Posts Tagged 'El Quijote'

Polvo idolatrado

La cuestión es: ¿dónde hay más Cervantes, en sus páginas o en esos  restos que al  final se han identificado como los del autor del Quijote?...

La cuestión es: ¿dónde hay más Cervantes, en sus páginas o en esos restos que al final se han identificado como los del autor del Quijote?…

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Ya dijiste hace días que lo peor de la enfermedad es que fomenta el egocentrismo. Excusatio non petita, acusatio manifiesta. Te pones a escribir y si te enredas en tus tonterías, como te suele gustar, parecerá que tienes un corazón de pedernal, y que sólo miras a tu ombligo. Hoy deberías hablar de la enésima canallada de esa peste que es el terrorismo yihadista en Túnez. No lo haces porque nada se te ocurre que pueda sonar a original en ese odioso asunto. Hace dos días sin embargo te apetecía hablar de tu Aleti, qué manera de sufrir, qué manera de ganar. O del júbilo oficial por la declaración de que esos restos encontrados en el Convento de las Trinitarias de Madrid son los de Miguel de Cervantes.

A propósito, hay que ver lo que hacen la fe y, sobre todo, el deseo. A lo que se ve, lo mismo podrían proceder estos restos de una mesilla de noche podrida en un desván con humedades que de un soldado de la guerra de Troya, o de la batalla de Bailén, que queda más cerca. Da igual. El caso es que los sabios han decretado que esos detritos orgánicos son los del autor del Quijote y ya tenemos un hito más en el itinerario turístico de la capital para que los guiris se hagan la consabida foto. Lo que dormía en la cripta de las Trinitarias desde hace siglos seguro que no contiene más esencia de don Miguel que cualquiera de sus páginas, pero mola más pasear por el Barrio de las Letras, hacer unas compritas, tapiñar en uno de los bares de la zona y retratarse en la fachada de un convento que a partir de ahora será emblemático (cómo empieza a cargarte este adjetivo) en la cultura universal.

A ti, que debes de ser un paleto insensible, semejante suceso histórico te produce estupor. Parafraseando los dos últimos versos del famosísimo soneto de Quevedo, piensas que los restos de Cervantes serán cenizas, mas tendrán sentido/ polvo serán, mas polvo idolatrado.

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Nunca has entendido el exagerado respeto por los restos humanos, y menos en esta época de general escepticismo y de desmitificación de los símbolos. En este caso que ha copado la atención de la actualidad madrileña durante las últimas semanas roza la idolatría. Si eres un creyente, lo esencial de la persona no es su cuerpo, que sin alma apenas es nada. Si no lo eres, y no crees por tanto en la trascendencia del espíritu, qué te puede importar que esos despojos fueran en otro tiempo templo de aquel. Sin embargo -poderoso caballero es don dinero- hasta el más ateazo traga con la superstición cuando adivina que esta atraerá turistas. ¿Qué habrá de verdad en ese arca de la catedral de Colonia donde dicen que se conservan los restos de los Reyes Magos? ¿Qué quedará de Agamenón en lo que te que te contaron que era su tumba? ¿Serán de verdad de J.S. Bach los huesos que se hospedan bajo una lápida de la la iglesia de Santo Tomás de Leipzig, y donde, por cierto, te retrataste con tu coro, como cualquier turista borreguil, cuando fuiste a cantar allí la Pasión según san Mateo? ¿En cuál de los miembros de San Juan de la Cruz, distribuidos en múltiples relicarios por España reposa más santidad?

Por concluir: ¿qué tiene ese amasijo de residuos orgánicos que acaban de consagrar como restos del manco de Lepanto para que lo miremos como un tesoro? Desde tu punto de vista, sólo el consenso. De vez en cuando el ser humano necesita pretextos para aferrarse a la idea de trascendencia. Debidamente manipulado por los políticos y los medios, el pueblo ha acordado esta vez que acercándose a adorar las cenizas del genio se refina de espiritualidad y se hace más culto. Bienaventurados los ingenuos, porque ellos alimentan las glorias de la patria y, sobre todo, acaban haciendo caja.

Y como el muerto al hoyo y el vivo al bollo, en la próxima entrada contarás por qué te está costando tanto últimamente alimentar este blog. Eso no te enorgullece nada. Al contrario, más bien te duele.

El gilipolling

¿Por qué un idiota que se busca su desgracia nos debe preocupar tanto como una auténtica víctima del infortunio?...

¿Por qué un idiota que se busca su desgracia nos debe preocupar tanto como una auténtica víctima del infortunio?…

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Be beautifull, dice en sus mensajes publicitarios Bodybell.

Podría decir sé bella, ponte guapo, que luzca tu encanto, etc. Otras firmas buscan su plus de singularidad en una simple preposición: Moda Ibicenca by Tita Salupi, Arquitectura Interior by Jerónimo Dolao, Sabor y Salud by Samuel Bermúdez (este, supuestamente, sería un chef, pues ahora un cocinero es como el chamán de la tribu. Que callen los filósofos, que donde esté un cordon bleu no necesitamos más profetas de la felicidad). Pero a lo que íbamos: la paletería de creer que cualquier cosa dicha en inglés suena mejor, parece más importante, distingue de la competencia y, sobre todo, vende muchísimo más. Se acuerda el bloguero de una de las ocurrencias que le escuchó a Gila cuando nuestra cultura empezaba a ser colonizada.

