerdas en cambio que una vez que fuiste a Albacete con tus compañeros de la radio para hacer un programa allí la alcaldesa te regaló una navaja cabritera  con tu nombre grabado en las cachas. Recreaste por un momento lo bien que se cortaría el chorizo con dicho y instrumento y llegaste a la conclusión de que aquella alcaldesa era la más lúcida de España.

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Te preguntas por qué a nadie se le ocurre lo de la alcaldesa de Albacete- lástima no recordar su nombre- con otras variantes. Por que no se homenajea con sacapuntas, pelapatatas, linternas, abrechapas, sacacorchos, pastilleros, destornilladores, rizapestañas, cepillos de dientes, cortaúñas conmemorativos. Algo que quepa en cualquier cajoncito, que sea útil y que no tengas que acabar arrojando por la ventana al jefe de la Tuna  implacable que tortura con su serenata o depositándolo vergonzantemente en un contenedor de basura.

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Estabas esta mañana con el alma fofa, errática, tibia, ni contenta ni triste. De esas veces que te da por indagar en el sentido de la vida, vano empeño, o examinar tu entorno inmediato y preguntarte por su razón de ser. Qué propósito tiene conservar un logotipo comercial de presunta plata convertido en objeto decorativo, un recuerdo de Blois, un Manneken Pis que ni siquiera tiene la pilila en espiral para servir de sacacorchos , un espanto de reproducción de un fragmento de la antigua muralla de Zaragoza, un Quijote de cerámica con cara esmirriada de mariquita de urinario o una geometría que aparenta una formación de cristal y que cuando la tocas resulta ser de metacrilato. Te ríes entonces, recordando aquel condenado que entraba en el infierno de una película de Woody Allen.

Yo fui el inventor de los muebles de metacrilato- decía el desdichado visiblemente arrepentido de su horrible pecado.

Tú encajas el aviso divino, inicias tu propósito de la enmienda y arramblas con todo lo que no se puede aguantar ni un minuto más. A continuación lo metes todo en un saco de basura de los grandes y sales a la calle buscando inútilmente el contenedor de tonterías y vanidades, que aún está por homologar.

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Pero no hay mal que por bien no venga. En tu deseo de hacer algo de orden y de separar la mucha ganga de la poca mena recuperas un libro de tu amigo y compañero que fue en RNE Jorge Prádanos. Se titula Recetas de andar por radio, y es una pequeña joya de la cocina más sabrosa y sencilla. Te lo dedicó el 15 de mayo de 2011, cuando te invitó a su casa de Sevilla, recordando que muchas de ellas habían sido comentadas al alimón con el padre Bonete en el programa que hacías con la troupe de Julio César Iglesias. Jorge era un espíritu inquieto de registros exquisitos, sensible y entrañable. Tanto se volcaba en la cocina como en la poesía o en la música, aportando a la radio de entonces una originalidad, un humor, una categoría y un refinamiento que hoy se echa en falta. Jorge murió hace unos meses, a ti te llamó su mujer Yoyi, que es también poetisa

-Encontré tu número de teléfono entre algunos de sus últimos papeles- te dijo entre lágrimas.

Te quedaste con la boca abierta, no supiste qué decirle.

Unos meses después no es el panegírico que se merecía su marido, pero piensas que sí es al menos el reconocimiento de que su libro y su recuerdo te han salvado el día tonto. Le has limpiado el polvo, lo has repasado, lo has recolocado entre tus tesoros favoritos y, gracias a él, vas a almorzar unas carrilleras de ibérico según la versión de de un humanista de la gastronomía. Siempre  recordarás a Jorge por su sonrisa, por su cariñoso trato,  por su buen gusto y por los muchos de sus estupendos platos que aún piensas disfrutar antes de reunirte con él a seguir riendo de casi todo. Mil gracias, amigo, y descansa feliz.

Rosas como oraciones

...Y no teniendo muy claro cómo se reza, decidió que cada rosa cortada era una oración por algo o alguien

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No fueron estas manos las que plantaron el rosal, pero las rosas le esperaban  allí, luciendo su primavera de perfume y de color. Las rosas: no se sabe cuándo están más guapas, si en la plenitud o cuando se ponen  viscontinianas y el borde de sus pétalos se empieza a abarquillar para  anunciar su crepúsculo.

-Somos la belleza de lo efímero-parecen decir.