-Y me he mercado unas gafas de sol que no veas…No, no tienen cristales, pero son americanas.

Se entiende lo de “que no veas”.

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Como todo lo que es anglosajón merece la indulgencia apriorística del español apocado, hasta los propios periodistas, que de hecho son la academia callejera, consagran el eufemismo, en inglés. Lo necio y lo guarro seguirá siendo igual de necio o de guarro, pero a la conciencia colectiva le sonará más gratamente. El selfy podría ser propy, pues al fin y al cabo es uno el que se hace la propia fotografía. El trending topic se puede sustituir en la lengua de Cervantes por el tema del momento, pero resultaría demasiado claro. O sea, ligeramente pueblerino. Las putitas discotequeras de un pueblo de Mallorca, al que se hace un favor no citándolo, practican felaciones a cambio de copas gratis. Sucking suena bastante fino, es discretito, pero los lobos del sexo aquí se vuelven castizos, y han recurrido al spanglish para acuñar el término mamading. Viva el neologismo sutil e ingenioso, oh poetas del desmadre,

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Entretanto, y por las mismas latitudes, jóvenes borrachos o drogotas en su mayoría anglosajones que viven el verano al límite y buscan nuevas emociones se tiran por un balcón esperando caer en la piscina o en el mar que ven a sus pies. No siempre calculan bien el salto, porque algunos de ellos se estrellan contra el suelo o las rocas y mueren. Caen cual víctimas de las pateras, o de vuelos comerciales torpedeados, o de los bombardeos en la franja de Gazza, o del terrorismo. ¿Merecen la misma compasión que estos últimos inocentes? ¿Hay que llorar también por su destino? ¿Debe el estado del bienestar mandar su SAMUR y abrirles sus carísimos hospitales como si realmente lo merecieran? ¿Es inmoral e inhumano encogerse de hombros y decirse con tu pan te lo comas, niñato de mierda, por majadero, como si no tuviéramos otras desgracias que lamentar?…

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En el Diccionario Neochorrádico, que diría Forges, a este deporte siniestro le llaman balconing. Sostiene el bloguero que más riguroso y exacto sería introducir la voz Gilipolling como «tirarse por el balcón sabiendo que lo más probable es que no lo cuentes».

Pensando en la economía del esfuerzo, incluso podríamos reducir este imprescindible diccionario a esa voz única, GILIPOLLING,  que quedaría definitivamente redactada así:

  1. Figurada y familiarmente, practicar el balconing, o sea, hacer el gilipollas tirándose por el balcón sabiendo que lo más probable es que no lo cuentes.
  2. Por extensión, hacer la gilipollez de utilizar expresiones y voces inglesas cuando lo más claro y directo es hablar en castellano.

No más quijotadas por quien no se lo merece. Pero  recuperemos para  nuestra lengua el sabio consejo del ingenioso hidalgo a su  escudero: claridad y concisión, Sancho.

 

 

 

La mula y los mil ducados

Algunos nacionalistas inflamados reclaman lo que parece imposible...

Algunos nacionalistas inflamados reclaman lo que parece imposible…

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Homper es el Hombre Perplejo: no nació para otro cometido. Y a fe que cada día, con su nuevo afán, acaba dando muchas oportunidades a  la hompericidad. La de ayer vino motivada por unas declaraciones del presidente de ERC Oriol Junqueras.

¡Ah, carambas!- dice parodiando lo que ha dicho por el ínclito catalán- Como que el nacionalismo no concibe que por el hecho de separarse de España Cataluña deje de ser estado miembro de la Unión Europea, la solución ha de ser la doble nacionalidad….Porque, óigame, hay mucho nacionalista que ama la lengua castellana, y el Quijote, oh, ya ya, y  las tradiciones españolas, y la tortilla española, y tot aixó. Y no sería justo privarle de este  legado cultural y sentimental…Así que ya está, cap de problema, doble nacionalidad, doble pasaporte y tothom content, pero dentro de la Unión Europea.

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Amores sospechosos. Hasta hace un ratito, España les robaba: ahora es tan maca que hasta sigue mereciendo la pena no dejar de ser español de alguna manera. La quimérica propuesta le sonó a Homper en un principio como una muestra más del bon seny, pero a poco de repensarlo asomó la oreja el piensa mal y acertarás. Llegando entonces a la conclusión de que lo que Junqueras sugería era una variante más del conocido por el interés te quiero, Andrés.

-Pues el Oriol se ha quedado corto- matizó la Venancia, vecina de L´Hospitalet de LlobregatMi marido el Magín es mes catalá que la botifarra, y como que nos han prometido que aixó de la independencia va a ser Jauja, quiere la mula y los mil ducados. O, con perdón de la expresión, el sueldo del general y la verga del teniente. Así que puestos a pedir, quiere no la doble, sino la triple nacionalidad.

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Sostiene Homper que no daba más de sí su capacidad de asombro, y que pidió a la Venancia que le presentara al Magín por si, conociendo de primera mano su original tesis, podía ayudarle a que sentara jurisprudencia. Quizás los sabios constitucionalistas que tratan de arreglar el desmadre identitario originado por el presidente Mas y sus compañeros de viaje de la leal oposición pudieran encontrar en la tesis de la triple nacionalidad más fundamento para cuadrar el círculo y conseguir que los catalanes sean nación independiente, españoles, europeos y todo lo que se les antoje.

-Que por pedir a nadie  meten en la cárcel, óigame- le explicó el Magín a un Homper ya más que turulato- Y yo a más a más de catalán y español, que ya me bastaría para seguir siendo europeo, quiero ser sueco.

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Además, la nacionalidad sueca. Así de sopetón ya no cabía más disparate. Pero Magín se explicó y a medida que hablaba sus argumentos cobraban tanto peso como los de Junqueras. Porque Magín decía que desde joven fue un enamorado de Anita Ekberg, y practicante de la gimnasia sueca, y amante del aquavit y del smorgassbord, y devoto delas niñitas que, por Santa Lucía, abren paso a la Navidad con la corona de velas encendidas ciñendo su linda cabecita, y coleccionista de todos los premios Nobel de Literatura editados a todo lujo por Planeta.

¿Pero de verdad que también quiere la nacionalidad sueca? –le preguntó Homper pasmado.

¡Y tant!- replicó el Magín- Así cuando me pidan que pague impuestos ni hará falta que me haga el sueco.

Todo por la patria-pensó Homper- Nunca hubiera sido capaz de imaginar por mí mismo la nobleza que late en el sentimiento de quien busca su auténtica nacionalidad.

Cosas que tirar y otras cosas que guardar

...Hay cosas que se deben guardar por lo que que te recuerdan y lo que te ayudan a ser feliz...

Hay cosas que se deben guardar por lo que que te recuerdan y lo que te ayudan a ser feliz…

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Deambulas por tu pequeño palomar, como cualquier día que amanece, y después de mirar el despuntar del sol mientras tomas el café pones tu mirada en uno de esos objetos conmemorativos con pedestal de mármol  que algún día te entregaron con las mejores intenciones. No lees el mensaje grabado en la plaquita correspondiente, por no ofender los buenos sentimientos de quienes te querían homenajear. Te imaginas entonces que eres Kant, que el objeto es una piedra cualquiera, y que la placa en realidad dice: Al maestro Emmanuel Kant, para que no busque más la piedra filosofal. Congreso de Königsberg 1802. Piensas que la piedra del ilustre pensador también acabaría cubriéndose de polvo, y que un día cualquiera, después de mucho balanceo entre el empirismo y el racionalismo, detendría sus ojos en ella y se preguntaría.

-¿Para qué carajo quiero esto en mi biblioteca, si sólo sirve para recordarme lo que recuerdo perfectamente y encima me ocupa unos centímetros cuadrados en la biblioteca?

Imaginas también que por las calles tranquilas de la ciudad prusiana donde nació y de la que nunca se movió pasa el afilador. Das por supuesto que este afila bien los cuchillos, pero que desafina notoriamente cuando canta el afiladoooor, como supones que harían en su tiempo los afiladores prusianos. Y comprendes perfectamente que, por puro ejercicio de la razón pura, el gran filósofo cogiera la piedra filosofal de su anaquel de sabiduría y se lo arrojara por la ventana al mal Caruso.

Perdone, pero es puro pragmatismo –le diría- De una parte, me libro de una inutilidad por la que también hay que pasar el plumero. Y de otra, espero corregir así su mal oído, que va en detrimento de su noble profesión.

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Te salen las ínfulas de tirano que todos llevamos dentro y piensas que si fueras rey absoluto mandarías al destierro a todos los que idean, promueven, fabrican o entregan los objetos conmemorativos o trofeos inútiles y generalmente horrorosos. Ya sean estatuillas, monolitos, metopas, placas o cualquier otro elemento de tortura visual y de castigo para el trapo del polvo.

Recuerdas en cambio que una vez que fuiste a Albacete con tus compañeros de la radio para hacer un programa allí la alcaldesa te regaló una navaja cabritera  con tu nombre grabado en las cachas. Recreaste por un momento lo bien que se cortaría el chorizo con dicho y instrumento y llegaste a la conclusión de que aquella alcaldesa era la más lúcida de España.

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Te preguntas por qué a nadie se le ocurre lo de la alcaldesa de Albacete- lástima no recordar su nombre- con otras variantes. Por que no se homenajea con sacapuntas, pelapatatas, linternas, abrechapas, sacacorchos, pastilleros, destornilladores, rizapestañas, cepillos de dientes, cortaúñas conmemorativos. Algo que quepa en cualquier cajoncito, que sea útil y que no tengas que acabar arrojando por la ventana al jefe de la Tuna  implacable que tortura con su serenata o depositándolo vergonzantemente en un contenedor de basura.

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Estabas esta mañana con el alma fofa, errática, tibia, ni contenta ni triste. De esas veces que te da por indagar en el sentido de la vida, vano empeño, o examinar tu entorno inmediato y preguntarte por su razón de ser. Qué propósito tiene conservar un logotipo comercial de presunta plata convertido en objeto decorativo, un recuerdo de Blois, un Manneken Pis que ni siquiera tiene la pilila en espiral para servir de sacacorchos , un espanto de reproducción de un fragmento de la antigua muralla de Zaragoza, un Quijote de cerámica con cara esmirriada de mariquita de urinario o una geometría que aparenta una formación de cristal y que cuando la tocas resulta ser de metacrilato. Te ríes entonces, recordando aquel condenado que entraba en el infierno de una película de Woody Allen.

Yo fui el inventor de los muebles de metacrilato- decía el desdichado visiblemente arrepentido de su horrible pecado.