Las rosas. Qué pronto se forma el capullo, qué rápidamente abren y qué poco tiempo duran. A los pocos días languidecen, y si no aparece presta la mano del jardinero para cortarlas se convierten en momias vegetales. Qué triste es un rosal abandonado. A ves da pena cortar sus flores en la plenitud de su belleza. Ni siquiera  hay una dama a la vista a quién ofrecérselas, ni un florero, ni tiempo para contemplar el florero con las rosas en el alféizar de una ventaba, un Cezanne vivo al alcance de cualquier mortal. A veces duele cortarlas, pero es la metáfora de la vida: la rosa debe dejar paso a nuevos capullos. Se corta por encima de la primera yema y a otra cosa, mariposa.

-¿Y me vas a segar la vida sin dedicarme una oración?-le dijo la rosa.

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Y el Duende, que no había sembrado las rosas, pero que no soporta ver a su alrededor rosales que languidecen sin que nadie les haga caso, se acordó de cómo definía el catecismo del padre Ripalda la oración: levantar el corazón a Dios y pedirle mercedes.

-¿Y tienen que ser Mercedes? –se preguntaba el niño cristiano literalmente estupefacto.

Al niño le gustaban más los haigas americanos. Y cuando se hincaba de rodillas y rezaba a Dios por la salvación del mundo, por la Santa Infancia o por salud de su abuela, creía que en cualquier momento el cielo se abriría y de él bajarían en paracaídas Cadillacs, Chevrolets, Buicks y Studebakers, que eran sus coches soñados. Luego le aclararon que la oración no era eso. Pero nunca le explicaron qué debía pasar por el cine interior del alma cuando se reza.

Y él aprovechaba para visualizar las oraciones como si fueran películas de Cecil B. de Mille.  Padre nuestro que estás en los cielos: y veía a Charlton Heston en un rompimiento de gloria que se abría entre unas espesas nubes por el que se filtraban los rayos de la divinidad. Perdónanos nuestras deudas: y se imaginaba echando mano al bolsillo mientras que Dios levantaba la mano y le decía que alto ahí, que no le debía nada. Y no nos dejes caer en la tentación: y qué lástima. Porque la tentación era Gina Lollobrigida medio en pelota bailando la danza del vientre en la plaza pública, y él tenía que taparse los ojos para no ver sus movimientos peristálticos y rechazar las acometidas del Maligno. Las oraciones también fastidiaban lo suyo.

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Hasta que, ante la rosa, llegó a la conclusión de que la oración sólo es recordar, desear y pedir. Y cada vez que sus tijeras cortaban una, con el suspiro por la rosa se  iba el recuerdo, el deseo o la petición por algunas de las personas que la merecían.

La primera rosa fue por su prima Mary, la que dejó escrito un libro de poesía intimista que se titula  A mí me gusta soñar.  La prima Mary ya no sufre su enfermedad, porque nos dejó hace un par de semanas y ahora vive el sueño eterno.

La segunda rosa fue para darles las gracias a sus amigos Jorge y María Dolores, que le abrieron las puertas de su casa de Sevilla a este duende. Jorge Prádanos, compañero en RNE, es periodista, gastrónomo, compositor y escritor de canciones. María Dolores García Muñiz, su pareja,   es poetisa y novelista. Ahora Jorge está poniéndole música a los poemas de María Dolores. Y entrambos han generado a su alrededor una atmósfera de delicadeza y de refinamiento que hace aún más placentera su hospitalidad.

La tercera rosa fue por Sevilla. El jardinero aún guardaba fresco el recuerdo de un larguísimo trote matinal por la capital andaluza. Se perdió especialmente a gusto por las múltiples fuentes, glorietas y rincones que alberga el Parque de María Luisa. Y se preguntó, una vez más, cómo no le habla más la gente de esa joya botánica por la que aún pasea, en sus zonas más umbrías, el fantasma romántico de los Montpensier. Para perderse, en casi todos los sentidos.

Hay muchas emociones más pendientes de contar. Afortunadamente, las rosas florecen sin cesar. Tiempo habrá de seguir haciendo de cada rosa una oración.

La moto Guzzi y otras debilidades del padre Bonete

¿Quién soy yo? no es pregunta fácil de responder. Aún le ocurre al Duende que va con alguien por la calle y se cruza con otra persona  que se le acerca y le da un abrazo mientras grita: ¡Echegoyen!…Y el compañero de paseo se sorprende y, después del encuentro, le pregunta la razón de que le llamen así. Y el Duende explica que casi nunca ha sido el que es, y que en la adolescencia colegial, y por aquello de que lo vasco estaba de moda y caía la mar de bien gracias en parte al Athletic de Bilbao (entonces, por cierto, Atlético, que había que cuidar la lengua del Imperio, tan bobo Franco entonces como ahora la Generalitat de Cataluña) deseó tener un apellido vasco.