Tú encajas el aviso divino, inicias tu propósito de la enmienda y arramblas con todo lo que no se puede aguantar ni un minuto más. A continuación lo metes todo en un saco de basura de los grandes y sales a la calle buscando inútilmente el contenedor de tonterías y vanidades, que aún está por homologar.

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Pero no hay mal que por bien no venga. En tu deseo de hacer algo de orden y de separar la mucha ganga de la poca mena recuperas un libro de tu amigo y compañero que fue en RNE Jorge Prádanos. Se titula Recetas de andar por radio, y es una pequeña joya de la cocina más sabrosa y sencilla. Te lo dedicó el 15 de mayo de 2011, cuando te invitó a su casa de Sevilla, recordando que muchas de ellas habían sido comentadas al alimón con el padre Bonete en el programa que hacías con la troupe de Julio César Iglesias. Jorge era un espíritu inquieto de registros exquisitos, sensible y entrañable. Tanto se volcaba en la cocina como en la poesía o en la música, aportando a la radio de entonces una originalidad, un humor, una categoría y un refinamiento que hoy se echa en falta. Jorge murió hace unos meses, a ti te llamó su mujer Yoyi, que es también poetisa

-Encontré tu número de teléfono entre algunos de sus últimos papeles- te dijo entre lágrimas.

Te quedaste con la boca abierta, no supiste qué decirle.

Unos meses después no es el panegírico que se merecía su marido, pero piensas que sí es al menos el reconocimiento de que su libro y su recuerdo te han salvado el día tonto. Le has limpiado el polvo, lo has repasado, lo has recolocado entre tus tesoros favoritos y, gracias a él, vas a almorzar unas carrilleras de ibérico según la versión de de un humanista de la gastronomía. Siempre  recordarás a Jorge por su sonrisa, por su cariñoso trato,  por su buen gusto y por los muchos de sus estupendos platos que aún piensas disfrutar antes de reunirte con él a seguir riendo de casi todo. Mil gracias, amigo, y descansa feliz.

De boda en un pueblecito de los Cotswolds

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-Eso es como el que tiene un tío en Alcalá-escuchaba decir a sus mayores cuando hablaban de una quimera lejana.

Estaba también lo de hacerse castillos en el aire, que quedaba como más fino, más literario. Pero lo del tío en Alcalá resultaba más ingenuo, más castizo. Nunca le dijeron en cambio la segunda parte del aforismo: el que tiene un tío en Alcalá, ni tiene tío ni tiene ná. Cuando imagina uno que cuajó el dicho, Alcalá (se supone que de Henares) quedaba muy lejos de la Villa y Corte. Así las cosas, la frase se preñaba de razón..

-¿De qué sirve un tío que vive tan lejos que no te puede llevar al cine, al teatro o al fútbol alguna vez? –se preguntaba el aprendiz de duende- ¿Para qué quiere uno un tío que no le monta en moto, ni le sube al tiovivo, ni le invita a a merendar tortitas con nata al menos una vez en su vida?

Para ná. Un tío así no sirve de ná.

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Ahora, cosas de la edad y la globalización, el Duende ya no tiene tíos ni el Alcalá ni en ningún sitio, sino sobrinos lejanos. No por sangre, sino por distancia. Sobrinos que viven en Berlín, en Hannover, en Londres, en Edimburgo, en Niza, en Los Ángeles, en Shangái. También en Logroño, en Barcelona o en Oviedo.

 De la familia de su querida esposa, que es la quinta de siete hermanos y de la suya –él ocupa el mismo lugar en una lista de seis- se puede esperar cualquier cosa. A muchos de estos sobrinos a veces los ves  de bebés, cuando parecen una alubia con patucos de punto blanco, y no vuelves a saber de ellos hasta que te llega su invitación de boda. Naturalmente, tampoco se casan en Alcalá de Henares, sino en un pueblecito de otro perfil, y ligeramente más alejado. Por ejemplo, Oaksey, en el condado de Wiltshire, Reino Unido. Al borde de un parque natural inundado de pequeños lagos, bosques, deliciosos cottages sin enanitos de piedra artificial en sus jardines y amarillos campos de colza en flor. A este edén los ingleses llaman the Cotswolds.  El amor, como decía la canción de La perrita pekinesa, nada sabe ni de razas ni colores. Ni tampoco de dónde acabará uno poniéndose el chaqué o el vestido blanco para decir el sí quiero. Los novios eligieron este recóndito rincón, gracias a lo cual el Duende pudo perderse varias veces por sus encantadoras carreteras tan estrechas como mal señalizadas, desesperarse bucando en el mapa sus destinos y comprobar, una vez más, que nuca sabrá entenderse en la lengua de Shakespeare.

-Perdone-acabó por explicar en su precario inglés a los que abordaba para preguntarles dónde quedaba Oaksey – No  soy bri-tá-ni-co, y a-de-más es-toy al-go sor-do. Há-ble-me des-pa-cio y muy  cla-ra-men-te, please.

El please le quedaba maravillosamente. Como el inglés para sordos: el único que es capaz de entender en las conversaciones.

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A Isabel Spearman la conoció este bloguero en la canastilla, y luego le vio pasar de bebé a niña y de niña a mujer en Candeleda, a donde venía los veranos con su madre y sus hermanos para secarse, cargar baterías y disfrutar con el gazpacho, el jamón, los huevos fritos –con puntilla, y no a la inglesa- y las patatas fritas en aceite de oliva. En  Escocia, donde vivía,  Isabel parecía fundida a la grupa de un caballo, que montaba como una precoz amazona. Pero cuando llegaba a la España donde se crió su madre, hacía lo que ésta, que es lo mismo que tanto le gusta a los británicos y a los lagartos: tenderse al sol, cerrar los ojos y dejar pasar las horas. Luego la chica creció, se hizo muy guapa, muy lista y francamente exitosa. Ahora la criatura es la asistente personal de Mrs. Cameron, la mujer del primer ministro inglés. La chica  sabe lo que se hace, y además tiene un gusto personal exquisito.

-Para la entrega de premios en el orfanato que tenemos hoy -le dice- se ponga usted blusa camisera de Liberty, chaqueta de Carolina Herrera, falda tableada a juego y zapato oscuro. Y sólo besos y carantoñas a los tres premiados, que luego ha de inaugurar un hospital para ardillas en Richmond, y si se enrolla no le va a dar tiempo.

Rebosaba este orden y buen gusto en todo lo que caracteriza a una boda campestre en Inglaterra. Cielo plomizo y amenazante que, afortunadamente, no rompió en llanto, iglesia antigua, de piedra y verdín, rodeada de uno de esos cementerios donde dan ganas de ponerse a descansar eternamente ya mismo, vicario ceremonioso, adornos florales de estudiada sobriedad, señoras guapas, tules y sedas, pamelas, chaqués grises y negros, lluvia tan sólo de de pétalos de rosas sobre los recién casados (¡Qué inmenso error!: mientras escribe estas líneas el bloguero escucha de nuestro pontifex maximus en materia de modales y costumbres de gente bien, el inefable Josemi Rodríguez Sieiro, que eso es intolerable. Menos mal que los Spearman no escuchan Herrera en la onda).

A la salida, un cochecito de caballos tirado por un aguerrido pony que transportó a los novios  a una carpa en medio de un prado bellísimo. Una orquesta de jazz. Un servicio de té espléndido, que se podía tomar mientras se contemplaba el paisaje de los Cotswolds a través de las faldas transparentes de la inmensa carpa: aquello le daba al cuadro la pátina onírica de una pintura de David Hockney. Todo tan bonito. Se sospecha que la  abuela española de Isabel, que se llamaba Catalina, a la que tanto le gustaban esas cosas, sacó un periscopio invertido desde el más allá para espiarlo todo.

-¡Qué pena habérmelo perdido! –dicen que se escuchó bajo la espesa bóveda de nubes azulencas- Pero, pese a todo…`qué contenta estoy!

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Salvo el sector de infalibles de la rama española de esta familia, todos los demás asistentes a la boda eran británicos o de la órbita de la Commonwealth. Salvo a los propios Spearman, el Duende no conocía  a nadie. Mientras el vicario sermoneaba , se dedicó a espiar a las señoras y jovencitas guapas, y en ese menester dio con una cara no femenina que le sonaba de algo. Era el propio David Cameron, primer ministro del gobierno de Su Graciosa Majestad. No sólo se sentaba, como cualquier otro invitado, en las últimas filas. Sino que además tenía a su a cargo a un par de críos pequeños que, como todos los niños, se aburren mucho en las iglesias.

Ni dentro ni fuera de la iglesia se veían maderos o escoltas, al menos indisimulados. Tampoco coches de respeto o de policía por los alrededores. Los habría, seguro, pero sin hacer ostentación. Eso llamó la atención  a los españoles, tan acostumbrados al boato del poder. Seguramente la democracia también es considerar que a un presidente hay que guardarle respeto, pero sin que pase de ser en una boda un invitado más. Bienaventurados los poderosos que saben ser discretos.

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Después de haber visto Ivanhoe, Robín de los bosques y Las cuatro plumas aquel duende casi impúber empezó creer que los ingleses eran clase especial preferente. Luego conoció mejor su historia, y su literatura, y su país, y por unos años creyó que el Reino Unido era su segunda patria, que le gustaba casi más que la primera precisamente porque ésta siempre se tomó poco en serio todo aquello que cualquier británico, sea de donde sea, respeta: Dios, patria, bandera, reina, himno, historia, honor, tradición, formas y maneras, autoestima. Y a él, tan inseguro, le gustaba tener referencias claras. Su imaginario de ídolos iba de Cromwell a Monty Python, pasando por Dickens, R.L.Stevenson, Chesterton, Emily Bronte, Bertrand Russell,  Agatha Christie, Chaplin, Woodehouse, Peter Sellers, Los Beatles y Bobby Charlton. Ah, claro, y Guillermo Brown, que era de mentirijillas, como el Quijote, pero menos chiflado y mucho más divertido.