El suyo es catalán. En el reduccionismo paleto de la época, la imagen del catalán era la de un señor roñoso que salía en las comedias, en las zarzuelas  y en los chistes como vendedor de medias  o industrial interesadillo. Véase el pintoresco viajante de comercio de Katiuska o muchos años después el fabricante de porteros automáticos de La escopeta nacional. Y el Duende pensó que mejor llamarse como un deportista vasco. Por no plagiar a los del Athletic, tiró de gacetillas del frontón Jai-Alai y vio que se anunciaba un partido Salsamendi-Echegoyen. Le pareció  más serio el segundo apellido, y partir de entonces, y hasta el final de la etapa escolar, sus compañeros y amigos tanto le conocieron por su verdadero patronímico como por el seudónimo con el que se camufló.

Pero para los que le conocieron más tarde, el Duende puede ser otra mentira. Por ejemplo para Antxon Urrusolo es, sobre todo, el padre Bonete, la caricatura radiofónica que le llevó a invitarle a Aspaldiko. Al padre Bonete siempre le imaginó el Duende igual que ese curilla con sotana y paraguas abierto tallado en madera que venden en Santiago de Compostela como souvenir turístico con la leyenda Chove en Santiago. Para completar su arcaica imagen, a tono con la moral que predica, el Duende le montó en una motocicleta Guzzi Hispania roja, de grandes ruedas y motor de inconfundible ronquido que era un icono en las calles de los años cincuenta del pasado siglo. El padre Bonete iba  a su servicios religiosos en Guzzi y con su manteo al viento. Paradójicamente, si se le comparaba con la del Zorro de Douglas Fairbanks (ahora Antonio Banderas), su estampa de jinete mecánico era pura modernidad.

Ahora una Guzzi Hispania es algo tan estético y  tan representativo de una época que sirve para decorar escaparates. Y en uno de éstos la vió Jorge Prádanos, ex compañero del Duende en RNE afincado en Sevilla, periodista, gastrónomo, cocinero refinado, compositor y cantante, alma de bohemia, pecador contumaz y, quizás por ello, también nostálgico del padre Bonete. Sabedor de que éste sólo perdonaría sus deliquios de la carne después de una penitencia que habría de incluir, cómo no, una invitación a degustar alguna de sus exquisitas recetas, Jorge Prádanos vio una Guzzi Hispania en el escaparate de una tienda de trajes de sevillana que ya presenta sus nuevos modelos para la Feria de Abril. La fotografió, y mandó las fotos al padre Bonete con una larga y cariñosa carta en la que recordaba sus años juntos en la radio, le mostraba su afecto y le pedía perdón por sus pecados. Ego te  absolvo a pecatos tuos…

¿Y quién soy yo?-se preguntaba el Duende. Pues un hombre sin identidad clara, pero hoy sólo un amigo agradecido. Que, como muestra de su afecto a Jorge Prádanos, se atreve a reproducir aquí una receta de éste que le encanta al padre Bonete y con la que cualquiera puede cosechar elogios sin meterse en grandes gastos. Tomen nota, que para algo tenía que servir alguna vez este blog.

Pechugas rellenas á la maniére de Jorge Prádanos

-Se compran las pechugas de pollo abiertas en librillo. Cuanto más finas sean las tapas del librillo, mejor. Se rellenan con una loncha de jamón. Se salan (muy poco) y  se les pone algo de pimienta molida. Se rebozan en harina, se doran en un poco de aceite y se retiran.

-En  la misma cazuela donde se doraron las pechugas, se pocha gran cantidad de cebolla. Cuando la cebolla esté transparente, se vuelven a meter en la cazuela las pechugas. Y se las cubre con zumo de naranja.

-Se les pone a fuego medio durante 25-30 minutos (dependiendo de la cocina y de la cantidad), añadiendo vino de Jerez (seco u oloroso, mejor que dulce), una hoja de canela y pimentón de la Vera picante, al gusto.

– El resultado es un segundo plato delicioso y muy lucido, que todo hay que considerarlo.

Pues hale, a disfrutarlo.


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