Luego la vida templó su anglofilia. Cuando contrastó la apabullante puesta en escena del gran Imperio Británico con su implacable flema, fría y cruel hasta donde haga falta (Churchill es el mejor ejemplo) comprendió que gran parte de sus valores son la simple parafernalia del poder. Y que en el fondo su pueblo es, más que romántico y épico como luce, simplemente pragmático. En este viajecillo a los Cotswolds al Duende le impresionaron pequeños detalles, como ver que en los deliciosos footpath que siguen el curso de un joven Támesis recién nacido, y alrededor de los lagos, había numerosos carteles indicando que había que llevar a los perros con correa, y bastantes contenedores para depositar en ellos sus caninas caquitas. Es todo un Parque Nacional de muchísimas hectáreas, y uno diría que en plena naturaleza, pero lo cuidan como El Retiro. Al igual que custodian la memoria de sus héroes: en cualquier pueblecillo, un solemne memorial en recuerdo de los muertos en las dos guerras mundiales. En cualquier iglesia, o cementerio, en cualquier lugar, una placa, una lápida o un busto en honor de Jonathan Hopkins, Comandandante del Regimiento de Coraceros de Chippenham, caído en Jartún, o de John Sondeston, Lugarteniente de Infantería del IV Cuerpo del Ejército muerto en la Batalla del Somme. Luego, en el Reino Unido, como en todas partes, el muerto al hoyo y el vivo al bollo. Pero sin  descuidar las formas.

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¿Hay algo que aprender de estos  peculiares seres rubitos –ahora ya menos- que durante siglos mangonearon a gusto en el planeta y que difícilmete perderán su flema?. La formalidad, la pompa y la circunstancia no son, ni mucho menos, la osamenta de esa convención que pueden ser sus costumbres y sus creencias. Pero cuando aquéllas se diluyen, la conciencia colectiva también se desfleca, pierde su identidad y puede acabar desapareciendo. El último himno que, de los novios al primer ministro, cantaron todos los asistentes a la boda de la sobrina Isabel trenzaba religión y patria con una letra del poeta William Blake que, después de preguntarse si el Cordero Divino pastó en los verdes pastos de Inglaterra –cosa verdaderamente improbable- o si Jerusalén fue construído entre las oscuras y satánicas fábricas británicas –seguro que no- acababa con esta pintoresca afirmación: no cesará mi lucha mental / ni dormirá la espada en mi mano/ hasta que hayamos construído Jerusalén/ en la placentera y verde tierra inglesa. Eso sí que es voluntarismo, y no lo de Zapatero. Qué diferencia con los españoles, que jamás cantamos en las iglesias, y sólo nos juntamos para corear la dichosa Macarena o, como mucho, Asturias patria querida.

No es fácil lo de construir Jerusalén en Gran Bretaña, seguramente no se lo creen. Pero los ingleses lo cantan como si lo creyeran. Y, con todos los achaques que sufre el mundo, les sigue yendo bien. Como les irá a Isabel y a Mark, recién casados en un pueblecito de Wiltshire de cuyo nombre y de cuyo paisaje este duende curioso siempre querrá acordarse.

Tristeza, balcón y gato

No le busquemos demasiados pies al gato...

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Mientras Obama se mosqueaba con la vieja Europa y la regañaba por no saber cómo combatir la crisis, algunos se entretenían analizando una foto de la ministra Carmen Chacón con la piernas cruzadas.

Presuntamente cruzadas, debe añadir este bloguero. Según algunos observadores maliciosos,EL PAÍS había trucado la foto, jugando con las piernas de la ministra para que parecieran otra cosa que lo que en realidad son. No se sabe si para favorecer su imagen o para fastidiarla y agradar a Pérez Rubalcaba, que le disputó la candidatura del PSOE y ahora es el favorito del periódico.

El Duende, alertado por un confidencial que denunciaba que ahí había busilis,  pasó un buen rato ante  la foto. Se acordaba de una extraña corbata de seda estampada que durante años se exhibió en el escaparate de una tienda de la calle Alcalá, junto al Teatro AlcázarEn el estampado de la corbata, bastante fea por cierto, se veía a una dama mirándose ante un espejo. Y a su lado, un letrero: “No es lo que parece”. El Duende se la quedaba mirando un rato y de repente, por no se sabe qué macabro efecto óptico, la dama ante el espejo se transformaba en una calavera. El Duende en este caso vio las piernas de la ministra algo forzadas por el deseo, tan femenino, de lucir lo mejor posible. Pero no advirtió nada raro en la foto.

Pensó que a veces nos empeñamos en buscar cinco pies al gato a casi todo.

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El día de un hombre jubilado se llena con experiencias variadas. Por ejemplo, con paseos, gestiones en la calle, conversaciones llamadas telefónicas, apretar los tornillos a la butaquita giratoria de IKEA en la que se sienta para escribir, pequeñas compras para la supervivencia, recuerdos que van y vienen y observaciones varias. También con noticias que a veces son buenas y, más frecuentemente, malas. Aparte de la bronca de Obama y de las piernas de la ministra Chacón, el día de ayer le sorprendió al Duende con una noticia tremenda. Unos amigos que habían sufrido la muerte de una nieta hace tan sólo cuatro cuatro meses, perdían en accidente de coche a otro nieto que estaba estrenando la juventud.

-Si Dios existe, espero que tenga una buena excusa- dijo Woody Allen, probablemente en una ocasión como esta.

Dolor, indignación, confusión, tristeza. Vana curiosidad: ¿quién le explica a uno todos los trágicos porqués que nos va planteando la vida?

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Para momentos así, el Duende tiene un remedio impagable. Es sólo un balcón. Mejor dicho, algo más: es un horizonte panorámico, un paisaje que tiene historia y que probablemente alienta muchas pequeñas historias de los que ahí viven. Oxígeno para el alma aturdida. El horizonte abarca desde  los edificios históricos del viejo Madrid hasta su pequeño palomar, con el Manzanares de por medio, mucho arbolado y un pinar  que se extiende a sus pies.

-¿Y por qué pasan estas cosas?-suspira asomándose al balcón.

Se acodaba ayer en su barandilla y miraba el panorama mientras por dentro seguía hurgando en sus porqués. Creyó que las lágrimas le iban a nublar la vista, pero pudo distinguir entre los pinos a un gato negro  que retozaba con un papel que volaba al soplo del viento. Cuando el minino se cansó, se tumbó a dormitar entre la pinaza y la hierba seca. Cuánta paz ajena a cualquier dolor respiraba el momento. Entonces el Duende se acordó de Morito, el gato negro que ya vivía en la casa de sus padres cuando él nació. Morito ronroneaba junto al fogón de leña, y luego se estiraba y afilaba sus garras en las patas de la mesa de la cocina. Era muy manso, muy bueno, y se dejaba acariciar con el mismo mimo con el que ahora repasa uno sus recuerdos de la infancia.

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Caía la tarde. El gato negro del parque  seguía sesteando en la última mancha de sol mientras cruzaba volando una de esas bandadas de cacatúas verdes que ya se han hecho madrileñas. Y de repente la mirada hacía de ungüento: la vista le consolaba, el gato le distraía, la memoria le sonreía. Y aunque la trágica noticia le pesaba en el alma, sentía un cierto alivio. Quizás haya que aceptar con naturalidad que la carne de la vida se meche de amargura. Y respetando el sufrimiento ajeno, puede que  no haya más remedio que contemplarlo como la foto de la Chacón, sin sacar cinco `pies al gato del destino que nos entretiene.

(*) Hay quien busca «tres pies al gato». Incluso parece que el propio Quijoteutiliza esta expresión. Pero huroneando en internet constatamos queSebastián de Covarrubias en su Tesoro de la lengua castellana mantiene que llo correcto y lógico  es hablar de cinco. Y lo legitima en verso: El normal, cuatro presenta/ Tres, si le falta una sola/ Y cinco si, quien la cuenta,/ toma por pata la cola

Duelos y quebrantos post Zapatero

 

 

¿Y cómo se soluciona ésto?..

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Aquel contribuyente afligido podía llamarse Amable. Se llamaba Amable, una de esas gracias de sus padres, que quisieron rendir homenaje a un tío que emigró a Cuba, se hizo medianamente rico, regresó a España y construyó una casa de indiano en su Asturias natal con miradores al mar . La casa estaba pintada de merengue y café, y en el jardín crecían dos palmeras hermosas que cuando soplaba el viento tremolaban al ritmo del son cubano.

-Fue bonita mientras duró-pensó el contribuyente afligido-Pero ya nada es amable, querido tío, y tuvo que ser lo primero que sucumbió.

En su cuaderno de notas estaba escribiendo la lista de Duelos y Quebrantos. Nada que ver con el plato que cuenta el Quijote.  Pero Amable quería ser poético, como su nombre, y en la hora de la desesperación sólo pretendía hacer relación de los contratiempos que le habían traído los últimos años convulsos.

2

Primer duelo y quebranto. Tuvo que vender la casa del tío Amable.

Segundo: tuvo que cerrar su empresa  y despedir a todos sus empleados.

Tercero: su hijo Fito, que había hecho la carrera de arquitectura con tanta ilusión, había tenido que montar su estudio en los Emiratos Árabes.

Cuarto: su hija Matilde  volvía a la casa paterna con dos nietecitos después de entregar su `piso al banco. Los nietecitos eran encantadores, aunque saqueaban el frigorífico sin piedad. Peor era lo del buitre mimado por el poder: el banco no sólo se habían quedado con el piso que la pobre Matilde hipotecó como garantía, sino que querían seguir cobrando cuotas.

-Pobres banqueros-musitó mordiéndose la lengua.

Quinto duelo y quebranto: a su madre, impedida, no le llegaba la Ley de Dependencia. Esto se solucionaba parcialmente con el sexto agravio, y es que a su hijo Alfonso se le había acabado el subsidio de paro, y ahora era el encargado de sacar a la abuela en su sillita de ruedas para que viera nadar a los patos del parque, que le gustaban mucho.

Séptimo: había tenido que pagar a un psiquiatra para que solucionara la depresión de Alfonso.

Octavo: amago de infarto al recibir la primera factura de la luz después de la enésima subida.

Noveno: no podía superar la adicción a los periódicos y a los informativos de la tele y de la radio

3

Cuando recibió la noticia de que el presidente Zapatero no se iba a presentar a la reelección, su lista de duelos y quebrantos se había desmadrado. Ya no enumeraba promesas rotas, utopías derretidas y dramas domésticos. Amable se había convertido en Implacable. Porque, con trazón o sin ella, creía que aquel presidente que deslumbró al país presentándose como un hada madrina era responsable de todos sus males.

Duelo y quebranto número 214: un canalla me ha robado la antena del coche. Número 215: goteras en el cuarto de baño. Número 216: multa por circular a 112 kilómetros por hora en el coche. Número 217: me he cortado la mano al resbalar la punta del cuchillo con el que pretendía abrir un pack de jamón de York que presumía de abrefácil. (Acotación al margen: me cago en el inventor de los abrefáciles). Número 218: el vecino de arriba ha solucionado su problema de disfunción eréctil y no hay quien duerma en casa, porque se oye todo. Número 219: un grafitero ha pintado en el portal que “Dios existe, ZP se va”. Casi hubiera preferido que se pinten los grafittis en el culo. Número 220: cuando suplicaba en el banco una línea de crédito he observado que el director se fijaba en mis talones. Horror: uno de mis calcetines lucía un tomate. Número 221: me suben el alquiler del aparcamiento. Número 222: nuevos datos sobe la salud del paro, que sigue creciendo cada día. Número 222: me ha salido un uñero en el dedo gordo del pie derecho. Número 223: he soñado que cambiaba de sexo, era Blancanieves y el papel de madrastra lo hacía Pilar Bardem

4

Hizo un alto en su memorial de duelos y quebrantos. Se levantó de la mesa, se estiró, se mesó los cabellos.

-¿Y ahora qué?-se preguntó- ¿Quién va a poner tanto cascabel a tanto gato?

Amable no podía más. Cerró su cuaderno, bajó a la calle, se montó en el coche, que todavía tenía gasolina, y puso rumbo al primero de sus paraísos perdidos. Quería ver el mar, sentir el aire libre y olvidar. Cuando llegó a la casa del tío Amable las palmeras le recibieron tristes. Estaban medio secas. Un cartel a la entrada anunciaba cuál había sido su último destino:

ESCUELA DE CARIÑO DE NOLITA NIKAME

Centro de Interpretación  para el Amor Universal

Todo parecía indicar que  Nolita Nikame ya no pintaba nada, y que ahí sólo vivían okupas. Pero Amable  no se atrevió a creer que también eso fuera culpa de Zapatero.

«El Iniestín», en los altares*

Iniesta* Publicado en MARCA  8-5-09

Hay que cambiar algo para que nada cambie. En las alturas  también dijeron  la famosa frase de “El gatopardo”, y la suerte de los campeones le ha dado al Barcelona lo que antaño reservaba al Madrid. La divina Providencia, tradicionalmente merengona, ha decidido no poner todos los huevos en la misma cesta, y desplaza este año sus favores al Barça. Al fin y al cabo ganaría igual tanto sin esos árbitros que acuden en socorro del vencedor,  como sin que se le encojan los grandes cuando se enfrentan a él.

 En el descuento, y con uno menos, el Barça ganó al Chelsea con esa chispa de fe, de raza y de genio que asistía al Madrid de las grandes noches europeas. Ahora al Barça, si se le atascan las toberas de su talento, también le sonríe la suerte: un disparo a gol en todo el partido y un gol que vale por dos y por una final.  Había que pasar la inveterada chorra del Madrid al Barcelona para que nada cambie. Es decir, para que siga ganando el mejor aún en su peor partido.

 Todos vimos la euforia que prendió en la hinchada culé en Stamford Bridge. E imaginamos lo que habrá sido otra vez la Rambla de Canaletas. Pero mucho más divertido y emocionante es recrear, como en el sueño de una de aquellas entrañables películas en blanco y negro del gran Berlanga, la noche en Fuentealbilla. Fuentealbilla, sí: ¿aún no lo conocen? Es el pueblecito de Albacete donde nació el héroe de la noche,  el príncipe del fútbol español. Un tal Andrés Iniesta.

 Se lo imagina uno, sí. Mete el gol el príncipe y el alcalde, desde el balcón del Ayuntamiento, lanza varios cohetes. A continuación se reclama a la Banda Municipal y al Coro Polifónico de Fuentealbilla y, sobre  la marcha, sin ensayar apenas, se les invita a recorrer el pueblo al frente de la corporación cantando Andrés…¡Tú eres el más grandes!…/ Andrés…¡Tú eres el mejor!  (es el pasodoble de Marcial Lalanda, adaptado a las circunstancias). A continuación se convoca un pleno de urgencia en la Casa Consistorial  y se le declara  hijo predilecto del municipio, fuentealbillero de oro, Quijote universal, embajador del queso, del gazpacho, de las migas y de los duelos y quebrantos manchegos. Y como remate, se insta al cura a que, sobre la marcha, declare a Andresín santo. Así, sin más, y sin pedirle permiso al Vaticano. ¿No es santo  Casillas? Pues más santo es Andrés Iniesta, que supera el milagro de que el Barça no tire a gol en noventa minutos marcando un golazo en el noventa y dos. A milagro, milagrazo.

Pero hay más. Al tío Tiburcio, que es alfarero y escultor de santos de iglesia populares, no se le ha pasado por alto la cara de bueno del Andresito. Le recuerda a aquel Niño Jesús de Praga sonriente, que hace años, cuando España era tan católica, estaba entronizado en muchos de nuestros hogares. También sabe que ahora hay creyentes con una estatuilla de San Pancracio en su mesa de trabajo, o encima del televisor: trae buena suerte, y trabajo si no lo tienes. Y así, ni corto ni perezoso, inflamado de fe tras ver el milagro de este paisano ejemplar que es el Andrés, ha diseñado la estatua de un santo que tiene su carita, viste túnica azulgrana y tras la cabeza, en lugar de un halo, luce un balón resplandeciente.

 La va a bautizar con un nombre popular, de santo pequeñito y entrañable, como de andar por casa. Le va a llamar “el Iniestín” (como a la Virgen de Covadonga le dicen “la Santina”). Y está convencido de que en pocos años todos tendremos un Iniestín. Tiene razón el tío Tiburcio, porque está claro que a este santo humilde, que hace maravillas, todos lo necesitamos para que nos vuelva a alegrar  la vida con milagros como el de anteanoche.


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